Acabamos de vivir la celebración de la Pascua, la más significativa para los cristianos, de la cual el Papa Francisco ha recordado que “Pascua debería ser cada día”. La Pascua nos invita a sentir la presencia de Cristo resucitado que nos da fuerza para renovar nuestras actitudes y así mejorar nuestro ser, nuestra convivencia y nuestro entorno.
La Carta de San Pablo a los Efesios (4,25-5,5) presenta unas aplicaciones prácticas que nos invitan a reflexionar sobre nuestras actitudes. Parece un listado de consejos que sacuden nuestro ser para revisar el propio yo y la relación con los otros. De estos consejos quiero resaltar: “No digáis palabras groseras, sino solo palabras buenas y oportunas que ayuden a crecer y traigan bendición a quienes las escuchen”.
Que lección tan impresionante nos da San Pablo sobre el cómo hablar, es decir, dar sentido a las palabras que salen de nuestra boca. El deseo humano es expresar palabras buenas que ayuden a construir y que posibiliten el buen actuar, pero fácilmente criticamos y nos dejamos llevar por la pasión que conduce, precisamente, al mal hablar y cómo resultado se van tejiendo unos prejuicios que enturbian las convivencias y obstaculizan las relaciones.
No siempre es fácil bien hablar del otro, a menudo, preferimos silenciar unas palabras de reconocimiento que podrían alegrar y beneficiar. Sabemos que el ser humano necesita sentirse reconocido y valorado, pero a veces torturamos expresando palabras que hieren. San Pablo también advierte que no sean “palabras estúpidas ni vulgares sino de alabanza”. Este gesto favorecería a valorar todo aquello que es positivo de la persona ya que inmediatamente del otro percibimos los límites y defectos en vez de destacar las cualidades y talentos.
¡La palabra es muy potente! Si no existe ninguna invalidez, la palabra es el medio de expresión para comunicarnos. Las palabras nos mueven, nos ponen en camino y nos activan para decir con veracidad lo que nuestra conciencia quiere expresar. Las palabras van acompañadas del tono y del gesto que dan significado al contenido.
Esta misma Carta en el capítulo 6 nos recuerda que todos estamos iluminados por la luz de Cristo y que no nos dejemos engañar por palabras vacías ni seducir por cualquier palabra o discurso sin valor. Es necesario no perder el norte para sentirnos orientados y poder orientar a los otros con nuestras palabras portadoras de esperanza, palabras de coraje en momentos difíciles, palabras de ternura, palabras sinceras… El compromiso humano debería ser ayudar a cualquier persona para que pueda desarrollar sus dones, animarle en sus proyectos y acompañarlo en los procesos personales sin cortar la libertad. Además, el compromiso cristiano debería ser el plus de vivir la fraternidad, de gozar unos con los otros por el simple hecho de existir, sentirnos hermanos con un mismo Padre-Abba que desea lo mejor para cada uno.
La luz de Cristo pone al descubierto la realidad de cada ser y nos ayuda a ser transparentes para apoyarnos mutuamente, para escucharnos, para comprendernos, para sorprendernos, para elogiarnos, para saber agradecer, para admirarnos unos de los otros… Todo ello contribuye a la construcción del Reino de Dios, contribuye al crecimiento personal y espiritual de uno mismo y, al mismo tiempo, se benefician los grupos humanos.
El texto de San Pablo también dice: “Hablaos unos a otros con salmos, himnos y cantos espirituales, y cantad y alabad de todo corazón al Señor. Dad siempre gracias a Dios Padre por todas las cosas, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo”. Reflexionemos y valoremos si, realmente, nuestras palabras son de amor y comprensión. No temamos a expresar las palabras que surgen del corazón que permiten bien hablar y enriquecen la convivencia.
Assumpta Sendra Mestre
Barcelona (España)
La Carta de San Pablo a los Efesios (4,25-5,5) presenta unas aplicaciones prácticas que nos invitan a reflexionar sobre nuestras actitudes. Parece un listado de consejos que sacuden nuestro ser para revisar el propio yo y la relación con los otros. De estos consejos quiero resaltar: “No digáis palabras groseras, sino solo palabras buenas y oportunas que ayuden a crecer y traigan bendición a quienes las escuchen”.
Que lección tan impresionante nos da San Pablo sobre el cómo hablar, es decir, dar sentido a las palabras que salen de nuestra boca. El deseo humano es expresar palabras buenas que ayuden a construir y que posibiliten el buen actuar, pero fácilmente criticamos y nos dejamos llevar por la pasión que conduce, precisamente, al mal hablar y cómo resultado se van tejiendo unos prejuicios que enturbian las convivencias y obstaculizan las relaciones.
No siempre es fácil bien hablar del otro, a menudo, preferimos silenciar unas palabras de reconocimiento que podrían alegrar y beneficiar. Sabemos que el ser humano necesita sentirse reconocido y valorado, pero a veces torturamos expresando palabras que hieren. San Pablo también advierte que no sean “palabras estúpidas ni vulgares sino de alabanza”. Este gesto favorecería a valorar todo aquello que es positivo de la persona ya que inmediatamente del otro percibimos los límites y defectos en vez de destacar las cualidades y talentos.
¡La palabra es muy potente! Si no existe ninguna invalidez, la palabra es el medio de expresión para comunicarnos. Las palabras nos mueven, nos ponen en camino y nos activan para decir con veracidad lo que nuestra conciencia quiere expresar. Las palabras van acompañadas del tono y del gesto que dan significado al contenido.
Esta misma Carta en el capítulo 6 nos recuerda que todos estamos iluminados por la luz de Cristo y que no nos dejemos engañar por palabras vacías ni seducir por cualquier palabra o discurso sin valor. Es necesario no perder el norte para sentirnos orientados y poder orientar a los otros con nuestras palabras portadoras de esperanza, palabras de coraje en momentos difíciles, palabras de ternura, palabras sinceras… El compromiso humano debería ser ayudar a cualquier persona para que pueda desarrollar sus dones, animarle en sus proyectos y acompañarlo en los procesos personales sin cortar la libertad. Además, el compromiso cristiano debería ser el plus de vivir la fraternidad, de gozar unos con los otros por el simple hecho de existir, sentirnos hermanos con un mismo Padre-Abba que desea lo mejor para cada uno.
La luz de Cristo pone al descubierto la realidad de cada ser y nos ayuda a ser transparentes para apoyarnos mutuamente, para escucharnos, para comprendernos, para sorprendernos, para elogiarnos, para saber agradecer, para admirarnos unos de los otros… Todo ello contribuye a la construcción del Reino de Dios, contribuye al crecimiento personal y espiritual de uno mismo y, al mismo tiempo, se benefician los grupos humanos.
El texto de San Pablo también dice: “Hablaos unos a otros con salmos, himnos y cantos espirituales, y cantad y alabad de todo corazón al Señor. Dad siempre gracias a Dios Padre por todas las cosas, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo”. Reflexionemos y valoremos si, realmente, nuestras palabras son de amor y comprensión. No temamos a expresar las palabras que surgen del corazón que permiten bien hablar y enriquecen la convivencia.
Assumpta Sendra Mestre
Barcelona (España)
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