12 de agosto de 2023

Pliego nº 175

 

Aquel incendio de nuestra infancia 

Era el invierno de 1962. Nuestros padres se habían marchado de viaje a Andorra. Mi hermana Àngels y yo, que teníamos 4 y 5 años respectivamente, estábamos durmiendo en casa de nuestros abuelos maternos en la Gran Vía 474 de Barcelona. La casa donde vivíamos con mis padres era la 476. De pronto nos despertamos con el sonido inquietante de las alarmas, cada vez más cercanas, y un fuerte hedor -que años después supimos que era de goma quemada. En la habitación contigua los abuelos discutían: él quería quedarse, ella salir inmediatamente. Al fin, ganó la abuela. Rápidamente entraron en nuestra habitación -vivían en un segundo piso que de hecho era el tercero- y, abrigados con mantas, nos bajaron a la calle, en medio de una espesa humareda y de aquel olor insoportable. Recuerdo perfectamente como nuestro abuelo tomó en brazos a mi hermana y a mí el portero, me giré y vi que detrás iba nuestra abuela corriendo muy asustada. Recuerdo que la Gran Vía estaba cortada, los vecinos en pijama se aglomeraban y oíamos voces que decían: «estos niños, pobrecitos… nada os ocurrirá». Las escaleras de los bomberos estaban apoyadas en la fachada de la casa de mis padres cuya planta baja ardía. Me impresionó ver cómo bajaban con camilla por la empinada escalera a una persona anciana que no podían desalojar de otro modo. Sé que algunos vecinos murieron días después a causa del sobresalto. 

Fuimos a casa de nuestros tíos que vivían cerca, en la calle Viladomat. Tía Carmen intentaba tranquilizarnos; nosotros estábamos impactados y lo mirábamos todo con los ojos muy abiertos. No decíamos nada. Nos azuzaba la inquietud de no saber si nuestro piso se había quemado. Por otra parte, de pequeños, hay momentos que hasta lo más trágico puede parecer algo que inevitablemente tiene que pasar o un juego como en la película 'La vida es bella' de Benigni. 

 
Desde la galería, veíamos el interior de la manzana donde los bomberos estaban destacados y, con potentes mangueras, trataban de sofocar el incendio que, se produjo en el almacén de calzados ITRAM, que ocupaba el sótano de nuestra casa. Algunos bomberos entraron por la galería a descansar un rato. Los tíos les habían preparado bebidas. Me impresionó ver a uno con media cara tiznada de espeso hollín. Otro, muy risueño, tomó a mi hermana y la puso sobre sus rodillas, ella se asustó también con el tizne que le cubría. 

Por la tarde de aquel mismo día regresaron mis padres. Mi madre estaba en avanzado estado de gestación. Se asustaron al ver los rastros del incendio -ya sofocado- y fueron corriendo a hablar con la portera: «Se les ha quemado la casa», les dijo erróneamente porque en realidad, el fuego no llegó a nuestro piso, pero huelga decir el sobresalto que les produjo. Pronto nos reunimos todos. Abrazos emocionados. Durante muchos días el incendio fue tema de conversación. 

Han pasado sesenta años y parece que todavía estoy reviviendo aquella pesadilla de humo y sirenas y que percibo aquel desagradable olor. He vivido otros incendios, pero de aquel de la Gran Vía nos sentimos protagonistas. Desde entonces, cada vez que escucho una sirena, me sobresalto. Como al escritor Josep Pla, el fuego fuera de la cocina o de la lumbre del hogar, me horroriza. Aquel día cobramos conciencia que pueden pasar cosas terribles cuando nuestros padres no están; mi hermana y yo sentíamos que no queríamos separarnos de ellos. Y por otra parte percibimos la solidaridad que los accidentes provocan. Y aunque es evidente que estas vivencias infantiles nunca nos curten del todo, al revivirlas sentimos que el ser humano también aprende y se fortalece con la adversidad. 

Jaume Aymar Ragolta
Barcelona (España)


Atisbo

 


 Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión. 


En Clave de 'Ser'- Solidaridad Social


 

En Clave de Ser, un montaje radial, elaborado por el equipo del Espacio Dolores Bigourdan, para ayudar a la meditación y la reflexión.