Laura, desduelo en dos pasos
Primer paso
Solía ser más alegre que ahora. Quizá si hubiera sido una persona más huraña antaño y hoy se viera sí misma más dicharachera, no le pesaría, pero sentía que era una doble pérdida la suya: por un lado la ausencia de su otrora chispa y por otro el ir a menos. “Claro” -se decía- “que también estaba más vieja”, ¡cómo si ello fuera consuelo!. Sabía de sobras que no tenía que ver una cosa con la otra, o por lo menos no era condición.
¿Qué era pues lo que le amargaba el ánimo?
Se sentía sóla. No obstante tener un buen compañero, hijos atentos y las amigas... Pero si, había ido despidiendo a hermanos y no le quedaba ni uno. Eso, que en cierto modo era ley de vida, a ella no le consolaba.
Y bueno, sin querer queriendo encontró dos ayudas a su propia comprensión de ausencias en esos días de descanso en Junquillar, a minutos de Constitución, en la costa del Maule. Una, muy cotidiana, se la regaló la Rena, una perrita más lista que el hambre, cuidadora de la casa, sus gallinas y cuanto movimiento hubiese cercano, pero que cuando su ama y su amo (de amor), se ausentaban, quedaba ella, cuerpo entero, entregado al manto de la pena y ojos cabizbajos, a media asta, a la deriva, como felpudo, casi sin gusto, olfato, ni oído.
La Rena fue para la protagonista de esta historia, un verdadero espejo.
“Laura”, -se dijo- “hete aquí, doliendo ausencias, aferrada a lo que se fue, esperando cual Hachikō el retorno de tu amigo-amado-amo”. Y vió, por primera vez en su duelo de hermanos, que tal como la Rena, estaba ella perdiendo el día (el sentido) en lamentarse un poco más por lo que, mientras duró, fue bello.
Y fíjate tú… que parece que se le alegró un poco algo muy orgánico, dentro de su cuerpo, entre el intestino, las caderas y como por la parte posterior del estómago hasta el pulmón, como un ensanchamiento, ¿sería del alma?.
Segundo paso
Lo otro fue, conversando con Tati, su amiga y anfitriona, hablando de todo un poco, escucharle una expresión similar a:
“Todos llevamos uno o dos muertitos colgados de los brazos”, y le sonó a ella ese “a colgado” liviano, no cargando un peso, sino como presencia eternamente liviana y que los propios muertos la acompañaban, escudaban, angelaban y de hecho, encontró muy lógico, que eran, en su caso, los mismos que hasta ese mismo día había, ingratamente, dolido su ausencia y casi dado la espalda.
Le pareció de repente, ser la persona mejor acompañada del universo. Lo sintió de forma evidente y durmió esa noche en la gloria.
Así pues, ese duelo horizontal, de aquellos con quienes forjó los primeros pasos, cuyos muros existenciales compartió tan estrechamente y partieron antes que ella al infinito-más allá -digamos Cielo- en el caso de Laura, empezaron a ser torreones con luz, faros para ver y alumbrar caminos oscuros y hasta iluminar a otros.
Elisabet Juanola Soria
Santiago de Chile
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