12 de marzo de 2015

Pliego nº 74


Mal y límite

«Queridos amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios […]. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único […] Si Dios nos amó de esta manera también nosotros debemos amarnos unos a otros» (1 Jo 4, 7-11).

El amor de Dios es como un mar tranquilo que nos arrulla con sus olas
Nadie nos ama de forma tan completa como Dios, nadie nos ama con una medida tan desmedida, porque Él que es el Amor primigenio tan sólo puede amar. ¿Cómo correspondemos a este amor? Dios espera que lo volvamos en recíproco pues de la esencia del amor es que sea correspondido. Sin embargo, cuando contemplamos el mundo nos encontramos todos los días con la experiencia de mal. ¿Cómo es posible que haya tanto mal en el mundo, tanto sufrimiento?

Dios nos ama tanto que nos hizo libres. Ser libres es una dádiva de amor sin límites, es lo que nos permite amar, pero al mismo tiempo permite que nos sintamos amados. Tan sólo desde nuestra experiencia de amar al otro, tan sólo a partir de nuestra realidad concreta y limitada podemos acoger el infinito amor de Dios. Sin embargo, nosotros mismos limitamos este amor ya que somos seres limitados. Receptáculo limitado que acoge lo inefable, lo inabarcable, lo incontenible. Somos libres, sí, pero libres-limitados, y a menudo perdemos la noción de los límites de nuestro ser. Y cuando intentamos echar abajo nuestras limitaciones pensando que alcanzamos una libertad mayor de aquella que nos correspondes, muchas veces a costa del espacio de libertad de los otros, provocamos un profundo sufrimiento.

A pesar de ello no podemos imputar todo el mal que hay en el mundo, el exceso de mal, a la libertad humana, pues en el mal hay también una dimensión de misterio. El mal puede derivarse de nuestra libertad, pero también se desprende de nuestro límite, es más -como ya lo afirmábamos- nuestra libertad, por ser humana es limitada. En otras palabras, hay mal porque hay límite o, existe la posibilidad de mal en nosotros porque somos limitados. No obstante, el límite y el mal que se deriva de éste, nos recuerdan que existimos. Somos seres limitados o no seríamos. 

Dios lo permite todo respetando pacientemente siempre nuestra libertad. A pesar de todo el mal del mundo, seremos redimidos; por amor Dios siempre está esperando que también nosotros usemos nuestra libertad para lo que fue creada, para amar a los otros y al Otro.

«No me preocupan nada mis pecados
Pues tu misericordia es infinita»1

Dios no quiere que suframos, pero por respeto a la libertad de los seres humanos permite que actúen como lo deseen, incluso si desean hacer el mal. Él ya nos atraerá con la fuerza de su amor, llevándonos de nuevo al camino de la salvación a través de su misericordia.

Con nuestra libertad, parte integrante de nuestro ser limitado, podemos optar por un camino o por otro. Podemos provocar dolor, sufrimiento, odio, pecado; así como podemos amar, bien-hacer, provocar alegría y gozo al otro. Depende del camino por el que optemos.

El primero, si fuera deseado, intencionado, procurando el mal del otro, responde muchas veces a la soberbia, a la tentativa de convertirnos en dioses, de creernos seres superiores a lo que en realidad somos y por eso nos creemos más importantes que las otras criaturas.

¿Sin embargo, será la soberbia el único mal del hombre? ¡Me pregunto!

Cuando un ser humano con todos sus límites, con toda su contingencia (innecesariedad, que es, pero que podía no haber sido nunca) desea ser un ser absoluto, entonces, está presente la soberbia que lo transforma en un ser obscuro. O, aún peor, creemos que podemos ser tan perfectos - ¿por qué no ser como Dios? Sin embargo, aquel que no quiere ser un ser humano, que no quiere asumir su fragilidad, probablemente no será nada, ni desarrollará lo que realmente es, ni lo que desea ser, pues le es inalcanzable.

Todo esto adviene de la libertad que nos fue ofrecida como don. Si bien es cierto que nos permite crecer, también lo es que conlleva responsabilidad. La libertad puede ir hasta donde la propia persona es capaz de responder. De esta forma la responsabilidad nos marca los límites, delimita nuestra libertad.

De esta forma, cabe que nos preguntemos: ¿la libertad, con su dimensión de responsabilidad, es potenciadora o limitante? Puede ser lo que escojamos…

Si es limitante, porque quiere ser más de lo que es, provoca mal y no permite el pleno desarrollo de la realidad que es la persona, pero si es potenciadora, amando sin límites, puede provocar alegría y gozo.

La Soberbia nos lleva a desiertos de dolor
El soberbio se hincha de libertad. Pero se hincha de libertad para disminuir la libertad del otro, y entra en un área en la cual ya no tiene capacidad de respuesta. El humilde ama sin condiciones y su espacio le es suficiente. 

En Dios, que nos ama en la globalidad de nuestra realidad limitada al punto de crearnos, podemos estar seguros de que somos aceptados y en Él y con Él aceptaremos nuestros límites y nuestro lugar en este mundo, como real posibilidad para poder amar.

Aceptando nuestros límites estaremos tan cerca de Él que caminaremos a su lado aunque no lo veamos o que a veces lo sintamos un poco lejos. Sin embargo Él estará en nosotros y nosotros en Él.

Helena Adegas
Porto (Portugal)



1. RUBIO, Alfredo. Soneto XL. In RUBIO, Alfredo  Sonetos en la Ermita. Barcelona: Edimurtra, 1993, p. 54.




Atisbos




Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan(Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.