12 de julio de 2011

Pliego nº 30..............................'2ª Etapa'


Resarcir a Dios, Ser Santos

“Esta es mi silla”, “yo tengo todo el derecho a ocupar este asiento”, “desde siempre esto ha sido para mi”, “yo tengo derecho de toda la vida a estar aquí”… ¡Cuantas afirmaciones arriesgadas e incluso algunas de ellas absurdas! Si en la vida ordinaria estas actitudes nos parecen prepotentes y de un dominio inmerecido, cuando las atribuimos a nuestra relación con Dios, acompañadas de tantas exigencias, todavía es más absurdo.

¿Por qué no nos preocupamos más en pensar el por qué estoy aquí, o pensar qué don Dios me ha concedido para que yo pueda estar aquí i ahora en este mundo? Muchas veces la gratuidad y la libertad de Dios contrastan con la opinión que yo tengo sobre la gratuidad y la libertad. Fácilmente pretendemos atar de manos a Dios, creyendo que nosotros somos imprescindibles y necesarios.

Dios soñó para los humanos un mundo de paz, de alegría y de paraíso, pero esto lo hemos trasmutado y manipulado de tal manera que poco se parece al proyecto originario de Dios. Lo hemos convertido en algo muy distinto a lo que Dios sueña para nosotros. La creación del ser humano es una maravillosa y sorprendente realidad, distinta a la creación de la naturaleza con sus mares, sus montañas, bosques, animales, etc.

Dios dotó al hombre de una capacidad de libertad desconocida en el universo. Libertad humana que se conjuga con la libertad de Dios. ¡Qué gran contenido de comunión representa para los humanos! Dios seguro que soñaba con unos hombres y mujeres “de paraíso”, así es como nos lo describe el libro de Génesis.

El proceso ideal de crear una humanidad llena de amor, contrasta con tantos desamores y rebeldías de los humanos que nos parece como si Dios fallara ante la gran fuente de caridad que es Él mismo.

Lo que Dios sueña para el hombre no siempre se cumple, a causa, precisamente, de la libertad humana. Pero si los humanos no fueran libres, serían como meros robots del designio divino. A pesar de que no somos lo que dios soñaba, Él nos ama infinitamente y no escatima esfuerzos para que seamos redimidos por medio de la Pasión de Cristo y su Resurrección. Ciertamente se trata de ese Dios humilde y cercano a la humanidad el que nos conduce a la redención. ¡Cuán necesaria es la gratitud de los humanos para con Dios! Es la misma humildad que Dios tiene para con nosotros lo que nos salva.

La redención no se entiende si no es desde la gratuidad (Dios, lleno de amor desinteresado quiere salvarnos), y desde la gratitud que es uno de los grados más sublimes de la humildad. Tampoco se entiende si no es desde la alegría; no olvidemos que la muerte redentora de Cristo conlleva una resurrección redentora. Las infidelidades de los humanos en forma de odios, guerras, hambres, desconsideración, iras, celos… parece que frustren el plan de Dios. Sin duda todos estos acontecimientos de anti-caridad alteran los planes de Dios. Alfredo Rubio comentaba en una charla que dio el 25 de abril de 1991 en Talanquera: “¡Qué humildad reconocer que yo y todo el mundo con sus pecados frustramos continuamente los nuevos planes de Dios! Entonces naturalmente, visto que somos culpables de frustrar los planes de Dios, de que no nazcan los que Él deseaba, pues tenemos que hacer penitencia al máximo para reparar este daño. (…) Reconociendo el daño que uno ha hecho, pues, es otro grado de humildad” Por tanto esta penitencia no es otra –indica Alfredo Rubio- que esforzarse en ser santos para resarcir a Dios por todos los pecados míos y de los demás.

Dios nos ha creado, a pesar de no ser los que Él hubiera deseado. Son otros que Él ha creado a pesar de todo. Nosotros, en este contexto de humildad, es decir de santidad, a partir de la gratitud, de la alabanza, de la paz y de la alegría, podemos resarcir el camino. Nos abrimos al Espíritu que es el que nos ayuda a avanzar hacia la santidad. No se puede ser santo desde la vanidad, sino desde la humildad y por la penitencia. Ésta no consiste en darse azotes o terribles privaciones sino en un constante acto de amor al prójimo, amar a pesar de todo, aunque no exista correspondencia e incluso haya anti-amor. Debe ser un gozo amar como Dios nos ama. Poder colaborar a que se realice el verdadero “paraíso” que Jesucristo inaugura.

Josep Maria Forcada
Barcelona (España)

Ser santos para resarcir a Dios


Cuando en una ocasión, hace muchos años atrás, me preguntaron qué quería ser yo en la vida, a qué aspiraba, contesté: “quiero ser santa”. Después de decir esto, me sonrojé enormemente pues sentí que quién era yo para pretender algo de estas características. Más aún, cuando sentía y siento constantemente mi límite y mi pecado. Por otro lado, ¿qué habrían pensado los que escucharon mi deseo? Quizás se llevaron una imagen de una persona vanidosa con aspiraciones grandilocuentes y fuera de la realidad. Después de esto nunca más me atreví a expresar verbalmente mi aspiración más profunda,… aunque seguía bullendo en mi interior. Un día, le oí decir a Alfredo Rubio de Castarlenas que la santidad no es una especie de regalo que nosotros le ofrendamos a Dios, sino que la santidad es resarcir a Dios del daño que le ha causado nuestra ofensa y, a la vez, resarcir al prójimo del daño que causan nuestros pecados. O sea, la santidad ¡es resarcir! Concebir la santidad como un resarcir, nos salva de la vanidad y nos vuelve más humildes.

¿Qué implica resarcir, cómo se hace? Resarcir es hacer la voluntad de Dios y su voluntad es que nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado.

Resarcir más con obras que con palabras. Y, más que obras, el amor que se pone en ellas, pues como afirmaba santa Teresa de Jesús “Que el Señor no mira tanto la grandeza de las obras, como el amor con que se hacen…” (Las Moradas, Sta. Teresa de Avila); o, como decía Alfredo Rubio, no se trata tanto de hacer cosas con amor, sino ser amor que hace cosas.

Para ello, hay que abrirse al Espíritu Santificador, que desciende cuando deseamos en verdad que nuestra voluntad sea una con la voluntad del Padre. Para que el Paráclito venga y actúe es necesario primero pasar por el calvario, decir no al mal y hacer un proceso gradual de humildad. La humildad es condición para que podamos estar abiertos a los dones del Espíritu Santo. Esta progresividad en la humildad no es un ascender sino más bien un descender, como ya señalaba San Benito describiendo los doce grados de humildad o Alfredo Rubio en su profundo escrito “A nivel del campo, la hierba y su raíz”, en el cual nombra diez grados de humildad. Ambos se refieren a una espiritualidad desde abajo, que eleva a Dios descendiendo a las profundidades del hombre. También Santa Teresa, en su Libro de la Vida, afirma que “este edificio todo va fundado en humildad, mientras más llegados a Dios, más adelante ha de ir esta virtud, y si no, va todo perdido. Y parece algún género de soberbia querer nosotros subir a más…” Por su parte, Santa Clara de Asís, desde un principio se aplicó a levantar el edificio de todas las virtudes sobre la base de la santa humildad.

Pareciera pues que la humildad es la puerta por la que entran los dones del Espíritu Santo para ayudarnos en nuestra misión de resarcir a Dios y al prójimo. Ser “ayudadores” de Dios en la tarea de ajardinar el mundo, de irlo convirtiendo en el Paraíso que Él soñó para la humanidad. Este concepto de ser ayudadores de Dios, es algo que tanto Teresita de Lisieux, Antonia de Oviedo (se llamaba a sí misma ‘coadjutora de Dios’) o Etty Hillesum ya vivían. Etty Hillesum estando en el campo de concentración, sentía que "si Dios cesa de ayudarme, seré yo quien tenga que ayudar a Dios"... Este "ayudar a Dios" lo repite una y otra vez y es fundamental en sus escritos.

Quizás esto nos pueda acercar a una imagen de Dios más menesteroso, en el sentido, de que Él también anhela nuestro amor, nuestra amistad, nuestra ayuda.

Y, probablemente, la mejor manera de resarcirle sea precisamente estando contentos de la existencia que Él nos ha regalado, haciendo de ella un canto permanente de alabanza como el de Santa Clara: “Alabado seas Señor, porque me has creado”. Ya que resarcir es decirle también que lo que Él ha hecho está bien, todo está bien, la creación es una maravilla, el universo, su mayor obra de arte. Y, no sólo diciéndolo, sino viviendo de acuerdo a ello. Eso significa vivir con alegría, ser pacificadores, de fe intrépida, portadores de esperanza y llamas de caridad.

Lourdes Flavià Forcada
San Francisco de Chiu Chiu (Chile)

Atisbos


Aquí se recoge escritos y pensamientos de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer a nuestros lectores un espacio de reflexión.

Son escritos y pensamientos algunos recogidos por ella y otros que forman parte del itinerario de su vida.

------------

“Santa Teresa siempre hacía lo mejor. Dios hizo por mí lo mejor. Yo tengo que hacer por Él, en nuestro prójimo lo mejor.”


“Es preciso que nuestra vida de cristianos sea sólo actos de testimonio de nuestra descendencia de Dios con nuestra unión con caridad y suavidad, respetando sus ideas porque no hemos estado enseñados o preparados para esto no podemos comprenderlo; seamos humildes para reconocer nuestra incapacidad y Dios nos utilizará en el momento oportuno y a la manera de Cristo; quizás nosotros haremos ese apostolado sin percatarnos, porque es Dios que lo hace en nosotros.”


“Ser el buen samaritano de tantos corazones agrios, de espíritus inquietos, de conciencias perturbadas, tener un delicado respeto, la ciencia de las almas.”