Más allá de la imagen de Dios
La imagen que nos hacemos de Dios nos acompaña a lo largo de nuestra vida. Esta imagen cambia en la medida que la relación personal con ese Dios nos permite ahondar en su conocimiento y en su misterio.
El sacerdote jesuita, Carlos Vallés, en su libro Dejar a Dios ser Dios, narra cómo algunas tradiciones religiosas en la India fabrican imágenes de barro para representar a la divinidad. Cada año celebran una fiesta en la que estas imágenes son lanzadas en las aguas del mar o de los ríos donde el barro se disuelve. Con ello, señala Vallés, vienen a recordar que las obras creadas por los seres humanos son limitadas, perecederas e incapaces de abarcar a un Dios infinito.
Por su parte, Joseph Ratzinger narra en su Introducción al cristianismo (1968) cómo en el Antiguo Testamento encontramos la idea de Dios designada con dos nombres: “El” y “Yavé”, cuyo significado hace referencia a un modo de comprender a Dios distinto al del mundo pagano, en el que la divinidad estaba vinculada a un lugar, eran dioses locales.
El término EL designaba al Dios de los Padres, vinculado a personas, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Un Dios que mostraba su presencia allí donde se encontraba con el hombre, y donde este se dejaba encontrar; un Dios que manifestaba su cercanía presente en todas partes. Y a la vez era el Dios altísimo, que estaba por encima de todo lo demás.
En el Nuevo Testamento el Evangelio de Juan muestra también la imagen de Dios referida al ser y explica a Dios como simple ‘yo soy’.
“He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y he guardado tu palabra. Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado proceden de ti; porque les he dado las palabras que me diste; y ellos las recibieron y han conocido verdaderamente que salí de ti y han creído que tú me enviaste”. (Jn 17, 6-8)
Jesús refiere a sí mismo el “yo soy” del Éxodo. El nombre no se agota en una palabra, sino que designa a la persona de Jesús. La fe en Jesús se convierte en una explicación del nombre de Dios.
Mi reflexión ante todo esto es que ese Dios revelado por Jesús se nos muestra como Abba, generoso, lleno de ternura, perdonador hasta setenta veces siete, providente…; y a la vez, profundo silencio que señala un misterio infinito, un Dios inabarcable, tan difícil y complejo para nuestra mentalidad y nuestro corazón.
El esfuerzo de la razón humana para explicar este misterio queda mudo ante la inmensidad de Dios. Creemos en Él por su inmensa gracia y no por nuestros esfuerzos; esta consciencia es condición indispensable para no caer en una imagen ingenua, infantil o edulcorada de Dios.
Evidentemente que la razón es una cualidad maravillosa del ser humano que sirve para hacerse preguntas, pero la postura coherente de la razón, es la duda. Es desde esa actitud humilde que puede advenir la revelación.
Analógicamente en un plano sobrenatural, la luz de la fe es el apoyo para entender algo de Dios, pero tampoco lo agota; la actitud más coherente es aceptar la inabarcabilidad del misterio global; reposar mansamente en ese fragmento maravilloso de Dios, que nos muestra Jesús, y a la vez reconocer que es incompleto.
Los esfuerzos por explicar a ese Dios revelado por Jesús, me evocan un inmenso escenario en la oscuridad en el que la luz de Cristo alumbra un ángulo, invitándonos con Él y en Él, a ser pequeñas llamitas de Espíritu Santo, que también alumbren e irradien calor en ese Misterio abismal al que nombramos Dios.
Remedios Ortíz
Madrid (España)
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