12 de diciembre de 2022

Pliego n° 167


Morir un acto consciente
, personal y comunitario

Cuando una persona muere nos da la oportunidad de morir también con ella a todo aquello que no nos deja amar con libertad.

Cada persona cercana que inicia el tránsito de dejar este mundo, se convierte en maestra para cuántos la rodean. De ahí la importancia de ser conscientes de este tránsito, no cuando llega el momento final, sino a lo largo de toda nuestra vida, para que en esos últimos instantes la sinfonía suene afinada. Así podemos dejar este mundo en paz y dejar paz en el corazón de nuestros seres queridos, que nos habrán acompañado hasta el umbral de esta existencia.

Morir no es solo un acto personal sino que también es un acto comunitario y así lo he podido comprobar ante la muerte de personas queridas.

La muerte es comunitaria, cierto y para que pueda ser consciente precisa también de una 'Escucha' conjunta de todo el grupo humano que participa de ese tránsito. Todo el círculo del que forma parte la persona que nota que ha llegado la hora de partir, debe estar dispuesto y preparado a acompañar el proceso, sin oponer resistencias, o trabajándolas cuando estas surjan. Difícil tarea porque nuestra sociedad valora la salud como bien primordial y lucha por alejar la muerte tanto como sea posible, penalizando cualquier actitud que ponga en duda todo esto. Nuestra sociedad valora en extremo la vida personal y es una gran aportación de occidente, pero carente de una visión trascendente y comunitaria, desplaza el morir a las zonas ocultas de las residencias y los hospitales, evitando al máximo tocar una realidad que, mirada de frente, hace más bello el paso del Ser por la vida humana.

Hace tiempo que siento que igual que el vivir despiertos nos lleva a tomar decisiones de forma consciente, desde la Escucha personal y conjunta, lo mismo debería ocurrir en el momento de dejar esta tierra, disponiéndonos para ello y, atravesando en todo caso, las capas que impidieran todavía dar el paso, para finalmente dejar el cuerpo de forma agradecida y consciente.

A pesar de las dificultad de nuestra sociedad para dar espacio a otra forma de comprender la muerte, se abren numerosas brechas en nuestro mundo y hay aportaciones bellísimas, gracias a los testimonios que nos llegan a través de biografías, libros, películas. Dejo aquí como referencia dos de las películas que vimos junto a mi madre, los días previos a su muerte y que nos ayudaron a todos a preparar el momento:

 

-    “Llena de Gracia” (2015), una película dirigida por Andrew Hyatt, que de forma muy contemplativa, relata el momento de la partida de María, madre de Jesús, de este mundo, también de forma consciente y comunitaria.

-     “El Fin es mi principio” (2010), un film dirigido por Jo Baier, basado en el libro de Tiziano Terzani, que narra las conversaciones de un padre con su hijo que, en los últimos días de su vida terrena. Tiziano Terzani, toma la decisión de dejarse morir sin intervención médica y acompañado por su familia, que va aceptando la manera escogida por su padre para partir, acaba dejando este mundo de forma totalmente consciente y compartida con la pequeña comunidad de su familia.

 



Que la muerte sea un hecho comunitario, no es una cuestión menor. Es precisamente la comunidad la que autentifica el movimiento que se da en el interior de la persona y esa misma comunidad, la que está llamada a recorrer el camino con ella, acompañándola y dejándose atravesar, al mismo tiempo por el radical despojo del morir.

Mi hermano y yo juntos, hemos podido acompañar, primero a nuestro padre y dos años después a nuestra madre en el proceso del morir, de una forma muy cercana. Haber compartido, en ambos casos, los meses y días previos a la partida de nuestros padres, nos hizo aún más conscientes de la fuerza que da creer que el Amor tiene la última palabra, trabajar para que así sea en nuestros propios corazones y no dejar resquicio para que se cuele la mentira que más daña al ser humano, la duda sobre su capacidad de amar y ser amado, tal cual somos, sin disfraces, sin condiciones.

Papá se fue lleno de Luz, agradeciendo cada uno de los instantes vividos, a pesar del intenso dolor físico, diciéndonos que "Somos Luz" y que él seguiría aquí, en nuestros corazones, siendo Luz. Era pura ternura y su rostro dibujó una sonrisa cuando expiró. No fue improvisado, un largo camino de dejar ir lo superfluo y de centrarse en lo profundo, le había ido puliendo desde años atrás, hasta comprender que solo el Amor era importante y dejar que cada una de sus palabras, miradas y gestos, transparentaran esa verdad.

El proceso de mamá fue más intenso. Ella fue consciente de cada paso, hasta el último segundo. Aquella noche le dijo a mi hermano: "Luís, no te vayas, es ahora el momento", e inclinándose se apoyó en nosotros y dejó este mundo entre nuestros brazos. Tuvimos la sensación de devolver a la Luz a la mujer que nos había dado a Luz

No fue un proceso fácil. Ambos habíamos atravesado nuestro propio dolor, comprendiendo el de nuestra madre, acogiendo y amando todo su ser, sin juicio ni resquicio, pudimos detectar en estos últimos meses, los miedos que aún asomaban quitando la paz y frenando el proceso de entrega hacia la Luz y pudimos contemplar y agradecer cada opción que ella hacía de confianza en el amor y cada entrega a la Luz que somos y nos Es. Al final quedó vacía de todo, entregada a la Luz que veía cada vez que perdía la consciencia y a la que anhelaba llegar. Fue un proceso profundo, no exento de dificultades, maduro, consciente y muy liberador.

Cada uno de nosotros es potencialmente Luz, Amor, Vida, Libertad. Solo es necesario dejarse acrisolar, dejar que  el pequeño grano de arena pierda su forma original y recorra un camino solitario en el fondo del mar y oculto a cualquier mirada, sentir como se resquebraja la piel, como se parte el corazón, como se quema el saber. Y, en el umbral de la muerte, donde se deja de ser lo que se creía, nace una finísima perla nacarada que nos recuerda lo que estamos llamados a ser.

No hay mérito alguno; sencillamente ha sido así. Nada se ha conseguido, todo se ha recibido. Y, quizás, el único logro sea darse cuenta de tanta Belleza, celebrarla, agradecerla y permitir que la vida siga jugando su juego infinito de Luz; descubrirse parte de Ella, gozando, soltándose cada vez que aparezca el temor, fluyendo en el Mar de Amor que baña los límites de esta humanidad, a veces tan perdida y herida.

Nada muere, todo se transforma. Somos pura energía que unida a la Energía Universal, deja de ser un pequeño mundo olvidado para pasar a ser parte de Algo mucho mayor.

Maria Rosa Trenchs Dausà
Barcelona



Atisbo





Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión. 

 

En Clave de 'Ser' - Orar en Silencio



En Clave de Ser, un montaje radial, elaborado por el equipo del Espacio Dolores Bigourdan, para ayudar a la meditación y la reflexión. 



12 de noviembre de 2022

Piego nº 166

 

El Duelo, una experiencia

Pasar por la vida es recorrer un camino de aprendizaje continuo, en el que las experiencias que vamos viviendo, nos van forjando y van definiendo aquello que somos y la manera en la que afrontamos cada una de estas experiencias.

Dentro de este contínuum de experiencias vitales están las experiencias de pérdida. De pérdida de un ser querido, de pérdida de una relación, de pérdida de la salud, de pérdida de un trabajo o cambio de situación laboral…

Partiendo de la premisa que toda manera de vivir el duelo es válida y que cada persona tiene una forma única de hacerlo, podría decir que tanto desde mi experiencia personal, como desde mi formación como persona que estudia para acompañar en la muerte y en el duelo, hay aspectos -que pienso y siento- que pueden ayudar a vivir el duelo, y que a mí, concretamente, me han ayudado.

¿Cuáles son estas ideas?

Empezaré por el hecho de haber crecido en una familia en la que se ha vivido la muerte con naturalidad, sin tabú, expresando la tristeza y también, a la vez, como parte de la vida y como un momento importante de agradecimiento por haber tenido a ese ser querido entre nosotros. Un ejemplo de ello fue cuando murió mi abuela materna con la que yo tenía mucha relación y a la que quería mucho. Murió a los 97 años y aunque estábamos tristes fue una celebración de vida. Una cosa que me llamó mucho la atención y a la vez me gustó fue que después de celebrar el funeral y de enterrarla, fuimos toda la familia a su casa, donde vivía junto con mi tío y su mujer, e hicimos una merienda de recuerdo, de homenaje…Lo sentí como un acto entrañable, lleno de amor y de naturalidad.

El haber sido acompañada, siempre, por mi familia y amigos, es decir, haber tenido una buena red de apoyo, que se ha hecho presente, en los momentos previos, durante y posteriores a la muerte de mis seres queridos. Recuerdo, especialmente, cuando murió mi padre, lo mucho que me ayudó y me marcó en positivo, los dos días de acompañamiento en el tanatorio y en el momento del funeral por parte de todo mi entorno. Allí me di cuenta de lo importante y clave que es ese momento para conectar con la pérdida y a la vez, para agradecer a la vida todo lo vivido y compartido con él. Y también el hecho de sentirme acompañada y querida en un momento difícil y de tristeza como es el de perder a un padre/madre.

 

 
El haberme dado tiempo. A los 39 años tuve dos pérdidas perinatales. Nuestro primer hijo, Martí, murió en la semana 21 de gestación, y el segundo, Bernat, en la semana 23. Después de esta segunda pérdida, necesité parar y pedí la baja durante cuatro meses. Este tiempo fue un tiempo para sentir la tristeza profunda y el miedo de, a lo mejor, no poder tener más hijos. Un tiempo para recuperarme, para cuidarme y así volverlo a intentar.

En estas dos pérdidas también fue muy importante, el hecho de que mi pareja y yo los tuvimos en brazos y nos despedimos de ellos, les pusimos nombre y los tenemos siempre presentes como parte de nuestra familia, como primer y segundo hijo. Y su hermana, Júlia, ahora de seis años, sabe que tuvo/tiene dos hermanos mayores, y que ella es la tercera. Es bonito ver cómo habla de ellos y los tiene presentes. Y también ayuda mucho que el entorno los nombre, que mis amigas me escriban y los recuerden en sus aniversarios y que se nos valide como madre y padre de tres hijos, no sólo de una hija.

Algo también muy importante, y que ya ha ido apareciendo, son los rituales de despedida. Los rituales son actos llenos de simbología, sacramentos de vida, que nos permiten expresar dolor y amor, que nos conectan con nuestra red social y que abren un espacio para vivir y conectar con la pérdida, ya que es desde esa conexión desde la que podemos despedirnos.

Recuerdo con especial cariño como, con la muerte de mi madre, nos reunimos mis cinco hermanos y yo en el comedor de su casa, de nuestra casa de infancia y juventud, para preparar su funeral. Aportando cada uno lo que quería decir, escogiendo las lecturas Bíblicas y las canciones, emocionándonos, riendo, recordando y agradeciendo sus 90 años de vida.

Un aspecto también muy importante es lo que se conoce como las necesidades relacionales de la persona en duelo: que cuando alguien de nuestro entorno esté en duelo, se pueda sentir creído y escuchado, validado en su forma de hacer frente al duelo, que pueda definir su forma única de vivirlo, que se sienta protegido en su expresión emocional, que sienta que su dolor tiene un impacto en nosotros y que pueda expresar su amor y su vulnerabilidad.

Como vemos, el duelo es algo natural, instintivo, personal y único. Cada uno lo vive como puede, como quiere, como sabe… Y los demás, lo que podemos hacer y que es valiosísimo, es acompañar y respetar.

Por último me gustaría acabar compartiendo unas palabras del psicólogo y psicoterapeuta mexicano, Adrián Chaurand, en las que define la experiencia de duelo de una forma muy bella y desde mi punto de vista, muy real: 

“Las experiencias de vida conocidas como duelos son periodos de adaptación a los cambios, principalmente, a aquellos cambios que no tenían de forma previa una coherencia con nuestra manera de comprender la vida o que simplemente no esperábamos... 

Los duelos son oportunidades de evolucionar, de reconstruirnos, de desaprender... 

De recablear nuestro cerebro, de cuidar nuestro cuerpo y armonizar nuestra mente, de buscar sentido(s) o nuevo(s) sentido(s) a nuestra existencia... 

Los duelos son un momento de parar, de crear consciencia... Son el tiempo de preparación física, conductual, emocional, espiritual y mental para iniciar una nueva etapa de nuestras vidas” 

María Ángeles Jiménez Puig

 

 

Atisbo

 


Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión. 

 

En Clave de 'Ser' - El hombre y la ecología



 

En Clave de Ser, un montaje radial, elaborado por el equipo del Espacio Dolores Bigourdan, para ayudar a la meditación y la reflexión. 


12 de octubre de 2022

Pliego nº 165

El Duelo por el padre de mi amigo de infancia 

Tendríamos entonces 8 años y cursábamos en ese momento el segundo grado de la primaria en la escuela central de nuestro pueblo. Supongo que el inicio de nuestra amistad, al menos en mi caso, se debió a que era la primera vez en mi corta vida, que encontraba a otro niño con mi mismo nombre: Rafael... Yo Rafael Antonio y él Rafael Ángel... Dos “Rafaeles” que desde muy pequeños se sintieron cercanos y se quisieron y acompañaron mientras duró la etapa de estudios primarios. Esas amistades de infancia que con el paso del tiempo se recuerdan, se agradecen y se añoran... Vínculo que además se acrecentó porque hubo un duelo que lo marcó. 

Una mañana de tantas, al iniciar la jornada escolar, dirigí la mirada hacia el pupitre de mi amigo Rafael y me percaté de que estaba vacío... En ello estaba, cuando la directora de la escuela entró con gesto serio en nuestra aula y en voz baja conversó unos minutos con nuestra maestra. Todos comprendimos que algo inesperado y no del todo agradable había ocurrido, cuando vimos la reacción de triste asombro de Clara María, nuestra maestra. La directora la tomó de la mano como dándole ánimos, se despidió de nosotros y a partir de ese momento, nuestras miradas interrogadoras se posaron sobre la maestra, aguardando a que ella, visiblemente inquieta, acomodara en su cabeza y en sus labios lo que nos iba a comunicar. No tuvo que pedirnos silencio, estábamos inmóviles y expectantes pues sabíamos por sus ojos llorosos que algo no andaba bien. 

 - A ver mis chiquitos, tengo algo que comunicarles. Se habrán dado cuenta de que Rafael Ángel Oviedo hoy no ha venido a clases; él, su mamá y sus hermanos, están pasando por un triste momento: anoche, su papá, que se encontraba gravemente enfermo desde hace algún tiempo, murió... El funeral será esta tarde y todos los que podamos, iremos a acompañar a Rafael Ángel y a su familia.

El papá de mi amigo había muerto. En ese momento sólo pensaba en lo que podría estar sintiendo mi amigo. “Su papá está muerto”, me repetí mentalmente una y otra vez y de repente, en mi inquieta cabeza de niño que quería descifrar el sentido de las cosas y que siempre esperaba explicaciones de lo que me importaba y cuanto acontecía en mi entorno, surgió una inquietud estremecedora: la gente a la que amas se puede morir... tu papá se puede morir... por mucho que ames a otra persona, se puede morir. 



La jornada escolar matutina concluyó. Salí de la escuela y corrí como un loco hasta la casa de mis abuelos paternos donde solía comer cada medio día. Entré y me abracé llorando a mi abuela María José, quien no entendía lo que me pasaba. Cuando logró tranquilizarme, pude contarle lo que había ocurrido al bueno de Rafael Ángel. Recuerdo que apuramos juntos la comida, nos alistamos y nos fuimos a la iglesia, para estar en el funeral del papá de mi amigo. Todos los compañeros de clase asistimos y nos sentamos hechos un puño alrededor de Rafael Ángel. Lloramos con él cuando él lloraba y le escuchamos con silencio respetuoso y amoroso mientras nos explicaba cómo había sido el último rato con su padre... Escuchábamos sin acabar de entender, entre tristes y solidarios... Rafael Ángel, tal y como nos había dicho la maestra Clara, en ese momento más que nunca, necesitaba de nuestro abrazo, de nuestros oídos, de nuestra presencia honesta y cariñosa... Y así lo hicimos, no sólo en la misa de cuerpo presente y caminando después con él los tres kilómetros que separan al templo parroquial del cementerio de nuestro pueblo; nos turnamos para abrazarle mientras bajaban el féretro con el cuerpo de su padre hasta la tumba de tierra negra y húmeda por la lluvia que caía en ese momento. No abandonamos a nuestro amigo Rafael Ángel, ni en ese día, ni en los días y meses que vinieron hasta que acabó el curso escolar. En ese tiempo, nuestra maestra nos habló de la importancia de acompañar a quienes viven “duelos”. Lo explicó con pocas palabras, más bien, invitándonos a estar cercanos al amigo que ahora sufría; ella misma en varias ocasiones, cuando le veía lloroso, se acercaba a su pupitre, se inclinaba, ponía su mirada a la altura de los ojitos de Rafael Ángel, le abrazaba, le calmaba y a veces, con él lloraba... Nos enseñó a perder el miedo o la vergüenza a llorar con el compañero o el amigo, si eso era lo que en eso momento él necesitaba; nos hizo asumir con naturalidad y dignidad, la importancia de estar a su lado y ponerle atención cuando quería hablar de su papá; nos lo encontrábamos gimiendo en un rincón de los pasillos de la escuela y allí estábamos todos con él, para tranquilizarlo, para abrazarlo, para hacerle sentir y saber, que al igual que él, no teníamos respuestas ni explicaciones para una verdad tan brutal -la muerte de su padre- pero que de una manera misteriosa estábamos comprendido en ese duelo, que el sufrimiento, si se comparte, por muy grande que sea, se hace más llevadero. 

Son muchos los duelos que con el paso de los años he acompañado o he experimentado yo mismo, pero aquel en concreto, vivido en mi infancia, me marcó para siempre y me hizo comprender que luego de una pérdida, después de la muerte de alguien a quien amas, “se vale” llorar, hacerse preguntas, sentir profunda nostalgia, romperse... Y por otro lado, ese duelo de infancia también me introdujo en la certeza de que es vital dejarse acompañar, permitir a los otros que nos sostengan y animen. En medio del duelo, de cualquier duelo, la presencia de los que nos aman nos ayuda a encontrar serenidad. Aceptar la compañía de quienes quieren y saben estar a nuestro lado en momentos así, muchas veces facilita elaborar una memoria agradecida de quien se ha ido. La muerte y posterior ausencia física de alguien a quien se quiere, es causa de un gran dolor que no siempre es fácil de remontar. Pero en esos momentos, aceptar el amor con que otros nos quieren y pueden envolver, no sólo nos impulsa a seguir adelante, sino que puede resultar una experiencia sanadora. 

De mi amigo Rafael Ángel no volví a saber nada una vez que acabamos la escuela primaria, pero el duelo que de niño viví junto a él, de una forma particular me marcó y me enseñó a asumir con profundo respeto y desde un ejercicio de amorosa cercanía, el dolor intenso que se desata en quien ha perdido a un ser amado. La muerte del padre de mi amigo, hoy lo veo así, de alguna manera fue un “duelo pedagógico”, pues me ejercitó a muy temprana edad, para intentar acompañar o vivir los muchos otros duelos que se han ido sucediendo a lo largo de mi existencia. 

Acompañar desde la presencia y desde la distancia...
desde el silencio y desde la palabra...
desde las lágrimas y desde las caricias...
desde la ruptura y el resurgimiento...
desde la ausencia de estériles discursos pero en la abundancia de fecundos y resucitadores abrazos. 

Rafa Zamora
Suiza 


Atisbo

Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión. 

 

En Clave de 'Ser' - La Mujer y la Paz



 
 
En Clave de Ser, un montaje radial, elaborado por el equipo del Espacio Dolores Bigourdan, para ayudar a la meditación y la reflexión. 

12 de septiembre de 2022

Pliego nº 164

El luto y la cirugía bariátrica 

Nadie me dijo nunca que un día me haría paciente de por vida. Claro, ¿quién te va a decir que las cirugías bariátricas te desnutren de por vida por que sigas las indicaciones médicas y que tarde o temprano enfermarás a causa de sus secuelas? Nadie. Vivimos en un mundo donde la gordofobia nos enseña a que no deberíamos existir en cuerpos gordos y que la gordura es sinónimo de tener un tumor grande y supurante que se tiene que eliminar estés enferma o no. Y así es como en el 2009 le dije sí a una Manga Gástrica o Sleeve que se me ofreció como un regalo: finalmente voy a adelgazar “por salud,” me dije, aunque en realidad, yo tenía una salud envidiable y la vitalidad de un delfín. 

No les voy a mentir, vivir en el privilegio de la delgadez, porque eso es, un privilegio, ha sido un gran descanso ante la sociedad y sobre todo ante los doctores que ya no me recetan la pérdida de peso hasta para curar el dolor de una muela. Pero, los comentarios y opiniones de la gente sobre mi cuerpo nunca cesaron. Parece que haber adelgazado le da a la gente potestad para comentarte siempre sobre tu cuerpo y creanme que el peso de vivir con esos microscopios encima, no es nada fácil. Lo que si nunca volvió a pasar es que la gente se preocupara “por mi salud,” aunque en los últimos cuatro años he estado más enferma que nunca. Aquellos preocupados por mi salud cuando estaba gorda, ya no se preocupan por ella ahora que encajo en el tamaño “aceptable” y me veo “regia.” 

 
Dentro de este camino de vivir con esta cirugía y sus muchas secuelas irreparables, se tuvo que hacer una reconstrucción masiva de mi sistema digestivo en el 2019 y me hicieron un Bypass Gástrico como parte del intento de recuperar mi digestión.. Las cirugías las tolero, los padecimientos también, pero para lo que nunca me preparé fue para entender que todas estas secuelas son de por vida, aca seré una paciente de por vida. ¿Como una mujer vital, que respetaba su cuerpo y hasta escribía al respecto, llega a perder su salud por una intervención que se suponía la iba a hacer saludable? El trabajo mental que me ha tocado hacer en estos años ha sido feroz y el luto, constante. 

El primero de estos lutos fue el darme cuenta que la delgadez no es sinónimo de buena salud. ¿Qué? Sí, eso. El día en que entendí que un cuerpo gordo puede ser un cuerpo sano y que uno delgado no es necesariamente saludable, se me rompió el corazón. Como si se hubiera muerto alguien. Ese día perdí la mentira en la que vivía de que por más que estaba sufriendo secuelas, al menos era más saludable que la Mariana gorda. La pérdida de esa fantasía me devastó el alma. Las personas gordas somos bombardeadas con el mensaje de que sólo la delgadez nos dará salud, aun cuando somos completamente sanos y el entender que no es así, me llevó a la siguiente y dolorosa pregunta: ¿para qué entonces me hice una Manga Gastrica si yo era saludable? 

El mundo me daba vueltas y yo sentía que caía en el más hondo de los precipicios. Soy una mujer que siempre se levanta. Que se identifica con la resiliencia, el amor a la vida, la fiesta y la alegría. Me he equivocado mil veces en la vida y me jacto de nunca arrepentirme por más tontería que haya hecho. ¿Pero esta? ¿Esta que me está quitando la salud y que afecta a mi pareja y a todas las personas que amo? ¿Esta decisión que me ha salido millonaria a largo plazo y que si no fuera por mi gente querida no podría mantenerme? Esta es la decisión más terrible de mi vida. La única decisión que tomé con ignorancia a causa de la gordofobia que promueven la cultura de las dietas disfrazadas de “bienestar”y desafortunadamente, muchos doctores. ¿Cómo hago para recuperarme de ese dolor? No solo mi ego de mujer inteligente que tengo salió herido, sino también mi poderoso y querido cuerpo. ¿Cómo me sobrepongo de esta gran pérdida de mi salud? ¿De lo que creía correcto e íntegro? ¿Cómo me perdono por este gran error? 

Poco a poco y gracias a la terapia; al proceso de la Alimentación Intuitiva en el que he estado con una nutricionista y reitero, a la terapia; voy encontrando alivio a mi dolor. A mi gran perdida de vida. La salud. Pero donde mi herida más encuentra reposo, es en la comunidad de Instagram que se ha creado alrededor de mi activismo de respeto corporal y concientización bariátrica. No solo fueron los testimonios de otras personas los que me ayudaron a buscar doctores y profesionales de la salud para poder curar o aliviar mis secuelas, si no que fue mi motivación para escribir el primer testimonio en el mundo sobre cirugía bariátrica. Un panfleto de secuelas, consejos y advertencias sobre estos procedimientos, pero también dio voz a otros diez testimonios de pacientes bariátricos en España y alrededor del mundo. Cuando entiendo que era a mí a quien le tocaba vivir esto para poderlo convertir en material de apoyo e información para otras personas, encuentro sentido a la mutilación de un órgano sano que hice. Encuentro perdón y muchas veces alivio. Mi dolor se aplaca y recuerdo el plan mayor de mi vida: comunicar y compartir. Vivir en comunión. 

Mariana den Hollander 

IG: @marianadenhollander_libros
marianadenhollanderbooks@gmail.com 

 

Atisbo

Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión. 

 

En Clave de 'Ser' - Democracia y Libertad

 

 

En Clave de Ser, un montaje radial, elaborado por el equipo del Espacio Dolores Bigourdan, para ayudar a la meditación y la reflexión. 

 

12 de agosto de 2022

Pliego nº 163

 

Elaborar el duelo: nuestros recursos ante una pérdida 

Cuando perdemos a una persona –sea que muera, se aleje, se deteriore, nos rechace…-, o un bien (salud, casa, trabajo…), termina una situación que considerábamos estable y definitiva, y tocamos de lleno con alguno de los límites que conlleva el hecho de ser humanos. Si lo que hemos perdido es importante para nosotros, se produce una disrupción en nuestra vida, y pueden llegar a tambalearse todas las apoyaturas en que la cimentábamos. 

Entonces tenemos que recurrir a nuestros recursos internos y externos para poder afrontar el proceso de duelo, es decir, asumir y elaborar internamente el dolor que naturalmente sentimos ante la pérdida. Se añade la necesidad de recolocar las piezas prácticas de nuestra existencia, rediseñar nuestro propio papel y responsabilidades, reacomodarnos en relación con la red de relaciones humanas en que nos movemos. Casi nunca es fácil alcanzar un nuevo equilibrio, gestionando sentimientos como la tristeza, la ira, el dolor o la culpa. 

Las fases en la elaboración del duelo están muy estudiadas y bien descritas por muchos investigadores. En síntesis, la primera es una negación o vaivén entre la negación y la apertura a lo nuevo; la segunda es “tocar fondo” para la elaboración del duelo con todo lo que conlleva, y la tercera es asumir o crear la nueva realidad. Pero en este texto hablaré sobre los recursos con los que contamos para asumir las pérdidas de todo tipo que van a ir marcando nuestra vida, en cualquier caso y edad. 

Cuando perdemos a una persona o algo muy importante para nosotros, se ven afectados todos los elementos de nuestra persona: cuerpo (sede de las emociones), sentimientos (emociones con nombre y situadas en nuestra biografía), raciocinio (causas, posibilidades), apertura a lo sobrenatural (puerta a la esperanza). 

Además de estas dimensiones individuales, se pueden ver afectadas nuestras relaciones con los otros miembros de nuestra red familiar, de amistad y trabajo. La recolocación de nuestro papel, sin duda afectará al conjunto de la red, en particular a los más cercanos. 

 Evidentemente la persona es un “todo” integrado y actúa como tal, pero para efectos de análisis, miremos por separado los diferentes recursos con que contamos para elaborar el duelo. 


 

Movilizar todos nuestros recursos 

1. Dejar al cuerpo expresar sus emociones. Ante una pérdida dolorosa, surgen las emociones, que son estados de ánimo arraigados en el cuerpo. Pues en primer lugar es necesario permitirse estar tristes. La cultura “positiva” parece obligar a una perenne sonrisa (“tu familia te necesita fuerte”, “no te rindas”, etc.), que ahoga la natural respuesta biológica ante ese acontecimiento. Permitirse llorar, apartarse un poco de los demás por un tiempo para evitar el ruido y la banalidad, es necesario para elaborar el duelo de manera profunda. A veces las personas no lloran –quizá no se lo permiten a sí mismas- pero requieren dejar al cuerpo expresar el dolor en cualquiera de sus formas. Bajón de defensas, gripes, diarrea, alopecia… que si no se cronifican, son vías de escape y expresión de la tristeza o de la ira. Dejemos que eso suceda, sin juicios ni frases hechas. El trabajo manual, la naturaleza, el deporte… pueden ayudar. 

2. Poner nombre a los sentimientos: para gestionar mejor esas emociones, la persona las va integrando en su propia historia, dándoles nombre y significado (entonces son sentimientos). Poder decir “estoy triste”, “me siento perdida, confundida, enfadada…”, son expresiones que nos ayudan a elaborar, entender, situar lo que nos está pasando y sus consecuencias en nuestra biografía. Muchas personas elaboran los sentimientos hablando de ellos con alguien de confianza. El diálogo las clarifica por dentro. Otros prefieren callar, apartarse y elaborar en solitario sus experiencias hasta que se sienten en condiciones de compartir algo menos triste. Pero lo importante es dejar que esos sentimientos afloren, ponerles nombre, calibrar su peso, irlos colocando en el conjunto de nuestra experiencia vital. 

3. Elaborar la pérdida. La razón, el pensamiento, es el recurso imprescindible para ponerles nombre a esas vivencias y colocarlas del mejor modo en nuestro presente. Comprender que somos limitados, dar sentido a la pérdida en su conjunto, crear una narrativa que nos la explique, asumiendo cómo la condición humana se expresa en ese momento, todas estas son acciones de la razón sobre unos hechos y unas experiencias interiores que no son gratas. Pero la razón sirve, además, para recordar lo bueno que hemos vivido, valorar lo recibido, agradecerlo, y así poder “jugar mentalmente” con el futuro, plantearnos escenarios posibles, ir viendo hacia dónde podríamos ir en esta nueva situación, qué necesitamos, cómo podríamos llegar hasta allí. 

4. La vida de fe. Ciertamente es para muchos “el recurso” por excelencia: la oración, la vivencia de que todo dolor tiene sentido el abandono en la voluntad de Dios, la intercesión de los santos, la confianza en Él para gestionar el futuro, la esperanza en su ayuda… Las personas que experimentan ese apoyo en lo sobrenatural, seguramente pueden alcanzar más fácilmente la paz interior. Sólo que la Gracia no sustituye la naturaleza. Sin todo lo anterior, ésta no basta. Con todo lo anterior, el proceso se facilita e incluso puede ser ocasión de crecimiento y alcance de una escala más honda de madurez. 

5. Los demás nodos de nuestra red. Gracias a Dios, no estamos solos. El duelo también puede ser compartido. Las personas más cercanas se dan soporte y consuelo unas a otras ante una pérdida que afecta a varios o a un miembro de la familia, comunidad, grupo… Si bien tiene límites la compañía que podemos hacernos mutuamente, porque cada persona debe asumirlo individualmente, es imprescindible para todo ser humano sentirse acompañado en el dolor, para hacerlo más llevadero, apoyarse en otros y apoyarlos para superar una pérdida. 

Asumir la condición humana 

Ayuda en todo esto el asumir la condición humana como una sorprendente combinación de enormes límites y grandes posibilidades. Ninguno de nosotros es inmortal, pero además es muy pequeño el margen de control que podemos ejercer sobre los acontecimientos que nos afectan. Aunque a algunos se lo parezca, no es posible diseñar la propia vida ni suponer que nuestros planes se cumplirán. Hagamos planes y emprendamos proyectos e iniciativas, pero con la sabiduría de estar “muertos a ellos”, sabiendo de antemano la fragilidad de lo humano. 

Todos sabemos esto, pero nuestras actitudes de hecho ante esos límites “ónticos” del ser humano son muy variadas. Cultivar una actitud de humilde aceptación de nuestra realidad, ayudará sin duda a establecer vínculos más sanos, menos dependientes, y a gestionar las pérdidas con la franciscana naturalidad de acogida a la hermana muerte en cualquiera de sus formas. 

Leticia Soberón
Madrid 

 

Atisbo

Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión. 
 
 

En Clave de 'Ser' - Mitos del Nacimiento

 

 

 En Clave de Ser, un montaje radial, elaborado por el equipo del Espacio Dolores Bigourdan, para ayudar a la meditación y la reflexión. 

 

12 de julio de 2022

Pliego n° 162


Cuando Cae el velo

Disfrutamos la obra de teatro y cae el telón. Hay silencio en la sala, estamos en penumbra, no reconocemos a quien está a nuestro lado; impacientes esperamos que enciendan la luz para ver claro. En ocasiones nos levantamos y aplaudimos con entusiasmo. La obra cumplió nuestras expectativas; en algunos momentos, silencio profundo pues tocó fibras internas que nos producen desazón, inquietud, decepción y quizá angustia, tristeza. Enmudecemos, no deseamos siquiera mirar a los ojos a nuestro acompañante, soledad inmensa; de pronto, un hilito imperceptible cae por nuestra mejilla. ¡Estamos tan conmovidos!

La vida es como una obra de teatro, en la que percibimos como protagonistas diversas emociones que, a flor de piel, como torbellino, pasamos de una a otra a otra, a lo largo de nuestra vida. A veces sabemos a ciencia cierta qué sentimos y otras veces, es tan complejo asignar palabras a aquello que experimentamos en el pozo profundo de nuestro ser.

Igual que en la obra de teatro, nuestra vida tiene un inicio y un final.  Así como empezó en un momento único e irrepetible, ― ¿Somos conscientes que podríamos no haber existido nunca? ―; dejaremos de ser a cualquier edad, en cualquier momento y circunstancia, que siempre desconoceremos y que, por más que nos esforcemos en prever, no podremos controlar como desearíamos. Otros atenderán nuestros asuntos. ¿Tendremos tiempo y espacio para agradecer y despedirnos con ternura de los seres amados?

Es lo que hemos revivido una y otra vez por la pandemia global primero y, ahora, con una nueva guerra imprevista arrebatando tempranamente vidas sin distinción de género y edad. Muertes que siempre sorprenden y nos hacen rememorar todas las pérdidas humanas cercanas a nuestro corazón y, tener compasión por todas aquellas que conociéndolas o no, van falleciendo en diversos lugares del mundo entero. Algunas con rostro, nombre e historia, otras, fríos cálculos matemáticos que se actualizan día a día y que quizá, anuncian nuestra propia muerte haciéndonos revalorar la vida y la muerte en sus reales dimensiones.

Una vida descubre su verdadera esencia cuando cae el velo, cuando podemos reconocer, ver y escuchar en el rostro ya sin vida, una voz, en un lenguaje diferente lo que fue su trayectoria de vida; nos habla nítidamente de lo compartido, su obra intransferible, única y en solitario, su sello. Cada persona imprime su propia marca, su estilo de vida, sus convicciones y descreimientos, sus valores innegociables.  De la inmanencia y la trascendencia de todo cuanto existió en ella, que configuró su ser y su hacer en este mundo sensible, su búsqueda de coherencia, de sentido de la vida, de sus luchas internas y externas, del mundo amplio de relaciones, frustraciones, éxitos y fracasos.

Es una realidad, las frustraciones afectivas que experimentamos por no poder hacer el tránsito del duelo como nuestra cultura nos ha transmitido, cuando lo inevitable golpea la puerta, por eso, hemos de recurrir a todas las herramientas emocionales internas construidas por años, para pasar los ratos amargos de las despedidas inesperadas o esperadas, sumadas al dolor inmenso de la separación. Los niños y los adolescentes son los grandes damnificados a los que debemos abrazar y proporcionar todos los apoyos físicos, emocionales, espirituales y afectivos para superar exitosamente las pérdidas y las frustraciones a los que se ven abocados cotidianamente, para seguir existiendo con gozo, a pesar de las múltiples pérdidas progresivas de diversa índole que tendrán que enfrentar en el transcurso del peregrinar existencial, evitando el estrés psicosocial, hoy día frecuente.



Si en el devenir de la vida el hecho de vivir en sociedad, nos hace colocar a medida que crecemos una serie de máscaras que nos permiten ocultar aquellos defectos que creemos tener, o para encajar en los diversos roles sociales que vamos desempeñando o como mecanismo de defensa ante el peligro ― por mencionar sólo unas cuántas circunstancias que nos llevan a ello―; cuando cae el velo, aparece la verdad más verdadera de nosotros mismos y como nunca antes somos observados. La plenitud del misterio de la vida y de la muerte se hace evidente, del recibir y del dar en su continuo movimiento.

Tienes una extraña sensación entre ausencia-presencia, porque todo te habla de la persona que se marchó inexorablemente para siempre. ¿De qué fuimos testigos? ¿Le cambiarias el nombre? ¿Cuál sería su epitafio? ¿Cuáles sus virtudes a resaltar? ¿Cuánto bien realizó? ¿Qué eco de ella hay en ti? ¿Qué faltó por decir? ¿Hay algo de culpas, resentimientos, malos entendidos, situaciones para sanar el alma?

El aliento de vida, el máximo don que hayamos podido recibir. ¡Qué maravilla existir… aunque tengamos que morir! Sin embargo, cuando se ha donado toda la vida repartiendo amor, acogida, guía, consuelo, protección, alegría, fortaleza, compañía, trabajo, cariño, cobijo, descanso, paz, apoyo… no nos sentimos solos, creemos y sentimos que esta persona nos fue dada como rayo de luz que iluminó y enriqueció nuestra vida, que prendió la hoguera dentro de nuestro corazón para ser también fuente de luz y por tanto y tanto recibido, podamos hacer fiesta cuando caiga el velo y se apague su luz. Ha sido nuestro espejo, su eco ha sido luz para reafirmar o reencausar nuestra propia vida.

Los dones y carismas recibidos que a todos los seres humanos nos adornan, dan su fruto cuando se viven en una convivencia grata y feliz, porque se han puesto al servicio de la vida de familia, de comunidad, resaltando los valores éticos y sociales de la fraternidad existencial.   

En la eternidad, paz y alegría y vida para siempre.

 

Gloria Inés Rodríguez Gaitán
Bogotá, Colombia.

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Camino llevando mi muerte a cuestas[1]

 

Camino llevando mi muerte a cuestas

Camino saludando y sonriendo

mientras la oculto

como a un cubo de basura

que no fuera elegante que se viera.

 

Camino con mi muerte a cuestas

que me cansa, me dobla y me detiene.

Un día me sentaré en el borde de la acera,

me deslizaré junto a una farola encendida

que en la mirada turbia me parecerá una estrella.

 

La gente creerá que estoy borracho

ya al filo del anochecer.

Y pasará de prisa, de largo.

Y Tú, sorteando los coches, sobre el lluvioso asfalto,

vendrás a buscarme ¡Oh, mi buen amigo!

¡Mi Cristo esperado!

Para llevarme, mientras conversamos, a Tu Luz, a Tu Calle,

¡Al fin! ¡A Tu Casa!

 

(Y en la madrugada, la gente

creerá - ¡qué tonta! -

que me quedé dormido

bajo la lluvia mansa).

                         A Juan Miguel.

                                                Alfredo Rubio de Castarlenas



[1] https://bibliotecadigital.universitasalbertiana.org/wp-content/uploads/2022/03/Camino-llevando-mi-muerte-a-cuestas.pdf


En Clave de ´Ser´- Escuela para la vida

 

 

En Clave de Ser, un montaje radial, elaborado por el equipo del Espacio Dolores Bigourdan, para ayudar a la meditación y la reflexión.


12 de junio de 2022

Pliego nº 161


Los duelos de migrantes 

En Vuelo nocturno de Antoine de Saint-Exupéry, el narrador menciona que con cada piloto que muere dentro del grupo de aviadores que vuelan para trazar las rutas aeronáuticas por la zona andina, la memoria de lo compartido también se extingue. ¿Qué sucede con la memoria que no puede compartirse? ¿Qué sucede cuando muere la última persona que compartía contigo esos recuerdos? Muere la posibilidad de recordar. Muere la memoria. 

Esta premisa viene a mi mente cuando pienso en mi experiencia como migrante equiparándolo a un duelo. No sólo duele alejarse del terruño; duele alejarse de quienes comparten contigo ese terruño, esa experiencia y esa memoria. 

Hace once años me mudé del desierto de Sonora a la Ciudad de México, que alguna vez fue lacustre, y que está ceñida en su crecimiento monstruoso entre dos volcanes: el Iztaccíhuatl y el Popocatépetl. Cambié mi tierra yerma con veranos cercanos a los 50ºC por una zona boscosa y lluviosa. 

 
He perdido mi desierto. Sí. Esa luz inclemente que parece una sábana tendida en la resolana, ese sonido sordo de insectos fuera del alcance de la vista, esos horizontes abiertos y sonrojados al caer la tarde, el calor calcinante que amenaza con evaporar el cuerpo entero. Pero cuando en esta nueva ciudad hablo de esa luz, de la resolana, del silencio, de los atardeceres, del clima, las palabras no son capaces de traerme mi desierto y eso canta, eso a lo que sabe, eso a lo que huele. Y mi terruño vuelve a morir. Cada día más, porque lo que recuerdo solo vive una memoria que se va volviendo lejana, un espejismo que atesoro para que no se disipe del todo. Y para no perderla vuelvo a nombrar: mi desierto, mi resolana, mi sobretarde, mi petricor, mi churea y chicharra. Y con capas de palabras voy vistiendo la memoria de algo que quizá ya no es. 

Puedo describir con la mayor fidelidad posible la sensación del espacio abierto, llano, ocre de mi tierra. Pero nadie podrá sentir lo que yo siento por ella. Porque es mía, construida con mis recuerdos, experiencias, sensaciones en los momentos en que la viví. 

El terruño se va convirtiendo en un espacio utópico. Un lugar de origen al cual se añora. Un punto geográfico cada vez más añoranza que destino. Un lugar imposible, porque ya no es lo que es, sino lo que se recuerda, lo que se extraña, lo que se envuelve en nostalgia. Inalcanzable. 

Cuando tienes la fortuna de compartir la lengua materna entre tu nueva ciudad y la que has dejado, un día te sorprendes con el infortunio de no compartir el acento, los modismos, el sentido del humor, el caló, los sonidos de la ciudad y sus pregoneros vendiendo cosas en las calles. Hay una pérdida de la lengua materna, a pesar de compartirla. Es escuchar a tu madre cantándote canciones de cuna desconocidas, cambiando tus apelativos y las expresiones que usaba en tu infancia para mimarte, hablándote como a una desconocida, pronunciando tu nombre como una extraña. 

Clara Obligado lo dice en su libro Una casa lejos de casa, que su propio acento argentino se ha desdibujado sutilmente en el exilio; un acento que tampoco es reconocido en la tierra española que ahora la aloja. Se ha convertido en alguien extraña para su lugar de origen y lo es (de manera inmutable) para la tierra que ahora la acoge. Si algo de la propia lengua muere, una se queda sin pares, sin tribu. Una pasa por el mundo a ser una extraña. Una desterrada. 

Nada vuelve a ser lo mismo. Ni la lengua, porque se transforma día con día; ni tu tierra, ni tus amistades, porque ya no son lo compartido, porque ya no es tu amiga de 60 años, cuando tú tenías 40. Tú ahora tienes 50 años, y tu amiga 70 y tu padre casi 80 años. Y esa distancia espacial y temporal se convierte un abismo cada vez más difícil de reducir y reconocer. 

La nostalgia tiene esa condena. Se atesora algo que ya no es. Se acaricia la sombra de lo que ya no está. Pero esa ausencia, ese no-lugar, se convierten en algo más grande de lo que es. Deviene en utopía, en un poema de amor que se recita de memoria sin recordar el nombre de a quien estaba dedicado. 

Pero me niego a perderlo todo. Y como migrante llevo en el corazón ese lugar inexistente e imposible que es mi terruño y su memoria., como si fuera una oda cada vez con nuevos versos, porque como dice Clara Obligado, “Llevar un poema en el corazón, pienso, puede ser también una forma de resistencia”. 

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OBLIGADO, Clara. Una casa lejos de casa. España, Ediciones Contrabando, 2020. 

SAINT-EXUPÉRY, Antoine. Vuelo nocturno. México, Editorial Dante, 1989. 

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María Antonia Mendívil
México