12 de enero de 2011

Pliego nº 24..............................'2ª Etapa'


Tante entre nosotros
era ya ¡una grande fiesta!
y no sólo las Claraeulalias
la vivían gozosas,
también los Santiagueros
bien deseaban
participar en ella.

Tante, dócil, humilde, fuerte
-de aquella invisible, recóndita
fortaleza del alma-,
se dejaba llevar a cualquier parte
en total abandono y casi sin preguntas
confiando siempre, en vosotros
cual luz en el alba.

Y la hacíais andar hasta la mesa

sin que quisiera percatarse
que ¡era ella misma!
la mayor causante del festivo contento:
la que nos daba luz, la Paz y la Alegría
como la ofrece el sol levante.

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¿Y ahora?

Ahora la sabemos reclinada
a la vera del Padre en el Banquete
de la Dicha sin fin.
Y con vista y sonidos recobrados,
irá poniendo apodos a los Ángeles
que la sirvan alrededor.

Los llamará con nombres
que ella bien conoce:

Alberto, Antón Mª,
Edu, Ricardo,
Paco y Fernando, Alfonso,
Labarta, Lorenzo, Xavier
y el joven Abellán.

Y tantos, tantos otros,
que iban y volvían
cual rumorosos cangilones de suave noria
girando siempre en torno de ella.

(...y para los Arcángeles,
aquéllos dulces y rotundos nombres
de los mayores, de los "viejos",
-aprendidos ya antes de llegar-
incrustados a fuego en su memoria).


Alfredo Rubio de Castarlenas
Barcelona 1919 - 1996





















Él nos amó primero


La revelación nos dice que Dios es puro don y donación de sí mismo en gratitud. Nosotros, su imagen, hemos sido creados por pura gracia y, aún más, el Creador mismo existe en nosotros, en cada uno y en todos, en donación infinita. Esta es la gran novedad: somos don de Dios (Ef 2, 8) y Dios está en nosotros. “Jesús respondió: Si alguno me ama, guardará mi Palabra y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos moradas en él” (Jn 14, 23). Nuestra respuesta al Hijo de Dios, Jesucristo, nuestra fidelidad al devolver amor al Enviado de Dios, nos convierte en morada de la Trinidad Santa de Dios.

Toda la revelación cristiana es anuncio de la gratuidad, de aquello que se nos da pero que no se nos debe, que no puede ser exigido ni reclamado, sino que nos es dado por amor del Creador, gratuitamente por amor, por un don de amor y de misericordia. La revelación cristiana es un largo, profundo misterio de gratuidad. San Juan nos dice que Dios es amor (1Jn 4, 7ss) y, con esta sencilla expresión, reúne lo que Dios es en sí mismo y lo que es para nosotros. Dos noticias estrechamente ligadas entre sí: Dios es amor y nos ha amado primero, para que también nosotros supiéramos amar.

¿Por qué a nosotros?

Él es quien convida y quien salva, “Él nos ha salvado y nos ha llamado con una vocación santa” (2Tm 1, 9). ¿Qué más hemos de saber para estar convencidos de que hemos sido amados gratuitamente desde antes de que naciéramos?

Los santos se han hecho esta pregunta desde la más profunda efusión de su corazón, ¿Por qué a mí?, admirados y conmovidos al reconocer el exceso de la gratuidad de Dios. ¿Por qué a mí?, dice San Francisco y, según sus biógrafos, repetía en voz alta esta pregunta una y otra vez. ¿Por qué a mí?

El Dios que es Amor está más presente en nosotros que nosotros mismos, dirá San Agustín. Porque vive en nosotros, es el más esencial principio vital de nuestro ser personal. La novedad cristiana consiste en decir: los hombres y las mujeres somos hijos de Dios. Y toda la “buena nueva” del Evangelio queda expresada en esto: Dios salva entrando en comunión profunda con nuestra vida humana y, amándonos, nos hace capaces de amarnos los unos a los otros. Podemos conocer que vivimos en Dios y Él en nosotros, precisamente porque somos capaces de vivir en amor.

En el misterio de Cristo, la gratuidad de Dios encuentra su más grande expresión. Todo está centrado en Él y en Él todo se cumple. Cristo es, en verdad, la cima de la gratuidad de Dios y la plenitud del don.

En los Evangelios, las parábolas de Lucas, son un paradigma del inmenso, gratuito amor y perdón de Dios. La “buena nueva”, en estas narraciones, se da en forma de anuncio de los emocionantes hechos de su amor salvador, siempre más allá de nuestra pobre respuesta humana (Lc 15, 11-32).

La gracia, el don de Dios mismo, no es nunca una amenaza contra nuestra libertad, sino al contrario; es lo que la hace posible porque es, para nosotros, lo que puede hacernos más y más verdaderamente hombres/mujeres; lo indispensable para que el proceso de humanización de nuestra historia, llegue a su cumplimiento. Porque somos finitos y limitados, Dios inserta el infinito en nuestra contingencia. Por el potencial de libertad inscrito en nosotros, la finitud puede llegar al infinito.

Pero la expresión del don gratuito tiene una oposición muy precisa en el hombre/mujer y en la historia, un muro que se alza frente al don: el pecado. La tierra de Dios que somos nosotros, puede negarse a la amorosa sementera reivindicando una “libertad menor” (con palabras de San Agustín), por la cual nos enfrentamos a lo que nos vivifica. Esta “libertad menor” es el amor propio hasta el olvido culpable o el menosprecio de Dios, aquel replegarse sobre sí mismo en la actitud de cien busca ponerse a sí mismo en “primer plano” como punto de referencia de todo, rehusando el amor de Dios y el amor a los otros. Así no hay posibilidad de amar y percibir lo que es gratuito, porque nos cerramos a toda posibilidad de ser, también nosotros, gratuidad. Con todo y con eso, y desde su santidad, Teresa de Lissieux dirá que todo es gracia, incluso la caída del pecado, pues aquí es donde resplandece con mayor intensidad la misericordia de Dios. Y lo dirá en un estallido de agradecimiento, surgido de lo más íntimo del corazón. La experiencia vivida de los santos nos hace saber, de forma eminente, cómo puede llegar a ser de transformadora la vida de Dios en nosotros y cómo todos, los hombres y las mujeres, hemos sido pensados y proyectados desde el amor divino, para que también nosotros sepamos amar.

Manuela Pedra Pitar
Barcelona (España)

Del libro "30 vocablos para una nueva evangelización"
Edimurtra, 1996


Atisbos


Aquí se recoge escritos y pensamientos de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer a nuestros lectores un espacio de reflexión.

Son escritos y pensamientos algunos recogidos por ella y otros que forman parte del itinerario de su vida.

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Dios ama; Dios es pobre por lo tanto no tiene nada suyo, salvo su amor y su amor es don, participación, desprendimiento, despojamiento.”


“Obrar para Dios: es ir para el Ser infinito que existe en nuestro prójimo (dar mi nota en el concierto universal).
El alma humilde se liberta de la obsesión de sí mismo, respeta los derechos de Dios, haciendo de ellos la norma de su conducta.
“Todo aquello que no fue plantado por mi Padre, será arrancado” (Mt 15,13).
Cristo dice “Por los frutos conoceréis el árbol”.
Mi humildad puede ser pura apariencia y mis sentimientos postizos. La verdadera inspira calma y resignación.
La humildad es la sal que preserva de la corrupción (San Jerónimo).
La humildad es la luz que disipa las ilusiones -el orgullo ciega-
La razón de ser de la humildad se halla también en nuestras faltas y en nuestra insignificancia con respecto a Dios y a los santos.”