12 de diciembre de 2020

Pliego nº 143

 Sociedades de Acogida

En la mayoría de países, en pocas décadas, hemos pasado de tener una sociedad monoreligiosa, monoétnica y monocultural, a tener unas convivencias multiétnicas, plurireligiosas, multiculturales y plurilingües. Esto ha generado no pocas dificultades y tensiones a la hora de organizar la convivencia social.

Las entidades e instituciones —tanto públicas como privadas— que desde hace décadas trabajan para mejorar el «aterrizaje» de inmigrantes en los países desarrollados, hace tiempo que nos lo avisan: la inmigración no se puede tratar unilateralmente, como si se tratara de un problema de las personas inmigrantes, que nada tuviera que ver con las sociedades a las que llegan. Hay que buscar vías de solución a las complejidades que plantea desde el conjunto de la sociedad.

Ante el crecimiento del fenómeno migratorio, el reto de las ciudades de acogida es su inclusión. ¿Qué aporta de novedad este concepto de inclusión? por un lado el respeto a la idiosincrasia propia de cada persona; y por otro, el entrar a formar parte de la sociedad de acogida de manera plena, asumiendo los derechos y deberes que en ella se viven.  Y en este doble movimiento está el reto para todos nosotros: hemos de ser conscientes de que la inclusión de las personas migrantes en la sociedad de acogida, no es un asunto que compete solamente a los servicios sociales o profesionales de la salud, sino que es necesaria la involucración de toda la sociedad en este proceso, y esto nos implica a todos.


 

Pero vivimos en una sociedad tremendamente cómoda. Muchos no quieren que las cosas cambien, vivimos instalados en un país desarrollado, con un nivel de bienestar elevado, al que no estamos dispuestos a renunciar.  Aunque aparentemente manifestemos que deseamos una buena convivencia social, una paz social y una convivencia armónica, lo deseamos siempre y cuando esto no repercuta en nuestra manera de vivir. Y aunque reconozcamos que la injusticia, la pobreza, el subdesarrollo, la marginación y la escasez de recursos imposibilitan realmente la paz, no estamos dispuestos a renunciar a nada para erradicarlos.

Y una vez superado este inmovilismo no exento de pereza y lentitud para el cambio —tanto más lento, cuanto más directamente afecta a nuestra comodidad—, todavía tenemos que superar obstáculos. Me gustaría señalar aquí uno de los obstáculos más complejos de superar, por lo escondido que queda —su motivo, que no su efecto—. Los resentimientos históricos: que son armas mortíferas para la convivencia social. Y actúan de forma tan demoledora como las minas anti-persona; pues no se ven, pero sus efectos son devastadores para las personas y para la convivencia social.  

 «Reunid a unos cuantos chiquillos a jugar; cuanto más pequeños más claro se ve la situación. Es fácil verlos en cualquier parque de una gran ciudad. No tienen prejuicios entre sí. Uno es negro, el otro albino, otro del sudeste asiático, algunos de padres mejor situados, otros de muy recién llegados y aún sin trabajo... Juegan, ríen, se pelean a veces, hacen las paces. Se quieren, son amigos. Sin embargo pronto vendrá el que en las escuelas les enseñarán Historia. Sabrán que los blancos colonizaron a los negros. Que hubo esclavitud. Que hay ideologías irreconciliables. Que Asia muere a veces de hambre. Y empezarán a mirarse con recelo. Sentirán cada uno como si en sus pequeños hombros cayese una pesada herencia de sus respectivos antepasados.

Empezarán a distanciarse unos de otros; a sentir resentimientos mutuos y quizás hasta odiarse y desear vengarse en sus antiguos amiguitos, de las injusticias recibidas en sus pueblos o razas...

¿vale la pena enseñarles historia para esto? ¿habrá que dejarles sin cultura entonces?

¿es verdadera cultura hacer pagar a los hijos las culpas de los padres?»[1]

 

El punto I de la Carta de la Paz dirigida a la ONU dice: «los contemporáneos no tenemos ninguna culpa de los males acaecidos en la Historia, por la sencilla razón de que no existíamos». La convivencia social en este siglo XXI, es indudablemente pluricultural, multiétnica y multireligiosa. Si esta convivencia deseamos que se desarrolle en paz, hemos de contribuir a construir hombres y mujeres que formen familias y grupos sociales armónicos, que no queden atrapados en prejuicios estériles ni en resentimientos históricos absurdos. Personas y sociedades que, libres de culpas históricas, puedan construir un mundo más solidario y justo; no desde la insatisfacción y la culpabilidad, sino desde el gozo y la alegría de su condición de seres humanos.

Se trata de que las nuevas generaciones acepten y asuman con madurez y alegría que nadie tiene un currículum existencial totalmente limpio, que en su origen y posterior desarrollo hubo acontecimientos injustos que incluso provocaron guerras y pobreza. Los culpables ya no existen. Es tarea de todos, libres de resentimientos, trabajar juntos para arreglar las consecuencias actuales de esas injusticias pasadas.

 

Maria Aguilera

 



[1] RUBIO, A. 22 Historias Clínicas –progresivas- de Realismo Existencial. Barcelona, 1985. pág. 117-118 

 

 

Atisbo

 

Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.

En Clave de 'Ser' - La Ternura

 

En Clave de Ser, un montaje radial, elaborado por el equipo del Espacio Dolores Bigourdan, para ayudar a la meditación y la reflexión.

 

12 de noviembre de 2020

Pliego nº 142

 

Alegría a través del sufrimiento y la muerte

 

Todos vivimos momentos de crisis i de oportunidades. El crecimiento pasa a través de distintos procesos de muerte y de resurrección, lo que parece ser tumba resulta ser matriz y útero de un nuevo nacimiento. El sufrimiento, la enfermedad, cualquier pérdida y el proceso de la misma muerte son oportunidades de encuentro consigo mismo, con los demás y con lo que nos trasciende, y nos permite experimentar lo que somos en nuestra profundidad. Todos tenemos un anhelo inagotable de plenitud y felicidad. 

 

La muerte forma parte de la vida. No es un fracaso, sino una ocasión de despertar. 

 

La muerte es un misterio. Según las tradiciones espirituales, la muerte es solo el cese de una forma de existir y el paso o la transformación de aquel ser a otra dimensión. Esa otra dimensión es la Realidad: el origen y destino de nuestra existencia. Venimos de Dios, del Absoluto y regresamos a Él.

 

Morir supone un arduo trabajo psicológico, social y espiritual. Mientras que la dimensión contingente de la persona denominada ego, i que es la causa en gran parte del sufrimiento, va a desaparecer aceptando conscientemente el mismo sufrimiento, la dimensión trascendente, nuestro verdadero ser, puede emerger dentro de la crisis

 

A través pues, del sufrimiento, aceptándolo y trascendiéndolo puede producirse una apertura a un espacio de unión, con una realidad que le supera, desde donde emerge una nueva conciencia, más allá del sentido personal del yo, basada en la conexión con el Ser. 

 

En el itinerario de trascendencia del sufrimiento se reconocen 3 etapas:   

 

. Una etapa de “pérdidas”. Etapa de lucha que engloba la negación, la ira, la negociación, la depresión.  El miedo a perder lo que consideramos nuestra identidad, nuestro ego.

. Posteriormente se llega a una fase de rendición” que podríamos traducir como aceptación, entrega, soltar, dejar de luchar, no como derrota sino como entrega a una fuerza mayor que no depende de uno mismo. Junto con la aceptación del dolor crece una alegría profunda.

.  I finalmente cuando se ha hecho esta entrega la persona entra en un nuevo espacio de conciencia llamado “trascendencia”. Más allá de mí mismo, de mis límites. Un espacio de comprensión, de maduración, de nueva identidad, de serenidad, de gozo, de amor, de gratitud, de confianza, de alegría, de paz interior. Esa es la paz de Dios. 

 


Jesús crucificado es la imagen de lo que acabamos de exponer, i en el mismo Jesús vemos que la cruz no es para quedarse en ella. Jesús en Getsemaní recibió la fuerza interior para darse totalmente, vaciándose de sí mismo. No le fueron ahorradas las etapas comunes que vivimos los humanos: rebelión, negociación, depresión i finalmente rendición. Sabía que sólo rindiendo el yo, aunque lo llevaría a la muerte, podría nacer lo que es nuevo. Jesús escucho la realidad en lugar de huir, la afronto sin revelarse, se entregó renunciando a su propia voluntad. Esta entrega es lo que permite que Getsemaní se pueda convertir en la Alegría del Reino. Jesús entregándose a sí mismo entrego su espíritu.

 

El silencio de Dios en la cruz es su suprema manifestación, sosteniéndolo todo. “¿Padre, porque me has abandonado?” La respuesta es la resurrección, esta vida nueva, aunque antes hemos de morir a lo viejo. Todo está llamado a resucitar. El evento Pascual nos desvela que la vida vivida como donación atraviesa la muerte abriendo una forma nueva de existencia. De esta vida entregada brota la alegría.

 

La alegría auténtica de la vida se da con el desprendimiento. Sólo rindiéndonos, abandonándonos del todo podemos acceder a otra manera de ser i vivir que está más allá de nuestra autorreferencia, del yo. Por esto hemos de aceptar nuestras muertes. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto”. Esto nos abre las puertas a la Vida. Ir de la oscuridad de la pérdida a la apertura y a la alegría infinita.

 

Cori de Dalmau
Mataró

 

Atisbo

 


Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.

 

En Clave de 'Ser' - La Magnanimidad

 

  

En Clave de Ser, un montaje radial, elaborado por el equipo del Espacio Dolores Bigourdan, para ayudar a la meditación y la reflexión. 


12 de octubre de 2020

Pliego nº 141

  

O alegría, ¿quién eres?

 ¿Quién no ha experimentado nunca, aunque sea en la fugacidad de un instante, la sorprendente irrupción de una alegría inesperada, inmerecida, incomprensible? ¿Una alegría que queremos guardar ardientemente, retenerla para que no se vaya furtivamente de la misma forma que apareció? En ese momento quien no le quiere preguntar: “¿Quién eres? ¿De dónde vienes?”.

Ser cristiano: ¡un exceso de alegría!

Dominique Ponnau, en su hermoso libro La gratitud, dice que “el cristianismo es la religión de aquellos (¡y aquellas!) que después de que hubieran conocido un día un exceso de alegría, y habiendo degustado plenamente “la alegría frágil e imperecedera de haber nacido”, sintieron la irreprimible necesidad de agradecerla” (p. 12). La alegría está aquí relacionada con una íntima participación en el milagro de existir, y quizá también lo está al milagro de sentirse vivo de otra forma, de vivir una vida diferente. ¿No guardaba Nicodemo este deseo en su corazón desde que le preguntó a Jesús cómo puede nacer un hombre siendo viejo? (Jn 3,4).

 



¿Qué has hecho de mi alegría?

Quizá necesitamos escuchar y re-escuchar la voz de Dios que nos despierte preguntándonos: “¿Qué has hecho de tu alegría?”, o mejor aún, “¿Qué has hecho de mi alegría?”.

 

Ciertamente, es “Su alegría” la que se nos prometió y dio, no una alegría fruto de una construcción o de una conquista meramente humana.

 

Es lo que Jesús ofrece como confidencia a sus discípulos –desde entonces convertidos en sus amigos–, en un momento crucial de su vida, poco antes de que lo arrestasen: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.” (Jn 15,9-11).

 

Entra en el gozo de tu señor” (Mt 25,23) escuchamos que se le dice a aquel que fue fiel en lo poco que se le confió.

 

La alegría que nos sorprende al ponernos en el mundo, es aquella que nos espera con los brazos abiertos al final de una vida después de haber hecho lo mejor que hemos sabido.

 

Resplandor de Pascua

El Evangelio de Lucas es, de una punta a la otra, un himno a la alegría. Un himno que empieza con la alegría de María que se pone en pie de un salto, tanto en movimiento como en palabras, después de su sí; su disponibilidad a una maternidad inaudita es total; y desemboca en la travesía del desespero de los discípulos de Emaús y en la experiencia de la presencia del Resucitado que hace arder los corazones atribulados.

 

En el Evangelio, y especialmente en las bienaventuranzas, la alegría surge en el corazón del infortunio, es un anticipo de la Vida más fuerte que la muerte, la traza que el Eterno ha inscrito en el tiempo, la presencia de lo Invisible en lo visible, de lo infinitamente grande en lo más pequeño. 

 

El canto de la curruca zarcera

Si un día esta alegría nos traspasa, si nos visita, continuará grabada en nuestra memoria incluso en los momentos de dolor, de duda, de llanto. Entonces comprenderemos que no podemos ser cristianos por costumbre, para tranquilizarnos, para consolarnos o para dar sentido a la vida, sino que, como decía Domique Ponnau en el libro citado anteriormente, somos cristianos “como la curruca zarcera canta: ni el cristiano ni la curruca tienen opción, tienen que decir cuál es su alegría” (p. 12)   

 


Federica Cogo
Italia


Atisbo

 


Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.

 

En Clave de 'Ser' - La bondad de Jesús

 .

 

 En Clave de Ser, un montaje radial, elaborado por el equipo del Espacio Dolores Bigourdan, para ayudar a la meditación y la reflexión. 


12 de septiembre de 2020

Pliego nº 140

 

¿Qué pueden tener de nexo la alegría y la capacidad de asombro, de sorpresa?

Al detenerme a considerar el tema propuesto, primero intento comprender qué es el asombro, para luego vincularlo con la alegría… lo cierto es que para lograr vincularlo se hace necesaria la reflexión, ya no del término en sí, sino del concepto que entraña asombrarse y de cómo esta capacidad nuestra evoluciona en nuestro interior, hasta llevarnos, incluso, a la alegría más íntima.

El asombro no se logra, no se alcanza con las propias fuerzas, intentar algo así pasaría a entrañar un engaño. No, el asombro es una realidad humana que nace en el interior y que traspasa, incluso, nuestro cuerpo para llegar a tener lugar en la expresión corporal y que solo se expresa ante la sorpresa de algo inesperado, lo bello, lo curioso, lo sorpresivo, lo simple -ya sabemos- como una bella puesta de sol, la recepción de un regalo o la visita inesperada de un buen amigo…

No obstante, también las experiencias triviales, incluso las vivencias negativas pueden causar que nos asombremos ante hechos ocurridos a nuestro alrededor o lejos de nuestra realidad como, por ejemplo, distintas acciones violentas de cualquier índole que, desafortunadamente, estamos tan habituados a conocer o, en un terreno más cotidiano, nuestra propia forma de ser que tantas veces nos desconcierta hasta a nosotros mismos.

Introduzco de esta forma para dar a entender que la posibilidad humana de sorprendernos es eso, una cualidad de nuestro ser, pero no necesariamente relacionada solo con lo que consideramos bueno, amable, bello, ¿cómo, entonces, relacionamos esa capacidad de asombro nuestra con la alegría si tanto lo bueno como lo malo nos puede sorprender y, es más, lo que sorprende a unos nos necesariamente provoca el mismo sentir a otros?

Una respuesta posible es que cuando lo que sorprende al ser humano es recibido por un corazón agradecido, humilde y vaciado de lo superfluo, siempre podrá alegrarse de la paz que ello le provoca.

Es la paz el vehículo que lleva del asombro a la alegría, desarrollando en nosotros una capacidad de  asombrarnos ante la vida que pasa ante nuestros ojos con todo su devenir, con todo lo que conlleva de sufrimiento y también de gozo y que es, en definitiva, lo que la hace digna de vivirse con admiración.

Santa Teresa solía decir que todo era “amar y costumbre”

A este propósito también podemos aplicar ese principio.

El ser humano desarrolla la capacidad de asombro -como otras virtudes- a fuerza de repetir su práctica y, a mi parecer, es propia del pobre de espíritu, del que teniendo mucho, poco o nada está abierto a recibir con el corazón vaciado de vanidad, el estímulo que le provoca tanto lo ignoto como lo conocido, incluso,  lo reconocido como si fuera un niño, una niña que vuelve a aprender una y otra vez de lo que sucede en su interior, de lo que siente, piensa, experimenta.

Lo mejor de todo es que podemos compartirlo con otros… quien se sorprende, admira; quien admira, contempla; quien contempla se deja compenetrar del misterio de lo natural y lo sobrenatural, ante el cual solo cabe “acurrucarse” y entrar en él descalzo de todo desamor, pues se pisa terreno sagrado. La razón sola no es suficiente para desentrañar el misterio amoroso de nuestra existencia. En ello nos auxilia nuestra capacidad de asombro, que es la rendija por donde se cuela la alegría de ser parte de un todo con otros, con Otro.

La capacidad de asombro es la expresión, incluso corporal, de la profundidad de la vida, capaz de otorgarle sentido aun a lo más inesperado.

¡Qué necesario y vital es reaprender a asombrarnos! Es como si tuviéramos que quitarnos un velo e los ojos, de los oídos, de la sensibilidad. Y simplemente sentirnos existir… ¡con pasmo! (Alfredo Rubio de Castarlenas)

Soledad Mateluna
Santiago de Chile

Atisbo

 


 Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.

 

En Clave de 'Ser' - La Poda




En Clave de Ser, un montaje radial, elaborado por el equipo del Espacio Dolores Bigourdan, para ayudar a la meditación y la reflexión. 


12 de agosto de 2020

Pliego nº 139

Invitación 

Hace pocos días que Pere Casaldáliga obispo de una Prelatura de la Amazonía durante cuarenta años, nacido en la provincia de Barcelona, moría a los 92 años. En su legado de reflexión nos deja muchos tesoros. Entre ellos, “La última pregunta”: 

“Al final del camino me dirán: —¿Has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres.” 

 

Quién sabe si a Casaldáliga al final del camino le han preguntado... 

La invitación, pero, es formular la pregunta en cualquier momento de nuestra vida, en este momento mismo… ¿estoy viviendo? ¿estoy amando? Si en silencio, sin decir nada, abro mi corazón, ¿qué llevo dentro? 

Seguramente si dedicamos unos instantes, unos minutos, unas horas a escuchar esta respuesta tendremos un buen indicador del cómo andamos de nuestra alegría interior, de nuestro motor existencial. 

En cierta medida hemos aprendido a gestionar el termómetro de nuestra alegría existencial en recoger los frutos externos de nuestra vida, en el reconocimiento de nuestros actos, en la valoración de los otros en nuestra manera de hacer las cosas, en la cantidad de bienes materiales que podemos tener en tantos y tantos indicadores externos.

Pero mirar hacia fuera generalmente es más una fuente de insatisfacción personal que no trae dicha. Si al abrir el corazón lo llevamos lleno de nombres, de circunstancias, de experiencias, de vida y estima…si miramos dentro y vemos todo lo que nos llena ¡¡¡Qué alegría!!!

Nuestro corazón físico es el motor de nuestro cuerpo, por ello, desde milenios atrás, se habla del corazón espiritual como el motor de la vida eterna. Es este corazón el que se puede abrir a la esperanza, al amor hacia los otros, a la gratitud de todo lo que somos y tenemos… es este corazón el que se conmueve ante todo lo que es y se llena de gozo. 

En el momento que miramos hacia fuera nos centramos en todo lo que nos falta, en el momento que abrimos el corazón y miramos hacia dentro nos damos cuenta de todo lo que somos y la grandeza de lo que tenemos, lo agradecemos y lo gozamos… 

Cada día, al levantarnos por la mañana, podemos preguntarnos, 

¿Cómo quiero vivir hoy? ¿Cómo quiero amar hoy? 

Seguramente si abro mi corazón puedo conectar con la gratitud de esta vida que me es dada, la gratitud de que pase lo que pase tengo el corazón lleno, seguramente puedo conectar con la Alegría de la infinitud de la vida, de mi ser. Un gozo. 

Esta es una invitación a vivir des del motor de la Alegría que se convierte en gozo. 

Ana María Comas
Barcelona 

 

Atisbo

 


En Clave de 'Ser' - Amigo mío que estás en los cielos





En Clave de Ser, un montaje radial, elaborado por el equipo del Espacio Dolores Bigourdan, para ayudar a la meditación y la reflexión. 



12 de julio de 2020

Pliego nº 138


La #alegría que nace del #silencio



José Moratiel, en su libro «El silencio compañero de camino», habla del silencio como de una fina lluvia que puede ir calando en lo más profundo del ser humano hasta regalarnos el encuentro con uno mismo. Existe el silencio de la humildad, el silencio de la admiración, el silencio del respeto, el silencio de la contemplación, el silencio del beso, el silencio del perdón, el silencio de la entrega, el silencio de la compasión, el silencio de la paciencia… y así un sin fin de silencios, cada uno de los cuales son una oportunidad para que el otro pueda desarrollarse en plenitud.

Y si el silencio lo podemos describir, como esa lluvia fina que tiene la capacidad de atenuar voces interiores y exteriores, propias o de quienes amamos, con el fin de ayudarnos vivir con más hondura el día a día; quizá la alegría pueda ser una luz, con tantos matices como rayos de sol alumbran la tierra, que nos da la fortaleza interna para sostenernos a pesar de las inseguridades o debilidades que nuestro ser alberga.



«Agua» y «luz»           «Silencio» y «alegría»

Dos elementos básicos para la vida del ser humano




Claro está que por ahondar un poco más en el significado profundo de la palabra alegría, podríamos preguntarnos también cuáles son las tonalidades de esa alegría que nace del silencio y que se convierte en gozo en la medida en que nos despojamos de nuestro ego. Por dar una primera respuesta me atrevo a definir estas cuatro, y a la vez te invito a que compartas este artículo en las redes añadiendo esa gama de colores que para ti son sustento en la alegría que nace del silencio.


Ultimidad                 Libertad                Agradecimiento       

  
Esperanza


Marta Miquel Grau
Barcelona

Atisbo




Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.

En Clave de 'Ser' - El Compromiso






En Clave de Ser, un montaje radial, elaborado por el equipo del Espacio Dolores Bigourdan, para ayudar a la meditación y la reflexión.

12 de junio de 2020

Pliego nº 137


Premisas para la alegría y para el desastre
 

El confinamiento por COVID-19 desde un principio se antojaba una prueba radical en todos los ámbitos. Una prueba de resistencia personal; una prueba a la economía de las familias y los países; una prueba para los sistemas de salud, construidos o derruidos según políticas públicas de cada país; una prueba para una humanidad que ha ido caminando en las certezas que aparentemente da la sociedad de consumo. Es, sobre todo, una prueba a las apariencias.

Como a mí me sucede lo que a la poeta Rosario Castellanos, en cuanto a que “… el llanto / es en mí un mecanismo descompuesto / y no lloro en la cámara mortuoria / ni en la ocasión sublime ni frente a la catástrofe. / Lloro cuando se quema el arroz o cuando pierdo / el último recibo del impuesto predial” (Autorretrato, en En la tierra de enmedio), me enfrenté a esta nueva situación como si fuera una catástrofe, así que tuve la calma de trazar tres premisas como asideros: no sentirme culpable por mi privilegio de poder confinarme, sino aprovecharlo con buen ánimo y generosidad; reflexionar durante este tiempo sobre lo que debo cambiar en mi vida, sobre lo que debe cambiar el mundo, sobre la ciudad, país y mundo que imagino cuando esto pase; cuidar de mi hogar y de mi familia como cuidaría del mundo si tuviera oportunidad de hacerlo, es decir, mi hogar, mi espacio en confinamiento, sería un espacio de resistencia ante los embates del COVID-19.

Desde el día uno del confinamiento, he tenido una imagen viva en cabeza: mi hija pequeña, bebé entonces, parada en su cuna, festejando el que yo entrara a su habitación por la mañana, y señalándome la ventana para que abriera las persianas. Era cuando entraba la luz que ella saludaba: “Hola” y reía brincoteando. 


Dentro de mi depresión post-parto este momento era mi mejor medicina: una criatura recién llegada a este mundo entusiasmada por vivir, emocionada por lo que podría traer el día y su afán, invitándome a ser parte de esa alegría, contagiándome su buen ánimo y su sonrisa.

Ese recuerdo no es una obstinación casual de la memoria. Es un recurso aprendido. Un recurso del cual echar mano en estos momentos.

Pero también es un cuestionamiento severo, impostergable: ¿por qué una bebé de 11 meses podía emocionarse con tanta alegría y vigor por la vida? ¿Por qué para mí, en aquellos tiempos, la pesadumbre de mis pasos hacia su habitación era una escalada empinada y casi imposible? Porque las prioridades eran distintas. A ella le entusiasmaba empezar a vivir la vida, ver a su padre, a su madre, a su hermana y hermano mayores, a los perros, experimentar sabores nuevos, asomarse por los ventanales y ver las plantas y las frondas de los árboles moverse, y reencontrarse con sus juguetes y volver a dialogar con ellos. 

En mi mente estaba cómo lidiar las labores de casa y crianza, cómo mantener un equilibrio entre los hijos mayores y los cuidados a la bebé, cómo organizar mis tiempos personales, los familiares y los del hogar, cómo reinsertarme en el mundo laboral, cómo adaptarme a una nueva ciudad a la cual me había mudado; cómo recuperar mi vida porque es la exigencia social: que recuperes la salud, el peso, la vida social y laboral, y tengas toda tu casa impecable porque es lo que una mujer debe ser y hacer. 

Y sin embargo todas esas prioridades estaban de cabeza; y la pandemia lo ha puesto en evidencia: contar con un trabajo remunerado es una fortuna, sí; pero ¿qué papel tiene nuestro quehacer laboral en la emergencia sanitaria que vivimos?

A veces el nivel de exigencia o autoexigencia laboral corresponde al de la persona responsable de cuidar el botón de la bomba nuclear que acabaría con el mundo. Y está claro que no somos esa persona (y más claro que quienes sí son responsables del botón se lo toman con más ligereza de la que desearíamos). Y es en estos momentos cuando nos damos cuenta que la humanidad podría vivir perfectamente sin ese producto, bien o servicio que ofrecemos para obtener una remuneración. Y esa conciencia despresuriza el estrés, la ambición, el ritmo de trabajo, la competencia perenne en lugar del juego en equipo, la vorágine de productividad en la que nos envolvemos sin llegar a nada, porque lo que hacemos, producimos o brindamos no es esencial para la vida en común.

Nos pagan por hacer algo que no es esencial. Que con suerte amamos y nos apasiona. Pero no: NO es esencial. Y la humildad te da un par de puñetazos en la cara para aplacar el ego y la ambición.

No, no es tan esencial como ver a tus hijos e hijas crecer, enfrentar esta situación con los recursos maravillosos que cada uno ha desarrollado; no es tan esencial como reconectar con tu pareja y darte cuenta que hay más temas en común y de los cuales hablar y compartir que quién recoge a los niños, quién va a la tintorería y quién hace las compras.

No es tan esencial como cuidar tus plantas, y ver que una está triste en esa mesilla, pero quizá le haga feliz estar más cerca de la ventana; no es tan esencial como recuperar tu gusto por la cocina, recuperar la sazón, y convertirla en un momento de colaboración, enseñanza y de convivencia en familia.

Y de repente nos damos cuenta que podemos vivir con menos. Con mucho menos. Y que el confinamiento nos hace comprar menos, y generar menos basura, y contaminar menos, y mantener más orden; y conocernos mejor en familia y armonizar más nuestro estar juntos.  

Sé que estoy hablando desde el privilegio. Pero por eso elegí mis premisas. Y por eso vivo este privilegio siendo consecuente con tales premisas sin negociación alguna.

Hoy estoy más consciente que nunca que el sistema sanitario, que según en qué país se viva se cae a pedazos, responde a gobernantes mal elegidos; y mal elegidos no sólo por posibles malas elecciones personales, sino por una despreocupación por los temas públicos, los temas comunes, los temas que son de todos, que abarca desde el diseño urbano hasta las políticas públicas en materia de salud.

Hoy estoy más consciente que nunca, que algo muy malo y podrido, está sucediendo en nuestras familias, como para que la violencia doméstica se duplique en el confinamiento; o como para que las descargas de pornografía infantil aumenten de 35% a 75% según en qué país estés.

Hoy estoy más consciente de que cuidar y enseñar a cuidar no es un tema de solo las mujeres, ni de puertas hacia dentro de los hogares; sino que es un tema público, y es un tema de Estado; que los derechos a cuidar y ser cuidados son derechos que deben ser consagrados constitucionalmente.

Hoy estoy más consciente de que si quiero un país mejor, un mundo mejor, tengo que empezar a poner orden en mi mente y en mi espacio privado, a equilibrar con respeto las fuerzas de cada miembro de la familia; tengo que empezar por romper lo propio y lo cómodo para abrir camino a la generosidad (la generosidad no debe ser fácil ni cómoda, nunca; dar siempre implica un rompimiento  virtuoso). Son temas que  tenemos que empezar a educar en casa y que también se tienen que legislar, lo cual no solo es tarea de los representantes populares.

Y quizá no tendría esa conciencia si no tuviera el privilegio de estar en un hogar seguro, con una economía estable, con un círculo afectivo sólido. Pero me propuse no sentirme culpable o avergonzada de mi privilegio en estos momentos, ya lo dije.

En cambio estoy comprometida igual a asumir la culpa, la vergüenza y la deshonra si salgo de esta crisis sanitaria y sigo viviendo como si nada hubiera pasado: como si no hubieran muerto millones de personas en el mundo, como si no hubieran muerto amigos y familiares; como si no hubiera visto a médicos temblando y contagiándose porque sabían que nada sería suficiente pues se invierte más en equipos de futbol que en hospitales y material clínico; como si no hubiera sabido de listas de espera en casas refugio porque no se daban abasto para alojar a mujeres y sus hijos violentados en sus propias familias; como si no me hubiera enterado de personas que perdieron sus trabajos, sus negocios, que tuvieron que despedir a personal porque la economía no está hecha para la solidaridad y para un mayor equilibrio de la riqueza; como si hubiera sido ciega ante niños que perdieron el año escolar por la profunda brecha digital en nuestros países.

Y me puedo seguir. Lo resumo diciendo: quiero ser mi hija cuando de bebé me señalaba la ventana esperando en el sol su mayor alegría. Quiero recordar que la vida, la celebración de la vida (mía, de mi familia, de mis amistades, de cada ser humano) es la prioridad. Y no, no es tan sencillo como abrir una persiana y decirle “hola” al día. Hay mucho por hacer y deshacer para honrar la existencia de cada ser vivo en este planeta. Pero es el inicio, es el espíritu. Es la premisa.      
 

María Antonieta Mendívil
Ciudad de México


Atisbo




Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.


En Clave de 'Ser' - Las Tres Certezas





En Clave de Ser, un montaje radial, elaborado por el equipo del Espacio Dolores Bigourdan, para ayudar a la meditación y la reflexión.

12 de mayo de 2020

Pliego nº 136


La alegría como fruto del Espíritu Santo  


Os traigo dos noticias: La primera es que el ser humano tiene un gran potencial. La segunda, es que está programado para sobrevivir, no para ser feliz. Este es el gran reto.

En los últimos años ha aumentado el interés por las emociones positivas, aunque aún existen muchas menos investigaciones para estas que para las negativas. Quizás, a lo largo de la historia, no solo el arte sino la mayoría de disciplinas se han ocupado e interesado más por la muerte, por lo negativo, por lo oscuro, que por la vida.

Nuestro propio organismo posee seis emociones básicas, según consenso de expertos, reconocidas por cualquier ser humano, independientemente de su cultura: miedo, ira, tristeza, sorpresa, asco y alegría. A simple vista se puede observar que, aunque todas sean funcionales y, por tanto, necesarias, la balanza se decanta hacia las emociones que nos hacen sentir mal (4 frente a 1)

Hablando de emociones, la alegría y la tristeza se colocan en el mismo eje, en el eje del logro. Si se consigue llegar a la meta propuesta, sentimos alegría; si perdemos, sentimos tristeza.


Esta alegría es la emoción más deseada. Proviene del latín alicero o alecris, que significa vivo y animado. A todos nos encanta estar alegres, nos sentimos vivos, con energía, valientes, con ganas de hacer cosas bellas. Además, como toda emoción, tiene una función: nos predispone a la acción, a relacionarnos, a compartir y tomar la iniciativa. Nos impulsa a acometer proyectos. Somos más creativos.

El Espíritu Santo toma esta base humana – muy bien hecha, por cierto- y se vale de ella para que no solo sintamos alegría, entusiasmo, ganas de trabajar por el Reino de Dios. Nos lleva a más, a ser fuente de alegría, a hacer nuestro alrededor más fecundo.

Os propongo un ejercicio muy sencillo: Cerremos los ojos y empecemos a sonreír. Forzar nuestra sonrisa todo lo que podamos. Respiremos profundo y pensemos en la alegría.

Comprobamos que pensar en alegría, produce alegría, y se contagia. Y el hablar de temas alegres activa en nuestro cerebro los mismos mecanismos que si estuviéramos sintiendo esa emoción. ¡Qué bueno que el Espíritu Santo nos regale el don del bien-hablar porque así somos motores de alegría!

En nuestra cultura occidental, donde la alegría se ha considerado durante muchos siglos algo pecaminoso e incompatible con la santidad, nos encontramos a personajes liberadores, como santa Teresa, que nos recuerda: líbrenos, Dios, de un santo triste, porque un santo triste es un triste santo. El camino para ser santos, de la mano del Espíritu Santo, pasa por la alegría.

La alegría es un misterio, porque hay personas que, a pesar de tener motivos para estar tristes, son alegres y naturalmente alegres. Es un don del Espíritu Santo. Tienen todas las razones naturales para no estar alegres y, a pesar de todo, sienten una profunda alegría. Toda adversidad la encuentran como posibilidad para avanzar, motivo de aprendizaje.

La alegría del Espíritu Santo es la espera firme, la esperanza cierta de que lo anunciado llegará. Alegría es amar y ser amado, sentir pasión en aquello que mueve tu vida, promover la fiesta, saber que tienes amigos a los que volver, no tener miedo a pedir perdón, atreverse a saltar al vacío.

Y con impulso renovado, seguir la cadena y ser fuente.


Sara Canca Repiso

Cádiz