12 de mayo de 2022

Pliego nº 160


¿Cuál podría ser el dolor más grande? 

Las personas atravesamos por un proceso de duelo cuando rompemos con nuestra pareja, con familiares personas amigas, cuando abandonamos el lugar donde nacimos de forma definitiva, nos despiden de nuestro puesto de trabajo, perdemos estatus profesional, salud, movilidad de una parte del cuerpo, estabilidad económica, también cuando se vive en ambientes inseguros. No obstante estas pérdidas, tienen una mayor posibilidad de recuperación comparadas al dolor producido por la pérdida de un ser querido.

 
Como seres humanos debemos reconocer y esto se siente de forma natural con el paso de los años, que nuestro cuerpo tiene caducidad, en cualquier momento moriremos y nuestros seres queridos también morirán, por tanto debemos estar reconciliados con “la hermana muerte”, como la llamaba San Francisco de Asís, valorando todo lo que ha significado nuestra vida, retribuyendo y acompañando familiar y socialmente, debemos estar capacitados para vivir este proceso. 

El acompañamiento a los seres queridos depende de la forma en que resolvamos o enfrentemos las dificultades, de cómo gestionamos nuestras emociones, nuestra salud y recursos propios, también del apoyo psicosocial y espiritual que tenemos o encontramos dentro de la organización familiar, social y cultural en la que estamos inmersos. 

Retomemos la pregunta, ¿cuál podría ser el dolor más grande?. Quizás vivir la mayoría de pérdidas a la vez, esta situación suele ocurrir en momentos de emergencia como desastres naturales, insalubridad y violencia, es decir, cuando el desbordamiento de las pérdidas no da tregua. Existen comunidades con duelos patológicos, no resueltos, traumas enquistados y personas dentro de las mismas con un alto grado de vulnerabilidad, quienes requieren no solo el acompañamiento de familiares o amigos, sino terapia, asistencia o asesoramiento por parte de profesionales o instituciones especializadas. 

Cuántas familias, etnias, comunidades y países han vivido por años las consecuencias del dolor absurdo, me refiero al duelo que viene del latin duellum o combate entre dos, alcanzando a desestabilizar el equilibrio y bienestar de los otros. Y ni qué decir de las comunidades o países que mantienen la hegemonía de un sólo grupo por temor a los cambios, ejerciendo influencia y poder sobre la libertad y estabilidad de sus colectivos, agudizando la dramática situación geopolítica, económica, migratoria y alimentaria, actualmente en emergencia, tanto por las tensiones de su conflicto o violencia interna como externa. 

Cualquier momento trágico que experimentemos, ofrece una posibilidad de aprendizaje y transformación organizacional, individual y gregaria. 

Hace poco asistí a una conferencia on-line a cargo del profesor en bioética Diego López Lujan, quien citó, cuatro frases enriquecedoras: 

● “El acompañamiento y el consuelo ante las pérdidas se deben hacer desde la cercanía, el silencio, el gesto, la ternura, el cariño, la caridad, a veces las palabras sobran. No se consuela desde la razón”. 

● “Sin amor no existe duelo”: nos explicaba sobre ese amor que se reconoce necesitado de los otros para poder vivir; que reconoce la indigencia propia y la del otro convirtiéndose en un amor redentor, por parte de quien lo sufre y también por el que le ayuda, pues el que ayuda se conmueve y mueve a salir de sí mismo para dedicarse al otro, a los otros. 

● “La muerte asumida como una realidad, nos debe llevar a valorar y compartir con alegría nuestra existencia. Si las personas que han organizado o gobernado los conflictos asumieran, aceptaran y se reconciliaran con su propia finitud, seguramente no habría guerra, se exaltaría la vida, el cuidado del otro y se daría mayor felicidad”. 

● “La vida transcurre tan rápidamente a nivel global que no nos permite integrar todo lo que sucede”. 

Según lo anterior, debemos buscar una forma de ralentizar nuestra cotidianidad como forma de prevenir el duelo patológico, realizando unas horas de reposo al día, fomentando el que otras personas también destinen un tiempo a permanecer en esa libertad interior que estamos llamados a disfrutar y agradecer. Rescatando la pequeñez de los hijos de Dios, que aprendimos de Jesús de Nazaret, un ser libre, humilde y dócil, quien construyó Reino de los Cielos en la tierra, dando ejemplo de misericordia, perdón y esa paz que actualmente requerimos para dar respuesta a los retos y dificultades que debemos resolver con sosiego, paciencia y creatividad. 

En este momento decisivo de la humanidad, es nuestro deber rescatarnos unos a otros, con amor redentor, por construir lugares y vínculos, familiares, amicales y comunitarios para el consuelo, el cuidado de los otros, el encuentro, la caridad y la fiesta reparadora que alegran y otorgan vida y paz. 

Elsa Lizarazo
Bucaramanga, Colombia

No hay comentarios: