12 de marzo de 2009

Pliego nº 2 .................................'2ª Etapa'


Hora es llegada

Cristo, Nuevo Adán, Padre de todos los redimidos, Cabeza de todo el Cuerpo Místico, es el Esposo de la Iglesia.

De esta Iglesia que nace de su Costado, cuando estaba adormecido por la muerte en Cruz.

Y la Iglesia, por ser la Esposa de Cristo, es Madre nuestra, de todos los fieles. Este místico desposorio es causa, fuente y origen del Sacramento del Matrimonio; de que todo desposorio entre cristianos esté, precisamente, elevado al Orden sobrenatural. Es paradigma y ejemplo para toda familia cristiana.

Y, naturalmente, el Matrimonio que mejor siguió en todo, este ejemplo fue el de José y María; el más grande, el más “cristiano” de todos los siglos.

No me objeten que este maridaje no puede ser fruto del de Cristo y la iglesia, porque es anterior en el tiempo. También la Eucaristía que Jesús celebró el Jueves Santo fue anterior al Calvario y, sin embargo, fue fruto —“renovación”— de este único y eterno Sacrificio. Y por realizarlo Cristo mismo en el altar de la Mesa Pascual, es la más excelente Misa dicha.

Así, pues, el virginal matrimonio de José y María, que está dentro del orden hipostático, realizado por el Espíritu de Dios y para Cristo, es el más excelente y fruto primero del desposorio de Cristo y la iglesia.

Es, por tanto, San José la imagen viviente más perfecta de Cristo-Esposo, de Cristo-Padre. Y María la más alta y pura de la Iglesia-Esposa, de la Iglesia Madre. Por ello el Santo es Patriarca de la Iglesia; el que lo fue de Cristo, lo es de todo el cuerpo místico. Y por ello igualmente María es Madre de la Iglesia; ella que dio a luz a la Luz, es Madre de todos los místicos miembros de su Hijo divino.

A San José, para tan alto oficio, por ser Cabeza de María, de esa Sagrada Familia y de toda la gran familia de los redimidos, desde esta patriarcalidad en que Dios Padre le puso, le “conviene” ser inmaculado. Dios podía hacerlo y sin duda lo hizo. El “Justo” le llama la Sagrada Escritura con la misma inspiración que denomina a la Virgen —de una manera pasiva y por ello femenina— la “llena de Gracia”. San José es el Justo por antonomasia. Justicia y plenitud que ambos tienen por estar tan entrañablemente unidos al Misterio de Jesús.

Y por ser Cabeza nuestro Patriarca, está resucitado y asumido en los Cielos. El Nuevo Testamento nos cuenta que cuando resucitó Jesús, mucho santos salieron de sus tumbas, se aparecieron a sus viudas y deudos y fueron el cortejo que acompañó a Jesús en su entrada en el cielo.

¿Cómo no iba a resucitar el que era cabeza de esos santos resucitados, precisamente su Patriarca?

¿Cómo van a estar en el Paraíso Cristo y María sin San José cuando en la tierra estuvieron siempre juntos y sometidos a él?

¿Cómo va a estar Cristo sentado a la diestra de Dios Padre sin tener junto a Sí al que en su vida humana fue el representante y la más pura y abnegada imagen de su Padre en los Cielos?

¡Oh Santísimo Padre virginal de Jesús! ¡Con qué delicada deferencia en tu paso por la tierra quisiste huir por salvar el honor de María! Con qué redoblada deferencia has querido, en la Historia de la Iglesia, quedará en un segundo plano, hasta que tuviera bien clara —dogmática— la virginal maternidad de tu Esposa! Eso decía ya San Gregorio Nazianceno, allá en el siglo IV.

Pero hora es llegada de que se hable del tu capitalidad, de tus prerrogativas y privilegios que, lejos de ensombrecer los de María, son su gloria y su compleción.

Alfredo Rubio de Castarlenas (1919-1996)

Este artículo fue publicado en la revista “Apostolado Sacerdotal, revista para el clero y sus cooperadores, publicada por la comisión de prensa de la Archidiócesis de Barcelona”, Nº 231-232, página 56, en el año 1966.

Adulto nuevo, nuevo Adán


A menudo soñamos cómo deberían ser las diferentes etapas evolutivas de la persona humana: infancia, ancianidad...; incluso grupos sociales que puntualmente nos preocupan y ocupan. Sin embargo, quizá una de las etapas que pasan más desapercibidas es la adultez. Nos acercamos hoy a esta adultez tratando de diseñar un nuevo adulto próximo a ese nuevo Adán. En definitiva, al mismo Jesús.

Como San Pablo buscamos este personaje de un adulto firme y equilibrado en el llamado hombre nuevo. En Jesús encontramos representado, no sólo un modelo de vida que quisiéramos para nosotros, que también, sino a su vez unos ejemplos de valores, de creencias, de sentimientos. A menudo hemos identificado el personaje de Jesús con una mezcla de Dios y hombre, de divinidad y humanidad, que nos lo hace menos imitable en tanto que divino.

Pisando con los pies en el suelo, podemos hallar en él muchos rasgos bien humanos que nos lo hacen un modelo real y posible. Expresiones como su llanto y su risa, su estima y su enojo… nos hacen a Jesús más próximo. Si por las actitudes y conductas estos referentes posibles nos parecen válidos, también lo serán por creíbles en función de la proximidad de sentimientos y emociones que nos transmiten. Las lágrimas por su amigo Lázaro, la perplejidad y oscuridad en Getsemaní, el sentimiento de abandono, el dolor ante la traición del amigo, la necesidad de descanso al otro lado del río cuando la multitud le busca con ansia... son actitudes, pero también sentimientos, que nos acercan a una adultez más real y posible.

Así, algunos optamos por este referente, un modelo de adultez posible, entregada y real, con capacidad de decisión propia, y en unión y comunión con el Padre. Pero una unidad que preserva la identidad, que no empequeñece sino que acrecienta, que no resta autonomía ni responsabilidad ante lo que hacemos y lo que nos hacemos los unos a los otros, ante las decisiones que tomamos, porque... a pesar de la voluntad de seguir un estilo, el estilo de Jesús, las actitudes de vida son nuestras, desde la voluntad y el deseo. No fuera que, bajo el pretexto de seguir una guía, excusáramos en ella toda conducta restando responsabilidad nuestra.

¡Qué gran posibilidad la de ser adultos con un referente que no nos resta ni un pedazo de responsabilidad, ni un pedazo de autonomía, ni una pizca de unidad y comunión preservando la identidad! Porque, al fin y al cabo, identidad adulta y unidad son compatibles.

Marta Burguet Arfelis
España

Estas poéticas palabras de Alfredo Rubio nos invitan a soñar en ese nuevo adulto que hace mención Marta Burguet en su artículo “Adulto Nuevo, Nuevo Adán":


El adulto posible que soñamos,
no ha matado, soberbio, el niño que era.
No ha quedado, tampoco, entretenido
en hilos infantiles que le frenan.

El adulto armonioso que soñamos,
en su esplendor, ni olvida ni desprecia
al viejo que será en adelante.
Ahora ya con ternura lo alimenta.

El adulto riente que soñamos,
no marcha en soledad por la existencia,
Da la mano a su infancia y su vejez;
¡fecundo al intercambio de experiencias!

El adulto integrado que soñamos,
es a la vez la suma y diferencia
de ese niño y anciano bien crecidos,
nada rivales que a servirse juegan.

El adulto gozoso que soñamos,
contempla adelante y hacia fuera
y ama al mundo, a la gente y a las flores,
al amigo, al buen Dios y a las estrellas.

El adulto irisado que soñamos
saca siempre de sí sorpresas nuevas.
Convierte infatigable en realidades
su sonora cascada de potencias.

El adulto perfecto que soñamos
Nos parece lejano cual estrella.
Pero es cierto también que cada uno
de nosotros un día ser quisiera.

Atisbos


Aquí se recoge escritos y pensamientos de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer a nuestros lectores un espacio de reflexión.

Son escritos y pensamientos algunos recogidos por ella y otros que forman parte del itinerario de su vida.

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“Hacer sin precipitación la tarea de la jornada”

“Pensar en los demás antes que en nosotros. Podremos ser pacientes, si sabemos callar y sabemos esperar”

“Señor, dame la fuerza para hacer lo que me pedirás y después pídeme lo que quieras”