12 de junio de 2015

Atisbos




Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan(Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.
 

12 de mayo de 2015

Pliego nº 76


El Silencio de Dios


En el mes de febrero fui a un retiro, "A la escucha del Espíritu de la mano del invierno", un tiempo para respirar el aliento de la creación siguiendo los ciclos de la naturaleza. Al llegar, en la habitación, encontré una carpeta, con el programa para el fin de semana y la documentación. Abrí la carpeta y lo primero que me salió fue una hoja donde decía: "La misericordia y la verdad se han encontrado......" Sentí un gran eco y emoción dentro de mí, como si me lo estuvieran diciendo a mí. Intuí que sería un fin de semana especial donde Dios se haría presente.  

El último día compartimos lo que habíamos vivido. Yo ese fin de semana puse nombre al momento personal que estaba viviendo. El exterior coincidía con mi interior. En mi momento personal estaba viviendo el invierno.  



Invierno, como noche oscura, como tiempo de silencio de Dios. Invierno, como tiempo de ausencia, de silencio, de soledad, de dolor, de desnudez, de luna vacía de presencia. Pero me di cuenta que este tiempo de invierno, de silencio de Dios, lo podía vivir muy diferente a como lo estaba viviendo, podía ser un tiempo también de espera atenta, paciente, de quietud, de confianza, de espera de nuevo reencuentro, de pasaje hacia la Luz, de preparación para el estallido de la primavera. 

Vivimos el silencio de Dios porque muchas veces estamos buscando fuera de los lugares donde Él se ha querido hacer presente. Porque buscamos un Dios omnipotente que podría destruir a los enemigos y no lo hace, y en su lugar aparece la impotencia, la debilidad, la vulnerabilidad del Amor: "¿Dios mío, Dios mío, porque me has abandonado?" (Mt 27, 46). Porque consideramos que la divinidad se esconde y en realidad lo que se esconde es nuestra imagen tópica de Dios. Porque no abrazamos la cruz y sin cruz no hay crucifixión ni muerte y sin muerte no hay resurrección. Porque no siempre estamos en disposición para recibir su respuesta. A veces Dios responde enseguida y nosotros no lo notamos hasta después de un tiempo, otras veces  tenemos más prisa que Él y no le dejamos hacer. Porque no podemos ver el significado de todo lo que vivimos al mismo tiempo que lo vivimos y muchas veces tendrá que pasar mucho tiempo para poder ver el rostro de Dios vivo en situaciones vividas de dolor y rotura. Porque no hacemos la experiencia del silencio, de desconectar, de retirarnos, para apartarnos para que Él entre, para sentir su presencia, para desarrollar una conciencia más profunda de nuestra unicidad con Dios. 

Sentí que el silencio de Dios también lo podía vivir como: 

. Paso necesario, en todo camino espiritual, de noche y de ausencia para crecer.
. Paso para transformar nuestra imagen de Dios, y verlo no como Ser omnipotente que desconoce el dolor, sino como amor vulnerable y vulnerado, expuesto sin límites a la intemperie de la historia humana.
. Tiempo de purificar y profundizar nuestra relación con Dios. 
. Noche de la Pasión, necesaria para que se produzca la experiencia de Resurrección. . Momento de ejercitar la fe creyendo que aunque Jesús duerma está en la barca con nosotros (Mt 8, 23-27). 
. Vacío posibilitador, como un espacio en blanco que permite la manifestación del Resucitado. 
. Interrupción, como silencio de la revelación antigua de Dios, necesaria para que haya una nueva revelación.
. Oscuridad provocada por la proximidad de Dios. Está tan cerca que no lo vemos.
. Experiencia de conocimiento de la desolación para poder consolar. 
. Invierno, vivido como la espera de quien sin esperar nada concreto no pierde la esperanza, vivido como que todo tiene un sentido bueno y útil en cada momento y que participamos en un movimiento que va más allá de lo que podemos entender, porque el amor de Dios es inagotable, incondicional. 
. Tiempo de vigilia, de recogimiento, de escucha, de acogerlo todo, de conversión. De camino para tomar conciencia de que todo existe en la Presencia que todo lo abarca: "En Él somos, nos movemos y existimos" (Hechos 17, 28). 
. Salida, no a pesar de las noches oscuras sino gracias a ellas, pues la oscuridad existe para que puedan brillar las estrellas. 
. Confianza en que la fría y oscura noche lleva al fondo más íntimo, a vivir centrados hacia adentro para ser estallido hacia fuera. 
. Invitación a dejarnos llevar, con disponibilidad, a dejar la vida cómoda, las seguridades, a salir a la intemperie, al encuentro con Dios, expuestos sin reservas.
. Noche santa porque Dios se deja buscar por nosotros y, encontrándolo, aviva la voluntad de buscarlo aún más.   

"De noche iremos, de noche,
que para encontrar la fuente
solo la sed nos alumbra…
solo la sed nos alumbra... "
(San Juan de la Cruz)

Terminé el fin de semana entendiendo y comenzando a vivir lo que había comenzado leyendo en la hoja de la carpeta: "La misericordia y la verdad se han encontrado. En nuestra humana debilidad y miopía creemos que tenemos que hacer una elección en esta vida y temblamos frente a los riesgos que corremos. Nuestra elección no importa nada. Llega un tiempo en el que se nos abren los ojos y llegamos a comprender que la gracia es infinita y aquello maravilloso y único que tenemos que hacer es esperar con confianza y recibirla con agradecimiento” 

Un fin de semana lleno de gracia y de agradecimiento.

Cori de Dalmau
Mataró (Cataluña)

Atisbos




Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan(Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.

12 de abril de 2015

Pliego nº 75


La bondad y ternura de Dios



Al iniciar su pontificado, en marzo de 2013, el Papa Francisco exclamaba en su homilía: “No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura”, nos hablaba de San José, un hombre que supo escuchar a Dios, que se dejó guiar por su voluntad y por eso fue más sensible a las personas que le habían sido confiadas.

Custodiar significa preocuparse uno por el otro, de cuidarse, vivir con sinceridad la amistad...tener cuidado de todo lo que nos rodea: naturaleza, personas,… custodiar forma parte de la esencia del ser humano.

Y para ello debemos ser custodios de nosotros mismos, tener cuidado de nuestros sentimientos porque es de ahí de donde sale lo bueno. Por eso para preocuparse, custodiar, “No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura”.

En el salmo 33, podemos escuchar y rezar las palabras “Gustad y ved que bueno es el Señor”. Son muchas las veces que lo hemos oído y recitado, seguramente también cantado y repetido en nuestro interior. ¿Cuántas veces lo hemos gustado, saboreado?

Detenernos a saborear la bondad del Señor, debería ser un deber que todo cristiano hiciera a menudo, contemplar la naturaleza, releer el capítulo I del Génesis “En el comienzo de todo, Dios creó el cielo y la tierra”... “Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien”.

Dice Santa Teresa en Las Moradas hablando de Su Majestad “es muy buen vecino, y tanta su misericordia y bondad que aun estándonos en nuestros pasatiempos y negocios y contentos y baraterías del mundo, y aun cayendo y levantando en pecados, con todo esto, tiene en tanto este Señor nuestro que le queramos y procuremos su compañía, que una vez u otra no nos deja de llamar para que nos acerquemos a El” Dios no se cansa nunca de esperar que nos acerquemos a Él, aún sabiendo que es lo mejor para nosotros espera y nos llama.

Son muchas las ocasiones en que hemos afirmado y hemos oído que Dios es amor, que es su esencia misma, que por amor envió a su Hijo.

Sabemos que Dios es misericordioso, es decir, que se compadece de las miserias de cada uno de nosotros, o sea que sufre con nosotros, hoy hablaríamos de empatía, de ponerse en el lugar del otro, pero Dios hace algo más, comparte nuestro dolor, nuestro padecer.

También sabemos que a Dios nada le es indiferente, pero Él va más allá, se implica, entra en nuestras miserias, en nuestro dolor, se acerca a nuestras heridas y las cura con sus propias manos,  Dios mismo curando las llagas del que sufre, abrazando el dolor, un Dios que calma el dolor con la ternura de una madre. Ese es nuestro Dios.

Ante la bondad, la misericordia, la ternura de Dios Padre no podemos quedarnos indiferentes, hemos de actuar, reconocer la grandeza de este don tiene unas consecuencias directas en nuestra manera de actuar, o debería tenerla, como hijos de Dios podemos ser sus manos, esas que curan las heridas de nuestro entorno.

Ante las actuales situaciones de dolor, no podemos permanecer en silencio, son muchas las personas que viven situaciones difíciles que necesitan una mano amiga que las acompañe durante el proceso de superar el proceso. Muchas veces una simple mirada puede hacer que una persona encuentre motivos para salir adelante, sintiendo que es alguien para alguien.

Son muchos los signos que podemos apreciar en el mundo que nos dejan ver la bondad y la ternura de Dios, porque son muchas las personas que caminan compadeciendo el dolor de otras, acompañando el padecer de muchas que no tendrían con quien hacerlo. Quizás es que nos es más difícil ponerle nombre a esas actitudes, o quizás no somos capaces de “gustad y ver que bueno es…” porque en cada una de ellas, lo sepan o no podemos saborear, ver y agradecer la verdadera bondad y ternura de Dios hoy y aquí.

Esther Borrego Linares
Barcelona (España)


Atisbos




Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan(Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.
 

12 de marzo de 2015

Pliego nº 74


Mal y límite

«Queridos amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios […]. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único […] Si Dios nos amó de esta manera también nosotros debemos amarnos unos a otros» (1 Jo 4, 7-11).

El amor de Dios es como un mar tranquilo que nos arrulla con sus olas
Nadie nos ama de forma tan completa como Dios, nadie nos ama con una medida tan desmedida, porque Él que es el Amor primigenio tan sólo puede amar. ¿Cómo correspondemos a este amor? Dios espera que lo volvamos en recíproco pues de la esencia del amor es que sea correspondido. Sin embargo, cuando contemplamos el mundo nos encontramos todos los días con la experiencia de mal. ¿Cómo es posible que haya tanto mal en el mundo, tanto sufrimiento?

Dios nos ama tanto que nos hizo libres. Ser libres es una dádiva de amor sin límites, es lo que nos permite amar, pero al mismo tiempo permite que nos sintamos amados. Tan sólo desde nuestra experiencia de amar al otro, tan sólo a partir de nuestra realidad concreta y limitada podemos acoger el infinito amor de Dios. Sin embargo, nosotros mismos limitamos este amor ya que somos seres limitados. Receptáculo limitado que acoge lo inefable, lo inabarcable, lo incontenible. Somos libres, sí, pero libres-limitados, y a menudo perdemos la noción de los límites de nuestro ser. Y cuando intentamos echar abajo nuestras limitaciones pensando que alcanzamos una libertad mayor de aquella que nos correspondes, muchas veces a costa del espacio de libertad de los otros, provocamos un profundo sufrimiento.

A pesar de ello no podemos imputar todo el mal que hay en el mundo, el exceso de mal, a la libertad humana, pues en el mal hay también una dimensión de misterio. El mal puede derivarse de nuestra libertad, pero también se desprende de nuestro límite, es más -como ya lo afirmábamos- nuestra libertad, por ser humana es limitada. En otras palabras, hay mal porque hay límite o, existe la posibilidad de mal en nosotros porque somos limitados. No obstante, el límite y el mal que se deriva de éste, nos recuerdan que existimos. Somos seres limitados o no seríamos. 

Dios lo permite todo respetando pacientemente siempre nuestra libertad. A pesar de todo el mal del mundo, seremos redimidos; por amor Dios siempre está esperando que también nosotros usemos nuestra libertad para lo que fue creada, para amar a los otros y al Otro.

«No me preocupan nada mis pecados
Pues tu misericordia es infinita»1

Dios no quiere que suframos, pero por respeto a la libertad de los seres humanos permite que actúen como lo deseen, incluso si desean hacer el mal. Él ya nos atraerá con la fuerza de su amor, llevándonos de nuevo al camino de la salvación a través de su misericordia.

Con nuestra libertad, parte integrante de nuestro ser limitado, podemos optar por un camino o por otro. Podemos provocar dolor, sufrimiento, odio, pecado; así como podemos amar, bien-hacer, provocar alegría y gozo al otro. Depende del camino por el que optemos.

El primero, si fuera deseado, intencionado, procurando el mal del otro, responde muchas veces a la soberbia, a la tentativa de convertirnos en dioses, de creernos seres superiores a lo que en realidad somos y por eso nos creemos más importantes que las otras criaturas.

¿Sin embargo, será la soberbia el único mal del hombre? ¡Me pregunto!

Cuando un ser humano con todos sus límites, con toda su contingencia (innecesariedad, que es, pero que podía no haber sido nunca) desea ser un ser absoluto, entonces, está presente la soberbia que lo transforma en un ser obscuro. O, aún peor, creemos que podemos ser tan perfectos - ¿por qué no ser como Dios? Sin embargo, aquel que no quiere ser un ser humano, que no quiere asumir su fragilidad, probablemente no será nada, ni desarrollará lo que realmente es, ni lo que desea ser, pues le es inalcanzable.

Todo esto adviene de la libertad que nos fue ofrecida como don. Si bien es cierto que nos permite crecer, también lo es que conlleva responsabilidad. La libertad puede ir hasta donde la propia persona es capaz de responder. De esta forma la responsabilidad nos marca los límites, delimita nuestra libertad.

De esta forma, cabe que nos preguntemos: ¿la libertad, con su dimensión de responsabilidad, es potenciadora o limitante? Puede ser lo que escojamos…

Si es limitante, porque quiere ser más de lo que es, provoca mal y no permite el pleno desarrollo de la realidad que es la persona, pero si es potenciadora, amando sin límites, puede provocar alegría y gozo.

La Soberbia nos lleva a desiertos de dolor
El soberbio se hincha de libertad. Pero se hincha de libertad para disminuir la libertad del otro, y entra en un área en la cual ya no tiene capacidad de respuesta. El humilde ama sin condiciones y su espacio le es suficiente. 

En Dios, que nos ama en la globalidad de nuestra realidad limitada al punto de crearnos, podemos estar seguros de que somos aceptados y en Él y con Él aceptaremos nuestros límites y nuestro lugar en este mundo, como real posibilidad para poder amar.

Aceptando nuestros límites estaremos tan cerca de Él que caminaremos a su lado aunque no lo veamos o que a veces lo sintamos un poco lejos. Sin embargo Él estará en nosotros y nosotros en Él.

Helena Adegas
Porto (Portugal)



1. RUBIO, Alfredo. Soneto XL. In RUBIO, Alfredo  Sonetos en la Ermita. Barcelona: Edimurtra, 1993, p. 54.




Atisbos




Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan(Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.
 
 

12 de febrero de 2015

Pliego nº 73


Más allá de la imagen de Dios


La imagen que nos hacemos de Dios nos acompaña a lo largo de nuestra vida. Esta imagen cambia en la medida que la relación personal con ese Dios nos permite ahondar en su conocimiento y en su misterio. 

El sacerdote jesuita, Carlos Vallés, en su libro Dejar a Dios ser Dios, narra cómo algunas tradiciones religiosas en la India fabrican imágenes de barro para representar a la divinidad. Cada año celebran una fiesta en la que estas imágenes son lanzadas en las aguas del mar o de los ríos donde el barro se disuelve. Con ello, señala Vallés, vienen a recordar que las obras creadas por los seres humanos son limitadas, perecederas e incapaces de abarcar a un Dios infinito. 

Por su parte, Joseph Ratzinger narra en su Introducción al cristianismo (1968) cómo en el Antiguo Testamento encontramos la idea de Dios designada con dos nombres: “El” y “Yavé”, cuyo significado hace referencia a un  modo de comprender a Dios distinto al del mundo pagano, en el que la divinidad estaba vinculada a un lugar, eran dioses locales.

El término EL designaba al Dios de los Padres, vinculado a personas, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Un Dios que mostraba su presencia allí donde se encontraba con  el hombre, y donde este se dejaba encontrar; un Dios que manifestaba su cercanía presente en todas partes. Y a la vez era el Dios altísimo, que estaba por encima de todo lo demás.


Más adelante, en la narración de la zarza ardiente (Ex, 3) se revela a Moisés el nombre de Dios con la palabra Yavé; este Dios  oculto y revelado a Moisés es el fundamento de la idea de Dios que acompañará a Israel a lo largo de su historia. El nombre de Yavé, que se ha traducido por “Yo soy el que soy”, muestra una imagen de Dios que fue fundamento para el origen del pueblo de Israel. Algunos autores señalan que este modo de designar a Dios impresiona más de una negación del nombre que una manifestación del mismo. Aquello que se pretende conocer y abarcar a través del nombre, se esconde en lo desconocido de la negación del nombre; su manifestación y ocultamiento son simultáneos. El nombre entendido como símbolo del ser conocido de Dios es la clave para lo que permanece desconocido e innominado de Dios. De este modo se muestra la infinita distancia entre Dios y los hombres. 

En el Nuevo Testamento el Evangelio de Juan muestra también la imagen de Dios referida al ser y explica a Dios como simple ‘yo soy’.

“He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y he guardado tu palabra. Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado proceden de ti; porque les he dado las palabras que me diste; y ellos las recibieron y han conocido verdaderamente que salí de ti y han creído que tú me enviaste”. (Jn 17, 6-8)

Jesús refiere a sí mismo el “yo soy” del Éxodo. El nombre no se agota en una palabra, sino que designa a la persona de Jesús. La fe en Jesús se convierte en una explicación del nombre de Dios. 

Mi reflexión ante todo esto es que ese Dios revelado por Jesús se nos muestra como Abba, generoso, lleno de ternura, perdonador hasta setenta veces siete, providente…; y a la vez, profundo silencio que señala un misterio infinito, un Dios inabarcable, tan difícil y complejo para nuestra mentalidad y nuestro corazón. 

El esfuerzo de la razón humana para explicar este misterio queda mudo ante la inmensidad de Dios. Creemos en Él por su inmensa gracia y no por nuestros esfuerzos; esta consciencia es condición indispensable para no caer en una imagen ingenua, infantil o edulcorada de Dios. 

Evidentemente que la razón es una cualidad maravillosa del ser humano que sirve para hacerse preguntas, pero la postura coherente de la razón, es la duda. Es desde esa actitud humilde que puede advenir la revelación.

Analógicamente en un plano sobrenatural, la luz de la fe es el apoyo para entender algo de Dios, pero tampoco lo agota; la actitud más coherente es aceptar la inabarcabilidad del misterio global; reposar mansamente en ese fragmento maravilloso de Dios, que nos muestra Jesús, y a la vez reconocer que es incompleto.

Los esfuerzos por explicar a ese Dios revelado por Jesús, me evocan un inmenso escenario en la oscuridad en el que la luz de Cristo alumbra un ángulo, invitándonos con Él y en Él, a ser pequeñas llamitas de Espíritu Santo, que también alumbren e irradien calor en ese Misterio abismal al que nombramos Dios.

Remedios Ortíz
Madrid (España)

Atisbos




Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan(Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.


12 de enero de 2015

Pliego nº 72


Dios, tan íntimo y tan inabarcable

A menudo en nuestra relación con Dios se da la paradoja de que cuanto más nos acercamos a él, parece que aún nos alejamos más. Cuanto más se nos muestra, cuanto más se nos revela más lo descubrimos como misterio insondable.

Podemos experimentarlo en nuestro interior, podemos tener una relación muy íntima con Dios, tal como nos la narran los místicos. O, en vez de tomar la vía afectiva podemos valernos de nuestra razón y analizar la revelación que nos es dada, estudiarla para intentar comprenderla. Sea como fuere, siempre nos toparemos con el inmenso misterio que Dios es para nosotros.

En nuestra relación con Él conviven dos dimensiones aparentemente incompatibles: una gran intimidad y una total alteridad. Dios es para nosotros un Ser tan íntimo, que es capaz de colmar nuestra más profunda soledad; «Sólo Dios basta» nos diría Santa Teresa de Jesús. Sin embargo, al mismo tiempo tenemos la certeza de que, aun conociéndole, Dios es nuestro mayor desconocido, el totalmente Otro para nosotros.

Acercarnos a Dios es como adentrarnos en el espacio. A medida que los avances científicos evolucionan, a medida que vamos descubriendo nuevas estrellas, el cosmos se nos presenta como más recóndito, como más inabarcable y mayor es nuestra sorpresa cósmica de existir. Tal vez esta imagen nos pueda ayudar a explicar esta paradoja del Dios que se revela, pero que revelándose continúa siendo inabarcable para nosotros.

Ya la palabra revelar es polisémica. Revelar significa mostrar aquello que está velado, o sea retirar el velo; pero al mismo tiempo revelar significa volver a velar, esconder de nuevo. Dios es Aquel que se muestra, que se nos acerca al punto de hacerse niño. Es aquel que se manifiesta a medida humana para que lo podamos conocer y amar pero que al mismo tiempo permanece callado, velado. Cuán doloroso es para los místicos el silencio de Dios.

Ante el mal, este exceso de mal que hay en el mundo, parece que Dios calla, a tal punto que para algunos pensadores el mal se ha convertido en roca del ateísmo.

Pero su silencio puede ser una elocuente palabra del más profundo respeto de Dios ante la libertad humana.

Para Alfredo Rubio la libertad es el «gran florón de nuestro ser peculiar». Ahora bien, que la libertad sea lo más hermoso del ser humano no significa que por ello deje de ser limitada y capaz de mal. Es más, porque somos libres somos seres capaces de mal, sin embargo, la libertad nos hace al mismo tiempo capaces de amar ya que el amor o «surge libre y claramente o no es auténtico». Con nuestra libertad y nuestra inteligencia podemos conocernos y amarnos a nosotros mismos, podemos amar al otro, a todo otro que comparte con nosotros el tremendo gozo de existir. Y podemos finalmente amar al Otro. 

Parece que en nosotros también se da la paradoja, o antes sea una manifestación del misterio que cada uno de nosotros es, reflejo de Aquel Misterio inabarcable que amorosamente se encarna para plantar su tienda entre nosotros.

Gemma Manau
Portugal

Atisbos





Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan(Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.


12 de diciembre de 2014

Pliego nº 71


Tres maneras –progresivas- de orar

La mayoría de cristianos rezamos a Dios siempre pidiendo algo. Sentimos, intuimos que Él es el Creador, tiene todos los bienes y es bueno y generoso. Por eso creemos que no los guarda para sí, sino que los reparte a manos llenas entre los hombres y mujeres que los necesitamos, como limitados que somos por ser humanos.

Pedir no ofende a nadie, tampoco a los humanos. Más bien sucede al contrario: es un elogio que hacemos al otro. Al pedirle algo, le decimos, primero, que pensamos que tiene un mínimo de sobrante que es lo normal para vivir; y segundo, que en vez de acumularlo desea compartirlo con los demás. Si el otro no tuviera tampoco nada, entonces somos hermanos, dos a pedir; y si, teniendo, no quiere compartirlo, pues no se hable más, ya que líbreme Dios de forzarle lo más mínimo.

(Hace tiempo caí en la cuenta de que la palabra “pordiosero”, en su origen, no significa alguien que va sucio, mal vestido, etc. sino que es aquel que pide por amor de Dios. Por-dios-ero. ¡Qué hermosa palabra! ¡Cuántos santos han sido pordioseros en este sentido etimológico!)

Esto mismo que decimos lo podemos aplicar a nuestra oración a Dios.

Pero al principio, en el título de esta reflexión dije que había tres modos de orar. Quedan dos. ¿Cuáles son?

En el primero que hemos visto, pienso más que nada en mí, que soy indigente y necesitado. Pero, segundo, alzando la mirada, puedo pensar en Dios que me lo dio y debo ser agradecido. Es la oración de acción de gracias. Ahora me fijo en mí, sí, pero también en Él. Nada menos que la Eucaristía podría clasificarse en esta segunda manera de orar: en ella, le damos gracias al Padre porque nos ha enviado el mayor y más querido regalo, su Hijo Jesucristo. Es el culmen aquí en la tierra.

Entonces, en este itinerario ascendente, ¿ya no hay más? ¿No hay un modo superior de orar?

Hay un tipo de oración que es el que utilizan los ángeles en el cielo que alaban a Dios, Uno y Trino. Es la tercera manera: la oración de alabanza. Solo eso. Solo fija la mirada en Dios; no en uno mismo, no en los humanos sino en la divinidad. Dios es grande. Dios es incomensurable. Dios es inabarcable … y sin embargo tan cercano y amigo!: ¡Santo, Santo, Santo!; ¡Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu de ambos!

Las tres maneras son progresivas, en progresión ascendente; las tres son necesarias, no se puede prescindir de ninguna de ellas mientras vivimos en la tierra. Podríamos caer en el orgullo si pensáramos que ya no necesitamos pedir u, orgullo mayor aún, tampoco el dar gracias.

Ahora bien, ¿y pedir al prójimo? ¿Pedirnos entre nosotros, las personas humanas? En pequeñito, de juguete pero también, los que los profesores dicen “analógicamente”. Parafraseando a san Juan: “¿Dices que pides a Dios a quien no ves y no pides al prójimo que sí ves? Hipócrita”. Necesitamos pedir pues somos seres sociales y no autoabastecidos. Hemos de pedir, sobre todo, amor que es algo que necesitamos sumamente y que los que nos rodean no están obligados a darnos. Y también hemos de agradecer, “es de bien nacidos ser agradecidos”, dice el refrán. ¿Y también podemos alabar al prójimo? Sí porque, ¿hay quien no tenga nada bueno, digno de alabanza? Con prudencia, sí, pero alabar lo bueno que tengan.

Estos tres modos de orar fue una de las cosas que me enseñó el Padre Alfredo Rubio de Castarlenas hace unos 30 años y que, hace pocos meses, dijo Francisco, el obispo de Roma, el Papa, en su excelente magisterio.

Pero cuando termino estas letras(1) he leído a: Afraates (¿- 345), monje, obispo cerca de Mossul, (Las Disertaciones, nº 4) que dice lo mismo y es del siglo IV:


“Voy a enseñarte los modos de oración: en efecto, está la oración de petición, la de acción de gracias y la alabanza; la de petición es cuando pedimos misericordia por nuestros pecados, la acción de gracias es cuando das gracias a tu Padre que está en los cielos, y la alabanza cuando le alabas por sus obras. Cuando estás en peligro, acude a la petición; cuando te sabes provisto de bienes dale gracias al que te los da; y cuando estás de buen humor, presenta la alabanza. Todas tus plegarias debes presentarlas delante de Dios según las circunstancias. … no debes orar siempre de la misma manera sino según las circunstancias”.

---
P. D.: Ayer mismo, 29 de noviembre, en viaje a Turquía, después de rezar descalzo en la Mezquita Azul, “Francisco le ha dicho al Gran Mufti: tenemos que dar un paso más, además de pedir y dar gracias, tenemos que adorar a Dios, la adoración gratuita.”
---



[1] Primer domingo de Adviento de 2014.
 
Juan Miguel González Feria, Pbro.

España

Atisbos




Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan(Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.

12 de noviembre de 2014

Pliego nº 70


Misioneros del sosiego

https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgJu9Vs-zLMPkw-zm9CB226SzTgKE13qbjlFWThIOTjnG3RvY9IzuU_pSFpBPpUQwOmDVA4Nfy2S37PhU2cYxHfyZz2mh6EatLNlrYez8jNnVD3kST4_y_U1bD-8y-YbR1eDsBrlebselg/s1600/GENERACION+DE+IDIOTAS+5.jpg
Vivimos inmersos en la inmediatez. El siglo XXI ha entrado con una mejora exponencial en las comunicaciones sociales. Es la era de las redes y la comunicación al instante. Sin negar todos los beneficios que supone en nuestro día a día, hemos de prevenirnos de los abusos, pues corremos el riesgo de quedar ahogados en la riada de whatsapp, mails, twitts... Esta inmediatez de las comunicaciones, nos va calando, y sin darnos cuenta nos vamos autoimponiendo la misma inmediatez en responder al alud de mensajes que nos llegan a diario. Lo instantáneo pide respuesta inmediata y corremos dos peligros: la prisa y la dispersión.

Hay tantas cosas a hacer, cuestiones a resolver, asuntos por abordar, personas con las que hablar o visitar, que una acaba el día pensando que con las 24 horas no es suficiente. El tiempo se escapa de las manos, y a medida que van pasando los días, es necesario apretar a fondo el acelerador para llegar a hacer todo lo que hay que hacer.

La prisa y la dispersión son malas compañeras para la relación con Dios. En los Evangelios vemos que Jesús era un hombre de mucha actividad, que se movía mucho y que continuamente hacía cosas. Pero siendo un hombre muy activo, a mi, nunca me ha dado la sensación de impaciencia o atolondramiento. La precipitación, la prisa, el desasosiego no son valores que descubramos en su persona. Jesús, siendo un hombre de actividad trepidante, era capaz de retirarse al monte, y estar a solas con su Padre. Buscaba espacios y tiempos para retirarse y hablar con Aquel que era la fuente del amor.

La vida sosegada, sin prisas, tiene como una fuerza centrípeta que convoca a otros, congrega, aglutina; en cambio, la prisa desprende una fuerza contraria -centrífuga- que desprende a la gente, la aleja, y van quedando como rebotada, tirada al margen del camino. La prisa es una de las grandes tentaciones de nuestro tiempo para ir dejando al margen a aquellos que la sociedad considera una rémora, un obstáculo para seguir avanzando. Pero esta prisa enloquecida que vivimos es un engaño, pues no nos ayuda en ninguna medida a encontrar el camino, ni a vivir ni gozar del camino de la felicidad.

El que va con prisas, acaba yendo solo. Termina por ser un corredor solitario preocupado sólo en llegar a la meta, y tan centrado está en su objetivo -pues la prisa no le deja ni espacio ni tiempo para pensar en nada más-, que cada vez abarca menos, pues de tan solo que se queda, va disminuyendo la capacidad de abarcar tantos asuntos como querría resolver. Y la gente termina por apartarse, pues va dando codazos y empujones a los que encuentra en el camino.

El Reino de Dios avanza al ritmo de las personas, sin prisas, al ritmo de cada uno. Dios respeta nuestros ritmos, y la acción de su Espíritu en nosotros, es enérgica -sí-, pero siempre respetando nuestra libertad y al ritmo de cada uno. La oración, que es ese "dejarse hacer", pide sosiego; pide tiempo para "estar" y dejar que la acción del Espíritu fructifique en nuestro interior.

Para entrar en oración, es necesario pues, apearnos del tren de la prisa y subirnos al tren del sosiego. Esto no quiere decir que dejemos de hacer todo aquello que tenemos de hacer, pero desde la paz interior y la serenidad. Hemos de pedir al Espíritu Santo que nos envíe más misioneros del sosiego, hombres y mujeres que den testimonio de una vida sosegada y en paz. Porque la paz y la serenidad no son sólo fruto de nuestro esfuerzo, de nuestra voluntad, necesitamos también de la gracia de Dios, de los dones del Espíritu Santo.

Maria Viñas 
Barcelona (España)


Atisbos



Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan(Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.