12 de junio de 2013

Pliego nº 53

Amar con autenticidad

Proseguimos con la propuesta de re-mirar los 'mandamientos en clave positiva'. Si reanudamos esta visión desde el décimo mandamiento al primero, observamos que es como una escalada ascendente, hacia un llamado de integridad y santidad apropiado para todos los bautizados.

Recordemos los Mandamientos ya comentados en el artículo anterior por A. Alsina; el 10º nos solicita alegrarnos de que los demás tengan bienes y cualidades; el 9º que estemos complacidos, no sólo por lo que tienen, sino también de que puedan disfrutarlos; el 8º nos invita a dar testimonio, gozoso y positivo, de la presencia de los demás en nuestras vidas; y el 7º,  a compartir los bienes materiales que vamos teniendo, con los más necesitados.

El sexto mandato de la ley de Dios es otro peldaño de esta escalada ascendente en busca de una plenitud, cada vez con mayor profundidad y exigencia, pues a partir de este 6to. precepto las referencias son explícitas al ser de la persona.

Hasta ahora, acostumbrábamos a analizar, ver y leer este mandamiento en clave de prohibición: ‘no cometerás actos impuros’, ‘no fornicarás’, pero si los remiramos con ojos de magnanimidad y misericordia, ¿qué nos pide este mandato?  ¿Nos damos cuenta que nos invita a lo más genuino y supremo de la plenitud humana, a vivir instalados en el amor?

Al 6to. Mandamiento se le conocía como ‘no fornicarás’, y tiene una explicación lógica si nos remontamos al contexto histórico del Pueblo de Israel. Además del templo de Dios, construían otros templos a ídolos y dioses falsos que poseían a su alrededor pequeños prostíbulos para que las personas que adoraban los falsos dioses, terminaran de simbolizar su idolatría a través de relaciones sexuales con una de las prostitutas de esos tabernáculos. Fornicar era confirmar la adhesión a esos dioses.

Hoy podemos contextualizar este mandamiento examinándonos en lo siguiente:  ¿Fallamos en el amor a Dios y al prójimo, cómo? ¿Pretendemos alabar a Dios creador, sin estar contentos de lo que Él ha hecho -la creación misma y nuestro propio ser-? ¿Quizás vamos tras otros dioses, que actualmente tienen el rostro de la moda, el dinero, la supervaloración del tiempo; o el deseo de mayores riquezas, belleza física, inmortalidad, intereses egoístas?  ¿La adhesión a estos falsos dioses, la envolvemos en sutilezas y frivolidades para mantener adormecido nuestra propia conciencia?

Este mandamiento hace una referencia clara al amor a Dios y a los demás. San Juan nos dice: Cómo puedo decir ‘amo a Dios si odio al hermano’. Sería un mentiroso pues si no amo a mi hermano a quien veo, cómo puede amar a Dios, a quien no veo (cfr. 1Jn, 4, 20)

Dios que es Amor, está abierto a nuestro amor auténtico y reflejado en el amor al prójimo. Pero si malogramos nuestra capacidad de amar con actos hipócritas que no corresponden a un sincero afecto, estamos engañándonos y tergiversando este valor tan sublime. Y esto ocurre con frecuencia. Una muestra sería cuando ofrecemos una caricia seductora, llena de interés o de dinero pero vacía de amor sea hacia un amigo o a un desconocido, a un compañero o entre esposos. Toda expresión amorosa por leve y fugaz que sea, si no corresponde al  verdadero amor y a la legítima amistad, es una traición como el beso de Judas. Expresar falsedad en el afecto es una ofensa a Dios y a las personas, además de que deforma nuestra propia naturaleza humana.

Juan Pablo II afirmó que dentro del mismo matrimonio podía haber adulterio o violación cuando el esposo o la esposa tratan al otro como un objeto y no como una persona digna de amor, de respeto y libertad. La vida de pareja no es un carnet de licitud para hacer lo que uno quiera, sin amor.

Sí, este 6to mandamiento podemos verlo como una invitación al amor verdadero, sin engaños ni falsedades. Este amor nos estimula a ser  fieles, a la benevolencia, a la apertura hacia el otro, apreciándolo y potenciándolo tal y como es, como un auténtico bien en sí mismo.

El amor veraz y auténtico exige una respuesta consciente y voluntaria puesto que es una de las capacidades fundamentales que nortean a la persona; es por ello que debemos cultivarlo y acrecentarlo desde la propia libertad.  Pero el amor tiene múltiples matices y distintos modos de expresar su afecto,  tantos como relaciones humanas existen en el mundo: amor de esposos, de abuelos a nietos, de compañeros de trabajo, de amigos... Toda una gama con diferentes  manifestaciones externas que, deberían responder, ciertamente, a una verdad interior de afecto libre y voluntario.

Dicen la mayoría de los psicólogos que el amor es necesario para el ser humano; se necesita amar y ser amado, tanto a nivel personal como en el ámbito de lo social.  Por tanto, no debemos reducir esta gran capacidad a nivel de la familia o de los amigos; también deberíamos potenciar el afecto y la cordialidad en las otras relaciones interpersonales (sociales, políticas, culturales, lúdicas, laborales, etc.) y en las relaciones entre grupos de personas, según un modo y grado adecuado para cada caso.

¡Qué gran paradoja!  A pesar de que el amor es tan necesario para el individuo, no podemos exigirlo, no puede lograrse por coacción. Es decir, el derecho a ser amado aunque es inalienable a la persona no puede reclamarse: un individuo es amado en verdad por otro, sólo si éste lo quiere libremente.  Esto no lleva a expresar que el amor además de libre debe ser sabio, pues de lo contrario podría querer el mal para los demás y se convertiría en una fuerza con posibilidades destructivas.
   
Arrepintámonos, pues, de nuestras concupiscencias en el afecto ya que es una forma de hacer acciones impuras como engañar, mentir o  robar. Asimismo, es soberbia y menosprecio hacia este bien que consideramos tan alto y sublime; objeto, además, de un maravilloso mandamiento de Jesús: “Amaos los unos a los otros como el Padre me ama a mí y yo os amo a vosotros” (Cfr. Jn, 13, 34; 15,9)

Así, aliviados del peso del interés y el egoísmo, tendremos el coraje de vivir la benevolencia del amor a la que nos invita san Pablo en su  Primera carta a los Corintios cuando nos recuerda que, "El amor es paciente, es bondadoso; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante; no se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido; no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad (…). El amor nunca deja de ser" (cfr. 13, 4-13). 

Anna Maria Ollé
Santo Domingo (República Dominicana)

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