12 de septiembre de 2015

Pliego nº 80


Yo y el prójimo: justicia y misericordia


Hace poco tiempo pude contemplar un rio europeo: el Danubio. Un rio de gran caudal. Muy largo con casi tres mil kilómetros; es el rio más largo de la Unión Europea; cruzando Europa de oeste a este. Nace en la Selva Negra de Alemania, hasta el Mar Negro en Rumanía. Es navegable y tiene una anchura de unos doscientos metros, especialmente en su tercera parte final.

Para los que no habíamos visto esta inmensidad de agua que transcurre plácida y constantemente, nos sorprende su abundancia. Es exuberante, especialmente cuando lo comparamos con los ríos de algunos de nuestros países en los que transcurren unos ríos muy pequeños.

De una manera parecida nos sucede con la Misericordia. Podemos contemplar la Misericordia de Dios y la misericordia que manifestamos los humanos. (Nótese el empleo de la mayúscula y minúscula). Pero es la misma palabra “misericordia”.

Así como existen estos ríos inmensos y otros más sencillos, de parecido similares son la Misericordia de Dios (infinita) y la misericordia de las personas (limitadas).

Y ¿cómo es esta Misericordia de Dios?

Miremos la Creación:

    (…) realizada con la Libertad libérrima --el buen deseo de Dios: “Y dijo Dios” (Gen 1,3...)—    inmensa y plena:
    (…) contemplemos los mundos, el universo, nuestra Tierra, todo lo que contiene: agua,     aire, vegetales, animales,… ¡el Hombre! (Hombre y mujer). 

Todo, hecho, creado, y sustentado para bien de la humanidad.

¡Qué inmenso panorama de amor concreto que Dios nos da para realizarnos en plenitud y dando sentido a nuestra vida!

Desde nuestro engendramiento hasta nuestro “broche de oro”, en nuestra muerte; realizándonos con nuestras penas y alegrías.

Y para colmo de su bien hacer, la puerta abierta de la Redención.

    Jesucristo nos lo ayuda a ver en plenitud: mirando a Dios como punto de llegada; compartiendo con los demás, como itinerario de amor. 


    Jesús nos lo dice con palabras textuales del Evangelio de Mateo (Mt 24, 25) en las Obras de Misericordia:

    “Tuve hambre y me diste de comer;
        …de beber;
            …me vestiste;
                …acogiste;
                    …me visitaste; …!
 
Dios nos lo da todo, como un gran rio.

Nosotros somos cual riachuelos, dando y compartiendo la escasa, pero suficiente, agua de la vida.

Y ¿qué decir de la Justicia de Dios y de la justicia de los hombres?

En el mundo bíblico, la Justicia de Dios ¿no es, acaso, la Santidad?
La Justicia de Dios y su Santidad es la plena realización de Dios en relación con la humanidad.

Y, analógicamente, guardando las distancias y las comparaciones, nuestra justicia ha de ser también plena.

Y la base de la justicia ¿no es acaso el amor? Sin amor no habrá nunca justicia (como se dice en el anunciado de este blog.

¡Pero no llegaremos al amor sin haber perdonado!

“Sed santos como yo soy santo” nos dice Dios en el Antiguo Testamento (Lv. 19,2) y todos estamos llamados a la santidad, tal como se nos propone en las Cartas del Nuevo Testamento  (Rm 1,7; 1Co 1,2; 2Co 1,1; Fl 1,1).

Un rio exuberante (Dios) que da agua a los afluentes, riachuelos, arroyuelos… (la humanidad, cada uno de nosotros).

José Luis Socías Bruguera

Barcelona (España)


Atisbo




Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan(Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.