12 de julio de 2013

Camino de Santiago, ¿puerta abierta a la fe?




Aunque ya hace más de un año que no estoy cerca de aquellos que peregrinan hacia la ciudad compostelana, no puedo por menos que recordar con cariño muchos de los momentos compartidos en distintos albergues y caminos, como peregrina y como hospitalera.

Recuerdo especialmente un albergue en el que estuve de hospitalera 15 días, en un pequeño pueblo llamado Grañón, situado entre Burgos y Logroño. Es un lugar entrañable. Una antigua casa parroquial adaptada para acoger cada día a más de 40 peregrinos, y una pequeña capilla en la que cada noche compartíamos esa vida de Dios que llevamos dentro. Una luz tenue, algún pequeño texto, unos cantos cortos y repetitivos, un padre nuestro rezado en distintos idiomas, y el compartir lo que cada uno llevaba en el corazón, daban forma y expresión al don de la fe recibido.

También recuerdo un albergue situado bastante al principio del Camino Primitivo, en una aldea llamada Bodenaya, cerca de Oviedo. Era una casa particular que un chico madrileño, Alejandro, había decidido acondicionar para dar cabida a unos 18 peregrinos diarios. Aguardaba la casa una pequeña cruz de San Francisco de Asís que de forma discreta era puerta abierta a la trascendencia. Su forma de acoger, día a día a cada peregrino y el convivir diario con los hospitaleros que estábamos con él, hablaban sin palabras de esa opción de vida que es respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela.  Y así muchos lugares y momentos en los que Dios se hacía presente a través de las personas con las que iba caminando, o a las que iba acogiendo.

Pero también me vienen a la memoria momentos de profunda solitud, de duda, de flaqueza ante la dificultad, de incertidumbre, días en los que no eres capaz de reconocer el don recibido; instantes, situaciones o circunstancias de sufrimiento que en aquel momento rompen toda esperanza pero que también te ayudan a humildearte, a ahondar en tu ser, a reconocerte limitado, y a seguir descubriendo en Dios, a pesar de la oscuridad, la esencia del Amor.

El cultivo de nuestra fe requiere dos entornos que se dan con toda naturalidad en el Camino de Santiago. Por un lado los espacios de soledad y el silencio que este regala a cada peregrino, un tiempo para encontrarse consigo mismo, descalzarse y abrir el corazón a la gratuidad de Dios. Por otro un clima de convivencia estrecha entre aquellos que están caminando y coinciden día a día en los distintos albergues.

La fe es un acto personal pero no aislado. Nadie puede creer solo y nadie se ha dado la fe a sí mismo. Cada creyente es como un eslabón de una gran cadena y eso hace que yo no pueda creer sin ser sostenido por la fe de los otros y, a la vez, yo contribuya a sostener la suya. Es por eso necesaria esta convivencia para compartir aquello que poco a poco se va trabando entre uno y Dios.

Es pues, este itinerario milenario, una puerta abierta a la fe des del profundo respeto a la conciencia y la libertad de cada ser humano que por el transita.

Marta Miquel
Barcelona (España)

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