12 de diciembre de 2013

Pliego nº 59


El año de la FE

«La puerta de la fe está siempre abierta»
Benedicto XVI



El Año de la Fe, proclamado por el Papa Benedicto XVI, comenzó  el 11 de octubre de 2012, en el 50 aniversario de la inauguración del Concilio Vaticano II y concluyó el pasado 24 de noviembre de 2013, en la Solemnidad de Cristo Rey del Universo.

Tal y como se preguntaba el obispo Rino Fisichella, Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización ¿Por qué un Año de la fe? Él mismo afirmaba que el Papa Benedicto XVI dio un primer motivo cuando anunció la convocatoria: «La misión de la Iglesia, como la de Cristo, es esencialmente hablar de Dios, hacer memoria de su soberanía, recordar a todos, especialmente a los cristianos que han perdido su propia identidad, el derecho de aquello que le pertenece, es decir, nuestra vida. Precisamente para dar un renovado impulso a la misión de toda la Iglesia de conducir a los hombres fuera del desierto en el que a menudo se encuentran hacia el lugar de la vida, la amistad con Cristo que nos da la vida en plenitud».

Esta era pues la intención principal. No dejar caer en el olvido el hecho que caracteriza nuestra vida: creer. Salir del desierto que lleva consigo el mutismo de quien no tiene nada que decir, para restituir la alegría de la fe y comunicarla de manera renovada.

Y cómo hizo este trabajo pastoral la iglesia universal y el creyente en particular para vivir este tiempo de gracia? Podríamos resumirlo en los siguientes seis puntos.

1.    En la preparación del Año de la fe, todos los fieles fuimos invitados a leer y meditar la carta apostólica Porta fidei del Santo Padre Benedicto XVI.
2.    En la Eucaristía, misterio de la fe y fuente de la nueva evangelización, la fe de la Iglesia es proclamada, celebrada y fortalecida. Todos los fieles estábamos invitados a participar de ella en forma consciente, activa y fructuosa, para ser auténticos testigos del Señor.
3.    Los sacerdotes dedicaron mayor atención al estudio de los documentos del Concilio Vaticano II y del Catecismo de la Iglesia Católica, recogiendo sus frutos para la pastoral parroquial –catequesis, predicación, preparación a los sacramentos, etc.– y propusieron ciclos de homilías sobre la fe o algunos de sus aspectos específicos, como por ejemplo, "el encuentro con Cristo", "los contenidos fundamentales del Credo" y "la fe y la Iglesia".
4.    Los catequistas apelaron aún más a la riqueza doctrinal del Catecismo de la Iglesia Católica y, bajo la responsabilidad de los respectivos párrocos, guiaron grupos de fieles en la lectura y la profundización común de este valioso instrumento, con la finalidad de crear pequeñas comunidades de fe y testimonio del Señor Jesús.
5.    Las parroquias renovaron su compromiso en la difusión y distribución del Catecismo de la Iglesia Católica y de otros subsidios aptos para las familias, auténticas iglesias domésticas y lugares primarios de la transmisión de la fe. El contexto de tal difusión fue, las bendiciones de las casas, el bautismo de adultos, las confirmaciones y los matrimonios. Esto contribuyó a confesar y profundizar la doctrina católica «en nuestras casas y con nuestras familias, para que cada uno sienta con fuerza la exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de siempre».
6.    Se promovieron misiones populares y se realizaron otras iniciativas en las parroquias y en los lugares de trabajo, para ayudar a los fieles a redescubrir el don de la fe bautismal y la responsabilidad de su testimonio, conscientes de que la vocación cristiana «por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado».


Todo lo anterior, podríamos decir, generó un decálogo del año de la Fe


1. A la conversión: "el Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo".
2. A la nueva evangelización: "también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe. El compromiso misionero de los creyentes saca fuerza y vigor del descubrimiento cotidiano de su amor, que nunca puede faltar. La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo.
3. A reflexionar sobre nuestra fe: "intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo."
4. A confesar públicamente nuestra fe en el Señor Resucitado: "las comunidades religiosas, así como las parroquiales, y todas las realidades eclesiales antiguas y nuevas, encontrarán la manera de profesar públicamente el Credo".
5. A confesar personalmente nuestra fe: "que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza".
6. A celebrar en la liturgia nuestra fe: "intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía".
7. A dar testimonio de nuestra fe: "que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble".
8. A "redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada". "El Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica".
9. A "reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio".
10. A "intensificar el testimonio de la caridad".

Los actos desde su apertura hasta su clausura en el año de la Fe fueron múltiples y se vivieron tanto a nivel de Iglesia universal como a nivel de Iglesias particulares. La organización y difusión de las iniciativas que tuvieron una relevancia universal fueron coordinadas a través del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización

Estos fueron los eventos principales:

* 11 de octubre de 2012: en el marco del 50º aniversario del Concilio Vaticano II, solemne concelebración eucarística de apertura del Año de la fe con todos los Padres sinodales (reunidos en la Asamblea del Sínodo de Obispos para la Nueva Evangelización), los presidentes de las Conferencias Episcopales del mundo entero y los últimos Padres conciliares.
*  21 de octubre: canonización de 7 mártires y confesores de la fe: el francés Jacques Barthieu; el filipino Pedro Calugsod; el italiano Giovanni Battista Piamarta; la española María del Carmen; la iroquesa Katheri Tekakwhita y las alemanas Madre Marianne (Barbara Cope) y Anna Schäffer.
*   25 de enero de 2013: en la tradicional celebración ecuménica en la basílica de San Pablo Extramuros, se rezará para que “a través de la profesión común del Símbolo los cristianos (…) no olviden el camino de la unidad”.
*   25 de enero – 24 de noviembre: exposición ‘Sanctus Paulus extra moenia et Concilium Oecumenicum Vaticanum II’, en la Galería de Arte de la Basílica de San Pablo Extramuros.
*  2 de febrero: con motivo de la Jornada mundial de los religiosos y religiosas, celebración en la Basílica de San Pedro del Vaticano.
*   7 de febrero – 1 de mayo: exposición sobre san Pedro, en Castel Sant’Angelo.
*  24 de marzo: Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor: un día tradicionalmente dedicado a los jóvenes como preparación para la Jornada Mundial de la Juventud.
*  28 de abril: el Santo Padre confirmó a un grupo de jóvenes de todo el mundo.
*  5 de mayo: domingo dedicado a la piedad popular y a la labor de las cofradías.
*  18 de mayo: Vigilia de Pentecostés: los movimientos antiguos y nuevos se reunirán en la Plaza de San Pedro; peregrinación a la tumba de Pedro y la invocación al Espíritu Santo.
*  2 de junio: Corpus Christi: solemne adoración eucarística.
*  16 de junio: domingo dedicado al testimonio del Evangelio de la Vida, para defender la dignidad de la persona desde el primer momento hasta la muerte natural.
*  22 de junio: Gran Concierto de Año de la fe en la plaza de San Pedro del Vaticano.
*  7 de julio: concluye en la Plaza de San Pedro la peregrinación de los seminaristas, novicias y novicios de todo el mundo.
*  23 de julio: comienza la JMJ 2013 de Río de Janeiro.
*  29 de septiembre: los protagonistas serán los catequistas, en el 20º aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica
*  13 de octubre: dedicado a la presencia de María en la Iglesia.
*  24 de noviembre de 2013: jornada de clausura del Año de la fe.

El Papa Francisco durante la homilía de clausura del año de la FE, en la solemnidad de Cristo Rey,  pidió que todos pensemos en nuestra historia y nuestro camino, pues «cada uno de nosotros tiene su historia; cada uno de nosotros también tiene sus errores, sus pecados, sus momentos felices y sus momentos oscuros». «Nos hará bien, en esta jornada, pensar a nuestra historia y mirar a Jesús y desde el corazón repetirle tanta veces, pero con el corazón, en silencio, cada uno de nosotros: ‘¡acuérdate de mí, Señor, ahora que estás en tu Reino!’. ‘Jesús, acuérdate de mí, porque yo tengo ganas de ser bueno, tengo ganas de ser buena, pero no tengo fuerza, no puedo: ¡soy pecador, soy pecador! Pero acuérdate de mí, Jesús: ¡Tú puedes acordarte de mí, porque Tú estás al centro, Tú estás precisamente en tu Reino! ¡Qué bello! Hagámoslo hoy todos, cada uno en su corazón, tantas veces. «¡Acuérdate de mí Señor, Tú que estás al centro, Tú que estás en tu Reino!’».

Al finalizar esta celebración, Francisco entregó su primera exhortación apostólica Evangelii gaudium (La Alegría del Evangelio) a 36 representantes del pueblo de Dios, procedentes de 18 países: un obispo, un sacerdote y un diácono elegido entre los más jóvenes que serán ordenados; religiosos y religiosas y algunos representantes de los eventos de este Año de la fe: confirmandos, un seminarista y una novicia, una familia, catequistas, una ciega - al que el papa se la ha entregado en CD para que pueda ser reproducida y escuchada - a jóvenes, representantes de las cofradías, de los movimientos, y para terminar dos artistas y dos representantes de los medios de comunicación.

Pero si el Año de la Fe se concluye, "continúa ahora el deseo para mantener viva la enseñanza que en estos meses hemos recibido. El pueblo de Dios esparcido por el mundo entero vivió con gran intensidad este momento. El número de 8 millones y medio de peregrinos que visitaron la tumba de Pedro para profesar su fe, es sólo un signo entre los más pequeño, si bien significativo, que permanecerán en nuestro recuerdo. Lo que ha sido vivido a nivel local es imposible describirlo en plenitud. En concreto, este Año fue realmente una experiencia de gracia que nos llevaremos dentro nuestro con renovado sentido de gratitud al Señor por cuanto nos ha hacho vivir. Hemos recibido testimonios conmovedores que quedarán como documentos vivos de una fe que sabe dar significado a la vida aún en lugares remotos y escondidos, de pobreza, de sufrimiento y allá donde los cristianos son una pequeña minoría. La fe ha unido y permitido recordar a todos el fundamento de nuestro creer: Jesús Resucitado, esperanza para un vida nueva".

Mauricio Chinchilla
Barichara (Colombia)


Atisbos


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Imagen con un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.

12 de noviembre de 2013

Pliego nº 58


Dios cercano

Hemos hecho un recorrido desde los últimos Pliegos sobre los mandamientos de la Ley de Dios, a partir del último mandamiento. Cada uno de ellos se refiere principalmente a actitudes éticas. En este proceso que hemos seguido ahora corresponde el primer mandamiento: “Amar a Dios sobre todas las cosas y no tener otro dios más que a ése”. Fijémonos de modo especial que significa el concepto de amar a Dios sobre todas las cosas. Los otros mandamientos siempre están referidos a actitudes de amor al prójimo. Es evidente que si amas al prójimo no matas, no mientes, etc.

El amor se puede entender de muchas maneras, desde la estética, la pasión, la confianza, desde el atractivo filosófico, etc., pero desde Dios Padre el amor es pura benevolencia, entrega, compromiso de hacer fructificar la caridad en todos los humanos sin ninguna distinción. Este amor tiene toda la fuerza de atracción para llamar a ser instrumentos del amor de Dios Padre.

El término “amor a Dios” no es exclusivo de la religión judía, sin embargo normalmente de manera tímida muchas religiones también lo contemplan como una actitud intelectual a tener en cuenta hacía Dios, en otras religiones el amor de Dios a la humanidad es menos importante. A Él se le sitúa en un plano lejano, pero siempre en todas las religiones se subrayan una serie de atributos como son el poder (todopoderoso), la justicia de Dios, el temor de Dios, etc. El mundo judío llama a una actitud amable hacía Él y a una correspondencia que Él tiene con los humanos, sin embargo es vivido desde  una lejanía que por supuesto es más cercano y menos temible que los dioses de la mitología y de otras religiones.

El Dios “cristiano” se entiende de modo lúcido y claro a través de Jesucristo. La filiación divina es la que nos muestra la cercanía de Dios, es el Dios próximo que se implica en la humanidad. Y es Jesucristo que nos hace entender la fuente de amor que mana de Dios Padre expresada por la luz del Espíritu Santo. Jesucristo nos explica cómo Dios se encarna en medio de la humanidad tanto que Jesucristo nos ofrece la entrañable imagen del Padre Amigo que invita a la confianza y nos muestra una relación personal a través del frondoso lenguaje del Espíritu Santo como fuente de alegría que produce la caridad que mana de Dios Padre. Y, en Jesucristo, que es “nuevo Paraíso” para la humanidad es el gran regalo que el Padre hace para cada uno de los bautizados y de la sociedad que es capaz de entenderle.

Alfredo Rubio en su reflexión sobre Los Diez mandamientos nos habla de Jesucristo “lleno de la alegría del Espíritu Santo”. Podemos añadir que además es luz y fuente del “nuevo Paraíso” quien a su vez es fuente de felicidad, o para utilizar un término menos coloquial fuente de beatitud.

Cuantas personas de buena fe se escandalizan al pensar que Dios quiere que los humanos sean felices y no se dan cuenta que Dios quiere que la caridad llegue a todos para conseguir una verdadera paz. ¿No es esto la felicidad, el vivir la paz en el alma? Esto no significa creer en un “Dios de rebajas”, todo lo contrario es el Dios Amigo inabarcable, que en la cercanía de la infinita caridad también reprende, es crítico con los humanos, nos empuja a que reaccionemos ante la cobardía, la pereza o incluso ante la frialdad. Invita a vivir desde Dios Padre que es el máximo gozo que se alcanza al dejarse arrebatar por la vida plena que Jesucristo nos explica y da testimonio.

La vivencia de la cercanía al Padre nos motiva a vivir la nueva dignidad humana de Jesucristo. Dios ama tanto al ser humano que por ello nos envía a Jesucristo y la luz del Espíritu Santo para que seamos conscientes de la predilección que Él tiene para  nosotros como hijos, por ello deposita toda la confianza en las criaturas humanas y en toda la creación.

Saber amar desde Dios Padre a los demás, si uno desea vivir la comunión con Él, el efecto y las gracias de este amor se multiplica. Hemos escuchado muchas veces que es importante amar a los demás por lo que son y no preocuparnos más, ello ya es suficiente; recordemos el mensaje evangélico de amarnos los unos a los otros como Dios Padre nos ama. La consecuencia de vivir el Bautismo es amar desde Dios Padre aunque a algunos les parezca como si se tratará de un cierto orgullo personal. Jesucristo nos enseña a subirnos a la plataforma para ver desde la perspectiva de la CARIDAD (con letras mayúsculas), para darnos cuenta de que en esta actitud de amor, de verdadero Padre, se pone en evidencia la entrega, la transparente y la viva fuerza de la caridad.

Amar desde los brazos de Dios Padre se ama de distinta manera el mundo, esto es posible desde el vivir las Bienaventuranzas y, como no, el comprender y gozar de la vida sacramental  y de tantos medios que nos ofrece la Iglesia como comunidad de fe.                    

José M. Forcada
(Barcelona)        


¿No está ardiendo mi corazón?


“Dios mío, ven en mi auxilio” Con esta oración, sencilla y conocida, comienzo cada madruga mi nuevo día, mi tarea, mi viaje, cualquier quehacer de mi vida..... Repito cada mañana y en muchos momentos significantes esta misma frase y ello me da una fuerza muy oportuna. 

 “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo” Para mi esta frase es una plegaria, una oración, de las que más me gustan. Con ella, termino mi día, el estudio, la visita, la clase, la comida…… Es la oración que más me levanta el corazón hacia el Creador. Esta frase, esta oración, me hace recordar mi existencia, la relación y la amistad con el Padre. 

¡Qué hermosas son estas oraciones breves! Dice Santa Teresita que una oración breve a Dios Padre es eficiente, como si fuera una flecha disparando directamente al corazón del Señor. Es cierto. A través de ella, me siento muy acompañada, unida, comprendida por el Señor, por todos “hermanos¨” y “hermanas” que vivís en cualquier rincón del mundo, claro, a través de la Iglesia Universal. Cuando la pronuncio me pregunto y pregunto a mi alma: ¿está ardiendo mi corazón?

Claro que sí. Mi corazón está ardiendo. Ardiendo, porque existo y puedo experimentar lo que les pasaba a los dos discípulos de Emaús, del desconocido al conocer; de la ilusión a la desesperanza; de la tristeza a la felicidad ardiente…… Yo creo y compruebo que cada día, el ánimo va cambiando, pero la presencia de Dios Padre no se separa de mí ni un minuto; las emociones se van y vienen, pero el amor de Dios es firme; la fe puede ser débil, pero la misericordia del Señor es eficaz. Es por ello que ruego, renovando mi promesa todo el tiempo: “Tú eres mi Todo” Ante Él todo, me llena la alegría, me da esperanza. Para mí, esta esperanza no es una gracia muerta, sino que es un don activo de Dios Padre que me ayuda ser más valiente y atrevida. Dice el Papa Francisco: “La esperanza es un riesgo, es una virtud arriesgada, pero es una hermosa virtud” Así que rezo como la madre Teresa de Calcuta suplicando: “Dios mío, ven en mi auxilio, como yo escojo libremente para amarte, me quedo aquí con todo mi voluntad, hago todo lo que deseas de mi. Señor mío, ya sé que me ayudas, seguro, segurísimo. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”. 

Clara Chen 
(Asia)


Atisbos


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Imagen con un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.


12 de octubre de 2013

Pliego nº 57


HABLAR DE DIOS

Es bien conocida la frase atribuida a santa Teresa cuando exhorta a sus monjas diciéndoles que tenían que hablar de Dios o no hablar. Deberíamos ahora, como entonces, volver sobre esta reflexión. ¿Sabemos ahora hablar de Dios? De ese Dios que no está ni arriba ni abajo, sino que está en y con nosotros y con nuestra historia humana. De ese Dios que no es ni masculino ni femenino, sino que es el misterio inefable de nuestra realidad, para el que todos nuestros conceptos humanos no son más que analogía. Ese Dios del que sólo se ha podido alcanzar a decir alguna palabra desde la experiencia profunda de su actuar entre nosotros: Padre y Madre a la vez; Él y Ella; Palabra encarnada; Aliento y Ánima que vivifica.

Pensamos, con frecuencia, que es difícil hablar de Dios en nuestro mundo tan frívolo, tan instalados en los valores de lo tangible.

Me atrevería a afirmar que también Dios es de alguna manera tangible, o por lo menos que, desde la fe, podemos dar testimonio de la cercanía absoluta de Dios, este modo de ser de nuestro Dios más íntimo a nosotros que nosotros mismos, como tan magistralmente expresó San Agustín. Creo que en nuestro mundo muchos NO han olvidado a Dios. Más que la muerte de Dios o el silencio de Dios, de lo que tanto hablaron algunos filósofos y de lo que tanto se comentó en el siglo pasado, lo que puede estar pasando es que muchos han dejado de prestar atención a las “noticias” sobre Dios. Y esto podría ser así porque las palabras, las cosas que se dicen sobre Él no iluminan la vida real. Lo que se dice sobre Dios, nuestras palabras sobre Dios, dejan de interesar a muchas personas, y eso es algo a lo que hay que prestar mucha atención.

Hablar de Dios o no hablar. Hay que acertar a hablar de Dios con palabras llenas de unción, pero profundamente entendedoras, que no tengan regusto a rancio. Hablar con palabras y hablar con la vida, con gestos llenos de compromiso humano, asumiendo al prójimo en sus necesidades reales, sobre todo respondiendo a las necesidades más urgentes, dejando que ellas duelan en nuestra propia carne. Eso es hablar bien de Dios que nos quiere hermanos, unidos en la fraternidad. Algunas veces hablaremos y alabaremos a Dios sin nombrarle para  nada, sólo con la presencia llena de servicio amoroso. Cuanto más amemos hacer el bien y más lo afirmemos,  como una ley que es el norte de nuestras vidas, tanto más irradiaremos a Dios en nosotros… Aunque, si los que decimos creer en Él no lo nombramos nunca, ¿quién lo hará?

Hay que tocar muy de pies al suelo cuando hablamos de Dios, aunque nos atrevamos al mismo tiempo a ser un poco o un mucho místicos. Pero una mística de ojos abiertos y completamente conectada a la vida. No podemos hacer angelismo, sino que hay que amar y acoger con ternura la realidad. Hay que atreverse, sin embargo, a pensar cosas nuevas sobre Dios, ese Dios inabarcable del que nunca llegaremos a saber sobre Él más de lo que Él mismo quiera mostrarnos. Los que decimos tener fe, vemos y experimentamos la gloria de Dios que es su presencia, su cercanía y su misericordia; es decir, experimentamos su forma de manifestarse en el mundo como su Espíritu, ese que está más cerca de nosotros que nosotros mismos,  que nos re-crea continuamente y nos posibilita ser proféticos.

Hablar bien de Dios, bendecir a Dios, alabar a Dios, para hacer venir su Reino, esa es la razón de nuestro existir, y hacer esto en un mundo, nuestro tan querido mundo, que está cambiando a una velocidad nunca vista anteriormente. Aún, ni tan solo conocemos el lenguaje para dar nombre a lo que de verdad está ocurriendo globalmente. Aún estamos empezando a formular el pensamiento adecuado a lo que está naciendo. Estamos todos en búsqueda, creyentes y no creyentes. Estamos en búsqueda pero no en la oscuridad, la nuestra es una búsqueda impregnada de la luz del Evangelio. Y desde ahí, necesitamos un pensamiento nuevo de verdad, que se atreva a ir más allá de lo que hasta ahora nos ha sostenido. 

Necesitamos conocer más sobre Dios, sobre nosotros mismos y sobre el mundo que habitamos, quizás también sobre otros mundos. Conocer sobre Dios es seguir  buscándole y escuchándole en la revelación que también se halla escondida en los signos de los tiempos. Somos buscadores de Dios. El apóstol san Pablo en el areópago de Atenas habló de buscar, de sentir y de encontrar a Dios, que no está lejos de ninguno de nosotros y en quien vivimos, nos movemos y existimos. Estamos ahora llamados a una nueva libertad, y en la medida en que seamos libres llegaremos a tener palabras nuevas capaces de iluminar las realidades de esta vida con los valores del Reino. Estamos llamados, al lado de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, a construir la humanidad que está surgiendo, aunque las palabras y los gestos que necesitamos aún se están gestando, poco a poco, hasta que lleguemos a darlos a luz, en un parto universal.

Hablar bien de Dios, bendecirlo, alabarlo, lleva implícito una gratitud profunda, quizás no expresada pero sí muy real, ante la obra de su creación que es el  más fiel “icono” de Dios. Dejar que el don de la belleza anide en nuestros corazones, nos transformará a nosotros también en “iconos” esparcidos por el mundo. Una mujer, mística de nuestro tiempo, afirmó que tenemos que “ayudar” a Dios. Es bien verdad. Tenemos que ayudar a Dios, ayudar a revelarlo, darlo a conocer. Siempre hemos pedido a Dios que nos ayude Él a nosotros. Parece  muy pretencioso, muy atrevido invertir la propuesta pero no lo es. Requiere mucha humildad hacer eso. Ayudar a Dios para que esté bien vivo en nosotros. Dejarse inundar por Él, hasta quedar llenos de Él y vacíos de nuestras pretensiones. Dejarse envolver, penetrar por la música de Dios por completo, hasta que suene desde dentro. Ayudarle también para que viva en los que aún están cerrados a su luz. Y este ayudar a Dios no puede ser otra cosa que la acogida más cálida, el amor incondicional, la amistad entregada y fiel, la responsabilidad y el “cuido”, también incondicionales, de unos a otros. Cuidar la vida, cuidar el hábitat, de manera que Dios que es amor creador sea dado a luz en cada uno de nosotros. 

Ayudar a Dios hasta quedar grávidos de Dios. Esto es hablar bien de Dios, alabarlo, bendecirlo, en lo que Él es.

Manuela Pedra
Barcelona (España)

Vivir la fe desde el ser Mujer





Dicen que los hindúes más antiguos hacían las imágenes de sus dioses sólo en barro, nunca en piedra o mármol. En Bombay, cada año, después de rendir culto a imágenes de barro, las sumergen en el mar y allí se hunden, se disuelven y desaparecen. La teología del barro es bella y profunda. Una sola imagen, por bella que sea, no capta la infinitud de Dios. El barro dura poco, y la imagen debe cambiarse al cabo de algún tiempo, dejar que se disuelva y dé lugar a otra imagen, a otro rostro de la divinidad que nunca agotaremos con nuestros diseños. Avanzar en el conocimiento de Dios es estar dispuestos a llevar cada año al mar la imagen anterior, es dejarle a Dios que cambie, que nos lleve cada vez a una nueva visión y un nuevo amor.

Cuando miro atrás veo que la fe se interioriza lentamente, que es una opción que hay que ir renovando, que es un camino de abandono, de un estado de dependencia para acceder al estado de libertad interior. Me doy cuenta que la fe que recibí de mis padres, mi imagen de Dios y mi relación con Dios, no es estática, es dinámica, ha ido cambiando a lo largo de mi vida.

Al reflexionar sobre mi vivencia de fe desde el ser mujer, me doy cuenta de que a través del hecho de ser mujer, y también en mi caso, esposa y madre, Dios me ha ido llevando, iluminando y conduciendo, en el camino de la fe. Que ser esposa y madre ha sido también preparación para que más tarde Dios se manifestara en mi vida. 

En el ser esposa, fruto de la relación, del compartir y de la estima, el amor se ha transformado en vida y la vida se ha llenado de amor. 

Ser madre es la primera relación que se establece de forma única y exclusiva con otro ser y que está dentro de ti. Al ser madre, algo se rompió en mí, hay una ruptura del ego, un descentramiento, una disponibilidad, una apertura hacia un nuevo amor a los hijos, que me dilata más allá de mí misma. Con la maternidad, doy a luz, doy la vida por el otro y dejo que el amor de Dios se vaya manifestando a través de mi ser, que se vaya desplegando mi capacidad de amar de manera gratuita.  

Pero un momento determinado, de mi vida, siento que de vivir una vida desplegada hacia afuera, de acción y construcción, profesional y familiar, dedicada a educar a los hijos con valores, acompañarlos... el nido comienza a quedar vacío. Siento un vacío dentro de mí, siento un deseo y sed de lo trascendente. Mi vida interior comienza a adquirir más profundidad y protagonismo. Las creencias ya no tienen sentido por ellas sino que necesito buscar el sentido, reevaluar el estilo de vida y ser coherente. Tengo deseo de Dios y necesidad de sentido y esto da lugar a un proceso nuevo de búsqueda, de vivir la fe, a un nuevo camino. Me vuelvo a preguntar: ¿Quién soy yo?

Me doy cuenta de que Dios siempre ha estado presente en mi vida aunque yo a veces no haya sido consciente, pero es en este momento en el que lo busco, en el que tengo deseo de Dios, en el que me doy cuenta de su presencia, cuando hago experiencia. Y así empiezo a vivir la fe entendida como una confianza con Aquel que me sostiene, a vivir una experiencia de Dios que es fuente de Amor y de Vida.

Inicio un proceso de camino espiritual, primero de encuentro con Dios, de dejarme amar por Dios, de dejarme abrazar por Dios, pero para ello tengo que acercarme, y para acercarme debo cortar hilos, a veces incluso cadenas que me impiden hacerlo.  

Empiezo un trabajo personal de conocimiento de mis limitaciones, mis miedos, mis sombras para poderlas luego aceptar, amar, reconciliar y transformar. Siento en este trabajo de desierto y de aceptación de mí ser, la misericordia de Dios Padre, su amor incondicional, me siento amada por Dios a pesar de mis limitaciones. Y no me siento sólo perdonada y amada sino también llamada e invitada a vivir una vida nueva con Jesús, a trabajar y caminar con El.

Esta llamada me lleva al conocimiento más profundo, más interno de Jesús para amarlo más y seguirlo, para vivir más evangélicamente. Me lleva a la confianza en Dios, a vivir desde el agradecimiento, y el compromiso. 

Compromiso, porque con la misma fuerza que Dios nos lleva hacia dentro, nos despliega hacia fuera, con un mayor sentido de los otros, con una mayor disponibilidad a servir. Una expansión interior que me vuelve al encuentro con las personas.

Compromiso que me va llevando a que este amor de Dios se manifieste a través de mí ser, que vaya desplegando mi capacidad de amar. Este amor ya no puede estar limitado, debe llegar a todos. La familia ha sido campo de entrenamiento para llegar a la gran Familia.  

En mi acercamiento a Dios, la relación se ha ido volviendo más sencilla, más transparente, con menos ruido interior, menos palabra, más simple, más contemplativa, de confianza, y de irme dejando transformar. 
 

En mi acercamiento a los otros tengo el deseo e intento vivir este despliegue desde una nueva apertura a la realidad y a la vida, y como mujer, contemplando y tomando a María como modelo.  

María, me invita a conocer y practicar sus valores y a inspirarme con sus actitudes:

. De disponibilidad, entrega, confianza y aceptación de Dios en la incertidumbre. De disposición a acoger la maternidad.
.  De dar luz a Jesús, dar luz a la luz. Para que cada uno de nosotros engendremos al Jesús que llevamos dentro, invitación que Dios también nos hace a todos nosotros.
.  De desprendimiento, cuando Jesús a los doce años se separa de sus padres para aparecer al cabo de tres días sentado en medio de los doctores.
.  De presencia, estar siempre. María aparece al principio y al final, en la boda de Caná y al pie de la cruz.
.  De guardar y meditar en su corazón todo lo que escuchaba y sentía, y así la palabra daba fruto en su vida y de aceptar silenciosamente situaciones que no comprendía.
. De servicio, estar atenta a las necesidades del ambiente que la rodeaba en cualquier campo de la vida. De crear a su alrededor un oasis de paz, de unión, de amor gratuito. 
.  De permanecer silenciosa junto a la cruz, con el dolor de madre.
. De ejercer otra maternidad en la comunidad, de ser madre de otro modo, en una relación nueva.

En definitiva, vivir la fe desde la disponibilidad de dejarse transformar una y otra vez por la llamada de Dios, desde abrirse a ese Amor que dilata nuestra existencia más allá de nosotros mismos, desde este Amor que da sentido a todo.

Cori de Dalmau
Mataró (Cataluña)

Atisbos




Imagen con un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión. 

12 de septiembre de 2013

Pliego nº 56

Santificar las fiestas

Unos mil años antes el nacimiento de Jesús de Nazaret, el pueblo de Israel estaba en esclavitud en Egipto. Los hebreos habían emigrado a este país a causa de la sequía,  así como hoy en día siguen habiendo personas que salen de su país porque sufren hambre.

En un primer tiempo fueron bien acogidos,  pero poco a poco, los egipcios empiezan a sentirse amenazados por esos extranjeros cada vez más numeroso y deciden  restringir su libertad, hasta llegar a tratarlos como esclavos. Dios ve la miseria de su pueblo e interviene.  El pueblo de Israel hace entonces la experiencia de la salida de Egipto, del pasaje de la esclavitud a la libertad.

Dejando Egipto atrás, dejando la esclavitud, descubren que vivir en libertad no es tan fácil. ¿Ahora dónde vamos? ¿Ahora qué hacemos? ¿Ahora cómo nos organizamos? La cifra bíblica de 40 años de camino hacia la libertad, muestra bien que hace falta tiempo... y que además el camino es árido: es pasar, atravesar, un desierto. Esa constatación no ha perdido actualidad. La actual primavera árabe  es un buen ejemplo: los pueblos se han liberado de una opresión, pero cuánto cuesta ponerse de acuerdo, cuánto cuesta organizarse, cuánto cuesta respetarse.... ¡Que complejo es aprender vivir en libertad!

Es en este contexto, de un pueblo que busca vivir en libertad, que Moisés recibe el Decálogo: Díez Palabras para vivir en libertad. Sería erróneo reducir los Díez Mandamientos a una lista de obligaciones e interdicciones. El tercer mandamiento, Santificar las fiestas, no puede reducirse a la prescripción de la participación a la eucaristía dominical.

De hecho, el origen de este mandamiento está en dos textos bíblicos que hablan del shabat. Se trata de dos maneras diferentes  de explicar el shabat.  En Deuteronomio. 5,15 hace referencia a hacer memoria de la esclavitud en Egipto. Este recuerdo es una invitación: no os dejéis esclavizar, ni esclavizad a nadie. El shabat es pues un tiempo de libertad. El texto de Éxodo 20, 9-11 hace referencia al descanso de Dios, el séptimo día de la creación. Con su descanso, Dios invita al hombre a descansar. En la cultura hebrea se suelen decir las cosas dos veces pero de diferente forma. En relación con el tercer mandamiento se podría decir: si no eres capaz de tomar tiempo para descansar, pues estás esclavizado.

Para los cristianos, el sábado ha sido sustituido por el domingo, porque éste es el día de la Resurrección de Cristo. Es considerado como el primero de todos los días y de todas las fiestas. Podríamos decir que es un día para aprender a vivir en resucitado.

Festejar el sábado es hacer el paso de la esclavitud a la libertad. Festejar el domingo es hacer el paso de la libertad a la resurrección. No se puede festejar el domingo, sin pasar por el sábado.

La Iglesia ha llegado a una formulación generalizada de "santificar las fiestas", que ya no se limita al shabat o al domingo, sino parece que se extiende a todas las fiestas, tanto las religiosas como civiles... Las fiestas, el domingo, el sábado y todos las demás son tiempos excelentes para experimentar y aprender a vivir en libertad.

Pauline Lodder
Ginebra (Suiza)


El don de la unidad en lo esencial: la experiencia del ecumenismo


Gracias a nuestra amiga Anna que me invitó a escribir nuestras "vivencias ecuménicas", he buscado por primera vez la etimología de la palabra Ecumenismo: viene del griego y significa que pertenece a toda la tierra habitada... ¿Y qué puede pertenecerle a toda la tierra habitada?

Somos una familia colombo-suiza que ha sido bendecida en la experiencia de vivir en otros lugares, otras culturas, otras costumbres. Y fuimos abundantemente bendecidos al encontrar la Comunidad Monástica Ecuménica de Taizé. Nací en un hogar católico en el  que "obras son amores y no buenas razones", "por sus frutos los conoceréis" es decir la Fé se vive, no se predica.. y esta vivencia me preparó para reconocer en "otros diferentes a mi" frutos de bien. Durante mi infancia y primera juventud mis experiencias "de los otros" fueron  muy pocas pues los más cercanos, primos y vecinos, teníamos las mismas prácticas religiosas y culturales y pasando el tiempo los encuentros se ampliaron enriqueciendo mi  experiencia de la diversidad, diversidad religiosa, social, cultural...

Reconocer la diferencia y valorarla es un gran don y  el gran regalo de Taizé fué vivenciar la unidad en la diversidad... ¿Qué puede darnos la Unidad en la diversidad?

Para responder a esta pregunta, un monje de Taizé nos dibujó una rueda de carreta en dónde las rectas que se dirigen hacia el centro representan las religiones y después de observar, concluyó: las maderas rectas que se dirigen hacia el centro no son las importantes, la importancia está en el centro, en lo escencial y a medida que cada recta está más cerca del centro ustedes pueden ver que la distancia entre una y otra recta disminuye!! Cuánto más cerca estamos de lo escencial, las diferencias entre nosotros disminuyen. Y así entonces podíamos reunirnos 4.000 o 5.000 personas de diferentes confesiones Cristianas en la Iglesia de la Reconciliación de Taizé y orar cantando a Nuestro Dios... Y a veces tal vez será la Gran Nostalgia de Unidad la que nos lleve a reunirnos con todos aquellos que no caminan con Cristo y también dan buenos frutos, porque tal vez esta búsqueda de Unidad le pertenece a toda la tierra habitada.

Y hoy el papa Francisco anima a toda la tierra habitada a continuar en esta búsqueda. En la audiencia del miércoles 4 de septiembre el papa invitó al mundo entero a unirse en una jornada de oración y ayuno  que se realizó el pasado sábado 7 de septiembre para pedir por la Paz:

"Invito
a toda la Iglesia
a otros hermanos cristianos
a los hermanos de otras religiones
y a los hombres y mujeres de buena voluntad
que quieran unirse en los lugares y en el modo propio
a este momento de oración por la Paz en Siria y en el mundo entero.
La Paz comienza en el corazón".

Que así sea.

María Rosario Henao
Bogotá (Colombia)


Atisbos



Imagen con un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión. 


12 de agosto de 2013

Pliego nº 55


Amar más que a la propia vida

Pensar y reflexionar alrededor del significado del cuarto mandamiento, pasa por rememorar, por vivenciar y ser consciente de lo vivido por uno mismo, por escuchar el resonar de un 'Honrarás al padre y a la madre', tantas veces recitado en la catequesis y no siempre asumido. Honrar padre y madre, o mejor dicho, amarlos porque somos fruto de su amor.

Más allá de la relación que, con el tiempo, nuestros progenitores mantengan entre ellos o con nosotros, todos somos hijos del encuentro entre nuestros padres. Una paternidad o maternidad que se traduce en un amor materno-filial o paterno-filial y que nos enraizará y forjará interiormente; nos hará crecer ofreciéndonos a la vida y  haciéndonos poseedores del amor más grande, del Amor con mayúsculas, el de aquellos que aman a los demás –a sus hijos- más que a su propia vida.

Honrar a aquellos que ejercen de progenitores significa, en un principio, tenerlos en consideración, admirarse de lo que han luchado en la vida y agradecer todo lo bueno que han hecho o pensaban que hacían por nosotros. Mientras crecemos, este honrar padre y madre se concreta en apreciar sus gestos, valorar su entrega y donación; obedecerlos en sus peticiones y respetarlas; escuchar sus palabras; prestar atención a su experiencia, a sus consejos y... ya en nuestra edad adulta, venerarlos y cuidarlos para que puedan seguir viviendo de forma humanamente digna y libre.

Si los hijos no honramos a nuestros padres, ni los cuidamos, nos separamos de la raíz que nos sostiene; y sin raíces no podremos crecer ni florecer. Es necesario poner atención a las experiencias y a la sabiduría de nuestros padres. Honrarlos equivale a participar de su sabiduría, ponerla en valor, alimentarnos de su experiencia. Todo esto tiene una estrecha conexión  con respetarse uno mismo. Así pues en Proverbios 13:1 se nos recuerda “El hijo sabio recibe el consejo del padre” . Es una bendición sentirnos colmados del amor de unos padres, pero ello no quiere decir creer  que todo lo hacen bien y justificar todos sus actos. Más bien, significa respetarlos y saber que al hacerlo nos respetamos a nosotros mismos  “Aquel que ni honra ni puede honrar a sus padres debe preguntarse: ¿te respetas y  te honras realmente a ti mismo y a tu vida?” (Radl, en Keller)

Como dice el Vaticano II, los hijos colaboran en el bien de los padres. Pio XII decía que los dolores de parto de una madre y de un padre duran toda la vida, porque una madre y un padre siempre sufren por sus hijos. De la misma forma, por el don recibido de la vida, en agradecimiento, los hijos debemos amar siempre a nuestros padres, como ellos hacen con nosotros en toda ocasión. Los padres saben que dan los hijos a la vida, y este desprendimiento no siempre es fácil, más bien crea incertidumbre y dudas, por este mismo motivo, los hijos debemos ser responsables de nuestros padres que nos aman tanto, que incluso nos dan la libertad para que podamos seguir nuestro propio camino, a sabiendas que a cada dificultad nos espera nuestro hogar familiar.

Debemos ser agradecidos con aquellos que nos han engendrado y educado. Como decíamos, quien no respeta  a sus ascendientes queda desarraigado y entonces difícilmente sabe de dónde viene y sabrá a dónde va. Porque solo se puede avanzar cuando se considera y se tiene presente el camino hecho y recorrido hasta el momento. En ellos descubrimos nuestra propia historia. Sin respeto a los padres no puede haber autoestima.

Y cuando nosotros mismos, en nuestra adultez nos convertimos en padres, en dadores de vida, en amor hecho carne hacia nuestros propios hijos, es cuando realmente comprendemos este mandamiento, esta encomienda… honrar, amar, respetar a los que nos han cuidado, educado, acompañado… a los que han jugado con nosotros, a los que nos contaron nuestro primer cuento y nos consolaron en nuestro dolor, a los que rieron a carcajadas con nosotros, a los que nos han mostrado el camino de la fe y la felicidad.

Anna-Bel Carbonell   
Barcelona (España)


Testimonio de fe


Podría decir que mi encuentro con el Alfredo Rubio es un "parte aguas" en mi vida, yo me había alejado de la religión y solo me dedicaba a ser profesional y pasar por la vida, hasta que conocí a su familia de fe. Y me invitaron a ir a España. Lo tomé como un respiro en mi vida tan vacía y tan falta de fe y confianza en Dios. 

Sentía que sería un lugar seguro, mi madre me enseño la religión católica y ella fue muy devota, pero con su muerte tan inesperada, mis creencias se volvieron reclamos y me alejé de todo lo que no me ayudo en ese momento, según mi criterio. Al llegar a España y conocer a Alfredo Rubio, que no me pedía nada, sólo la importancia de existir, cosa que no entendí en un comienzo. Escuchar sus pláticas y cuando me sugería acompañarlo a la eucaristía, él escuchaba con paciencia mis negativas y me decía: "sólo oye la homilía y te sales". Al no forzarme a nada, sólo a acompañarlo, hizo que mi cambio fuera paulatino. 

Me enseñó que Dios no es algo muerto, rígido, sin contexto, me enseñó que es algo que está dentro de nosotros, que tenemos que buscarlo, alimentarlo, encontrarlo y trasmitirlo. Cada día con él fue todo una experiencia. Me enseñó a perdonar, para salir adelante. Me explicó que muchas de mis percepciones, en determinados momentos eran distorsionadas por las emociones. Me enseñó a conocer nuevos horizontes, nuevas personas, a ver que todos somos parte de esta vida. Y a aceptar que cada uno es diferente. 

Abrió en mi una nueva etapa…. nunca lo vi como una persona mayor, porque desde el principio me quito el 'Usted' que es tan arraigado en mis costumbre, lo veía como una persona actual, dinámico, seguirle el ritmo era todo un reto, teniendo yo 27 años en aquel entonces. Me enseñó a reconocer las cosas importantes de la vida y dejar de lado las cosas tontas y sin significado. Me enseñó a conocer y esperar que Dios se comunicara conmigo, no como yo quería, sino sabiendo apreciar lo que se me iba dando. Cada momento con él lo he apreciado a lo largo de la vida. 

Yo siempre he tenido temor a idealizar a las personas y quitar los defectos. El en la etapa final de su vida me enseñó a verlo con todos sus miedos, con todos sus cambios de carácter, el reconocerlos y pedir disculpas, fue toda una enseñanza. Y que en esos momentos de tanto dolor y de tanta angustia, me preguntara como me sentía yo, o mi esposo o mis hijos..., fue una cosa nueva para mi, su humanidad en toda la expresión. 

Ver que se entregaba con fuerza, entereza y a la vez con debilidad física, sin olvidar su misión, que era enseñar con el ejemplo. Fue muy gratificante para mi. Y aun lo tengo, por decirlo así, tatuado en mi ser. 

Mi experiencia con Tante fue diferente. La cuidé en una época muy dolorosa para ella, y en un principio, logramos una gran armonía y me cautivó, pero su carácter fuerte, muy similar al mío, sin las mediaciones de la edad, hizo que yo me retirara de su lado, porque yo en mi vida personal fui muy agredida y a veces respondía con agresión, y nunca quise faltarle al respeto, por ello, creo que nunca la valoré en su contexto, porque en esa etapa de mi vida, mis heridas estaban aun abiertas. 

Mis hermanos en la fe, en especial José Luis, así lo entendió y me ayudó, teniendo en cuenta mis argumentos. Por ello lo más trascendental en mi vida, conviviendo con ellos, fue el contacto con Alfredo, que me dió lo que yo necesité en aquel momento y me devolvió la confianza en mi y la fe en Dios, la cual me ha ayudado a salir adelante, no digo que sin vacilaciones aún, pero si con más entereza. 

Con todo cariño y reconocimiento.

Bertha Covarrubias Manrique 
México 

Atisbos



Imagen con un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión. 


12 de julio de 2013

Pliego nº 54

No Matar, amar la vida!

Los mandamientos son un itinerario progresivo en el camino hacia una vida de mayor plenitud y libertad. El 5° mandamiento –no matarás- es el último de esta serie que hemos ido profundizando hasta ahora y que son un acicate para aprender a vivir en comunidad. El 4° mandamiento es como el puente entre estos cinco, orientados al prójimo y los tres últimos, referentes a Dios.

Probablemente muchos de nosotros pensamos que cumplimos a cabalidad con este quinto mandamiento, ¡no matarás! Sin embargo, hay aspectos que se desprenden de él y que quizás nos pasan desapercibidos. No se trata sólo de respetar la vida, la integridad física del prójimo sino de ser posibilitadores de que la vida en sus múltiples facetas pueda desarrollarse en paz y armonía.

Matamos la vida, cuando desprestigiamos la honra de una persona o de un grupo; cuando maldecimos, descalificamos o denigramos al otro; matamos la vida cuando ejercemos el poder y no permitimos que afloren iniciativas distintas a las que habíamos pensado; cuando pretendemos homogeneizar la realidad sin tomar en consideración la legítima pluralidad; matamos la vida cuando percibimos que el otro puede ser un peligro  -muchas veces imaginario- para nuestro status; matamos la vida cuando queremos imponer el pensamiento único; matamos la vida de millones de personas cuando somos “cómplices” de sistemas económicos que agrandan cada vez más la brecha entre ricos y pobres; matamos la vida una y mil veces más porque sentimos nuestra existencia constantemente en riesgo de ser desinstalada del escenario en el cual creemos ser actores principales. 


 
Para poder construir una vida que tome en cuenta la vida de todo ser viviente es necesario detenerse a percibir el milagro de la existencia. Contemplar el don que nos ha sido regalado. Existimos pudiendo no haber existido si cualquier hecho anterior a nuestro engendramiento hubiera sido distinto. Esta constatación que es, ante todo, un palpar, un percibir, un sentir, más que un raciocinio, es la roca sólida sobre la cual después cada persona construye su propia vida. Pero la roca de la existencia es común para todos. No hay diferencias. Esto nos une y nos ayuda a ver en el prójimo a un hermano en la existencia. Vemos en el otro no a un objeto de uso sino a una persona, a un legítimo tú. Cuando se llega a esa comunión con todo lo existente, es cuando podemos exclamar junto al Poverello de Asís, “hermano sol, hermana luna, hermano lobo, hermano fuego,… hermana Clara”.

Francisco de Asís vivió la fraternidad universal de un modo ejemplar que hoy día sigue siendo un faro de luz. El calentamiento global al cual está sometido actualmente el planeta con todos sus efectos negativos sobre el clima, la agricultura, el deshielo de los icebergs y casquetes polares, inundaciones, etc. no es más que el reflejo de la capacidad destructora del individualismo, buscando el propio beneficio a toda costa, sin importar los efectos perjudiciales que esto pueda causar en las generaciones presentes y futuras. Mientras para la cultura occidental, su acercamiento a los bienes de la tierra es a través de la explotación, en la cual se ve al mundo como una gran gasolinera donde se llega a llenar el estanque de combustible, sacando el máximo aprovechamiento posible, para las culturas andinas la tierra y el sustento que nos entrega tiene un valor que merece respeto, gratitud, ritual,… todo forma parte de una cosmovisión en que se toma muy en cuenta el valor sagrado de la vida. La tierra, la pachamama y lo que ella representa, merece un trato de respeto y cariño. Por ello, en el mundo andino se habla de “criar la vida”. Para el andino, el trabajo es más que una simple actividad productiva, para él es un culto religioso a la vida.

¿Cómo criamos la vida, cómo la amamos, cómo la desarrollamos…? Amar la vida, criar la vida, significa abrazar la realidad, lo que existe, incluso el dolor y el límite inherente al hecho de ser criaturas. El Dr. Alfredo Rubio decía que “para ser digno de amor, basta casi sólo con existir… con existir realmente” Amar toda la obra de Dios, hasta a uno mismo (tanto como a los demás), cuidando  la salud, alimentándose adecuadamente, sin excesos, un cuido sensato sin caer en un culto al ego.

Tenemos que aprender a contemplar. Quien contempla puede captar esos latidos de vida que en el bullicio y en el vértigo de la vida actual, nos pasan desapercibidos. Si fuéramos más contemplativos, admiraríamos y respetaríamos cada insignificante o minúscula partícula de vida. En un reciente mensaje del Papa Francisco en Twitter, señalaba que  “con la ‘cultura del descarte’ la vida humana no es considerada ya un valor fundamental que hay que respetar y tutelar”.

Somos creadores de vida  haciendo de esta vida un cielo, amando, atemperando odios, no buscando problemas inútiles…  viviendo la fraternidad existencial con toda criatura.

Lourdes Flavià Forcada
San Francisco de Chiu Chiu, 
Desierto de Atacama (Chile)

Camino de Santiago, ¿puerta abierta a la fe?




Aunque ya hace más de un año que no estoy cerca de aquellos que peregrinan hacia la ciudad compostelana, no puedo por menos que recordar con cariño muchos de los momentos compartidos en distintos albergues y caminos, como peregrina y como hospitalera.

Recuerdo especialmente un albergue en el que estuve de hospitalera 15 días, en un pequeño pueblo llamado Grañón, situado entre Burgos y Logroño. Es un lugar entrañable. Una antigua casa parroquial adaptada para acoger cada día a más de 40 peregrinos, y una pequeña capilla en la que cada noche compartíamos esa vida de Dios que llevamos dentro. Una luz tenue, algún pequeño texto, unos cantos cortos y repetitivos, un padre nuestro rezado en distintos idiomas, y el compartir lo que cada uno llevaba en el corazón, daban forma y expresión al don de la fe recibido.

También recuerdo un albergue situado bastante al principio del Camino Primitivo, en una aldea llamada Bodenaya, cerca de Oviedo. Era una casa particular que un chico madrileño, Alejandro, había decidido acondicionar para dar cabida a unos 18 peregrinos diarios. Aguardaba la casa una pequeña cruz de San Francisco de Asís que de forma discreta era puerta abierta a la trascendencia. Su forma de acoger, día a día a cada peregrino y el convivir diario con los hospitaleros que estábamos con él, hablaban sin palabras de esa opción de vida que es respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela.  Y así muchos lugares y momentos en los que Dios se hacía presente a través de las personas con las que iba caminando, o a las que iba acogiendo.

Pero también me vienen a la memoria momentos de profunda solitud, de duda, de flaqueza ante la dificultad, de incertidumbre, días en los que no eres capaz de reconocer el don recibido; instantes, situaciones o circunstancias de sufrimiento que en aquel momento rompen toda esperanza pero que también te ayudan a humildearte, a ahondar en tu ser, a reconocerte limitado, y a seguir descubriendo en Dios, a pesar de la oscuridad, la esencia del Amor.

El cultivo de nuestra fe requiere dos entornos que se dan con toda naturalidad en el Camino de Santiago. Por un lado los espacios de soledad y el silencio que este regala a cada peregrino, un tiempo para encontrarse consigo mismo, descalzarse y abrir el corazón a la gratuidad de Dios. Por otro un clima de convivencia estrecha entre aquellos que están caminando y coinciden día a día en los distintos albergues.

La fe es un acto personal pero no aislado. Nadie puede creer solo y nadie se ha dado la fe a sí mismo. Cada creyente es como un eslabón de una gran cadena y eso hace que yo no pueda creer sin ser sostenido por la fe de los otros y, a la vez, yo contribuya a sostener la suya. Es por eso necesaria esta convivencia para compartir aquello que poco a poco se va trabando entre uno y Dios.

Es pues, este itinerario milenario, una puerta abierta a la fe des del profundo respeto a la conciencia y la libertad de cada ser humano que por el transita.

Marta Miquel
Barcelona (España)

Atisbos



Imagen con un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión. 


12 de junio de 2013

Pliego nº 53

Amar con autenticidad

Proseguimos con la propuesta de re-mirar los 'mandamientos en clave positiva'. Si reanudamos esta visión desde el décimo mandamiento al primero, observamos que es como una escalada ascendente, hacia un llamado de integridad y santidad apropiado para todos los bautizados.

Recordemos los Mandamientos ya comentados en el artículo anterior por A. Alsina; el 10º nos solicita alegrarnos de que los demás tengan bienes y cualidades; el 9º que estemos complacidos, no sólo por lo que tienen, sino también de que puedan disfrutarlos; el 8º nos invita a dar testimonio, gozoso y positivo, de la presencia de los demás en nuestras vidas; y el 7º,  a compartir los bienes materiales que vamos teniendo, con los más necesitados.

El sexto mandato de la ley de Dios es otro peldaño de esta escalada ascendente en busca de una plenitud, cada vez con mayor profundidad y exigencia, pues a partir de este 6to. precepto las referencias son explícitas al ser de la persona.

Hasta ahora, acostumbrábamos a analizar, ver y leer este mandamiento en clave de prohibición: ‘no cometerás actos impuros’, ‘no fornicarás’, pero si los remiramos con ojos de magnanimidad y misericordia, ¿qué nos pide este mandato?  ¿Nos damos cuenta que nos invita a lo más genuino y supremo de la plenitud humana, a vivir instalados en el amor?

Al 6to. Mandamiento se le conocía como ‘no fornicarás’, y tiene una explicación lógica si nos remontamos al contexto histórico del Pueblo de Israel. Además del templo de Dios, construían otros templos a ídolos y dioses falsos que poseían a su alrededor pequeños prostíbulos para que las personas que adoraban los falsos dioses, terminaran de simbolizar su idolatría a través de relaciones sexuales con una de las prostitutas de esos tabernáculos. Fornicar era confirmar la adhesión a esos dioses.

Hoy podemos contextualizar este mandamiento examinándonos en lo siguiente:  ¿Fallamos en el amor a Dios y al prójimo, cómo? ¿Pretendemos alabar a Dios creador, sin estar contentos de lo que Él ha hecho -la creación misma y nuestro propio ser-? ¿Quizás vamos tras otros dioses, que actualmente tienen el rostro de la moda, el dinero, la supervaloración del tiempo; o el deseo de mayores riquezas, belleza física, inmortalidad, intereses egoístas?  ¿La adhesión a estos falsos dioses, la envolvemos en sutilezas y frivolidades para mantener adormecido nuestra propia conciencia?

Este mandamiento hace una referencia clara al amor a Dios y a los demás. San Juan nos dice: Cómo puedo decir ‘amo a Dios si odio al hermano’. Sería un mentiroso pues si no amo a mi hermano a quien veo, cómo puede amar a Dios, a quien no veo (cfr. 1Jn, 4, 20)

Dios que es Amor, está abierto a nuestro amor auténtico y reflejado en el amor al prójimo. Pero si malogramos nuestra capacidad de amar con actos hipócritas que no corresponden a un sincero afecto, estamos engañándonos y tergiversando este valor tan sublime. Y esto ocurre con frecuencia. Una muestra sería cuando ofrecemos una caricia seductora, llena de interés o de dinero pero vacía de amor sea hacia un amigo o a un desconocido, a un compañero o entre esposos. Toda expresión amorosa por leve y fugaz que sea, si no corresponde al  verdadero amor y a la legítima amistad, es una traición como el beso de Judas. Expresar falsedad en el afecto es una ofensa a Dios y a las personas, además de que deforma nuestra propia naturaleza humana.

Juan Pablo II afirmó que dentro del mismo matrimonio podía haber adulterio o violación cuando el esposo o la esposa tratan al otro como un objeto y no como una persona digna de amor, de respeto y libertad. La vida de pareja no es un carnet de licitud para hacer lo que uno quiera, sin amor.

Sí, este 6to mandamiento podemos verlo como una invitación al amor verdadero, sin engaños ni falsedades. Este amor nos estimula a ser  fieles, a la benevolencia, a la apertura hacia el otro, apreciándolo y potenciándolo tal y como es, como un auténtico bien en sí mismo.

El amor veraz y auténtico exige una respuesta consciente y voluntaria puesto que es una de las capacidades fundamentales que nortean a la persona; es por ello que debemos cultivarlo y acrecentarlo desde la propia libertad.  Pero el amor tiene múltiples matices y distintos modos de expresar su afecto,  tantos como relaciones humanas existen en el mundo: amor de esposos, de abuelos a nietos, de compañeros de trabajo, de amigos... Toda una gama con diferentes  manifestaciones externas que, deberían responder, ciertamente, a una verdad interior de afecto libre y voluntario.

Dicen la mayoría de los psicólogos que el amor es necesario para el ser humano; se necesita amar y ser amado, tanto a nivel personal como en el ámbito de lo social.  Por tanto, no debemos reducir esta gran capacidad a nivel de la familia o de los amigos; también deberíamos potenciar el afecto y la cordialidad en las otras relaciones interpersonales (sociales, políticas, culturales, lúdicas, laborales, etc.) y en las relaciones entre grupos de personas, según un modo y grado adecuado para cada caso.

¡Qué gran paradoja!  A pesar de que el amor es tan necesario para el individuo, no podemos exigirlo, no puede lograrse por coacción. Es decir, el derecho a ser amado aunque es inalienable a la persona no puede reclamarse: un individuo es amado en verdad por otro, sólo si éste lo quiere libremente.  Esto no lleva a expresar que el amor además de libre debe ser sabio, pues de lo contrario podría querer el mal para los demás y se convertiría en una fuerza con posibilidades destructivas.
   
Arrepintámonos, pues, de nuestras concupiscencias en el afecto ya que es una forma de hacer acciones impuras como engañar, mentir o  robar. Asimismo, es soberbia y menosprecio hacia este bien que consideramos tan alto y sublime; objeto, además, de un maravilloso mandamiento de Jesús: “Amaos los unos a los otros como el Padre me ama a mí y yo os amo a vosotros” (Cfr. Jn, 13, 34; 15,9)

Así, aliviados del peso del interés y el egoísmo, tendremos el coraje de vivir la benevolencia del amor a la que nos invita san Pablo en su  Primera carta a los Corintios cuando nos recuerda que, "El amor es paciente, es bondadoso; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante; no se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido; no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad (…). El amor nunca deja de ser" (cfr. 13, 4-13). 

Anna Maria Ollé
Santo Domingo (República Dominicana)

Vivir la Fe en África




Este pequeño resumen es fruto de unos 40 años de vivencias y experiencias con nativos de este lugar del mundo.

África es un continente inmenso, de una variedad notabilísima. Distinguiría varias zonas tanto en extensión geográfica como en riqueza humana: Norte (Sahara), África Negra (sur sahariano), el Sur y por otro lado, todos los litorales lógicamente tienen unas connotaciones comunes. Mi experiencia personal se localiza en el África negra o central, por la vertiente atlántica. Mayoritariamente viven la fe así.

La primera cuestión que nos ponemos es el significado de la palabra fe. La enciclopedia nos la define como "la creencia que se da a las cosas por la autoridad del que las dice o por la fama pública que tiene". Es muy común su aplicación a la religiosidad, más que al hecho natural de creer, o confiar en una persona o institución. Cuando entramos a una casa, inconscientemente creemos que el arquitecto la diseñó bien y los constructores la edificaron con responsabilidad, de lo contrario no entraríamos, etc. . 

En el caso que hoy consideramos, hablo de la vertiente trascendente de la fe, en este año que le dedica la iglesia católica. Es difícil hablar de este tema acertadamente cuando lo hacemos de una manera tan global. África es inmensa y por lo tanto es muy relativo lo que se pueda afirmar con certeza.

Existe un hecho natural en la persona y es la necesidad de creer en alguien más allá de lo que vemos y tocamos. Puede que sea por incultura, pero ordinariamente la persona parte de la base de que hay algo que lo supera.

El animismo es otro aspecto muy importante para los africanos y se basa principalmente en la pervivencia de los antepasados. La reverencia inmensa e incluso el culto a los ancestros, es algo muy arraigado en la naturaleza centroafricana, la proximidad física con el fallecido (a veces se entierran en la sala de estar), la presencia del difunto en su fotografía (ahora en occidente se empieza a valorar el derecho a la imagen), el nerviosismo cuando pasan por un cementerio, (a menudo cantan o hacen ruido para alejar los "malos espíritus"), la histeria colectiva en el momento de una defunción, etc .), hace que se considere que la vida del fallecido alargue. Esta creencia es impulsada por el brujo, que hace de vínculo entre los vivos y los muertos.

El diccionario nos dice: En África el animismo se encuentra en su versión más compleja y acabada, siendo así que incluye el concepto de Magara o fuerza vital universal, que conecta a todos los seres animados, así como la creencia en una relación estrecha entre las almas de los vivos y los muertos. En otros lugares el animismo es en cambio la creencia en que los objetos (como animales, herramientas y fenómenos naturales) son o poseen expresiones de vida inteligente.

Cuando aparece el cristianismo es recibido con los brazos abiertos por la población, a pesar de las reticencias que pueden existir por parte del brujo. Este puede considerar que le puede mermar la credibilidad y/o el "negocio". De todas maneras el indígena, aunque sea bautizado y confiese la fe en Jesucristo, no le desaparecerá la tendencia natural de creer en todo el mundo de los antepasados. Más bien cambiará el enfoque y entonces incluirá la contemplación del Ser Trascendente, Eterno, Creador y Generador de Cristo, como el existente desde siempre y para siempre. Actualmente es remarcable el incremento de conversiones a la manera de vivir y pensar que Jesús enseña.

José Luis Fernández
Barcelona (España)