12 de agosto de 2021

Pliego nº 151


Gracias por haber venido

Desde el nacimiento, cada ser humano está en migración, peregrinando a lo largo de su vida. Y esta salida de sí mismo necesita puertos de llegada, personas en las cuales anclar, recuperar energías, abrazos, alimento y continuar con esta mudanza extraña que es el crecimiento.

Este movimiento de migración, que puede sonar bucólico, no siempre lo es. Hay migraciones tan forzadas y traumáricas que equivaldrían a sacar de raíz una planta o, lo que es peor, cortar una rama o una flor y condenarla a la muerte prematura. También hay migraciones más parecidas al secuestro de un pájaro, el cual es puesto en cautiverio para disfrute y provecho de seres sin respeto por la dignidad ni la libertad del otro.

Nuestro siglo XXI está viviendo movimientos migratorios muy intensos que dibujarán un mapa humano cada vez más complejo, con accidentes insospechados. Pero es el que es, no podemos revertirlo. Sí que podemos aceptarlo, abrazarlo y, desde este cambio de perspectiva óntica, mejorar la calidad de este desplazamiento acogiendo con el corazón, con la cabeza y con los medios materiales posibles.


Para comprender mejor la situación vital de quien migra, intentemos ponernos en su piel. Si la situación política, económica, social, incluso moral, de mi país es tan insostenible… O conozco personas o familiares de personas que han emigrado y “viven mejor” o envían dinero a casa para que la situación sea más llevadera, pues yo querré salir también de esta realidad que me ahoga.

Pero el viaje es largo y cuesta mucho dinero, tendré que vender lo que pueda o empeñar propiedades familiares o pedir un préstamo a nombre de alguna o alguno de los que se quedan. Mucho nerviosismo desde el comienzo, pero también mucha expectativa. ¡Todo es para mejorar! Y un día comienza el viaje. Pocas cosas para hacerlo más ligero. Despedirse de los padres, de las hermanas y hermanos, la familia, los amigos… los hijos e hijas. Sólo queda mirar adelante porque lo que se deja es mucho, es todo.

Ya dijeron que no sería fácil y que hay peligros. Meses caminando, a merced de mafias, sufriendo hambre, vejaciones, siendo robado, arrestado… Sólo quien lo vive sabe el terror que puede ser. Y no hay marcha atrás. La expectativa sigue siendo mayor y ya no hay recursos para volver. Sólo queda seguir y hacer como que no pasa nada. Ya son meses desde el último abrazo y aún quedan fronteras por cruzar.

Por fin la costa, en la otra orilla está la vida. La última reserva de dinero era para esto. Llegada la noche comienza la travesía. Hay que ayudar todos. También niños y mujeres… Algo pasa, ¿estamos perdidos? No hay suficiente comida ni agua. No hay fuerzas para seguir. No sé qué es peor: el día con ese sol que quema la piel o la noche eterna. De pronto luces y voces. ¡Nos han visto!

Han pasado días o semanas y, por fin, comienzo a poderme levantar. Me duele todo el cuerpo, como si hubieran golpeado cada uno de sus miembros. Mi cabeza no entiende, todo pasa muy rápido y muy lento a la vez. Me ven doctores, me dan medicina. Me dan ropa, me dan comida y me ponen a vivir con otra gente, como se puede. Me dicen lo que tengo que hacer, pero no entiendo lo que tengo que hacer.

No me contaron que el lugar que me estaba esperando era así…

En estos cuatro párrafos hay trocitos de vidas de diferentes personas que sólo pretenden decirnos que no es nada fácil llegar hasta aquí. El que migra no sabe a lo que migra. Y el que siempre ha vivido aquí, de pronto ve por las calles personas que no había visto antes y que van siendo cada vez más. Esta nueva –vieja– realidad pronto comienza a influir en mi vida de una forma u otra. Y no hay marcha atrás.

A partir de aquí, sólo queda cerrarse y hacer como que no pasa nada o pensar con el corazón y accionar (no reaccionar) con la inteligencia. Volvemos al comienzo, todas las culturas hemos tenido que migrar en algún momento de la historia. Ahora nos toca recibir y compartir, sobretodo porque ellos no pueden marchar aunque quieran. Y, sobretodo, porque es un bien para todos su llegada.

Cuando nace un nuevo ser en la familia, este es un don y hay que comenzar a conocerlo, acompañarlo a crecer, arroparlo, levantarlo de sus caídas y ayudarle a ser un día autónomo. Pero algo importante, este ser nace con su libertad y con sus particularidades, las cuales hemos de respetar siempre.

De igual manera, cuando una persona inmigrante llega a casa, hemos de aprender a conocerla, arroparla, ayudarla a ser autónoma para que, como nosotros, aporte lo mejor de sí a la comunidad. Pero sin olvidar el respeto su libertad y sus particularidades.

Para concluir esta reflexión, quisiera recordar el gesto que hace Jesús en la última cena que nos narra el evangelio de Juan. Jesús traduce la eucaristía, que quiere decir “acción de gracias”, en un gesto de hospitalidad: lava los pies de sus amigas y amigos como se hace con el que llega a casa. Jesús quiere dar las gracias a todas esas personas que han formado parte de su vida y lo hace con la mayor humildad.

¿Podremos, algún día, dar las gracias a cada persona migrante que se cruce por nuestras vidas por haber venido y habernos ayudado a ser mejores?

Javier Bustamante Enriquez
Barcelona (España)


Atisbo

 


Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.

 

En Clave de 'Ser' - La Descalcez

 

 
 
En Clave de Ser, un montaje radial, elaborado por el equipo del Espacio Dolores Bigourdan, para ayudar a la meditación y la reflexión.