12 de agosto de 2013

Pliego nº 55


Amar más que a la propia vida

Pensar y reflexionar alrededor del significado del cuarto mandamiento, pasa por rememorar, por vivenciar y ser consciente de lo vivido por uno mismo, por escuchar el resonar de un 'Honrarás al padre y a la madre', tantas veces recitado en la catequesis y no siempre asumido. Honrar padre y madre, o mejor dicho, amarlos porque somos fruto de su amor.

Más allá de la relación que, con el tiempo, nuestros progenitores mantengan entre ellos o con nosotros, todos somos hijos del encuentro entre nuestros padres. Una paternidad o maternidad que se traduce en un amor materno-filial o paterno-filial y que nos enraizará y forjará interiormente; nos hará crecer ofreciéndonos a la vida y  haciéndonos poseedores del amor más grande, del Amor con mayúsculas, el de aquellos que aman a los demás –a sus hijos- más que a su propia vida.

Honrar a aquellos que ejercen de progenitores significa, en un principio, tenerlos en consideración, admirarse de lo que han luchado en la vida y agradecer todo lo bueno que han hecho o pensaban que hacían por nosotros. Mientras crecemos, este honrar padre y madre se concreta en apreciar sus gestos, valorar su entrega y donación; obedecerlos en sus peticiones y respetarlas; escuchar sus palabras; prestar atención a su experiencia, a sus consejos y... ya en nuestra edad adulta, venerarlos y cuidarlos para que puedan seguir viviendo de forma humanamente digna y libre.

Si los hijos no honramos a nuestros padres, ni los cuidamos, nos separamos de la raíz que nos sostiene; y sin raíces no podremos crecer ni florecer. Es necesario poner atención a las experiencias y a la sabiduría de nuestros padres. Honrarlos equivale a participar de su sabiduría, ponerla en valor, alimentarnos de su experiencia. Todo esto tiene una estrecha conexión  con respetarse uno mismo. Así pues en Proverbios 13:1 se nos recuerda “El hijo sabio recibe el consejo del padre” . Es una bendición sentirnos colmados del amor de unos padres, pero ello no quiere decir creer  que todo lo hacen bien y justificar todos sus actos. Más bien, significa respetarlos y saber que al hacerlo nos respetamos a nosotros mismos  “Aquel que ni honra ni puede honrar a sus padres debe preguntarse: ¿te respetas y  te honras realmente a ti mismo y a tu vida?” (Radl, en Keller)

Como dice el Vaticano II, los hijos colaboran en el bien de los padres. Pio XII decía que los dolores de parto de una madre y de un padre duran toda la vida, porque una madre y un padre siempre sufren por sus hijos. De la misma forma, por el don recibido de la vida, en agradecimiento, los hijos debemos amar siempre a nuestros padres, como ellos hacen con nosotros en toda ocasión. Los padres saben que dan los hijos a la vida, y este desprendimiento no siempre es fácil, más bien crea incertidumbre y dudas, por este mismo motivo, los hijos debemos ser responsables de nuestros padres que nos aman tanto, que incluso nos dan la libertad para que podamos seguir nuestro propio camino, a sabiendas que a cada dificultad nos espera nuestro hogar familiar.

Debemos ser agradecidos con aquellos que nos han engendrado y educado. Como decíamos, quien no respeta  a sus ascendientes queda desarraigado y entonces difícilmente sabe de dónde viene y sabrá a dónde va. Porque solo se puede avanzar cuando se considera y se tiene presente el camino hecho y recorrido hasta el momento. En ellos descubrimos nuestra propia historia. Sin respeto a los padres no puede haber autoestima.

Y cuando nosotros mismos, en nuestra adultez nos convertimos en padres, en dadores de vida, en amor hecho carne hacia nuestros propios hijos, es cuando realmente comprendemos este mandamiento, esta encomienda… honrar, amar, respetar a los que nos han cuidado, educado, acompañado… a los que han jugado con nosotros, a los que nos contaron nuestro primer cuento y nos consolaron en nuestro dolor, a los que rieron a carcajadas con nosotros, a los que nos han mostrado el camino de la fe y la felicidad.

Anna-Bel Carbonell   
Barcelona (España)


Testimonio de fe


Podría decir que mi encuentro con el Alfredo Rubio es un "parte aguas" en mi vida, yo me había alejado de la religión y solo me dedicaba a ser profesional y pasar por la vida, hasta que conocí a su familia de fe. Y me invitaron a ir a España. Lo tomé como un respiro en mi vida tan vacía y tan falta de fe y confianza en Dios. 

Sentía que sería un lugar seguro, mi madre me enseño la religión católica y ella fue muy devota, pero con su muerte tan inesperada, mis creencias se volvieron reclamos y me alejé de todo lo que no me ayudo en ese momento, según mi criterio. Al llegar a España y conocer a Alfredo Rubio, que no me pedía nada, sólo la importancia de existir, cosa que no entendí en un comienzo. Escuchar sus pláticas y cuando me sugería acompañarlo a la eucaristía, él escuchaba con paciencia mis negativas y me decía: "sólo oye la homilía y te sales". Al no forzarme a nada, sólo a acompañarlo, hizo que mi cambio fuera paulatino. 

Me enseñó que Dios no es algo muerto, rígido, sin contexto, me enseñó que es algo que está dentro de nosotros, que tenemos que buscarlo, alimentarlo, encontrarlo y trasmitirlo. Cada día con él fue todo una experiencia. Me enseñó a perdonar, para salir adelante. Me explicó que muchas de mis percepciones, en determinados momentos eran distorsionadas por las emociones. Me enseñó a conocer nuevos horizontes, nuevas personas, a ver que todos somos parte de esta vida. Y a aceptar que cada uno es diferente. 

Abrió en mi una nueva etapa…. nunca lo vi como una persona mayor, porque desde el principio me quito el 'Usted' que es tan arraigado en mis costumbre, lo veía como una persona actual, dinámico, seguirle el ritmo era todo un reto, teniendo yo 27 años en aquel entonces. Me enseñó a reconocer las cosas importantes de la vida y dejar de lado las cosas tontas y sin significado. Me enseñó a conocer y esperar que Dios se comunicara conmigo, no como yo quería, sino sabiendo apreciar lo que se me iba dando. Cada momento con él lo he apreciado a lo largo de la vida. 

Yo siempre he tenido temor a idealizar a las personas y quitar los defectos. El en la etapa final de su vida me enseñó a verlo con todos sus miedos, con todos sus cambios de carácter, el reconocerlos y pedir disculpas, fue toda una enseñanza. Y que en esos momentos de tanto dolor y de tanta angustia, me preguntara como me sentía yo, o mi esposo o mis hijos..., fue una cosa nueva para mi, su humanidad en toda la expresión. 

Ver que se entregaba con fuerza, entereza y a la vez con debilidad física, sin olvidar su misión, que era enseñar con el ejemplo. Fue muy gratificante para mi. Y aun lo tengo, por decirlo así, tatuado en mi ser. 

Mi experiencia con Tante fue diferente. La cuidé en una época muy dolorosa para ella, y en un principio, logramos una gran armonía y me cautivó, pero su carácter fuerte, muy similar al mío, sin las mediaciones de la edad, hizo que yo me retirara de su lado, porque yo en mi vida personal fui muy agredida y a veces respondía con agresión, y nunca quise faltarle al respeto, por ello, creo que nunca la valoré en su contexto, porque en esa etapa de mi vida, mis heridas estaban aun abiertas. 

Mis hermanos en la fe, en especial José Luis, así lo entendió y me ayudó, teniendo en cuenta mis argumentos. Por ello lo más trascendental en mi vida, conviviendo con ellos, fue el contacto con Alfredo, que me dió lo que yo necesité en aquel momento y me devolvió la confianza en mi y la fe en Dios, la cual me ha ayudado a salir adelante, no digo que sin vacilaciones aún, pero si con más entereza. 

Con todo cariño y reconocimiento.

Bertha Covarrubias Manrique 
México 

Atisbos



Imagen con un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión. 


12 de julio de 2013

Pliego nº 54

No Matar, amar la vida!

Los mandamientos son un itinerario progresivo en el camino hacia una vida de mayor plenitud y libertad. El 5° mandamiento –no matarás- es el último de esta serie que hemos ido profundizando hasta ahora y que son un acicate para aprender a vivir en comunidad. El 4° mandamiento es como el puente entre estos cinco, orientados al prójimo y los tres últimos, referentes a Dios.

Probablemente muchos de nosotros pensamos que cumplimos a cabalidad con este quinto mandamiento, ¡no matarás! Sin embargo, hay aspectos que se desprenden de él y que quizás nos pasan desapercibidos. No se trata sólo de respetar la vida, la integridad física del prójimo sino de ser posibilitadores de que la vida en sus múltiples facetas pueda desarrollarse en paz y armonía.

Matamos la vida, cuando desprestigiamos la honra de una persona o de un grupo; cuando maldecimos, descalificamos o denigramos al otro; matamos la vida cuando ejercemos el poder y no permitimos que afloren iniciativas distintas a las que habíamos pensado; cuando pretendemos homogeneizar la realidad sin tomar en consideración la legítima pluralidad; matamos la vida cuando percibimos que el otro puede ser un peligro  -muchas veces imaginario- para nuestro status; matamos la vida cuando queremos imponer el pensamiento único; matamos la vida de millones de personas cuando somos “cómplices” de sistemas económicos que agrandan cada vez más la brecha entre ricos y pobres; matamos la vida una y mil veces más porque sentimos nuestra existencia constantemente en riesgo de ser desinstalada del escenario en el cual creemos ser actores principales. 


 
Para poder construir una vida que tome en cuenta la vida de todo ser viviente es necesario detenerse a percibir el milagro de la existencia. Contemplar el don que nos ha sido regalado. Existimos pudiendo no haber existido si cualquier hecho anterior a nuestro engendramiento hubiera sido distinto. Esta constatación que es, ante todo, un palpar, un percibir, un sentir, más que un raciocinio, es la roca sólida sobre la cual después cada persona construye su propia vida. Pero la roca de la existencia es común para todos. No hay diferencias. Esto nos une y nos ayuda a ver en el prójimo a un hermano en la existencia. Vemos en el otro no a un objeto de uso sino a una persona, a un legítimo tú. Cuando se llega a esa comunión con todo lo existente, es cuando podemos exclamar junto al Poverello de Asís, “hermano sol, hermana luna, hermano lobo, hermano fuego,… hermana Clara”.

Francisco de Asís vivió la fraternidad universal de un modo ejemplar que hoy día sigue siendo un faro de luz. El calentamiento global al cual está sometido actualmente el planeta con todos sus efectos negativos sobre el clima, la agricultura, el deshielo de los icebergs y casquetes polares, inundaciones, etc. no es más que el reflejo de la capacidad destructora del individualismo, buscando el propio beneficio a toda costa, sin importar los efectos perjudiciales que esto pueda causar en las generaciones presentes y futuras. Mientras para la cultura occidental, su acercamiento a los bienes de la tierra es a través de la explotación, en la cual se ve al mundo como una gran gasolinera donde se llega a llenar el estanque de combustible, sacando el máximo aprovechamiento posible, para las culturas andinas la tierra y el sustento que nos entrega tiene un valor que merece respeto, gratitud, ritual,… todo forma parte de una cosmovisión en que se toma muy en cuenta el valor sagrado de la vida. La tierra, la pachamama y lo que ella representa, merece un trato de respeto y cariño. Por ello, en el mundo andino se habla de “criar la vida”. Para el andino, el trabajo es más que una simple actividad productiva, para él es un culto religioso a la vida.

¿Cómo criamos la vida, cómo la amamos, cómo la desarrollamos…? Amar la vida, criar la vida, significa abrazar la realidad, lo que existe, incluso el dolor y el límite inherente al hecho de ser criaturas. El Dr. Alfredo Rubio decía que “para ser digno de amor, basta casi sólo con existir… con existir realmente” Amar toda la obra de Dios, hasta a uno mismo (tanto como a los demás), cuidando  la salud, alimentándose adecuadamente, sin excesos, un cuido sensato sin caer en un culto al ego.

Tenemos que aprender a contemplar. Quien contempla puede captar esos latidos de vida que en el bullicio y en el vértigo de la vida actual, nos pasan desapercibidos. Si fuéramos más contemplativos, admiraríamos y respetaríamos cada insignificante o minúscula partícula de vida. En un reciente mensaje del Papa Francisco en Twitter, señalaba que  “con la ‘cultura del descarte’ la vida humana no es considerada ya un valor fundamental que hay que respetar y tutelar”.

Somos creadores de vida  haciendo de esta vida un cielo, amando, atemperando odios, no buscando problemas inútiles…  viviendo la fraternidad existencial con toda criatura.

Lourdes Flavià Forcada
San Francisco de Chiu Chiu, 
Desierto de Atacama (Chile)

Camino de Santiago, ¿puerta abierta a la fe?




Aunque ya hace más de un año que no estoy cerca de aquellos que peregrinan hacia la ciudad compostelana, no puedo por menos que recordar con cariño muchos de los momentos compartidos en distintos albergues y caminos, como peregrina y como hospitalera.

Recuerdo especialmente un albergue en el que estuve de hospitalera 15 días, en un pequeño pueblo llamado Grañón, situado entre Burgos y Logroño. Es un lugar entrañable. Una antigua casa parroquial adaptada para acoger cada día a más de 40 peregrinos, y una pequeña capilla en la que cada noche compartíamos esa vida de Dios que llevamos dentro. Una luz tenue, algún pequeño texto, unos cantos cortos y repetitivos, un padre nuestro rezado en distintos idiomas, y el compartir lo que cada uno llevaba en el corazón, daban forma y expresión al don de la fe recibido.

También recuerdo un albergue situado bastante al principio del Camino Primitivo, en una aldea llamada Bodenaya, cerca de Oviedo. Era una casa particular que un chico madrileño, Alejandro, había decidido acondicionar para dar cabida a unos 18 peregrinos diarios. Aguardaba la casa una pequeña cruz de San Francisco de Asís que de forma discreta era puerta abierta a la trascendencia. Su forma de acoger, día a día a cada peregrino y el convivir diario con los hospitaleros que estábamos con él, hablaban sin palabras de esa opción de vida que es respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela.  Y así muchos lugares y momentos en los que Dios se hacía presente a través de las personas con las que iba caminando, o a las que iba acogiendo.

Pero también me vienen a la memoria momentos de profunda solitud, de duda, de flaqueza ante la dificultad, de incertidumbre, días en los que no eres capaz de reconocer el don recibido; instantes, situaciones o circunstancias de sufrimiento que en aquel momento rompen toda esperanza pero que también te ayudan a humildearte, a ahondar en tu ser, a reconocerte limitado, y a seguir descubriendo en Dios, a pesar de la oscuridad, la esencia del Amor.

El cultivo de nuestra fe requiere dos entornos que se dan con toda naturalidad en el Camino de Santiago. Por un lado los espacios de soledad y el silencio que este regala a cada peregrino, un tiempo para encontrarse consigo mismo, descalzarse y abrir el corazón a la gratuidad de Dios. Por otro un clima de convivencia estrecha entre aquellos que están caminando y coinciden día a día en los distintos albergues.

La fe es un acto personal pero no aislado. Nadie puede creer solo y nadie se ha dado la fe a sí mismo. Cada creyente es como un eslabón de una gran cadena y eso hace que yo no pueda creer sin ser sostenido por la fe de los otros y, a la vez, yo contribuya a sostener la suya. Es por eso necesaria esta convivencia para compartir aquello que poco a poco se va trabando entre uno y Dios.

Es pues, este itinerario milenario, una puerta abierta a la fe des del profundo respeto a la conciencia y la libertad de cada ser humano que por el transita.

Marta Miquel
Barcelona (España)

Atisbos



Imagen con un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión. 


12 de junio de 2013

Pliego nº 53

Amar con autenticidad

Proseguimos con la propuesta de re-mirar los 'mandamientos en clave positiva'. Si reanudamos esta visión desde el décimo mandamiento al primero, observamos que es como una escalada ascendente, hacia un llamado de integridad y santidad apropiado para todos los bautizados.

Recordemos los Mandamientos ya comentados en el artículo anterior por A. Alsina; el 10º nos solicita alegrarnos de que los demás tengan bienes y cualidades; el 9º que estemos complacidos, no sólo por lo que tienen, sino también de que puedan disfrutarlos; el 8º nos invita a dar testimonio, gozoso y positivo, de la presencia de los demás en nuestras vidas; y el 7º,  a compartir los bienes materiales que vamos teniendo, con los más necesitados.

El sexto mandato de la ley de Dios es otro peldaño de esta escalada ascendente en busca de una plenitud, cada vez con mayor profundidad y exigencia, pues a partir de este 6to. precepto las referencias son explícitas al ser de la persona.

Hasta ahora, acostumbrábamos a analizar, ver y leer este mandamiento en clave de prohibición: ‘no cometerás actos impuros’, ‘no fornicarás’, pero si los remiramos con ojos de magnanimidad y misericordia, ¿qué nos pide este mandato?  ¿Nos damos cuenta que nos invita a lo más genuino y supremo de la plenitud humana, a vivir instalados en el amor?

Al 6to. Mandamiento se le conocía como ‘no fornicarás’, y tiene una explicación lógica si nos remontamos al contexto histórico del Pueblo de Israel. Además del templo de Dios, construían otros templos a ídolos y dioses falsos que poseían a su alrededor pequeños prostíbulos para que las personas que adoraban los falsos dioses, terminaran de simbolizar su idolatría a través de relaciones sexuales con una de las prostitutas de esos tabernáculos. Fornicar era confirmar la adhesión a esos dioses.

Hoy podemos contextualizar este mandamiento examinándonos en lo siguiente:  ¿Fallamos en el amor a Dios y al prójimo, cómo? ¿Pretendemos alabar a Dios creador, sin estar contentos de lo que Él ha hecho -la creación misma y nuestro propio ser-? ¿Quizás vamos tras otros dioses, que actualmente tienen el rostro de la moda, el dinero, la supervaloración del tiempo; o el deseo de mayores riquezas, belleza física, inmortalidad, intereses egoístas?  ¿La adhesión a estos falsos dioses, la envolvemos en sutilezas y frivolidades para mantener adormecido nuestra propia conciencia?

Este mandamiento hace una referencia clara al amor a Dios y a los demás. San Juan nos dice: Cómo puedo decir ‘amo a Dios si odio al hermano’. Sería un mentiroso pues si no amo a mi hermano a quien veo, cómo puede amar a Dios, a quien no veo (cfr. 1Jn, 4, 20)

Dios que es Amor, está abierto a nuestro amor auténtico y reflejado en el amor al prójimo. Pero si malogramos nuestra capacidad de amar con actos hipócritas que no corresponden a un sincero afecto, estamos engañándonos y tergiversando este valor tan sublime. Y esto ocurre con frecuencia. Una muestra sería cuando ofrecemos una caricia seductora, llena de interés o de dinero pero vacía de amor sea hacia un amigo o a un desconocido, a un compañero o entre esposos. Toda expresión amorosa por leve y fugaz que sea, si no corresponde al  verdadero amor y a la legítima amistad, es una traición como el beso de Judas. Expresar falsedad en el afecto es una ofensa a Dios y a las personas, además de que deforma nuestra propia naturaleza humana.

Juan Pablo II afirmó que dentro del mismo matrimonio podía haber adulterio o violación cuando el esposo o la esposa tratan al otro como un objeto y no como una persona digna de amor, de respeto y libertad. La vida de pareja no es un carnet de licitud para hacer lo que uno quiera, sin amor.

Sí, este 6to mandamiento podemos verlo como una invitación al amor verdadero, sin engaños ni falsedades. Este amor nos estimula a ser  fieles, a la benevolencia, a la apertura hacia el otro, apreciándolo y potenciándolo tal y como es, como un auténtico bien en sí mismo.

El amor veraz y auténtico exige una respuesta consciente y voluntaria puesto que es una de las capacidades fundamentales que nortean a la persona; es por ello que debemos cultivarlo y acrecentarlo desde la propia libertad.  Pero el amor tiene múltiples matices y distintos modos de expresar su afecto,  tantos como relaciones humanas existen en el mundo: amor de esposos, de abuelos a nietos, de compañeros de trabajo, de amigos... Toda una gama con diferentes  manifestaciones externas que, deberían responder, ciertamente, a una verdad interior de afecto libre y voluntario.

Dicen la mayoría de los psicólogos que el amor es necesario para el ser humano; se necesita amar y ser amado, tanto a nivel personal como en el ámbito de lo social.  Por tanto, no debemos reducir esta gran capacidad a nivel de la familia o de los amigos; también deberíamos potenciar el afecto y la cordialidad en las otras relaciones interpersonales (sociales, políticas, culturales, lúdicas, laborales, etc.) y en las relaciones entre grupos de personas, según un modo y grado adecuado para cada caso.

¡Qué gran paradoja!  A pesar de que el amor es tan necesario para el individuo, no podemos exigirlo, no puede lograrse por coacción. Es decir, el derecho a ser amado aunque es inalienable a la persona no puede reclamarse: un individuo es amado en verdad por otro, sólo si éste lo quiere libremente.  Esto no lleva a expresar que el amor además de libre debe ser sabio, pues de lo contrario podría querer el mal para los demás y se convertiría en una fuerza con posibilidades destructivas.
   
Arrepintámonos, pues, de nuestras concupiscencias en el afecto ya que es una forma de hacer acciones impuras como engañar, mentir o  robar. Asimismo, es soberbia y menosprecio hacia este bien que consideramos tan alto y sublime; objeto, además, de un maravilloso mandamiento de Jesús: “Amaos los unos a los otros como el Padre me ama a mí y yo os amo a vosotros” (Cfr. Jn, 13, 34; 15,9)

Así, aliviados del peso del interés y el egoísmo, tendremos el coraje de vivir la benevolencia del amor a la que nos invita san Pablo en su  Primera carta a los Corintios cuando nos recuerda que, "El amor es paciente, es bondadoso; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante; no se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido; no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad (…). El amor nunca deja de ser" (cfr. 13, 4-13). 

Anna Maria Ollé
Santo Domingo (República Dominicana)

Vivir la Fe en África




Este pequeño resumen es fruto de unos 40 años de vivencias y experiencias con nativos de este lugar del mundo.

África es un continente inmenso, de una variedad notabilísima. Distinguiría varias zonas tanto en extensión geográfica como en riqueza humana: Norte (Sahara), África Negra (sur sahariano), el Sur y por otro lado, todos los litorales lógicamente tienen unas connotaciones comunes. Mi experiencia personal se localiza en el África negra o central, por la vertiente atlántica. Mayoritariamente viven la fe así.

La primera cuestión que nos ponemos es el significado de la palabra fe. La enciclopedia nos la define como "la creencia que se da a las cosas por la autoridad del que las dice o por la fama pública que tiene". Es muy común su aplicación a la religiosidad, más que al hecho natural de creer, o confiar en una persona o institución. Cuando entramos a una casa, inconscientemente creemos que el arquitecto la diseñó bien y los constructores la edificaron con responsabilidad, de lo contrario no entraríamos, etc. . 

En el caso que hoy consideramos, hablo de la vertiente trascendente de la fe, en este año que le dedica la iglesia católica. Es difícil hablar de este tema acertadamente cuando lo hacemos de una manera tan global. África es inmensa y por lo tanto es muy relativo lo que se pueda afirmar con certeza.

Existe un hecho natural en la persona y es la necesidad de creer en alguien más allá de lo que vemos y tocamos. Puede que sea por incultura, pero ordinariamente la persona parte de la base de que hay algo que lo supera.

El animismo es otro aspecto muy importante para los africanos y se basa principalmente en la pervivencia de los antepasados. La reverencia inmensa e incluso el culto a los ancestros, es algo muy arraigado en la naturaleza centroafricana, la proximidad física con el fallecido (a veces se entierran en la sala de estar), la presencia del difunto en su fotografía (ahora en occidente se empieza a valorar el derecho a la imagen), el nerviosismo cuando pasan por un cementerio, (a menudo cantan o hacen ruido para alejar los "malos espíritus"), la histeria colectiva en el momento de una defunción, etc .), hace que se considere que la vida del fallecido alargue. Esta creencia es impulsada por el brujo, que hace de vínculo entre los vivos y los muertos.

El diccionario nos dice: En África el animismo se encuentra en su versión más compleja y acabada, siendo así que incluye el concepto de Magara o fuerza vital universal, que conecta a todos los seres animados, así como la creencia en una relación estrecha entre las almas de los vivos y los muertos. En otros lugares el animismo es en cambio la creencia en que los objetos (como animales, herramientas y fenómenos naturales) son o poseen expresiones de vida inteligente.

Cuando aparece el cristianismo es recibido con los brazos abiertos por la población, a pesar de las reticencias que pueden existir por parte del brujo. Este puede considerar que le puede mermar la credibilidad y/o el "negocio". De todas maneras el indígena, aunque sea bautizado y confiese la fe en Jesucristo, no le desaparecerá la tendencia natural de creer en todo el mundo de los antepasados. Más bien cambiará el enfoque y entonces incluirá la contemplación del Ser Trascendente, Eterno, Creador y Generador de Cristo, como el existente desde siempre y para siempre. Actualmente es remarcable el incremento de conversiones a la manera de vivir y pensar que Jesús enseña.

José Luis Fernández
Barcelona (España)

Atisbos




Imagen con un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión. 

12 de mayo de 2013

Pliego nº 52


Honradez, justicia y generosidad

En la propuesta de los 'mandamientos en lectura positiva' y según el proyecto plasmado en el libro "Itinerario", del médico y sacerdote diocesano de Barcelona, Alfreo Rubio de Castarlenas, -desde lo menos a lo más-, por lo tanto, en numeración inversa, el 10º sería alegrarse de que los demás tengan bienes y cualidades; el 9º que los puedan disfrutar; el 8º dar testimonio gozoso y positivo de la presencia de los demás, que somos grupos humanos que tenemos que convivir y construir juntos el gran proyecto de Dios; y el será compartir los bienes que vamos teniendo.

Esta lectura hecha así, nos sitúa, desde la riada, pasando por el Bautismo-Limpieza y dejando de ser frívolos tomando la vida en serio, en ese Camino hacia Dios y hacia los demás, guiados por el Buen Pastor. Y claro, las cosas y los bienes materiales que tienen y que tenemos entre unos y otros nos preocupan y luchamos tanto por ello, que hay que proponer alguna norma. 

Demasiados dramas y guerras lamentablemente han acompañado la historia de la humanidad por culpa de eso que llamamos el tener. Todos los sistemas político-económicos que se van descubriendo a lo largo de nuestra historia, nos lo demuestran, y no estamos demasiado cerca para encontrarlos y ponerlos a disposición de todos.

Para solucionar este asunto, o más que solucionarlo, encauzarlo, ya en el monte Sinaí Dios puso este principio o dijo esta Palabra: compartir los bienes de este mundo. Si es verdad que desde la perspectiva de Moisés al menos se pidió lo mínimo: no robar, no quitar, no saquear, no estafar, no secuestrar, rápidamente en mejor enseñanza y en situación sedentaria, aparece la actitud de regalar, ofrendar, dar, compartir, solidarizarnos.

La proeza de construir la convivencia de los seres humanos con todas las diferencias de los más diversos tipos, es algo que se está siempre haciendo y según parece, nunca se le encuentra una definitiva solución. No está nada mal que en los principios se propusieran estas normas y derechos humanos que, como se ve, nunca están pasados de moda.

Lo novedoso para hoy es que todo eso se hacía  y se debería hacer hoy en la convivencia universal entre Dios y los hombres, como se plantea en el Itinerario del padre Rubio. Todo va hacia Dios en el encuentro con mis otros, con mis prójimos, con todos los hijos de Dios.

Vale la pena tener esa orientación sobre los bienes terrenales que tanto nos preocupan, que incluso el mismo Papa Francisco ha dicho de ellos que la mortaja no tiene bolsillos, son importantes, pero no tanto.

Me gustaría poner de relieve en el Itinerario antes indicado, que el milagro acaecido de ser pescado, de ser sacado de la riada y de recibir la conversión de nuestra vida, mirando ya hacia otra manera de ver las cosas y de tenerlas presente, las cosas en sí, toda esa Creación de Dios con la que nos rodea y nos acompaña siempre y que nos sorprende constantemente, nuestros ojos y nuestras manos tienen que actuar de manera distinta de lo que normalmente hacemos, pensando en los demás y no tanto en nosotros mismos. Toda la Creación es para ser compartida y distribuída y menos acaparar o acumular, como se ve que se hace en la mayoría de los casos.

Este séptimo  escalón de la escalera de los mandamientos tiene mucha importancia y no se puede pasar al siguiente fácilmente, porque si en las cosas materiales no sabemos ser comedidos, cómo vamos a ser en los otros que ya hacen referencia a las personas.

Vayamos subiendo la escalera de las diez palabras que nos dejó El, que nos habló allá en el Monte Santo contando con la ayuda del Espíritu Santo, ese 'Viento' que nos arropa del frío de la riada y nos va aspirando para formar la figura a la imagen del que es el Resucitado y está sentado a la diestra del Padre.

Ángel Alsina
Alba de Tormes (España)


Un lugar de fe


Como es bien sabido por todos estamos viviendo en el año de la Fe, como lo anunciara el Papa Benedicto XVI y diera inicio el 12 de octubre de 2012. A muchos nos ha servido este hecho para adentrarnos y hacer una mirada a nuestra propia FE, a ¿cómo esta nuestra Fe, en qué es lo que realmente creo?  ¿De quién me fio? Sí, creo en Dios, repaso el Credo y siento al proclamarlo que me adhiero a lo que en él se pronuncia. Puedo decir que me siento una persona de Fe.

Pero la pregunta me vuelve a surgir, ¿creo en Dios a quien no veo, y no creo en muchas de las obras que El nos propone para el bien de la humanidad? ¿Me fio de que El está velando y detrás de cada una de esas obras que los hombres y mujeres hemos vislumbrado y queremos llevar a la realidad con nuestro esfuerzo personal? En definitiva, ¿creo en el hombre y aun a sabiendas del límite y el pecado humano?, ¿creo que con la ayuda de Dios puede crear obras maravillosas? 

Muchas personas desde el inicio del Cristianismo han dado y siguen dando la vida por Dios y  aquello que creen que Dios también desea. Y son el testimonio vivo de que del hombre también me puedo fiar. Como dice San Pablo, sin obras vana seria nuestra Fe.

Todos conocemos lugares donde con Fe reconocemos la mano de Dios. Hoy me gustaría poder explicarles la más reciente que he conocido y me llena de emoción por el esfuerzo personal que representa.

Utopía, el documentalUtopía, el documental“Utopía”, unos hombres, Hermanos de las Escuelas Cristianas (Hermanos de La Salle), hace más de 25 años y viendo cómo los jóvenes de Colombia son conquistados por las diferentes facciones en conflicto que existen, para llevarlos a sus filas, cómo las pequeñas poblaciones y casas rurales son arrasadas y sus habitantes ultrajados y muchos asesinados, se preguntan, ¿Qué podemos hacer? Y durante años, sueñan en el día en que la Paz vuelva a estas tierras hermosas, ricas para el cultivo, donde el trabajo honrado y bien organizado pueda dar bienestar a esas familias, que han sufrido tanto.
Y cuando apenas la Paz comienza a vislumbrarse, piensan que quizás ha llegado la hora.... crear un centro donde jóvenes, muchachos y muchachas, provenientes de esos lugares donde el dolor ha hecho mella, puedan formarse como ingenieros agrónomos basándose en la metodología de “aprender haciendo y enseñar mostrando”. Después de pasar tres años en el campus de la Universidad,  aprendiendo en las aulas y practicando en el campo, al cuarto regresar a sus lugares de origen para poner en práctica un  proyecto agropecuario sostenible y, guiados por un profesor del centro, llegar a convertirse en promotores para que otras personas se sumen a esta actividad en bien del país y en definitiva, de sus gentes.

“Utopía”, gracias a la Fe en Dios y la confianza en que los hombres son capaces de llevar adelante grandes obras, hoy es una realidad. La Universidad de la Salle, desde Bogotá, Colombia, da soporte a este proyecto universitario.

Pero para ponerlo en pie se han tenido que dar muchos pasos; confiar en que la providencia de Dios llegaría a través de las personas, que fiándose, llegaría la economía para el proyecto; que unos jóvenes bachilleres, resistirían presiones familiares, de entorno, etc y serían capaces de salir de sus casas para ir a estudiar a un lugar lejano y desconocido. Ellos mismos, tener la confianza  de que son capaces de hacer frente a unos estudios superiores exigentes, que les llevarán a grandes sacrificios de esfuerzo personal.

Confianza de unos padres o responsables, que cuando ya pueden esperar que estas personas jóvenes, puedan aportar una economía para el hogar, o en particular las muchachas sean un soporte dentro de la familia, salgan a estudiar con la incertidumbre de que final se alcanzara.

Y así se puede hacer una larga cadena de confianza mutua, de Fe,  sin la cual sería imposible que este proyecto dejara de ser sueño para ser una realidad.

San Juan Bautista de La Salle decía en su momento “Este instituto está fundado en la Fe” y es cierto, también hoy en día, sin esta fe firme y bien arraigada, nunca “Utopía” sería una realidad.
 
Montserrat Español i Dotras
Yopal (Casanare) Colombia


Atisbos



Imagen con un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.


12 de abril de 2013

Pliego nº 51


Testigos de la verdad

Por ser testigos de la verdad, han martirizado y matado a muchas personas a través de la historia, crucificaron a Jesucristo y a todos los mártires cristianos, entre ellos podemos mencionar a los Cristeros, los mártires mexicanos que morían gritando "Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe".

Encontramos mártires en todos los tiempos y en todos los continentes, guerras civiles, mundiales, actualmente, en el Siglo XXI, en la India, en Mosul, donde los convertidos no pueden proclamar la nueva fe dentro de Irán, pues son sentenciados a muerte. Cada uno de nosotros puede evocar también martirios actuales, en China, y en tantos rincones del mundo.

Recordemos al sacerdote católico San Maximiliano María Kolbe, consagrado a la Inmaculada, quien murió en Auschwitz en lugar de un padre de familia, a fines de julio de 1941, en una celda con nueve prisioneros más, obligados a morir de hambre. 

Hablar bien es dar testimonio, afirma Jordi Cussó en éste mismo blog, en febrero del 2009, al hablarnos justamente de Santa Eulalia, la bien hablada, mártir en Barcelona.  Nosotros podemos descubrir lo que la realidad y las personas tienen de bueno, y saber dar, con nuestro testimonio y con nuestras palabras, la Buena Nueva.

Ser testigos de la verdad es una tarea ardua y dificultosa. Esforcémonos, por ser testigos de la verdad en nuestras vidas. No busquemos el martirio si no es necesario
Presentemos la verdad con delicadeza, con la mano abierta, como ofreciendo
Nuestra verdad ha de estar regida por las cuatro virtudes cardinales: Prudencia, Justicia, fortaleza y templanza. A veces una verdad mal dicha, puede ser como piedra que destruye y aleja.

En éste punto, grandes maestros de espiritualidad, como Santa Teresa de Jesús, recomiendan, “Hablar de Dios o no hablar”,  podemos recordar las palabras de Tante, Dolores Bigourdan, hablar siempre bien de los otros, o no hablar…

Dar testimonio de la verdad, tarea de todo ser humano, y en especial de todo profetismo, lo encontramos en forma negativa en el octavo mandamiento: No dar falso testimonio ni mentir.

Podemos afirmar con Juan Miguel González Feria: “Éste mandamiento es más grave que los otros dos, porque si establecemos una sociedad en la que es normal mentir, llegará a no poder existir la fe, pues la fe es creer lo que Dios anuncia, lo que Dios nos dice.  Si nosotros que somos tangibles, no somos creíbles, menos creíble será Dios, a quién no se le ve.  Dar falso testimonio o no dar testimonio cuándo tendría que darse, por cobardía, por vergüenza… es pecado de omisión. En éste mandamiento Jesús está diciendo que aquel que no de testimonio de Él ante los demás, tampoco tendrá su testimonio ante Dios.  La vida del cristiano es dar testimonio de Cristo, no podemos dejar de dar testimonio de nuestra vivencia de Él”.

Nuestra tarea es seguir a Cristo y descubrir su mensaje y dar testimonio de la verdad, con la vida, en el diario vivir, amando a todos, incluso a los enemigos. En esto está la perfección cristiana.

Cristo viene a implantar un reino, al que sólo podemos entrar con traje de fiesta, es un convite de paz, de alegría y de unión. No es necesario llegar hasta el martirio, prueba de nuestra fe.  Lo que se nos pide es vivir gozosos, ciudadanos del Reino en la tierra, ser felices!

Dispuestos a dar la vida, sí, pero muy especialmente dispuestos a ser testigos de la verdad al vivirla, al disfrutarla, al entrar a la fiesta que el Padre Misericordioso ha preparado para todos nosotros, y que nosotros también podemos preparar para demás.

Con su vida, pasión, muerte y resurrección Jesucristo ya nos ha salvado! 

Salgamos a dar testimonio de la verdad y proclamar esta buena nueva de la salvación para el mundo entero.

No es necesario grandes sacrificios, lo importante es vivir en fiesta!

Nubia Isaza Ramos
Bogotá (Colombia)

Palabras con corazón


Acabamos de vivir la celebración de la Pascua, la más significativa para los cristianos, de la cual el Papa Francisco ha recordado que “Pascua debería ser cada día”. La Pascua nos invita a sentir la presencia de Cristo resucitado que nos da fuerza para renovar nuestras actitudes y así mejorar nuestro ser, nuestra convivencia y nuestro entorno.

La Carta de San Pablo a los Efesios (4,25-5,5) presenta unas aplicaciones prácticas que nos invitan a reflexionar sobre nuestras actitudes. Parece un listado de consejos que sacuden nuestro ser para revisar el propio yo y la relación con los otros. De estos consejos quiero resaltar: “No digáis palabras groseras, sino solo palabras buenas y oportunas que ayuden a crecer y traigan bendición a quienes las escuchen”.

Que lección tan impresionante nos da San Pablo sobre el cómo hablar, es decir, dar sentido a las palabras que salen de nuestra boca. El deseo humano es expresar palabras buenas que ayuden a construir y que posibiliten el buen actuar, pero fácilmente criticamos y nos dejamos llevar por la pasión que conduce, precisamente, al mal hablar y cómo resultado se van tejiendo unos prejuicios que enturbian las convivencias y obstaculizan las relaciones.

No siempre es fácil bien hablar del otro, a menudo, preferimos silenciar unas palabras de reconocimiento que podrían alegrar y beneficiar. Sabemos que el ser humano necesita sentirse reconocido y valorado, pero a veces torturamos expresando palabras que hieren. San Pablo también advierte que no sean “palabras estúpidas ni vulgares sino de alabanza”. Este gesto favorecería a valorar todo aquello que es positivo de la persona ya que inmediatamente del otro percibimos los límites y defectos en vez de destacar las cualidades y talentos.

¡La palabra es muy potente! Si no existe ninguna invalidez, la palabra es el medio de expresión para comunicarnos. Las palabras nos mueven, nos ponen en camino y nos activan para decir con veracidad lo que nuestra conciencia quiere expresar. Las palabras van acompañadas del tono y del gesto que dan significado al contenido.

Esta misma Carta en el capítulo 6 nos recuerda que todos estamos iluminados por la luz de Cristo y que no nos dejemos engañar por palabras vacías ni seducir por cualquier palabra o discurso sin valor. Es necesario no perder el norte para sentirnos orientados y poder orientar a los otros con nuestras palabras portadoras de esperanza, palabras de coraje en momentos difíciles, palabras de ternura, palabras sinceras… El compromiso humano debería ser ayudar a cualquier persona para que pueda desarrollar sus dones, animarle en sus proyectos y acompañarlo en los procesos personales sin cortar la libertad. Además, el compromiso cristiano debería ser el plus de vivir la fraternidad, de gozar unos con los otros por el simple hecho de existir, sentirnos hermanos con un mismo Padre-Abba que desea lo mejor para cada uno.

La luz de Cristo pone al descubierto la realidad de cada ser y nos ayuda a ser transparentes para apoyarnos mutuamente, para escucharnos, para comprendernos, para sorprendernos, para elogiarnos, para saber agradecer, para admirarnos unos de los otros… Todo ello contribuye a la construcción del Reino de Dios, contribuye al crecimiento personal y espiritual de uno mismo y, al mismo tiempo, se benefician los grupos humanos.

El texto de San Pablo también dice: “Hablaos unos a otros con salmos, himnos y cantos espirituales, y cantad y alabad de todo corazón al Señor. Dad siempre gracias a Dios Padre por todas las cosas, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo”. Reflexionemos y valoremos si, realmente, nuestras palabras son de amor y comprensión. No temamos a expresar las palabras que surgen del corazón que permiten bien hablar y enriquecen la convivencia.

Assumpta Sendra Mestre
Barcelona (España)

Atisbos



Imagen con un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.