12 de abril de 2013

Pliego nº 51


Testigos de la verdad

Por ser testigos de la verdad, han martirizado y matado a muchas personas a través de la historia, crucificaron a Jesucristo y a todos los mártires cristianos, entre ellos podemos mencionar a los Cristeros, los mártires mexicanos que morían gritando "Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe".

Encontramos mártires en todos los tiempos y en todos los continentes, guerras civiles, mundiales, actualmente, en el Siglo XXI, en la India, en Mosul, donde los convertidos no pueden proclamar la nueva fe dentro de Irán, pues son sentenciados a muerte. Cada uno de nosotros puede evocar también martirios actuales, en China, y en tantos rincones del mundo.

Recordemos al sacerdote católico San Maximiliano María Kolbe, consagrado a la Inmaculada, quien murió en Auschwitz en lugar de un padre de familia, a fines de julio de 1941, en una celda con nueve prisioneros más, obligados a morir de hambre. 

Hablar bien es dar testimonio, afirma Jordi Cussó en éste mismo blog, en febrero del 2009, al hablarnos justamente de Santa Eulalia, la bien hablada, mártir en Barcelona.  Nosotros podemos descubrir lo que la realidad y las personas tienen de bueno, y saber dar, con nuestro testimonio y con nuestras palabras, la Buena Nueva.

Ser testigos de la verdad es una tarea ardua y dificultosa. Esforcémonos, por ser testigos de la verdad en nuestras vidas. No busquemos el martirio si no es necesario
Presentemos la verdad con delicadeza, con la mano abierta, como ofreciendo
Nuestra verdad ha de estar regida por las cuatro virtudes cardinales: Prudencia, Justicia, fortaleza y templanza. A veces una verdad mal dicha, puede ser como piedra que destruye y aleja.

En éste punto, grandes maestros de espiritualidad, como Santa Teresa de Jesús, recomiendan, “Hablar de Dios o no hablar”,  podemos recordar las palabras de Tante, Dolores Bigourdan, hablar siempre bien de los otros, o no hablar…

Dar testimonio de la verdad, tarea de todo ser humano, y en especial de todo profetismo, lo encontramos en forma negativa en el octavo mandamiento: No dar falso testimonio ni mentir.

Podemos afirmar con Juan Miguel González Feria: “Éste mandamiento es más grave que los otros dos, porque si establecemos una sociedad en la que es normal mentir, llegará a no poder existir la fe, pues la fe es creer lo que Dios anuncia, lo que Dios nos dice.  Si nosotros que somos tangibles, no somos creíbles, menos creíble será Dios, a quién no se le ve.  Dar falso testimonio o no dar testimonio cuándo tendría que darse, por cobardía, por vergüenza… es pecado de omisión. En éste mandamiento Jesús está diciendo que aquel que no de testimonio de Él ante los demás, tampoco tendrá su testimonio ante Dios.  La vida del cristiano es dar testimonio de Cristo, no podemos dejar de dar testimonio de nuestra vivencia de Él”.

Nuestra tarea es seguir a Cristo y descubrir su mensaje y dar testimonio de la verdad, con la vida, en el diario vivir, amando a todos, incluso a los enemigos. En esto está la perfección cristiana.

Cristo viene a implantar un reino, al que sólo podemos entrar con traje de fiesta, es un convite de paz, de alegría y de unión. No es necesario llegar hasta el martirio, prueba de nuestra fe.  Lo que se nos pide es vivir gozosos, ciudadanos del Reino en la tierra, ser felices!

Dispuestos a dar la vida, sí, pero muy especialmente dispuestos a ser testigos de la verdad al vivirla, al disfrutarla, al entrar a la fiesta que el Padre Misericordioso ha preparado para todos nosotros, y que nosotros también podemos preparar para demás.

Con su vida, pasión, muerte y resurrección Jesucristo ya nos ha salvado! 

Salgamos a dar testimonio de la verdad y proclamar esta buena nueva de la salvación para el mundo entero.

No es necesario grandes sacrificios, lo importante es vivir en fiesta!

Nubia Isaza Ramos
Bogotá (Colombia)

Palabras con corazón


Acabamos de vivir la celebración de la Pascua, la más significativa para los cristianos, de la cual el Papa Francisco ha recordado que “Pascua debería ser cada día”. La Pascua nos invita a sentir la presencia de Cristo resucitado que nos da fuerza para renovar nuestras actitudes y así mejorar nuestro ser, nuestra convivencia y nuestro entorno.

La Carta de San Pablo a los Efesios (4,25-5,5) presenta unas aplicaciones prácticas que nos invitan a reflexionar sobre nuestras actitudes. Parece un listado de consejos que sacuden nuestro ser para revisar el propio yo y la relación con los otros. De estos consejos quiero resaltar: “No digáis palabras groseras, sino solo palabras buenas y oportunas que ayuden a crecer y traigan bendición a quienes las escuchen”.

Que lección tan impresionante nos da San Pablo sobre el cómo hablar, es decir, dar sentido a las palabras que salen de nuestra boca. El deseo humano es expresar palabras buenas que ayuden a construir y que posibiliten el buen actuar, pero fácilmente criticamos y nos dejamos llevar por la pasión que conduce, precisamente, al mal hablar y cómo resultado se van tejiendo unos prejuicios que enturbian las convivencias y obstaculizan las relaciones.

No siempre es fácil bien hablar del otro, a menudo, preferimos silenciar unas palabras de reconocimiento que podrían alegrar y beneficiar. Sabemos que el ser humano necesita sentirse reconocido y valorado, pero a veces torturamos expresando palabras que hieren. San Pablo también advierte que no sean “palabras estúpidas ni vulgares sino de alabanza”. Este gesto favorecería a valorar todo aquello que es positivo de la persona ya que inmediatamente del otro percibimos los límites y defectos en vez de destacar las cualidades y talentos.

¡La palabra es muy potente! Si no existe ninguna invalidez, la palabra es el medio de expresión para comunicarnos. Las palabras nos mueven, nos ponen en camino y nos activan para decir con veracidad lo que nuestra conciencia quiere expresar. Las palabras van acompañadas del tono y del gesto que dan significado al contenido.

Esta misma Carta en el capítulo 6 nos recuerda que todos estamos iluminados por la luz de Cristo y que no nos dejemos engañar por palabras vacías ni seducir por cualquier palabra o discurso sin valor. Es necesario no perder el norte para sentirnos orientados y poder orientar a los otros con nuestras palabras portadoras de esperanza, palabras de coraje en momentos difíciles, palabras de ternura, palabras sinceras… El compromiso humano debería ser ayudar a cualquier persona para que pueda desarrollar sus dones, animarle en sus proyectos y acompañarlo en los procesos personales sin cortar la libertad. Además, el compromiso cristiano debería ser el plus de vivir la fraternidad, de gozar unos con los otros por el simple hecho de existir, sentirnos hermanos con un mismo Padre-Abba que desea lo mejor para cada uno.

La luz de Cristo pone al descubierto la realidad de cada ser y nos ayuda a ser transparentes para apoyarnos mutuamente, para escucharnos, para comprendernos, para sorprendernos, para elogiarnos, para saber agradecer, para admirarnos unos de los otros… Todo ello contribuye a la construcción del Reino de Dios, contribuye al crecimiento personal y espiritual de uno mismo y, al mismo tiempo, se benefician los grupos humanos.

El texto de San Pablo también dice: “Hablaos unos a otros con salmos, himnos y cantos espirituales, y cantad y alabad de todo corazón al Señor. Dad siempre gracias a Dios Padre por todas las cosas, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo”. Reflexionemos y valoremos si, realmente, nuestras palabras son de amor y comprensión. No temamos a expresar las palabras que surgen del corazón que permiten bien hablar y enriquecen la convivencia.

Assumpta Sendra Mestre
Barcelona (España)

Atisbos



Imagen con un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.