12 de octubre de 2013

Pliego nº 57


HABLAR DE DIOS

Es bien conocida la frase atribuida a santa Teresa cuando exhorta a sus monjas diciéndoles que tenían que hablar de Dios o no hablar. Deberíamos ahora, como entonces, volver sobre esta reflexión. ¿Sabemos ahora hablar de Dios? De ese Dios que no está ni arriba ni abajo, sino que está en y con nosotros y con nuestra historia humana. De ese Dios que no es ni masculino ni femenino, sino que es el misterio inefable de nuestra realidad, para el que todos nuestros conceptos humanos no son más que analogía. Ese Dios del que sólo se ha podido alcanzar a decir alguna palabra desde la experiencia profunda de su actuar entre nosotros: Padre y Madre a la vez; Él y Ella; Palabra encarnada; Aliento y Ánima que vivifica.

Pensamos, con frecuencia, que es difícil hablar de Dios en nuestro mundo tan frívolo, tan instalados en los valores de lo tangible.

Me atrevería a afirmar que también Dios es de alguna manera tangible, o por lo menos que, desde la fe, podemos dar testimonio de la cercanía absoluta de Dios, este modo de ser de nuestro Dios más íntimo a nosotros que nosotros mismos, como tan magistralmente expresó San Agustín. Creo que en nuestro mundo muchos NO han olvidado a Dios. Más que la muerte de Dios o el silencio de Dios, de lo que tanto hablaron algunos filósofos y de lo que tanto se comentó en el siglo pasado, lo que puede estar pasando es que muchos han dejado de prestar atención a las “noticias” sobre Dios. Y esto podría ser así porque las palabras, las cosas que se dicen sobre Él no iluminan la vida real. Lo que se dice sobre Dios, nuestras palabras sobre Dios, dejan de interesar a muchas personas, y eso es algo a lo que hay que prestar mucha atención.

Hablar de Dios o no hablar. Hay que acertar a hablar de Dios con palabras llenas de unción, pero profundamente entendedoras, que no tengan regusto a rancio. Hablar con palabras y hablar con la vida, con gestos llenos de compromiso humano, asumiendo al prójimo en sus necesidades reales, sobre todo respondiendo a las necesidades más urgentes, dejando que ellas duelan en nuestra propia carne. Eso es hablar bien de Dios que nos quiere hermanos, unidos en la fraternidad. Algunas veces hablaremos y alabaremos a Dios sin nombrarle para  nada, sólo con la presencia llena de servicio amoroso. Cuanto más amemos hacer el bien y más lo afirmemos,  como una ley que es el norte de nuestras vidas, tanto más irradiaremos a Dios en nosotros… Aunque, si los que decimos creer en Él no lo nombramos nunca, ¿quién lo hará?

Hay que tocar muy de pies al suelo cuando hablamos de Dios, aunque nos atrevamos al mismo tiempo a ser un poco o un mucho místicos. Pero una mística de ojos abiertos y completamente conectada a la vida. No podemos hacer angelismo, sino que hay que amar y acoger con ternura la realidad. Hay que atreverse, sin embargo, a pensar cosas nuevas sobre Dios, ese Dios inabarcable del que nunca llegaremos a saber sobre Él más de lo que Él mismo quiera mostrarnos. Los que decimos tener fe, vemos y experimentamos la gloria de Dios que es su presencia, su cercanía y su misericordia; es decir, experimentamos su forma de manifestarse en el mundo como su Espíritu, ese que está más cerca de nosotros que nosotros mismos,  que nos re-crea continuamente y nos posibilita ser proféticos.

Hablar bien de Dios, bendecir a Dios, alabar a Dios, para hacer venir su Reino, esa es la razón de nuestro existir, y hacer esto en un mundo, nuestro tan querido mundo, que está cambiando a una velocidad nunca vista anteriormente. Aún, ni tan solo conocemos el lenguaje para dar nombre a lo que de verdad está ocurriendo globalmente. Aún estamos empezando a formular el pensamiento adecuado a lo que está naciendo. Estamos todos en búsqueda, creyentes y no creyentes. Estamos en búsqueda pero no en la oscuridad, la nuestra es una búsqueda impregnada de la luz del Evangelio. Y desde ahí, necesitamos un pensamiento nuevo de verdad, que se atreva a ir más allá de lo que hasta ahora nos ha sostenido. 

Necesitamos conocer más sobre Dios, sobre nosotros mismos y sobre el mundo que habitamos, quizás también sobre otros mundos. Conocer sobre Dios es seguir  buscándole y escuchándole en la revelación que también se halla escondida en los signos de los tiempos. Somos buscadores de Dios. El apóstol san Pablo en el areópago de Atenas habló de buscar, de sentir y de encontrar a Dios, que no está lejos de ninguno de nosotros y en quien vivimos, nos movemos y existimos. Estamos ahora llamados a una nueva libertad, y en la medida en que seamos libres llegaremos a tener palabras nuevas capaces de iluminar las realidades de esta vida con los valores del Reino. Estamos llamados, al lado de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, a construir la humanidad que está surgiendo, aunque las palabras y los gestos que necesitamos aún se están gestando, poco a poco, hasta que lleguemos a darlos a luz, en un parto universal.

Hablar bien de Dios, bendecirlo, alabarlo, lleva implícito una gratitud profunda, quizás no expresada pero sí muy real, ante la obra de su creación que es el  más fiel “icono” de Dios. Dejar que el don de la belleza anide en nuestros corazones, nos transformará a nosotros también en “iconos” esparcidos por el mundo. Una mujer, mística de nuestro tiempo, afirmó que tenemos que “ayudar” a Dios. Es bien verdad. Tenemos que ayudar a Dios, ayudar a revelarlo, darlo a conocer. Siempre hemos pedido a Dios que nos ayude Él a nosotros. Parece  muy pretencioso, muy atrevido invertir la propuesta pero no lo es. Requiere mucha humildad hacer eso. Ayudar a Dios para que esté bien vivo en nosotros. Dejarse inundar por Él, hasta quedar llenos de Él y vacíos de nuestras pretensiones. Dejarse envolver, penetrar por la música de Dios por completo, hasta que suene desde dentro. Ayudarle también para que viva en los que aún están cerrados a su luz. Y este ayudar a Dios no puede ser otra cosa que la acogida más cálida, el amor incondicional, la amistad entregada y fiel, la responsabilidad y el “cuido”, también incondicionales, de unos a otros. Cuidar la vida, cuidar el hábitat, de manera que Dios que es amor creador sea dado a luz en cada uno de nosotros. 

Ayudar a Dios hasta quedar grávidos de Dios. Esto es hablar bien de Dios, alabarlo, bendecirlo, en lo que Él es.

Manuela Pedra
Barcelona (España)

Vivir la fe desde el ser Mujer





Dicen que los hindúes más antiguos hacían las imágenes de sus dioses sólo en barro, nunca en piedra o mármol. En Bombay, cada año, después de rendir culto a imágenes de barro, las sumergen en el mar y allí se hunden, se disuelven y desaparecen. La teología del barro es bella y profunda. Una sola imagen, por bella que sea, no capta la infinitud de Dios. El barro dura poco, y la imagen debe cambiarse al cabo de algún tiempo, dejar que se disuelva y dé lugar a otra imagen, a otro rostro de la divinidad que nunca agotaremos con nuestros diseños. Avanzar en el conocimiento de Dios es estar dispuestos a llevar cada año al mar la imagen anterior, es dejarle a Dios que cambie, que nos lleve cada vez a una nueva visión y un nuevo amor.

Cuando miro atrás veo que la fe se interioriza lentamente, que es una opción que hay que ir renovando, que es un camino de abandono, de un estado de dependencia para acceder al estado de libertad interior. Me doy cuenta que la fe que recibí de mis padres, mi imagen de Dios y mi relación con Dios, no es estática, es dinámica, ha ido cambiando a lo largo de mi vida.

Al reflexionar sobre mi vivencia de fe desde el ser mujer, me doy cuenta de que a través del hecho de ser mujer, y también en mi caso, esposa y madre, Dios me ha ido llevando, iluminando y conduciendo, en el camino de la fe. Que ser esposa y madre ha sido también preparación para que más tarde Dios se manifestara en mi vida. 

En el ser esposa, fruto de la relación, del compartir y de la estima, el amor se ha transformado en vida y la vida se ha llenado de amor. 

Ser madre es la primera relación que se establece de forma única y exclusiva con otro ser y que está dentro de ti. Al ser madre, algo se rompió en mí, hay una ruptura del ego, un descentramiento, una disponibilidad, una apertura hacia un nuevo amor a los hijos, que me dilata más allá de mí misma. Con la maternidad, doy a luz, doy la vida por el otro y dejo que el amor de Dios se vaya manifestando a través de mi ser, que se vaya desplegando mi capacidad de amar de manera gratuita.  

Pero un momento determinado, de mi vida, siento que de vivir una vida desplegada hacia afuera, de acción y construcción, profesional y familiar, dedicada a educar a los hijos con valores, acompañarlos... el nido comienza a quedar vacío. Siento un vacío dentro de mí, siento un deseo y sed de lo trascendente. Mi vida interior comienza a adquirir más profundidad y protagonismo. Las creencias ya no tienen sentido por ellas sino que necesito buscar el sentido, reevaluar el estilo de vida y ser coherente. Tengo deseo de Dios y necesidad de sentido y esto da lugar a un proceso nuevo de búsqueda, de vivir la fe, a un nuevo camino. Me vuelvo a preguntar: ¿Quién soy yo?

Me doy cuenta de que Dios siempre ha estado presente en mi vida aunque yo a veces no haya sido consciente, pero es en este momento en el que lo busco, en el que tengo deseo de Dios, en el que me doy cuenta de su presencia, cuando hago experiencia. Y así empiezo a vivir la fe entendida como una confianza con Aquel que me sostiene, a vivir una experiencia de Dios que es fuente de Amor y de Vida.

Inicio un proceso de camino espiritual, primero de encuentro con Dios, de dejarme amar por Dios, de dejarme abrazar por Dios, pero para ello tengo que acercarme, y para acercarme debo cortar hilos, a veces incluso cadenas que me impiden hacerlo.  

Empiezo un trabajo personal de conocimiento de mis limitaciones, mis miedos, mis sombras para poderlas luego aceptar, amar, reconciliar y transformar. Siento en este trabajo de desierto y de aceptación de mí ser, la misericordia de Dios Padre, su amor incondicional, me siento amada por Dios a pesar de mis limitaciones. Y no me siento sólo perdonada y amada sino también llamada e invitada a vivir una vida nueva con Jesús, a trabajar y caminar con El.

Esta llamada me lleva al conocimiento más profundo, más interno de Jesús para amarlo más y seguirlo, para vivir más evangélicamente. Me lleva a la confianza en Dios, a vivir desde el agradecimiento, y el compromiso. 

Compromiso, porque con la misma fuerza que Dios nos lleva hacia dentro, nos despliega hacia fuera, con un mayor sentido de los otros, con una mayor disponibilidad a servir. Una expansión interior que me vuelve al encuentro con las personas.

Compromiso que me va llevando a que este amor de Dios se manifieste a través de mí ser, que vaya desplegando mi capacidad de amar. Este amor ya no puede estar limitado, debe llegar a todos. La familia ha sido campo de entrenamiento para llegar a la gran Familia.  

En mi acercamiento a Dios, la relación se ha ido volviendo más sencilla, más transparente, con menos ruido interior, menos palabra, más simple, más contemplativa, de confianza, y de irme dejando transformar. 
 

En mi acercamiento a los otros tengo el deseo e intento vivir este despliegue desde una nueva apertura a la realidad y a la vida, y como mujer, contemplando y tomando a María como modelo.  

María, me invita a conocer y practicar sus valores y a inspirarme con sus actitudes:

. De disponibilidad, entrega, confianza y aceptación de Dios en la incertidumbre. De disposición a acoger la maternidad.
.  De dar luz a Jesús, dar luz a la luz. Para que cada uno de nosotros engendremos al Jesús que llevamos dentro, invitación que Dios también nos hace a todos nosotros.
.  De desprendimiento, cuando Jesús a los doce años se separa de sus padres para aparecer al cabo de tres días sentado en medio de los doctores.
.  De presencia, estar siempre. María aparece al principio y al final, en la boda de Caná y al pie de la cruz.
.  De guardar y meditar en su corazón todo lo que escuchaba y sentía, y así la palabra daba fruto en su vida y de aceptar silenciosamente situaciones que no comprendía.
. De servicio, estar atenta a las necesidades del ambiente que la rodeaba en cualquier campo de la vida. De crear a su alrededor un oasis de paz, de unión, de amor gratuito. 
.  De permanecer silenciosa junto a la cruz, con el dolor de madre.
. De ejercer otra maternidad en la comunidad, de ser madre de otro modo, en una relación nueva.

En definitiva, vivir la fe desde la disponibilidad de dejarse transformar una y otra vez por la llamada de Dios, desde abrirse a ese Amor que dilata nuestra existencia más allá de nosotros mismos, desde este Amor que da sentido a todo.

Cori de Dalmau
Mataró (Cataluña)

Atisbos




Imagen con un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.