Alegría a través del sufrimiento y la muerte
Todos vivimos momentos de crisis i de oportunidades. El crecimiento pasa a través de distintos procesos de muerte y de resurrección, lo que parece ser tumba resulta ser matriz y útero de un nuevo nacimiento. El sufrimiento, la enfermedad, cualquier pérdida y el proceso de la misma muerte son oportunidades de encuentro consigo mismo, con los demás y con lo que nos trasciende, y nos permite experimentar lo que somos en nuestra profundidad. Todos tenemos un anhelo inagotable de plenitud y felicidad.
La muerte forma parte de la vida. No es un fracaso, sino una ocasión de despertar.
La muerte es un misterio. Según las tradiciones espirituales, la muerte es solo el cese de una forma de existir y el paso o la transformación de aquel ser a otra dimensión. Esa otra dimensión es la Realidad: el origen y destino de nuestra existencia. Venimos de Dios, del Absoluto y regresamos a Él.
Morir supone un arduo trabajo psicológico, social y espiritual. Mientras que la dimensión contingente de la persona denominada ego, i que es la causa en gran parte del sufrimiento, va a desaparecer aceptando conscientemente el mismo sufrimiento, la dimensión trascendente, nuestro verdadero ser, puede emerger dentro de la crisis.
A través pues, del sufrimiento, aceptándolo y trascendiéndolo puede producirse una apertura a un espacio de unión, con una realidad que le supera, desde donde emerge una nueva conciencia, más allá del sentido personal del yo, basada en la conexión con el Ser.
En el itinerario de trascendencia del sufrimiento se reconocen 3 etapas:
. Una etapa de “pérdidas”. Etapa de lucha que engloba la negación, la ira, la negociación, la depresión. El miedo a perder lo que consideramos nuestra identidad, nuestro ego.
. Posteriormente se llega a una fase de “rendición” que podríamos traducir como aceptación, entrega, soltar, dejar de luchar, no como derrota sino como entrega a una fuerza mayor que no depende de uno mismo. Junto con la aceptación del dolor crece una alegría profunda.
. I finalmente
cuando se ha hecho esta entrega la persona entra en un nuevo espacio de
conciencia llamado “trascendencia”. Más allá de mí mismo, de mis
límites. Un espacio de comprensión, de maduración, de nueva identidad, de
serenidad, de gozo, de amor, de gratitud, de confianza, de alegría, de paz
interior. Esa es la paz de Dios.
Jesús crucificado es la imagen de lo que acabamos de exponer, i en el mismo Jesús vemos que la cruz no es para quedarse en ella. Jesús en Getsemaní recibió la fuerza interior para darse totalmente, vaciándose de sí mismo. No le fueron ahorradas las etapas comunes que vivimos los humanos: rebelión, negociación, depresión i finalmente rendición. Sabía que sólo rindiendo el yo, aunque lo llevaría a la muerte, podría nacer lo que es nuevo. Jesús escucho la realidad en lugar de huir, la afronto sin revelarse, se entregó renunciando a su propia voluntad. Esta entrega es lo que permite que Getsemaní se pueda convertir en la Alegría del Reino. Jesús entregándose a sí mismo entrego su espíritu.
El silencio de Dios en la cruz es su suprema manifestación, sosteniéndolo todo. “¿Padre, porque me has abandonado?” La respuesta es la resurrección, esta vida nueva, aunque antes hemos de morir a lo viejo. Todo está llamado a resucitar. El evento Pascual nos desvela que la vida vivida como donación atraviesa la muerte abriendo una forma nueva de existencia. De esta vida entregada brota la alegría.
La alegría auténtica de la vida se da con el desprendimiento. Sólo rindiéndonos, abandonándonos del todo podemos acceder a otra manera de ser i vivir que está más allá de nuestra autorreferencia, del yo. Por esto hemos de aceptar nuestras muertes. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto”. Esto nos abre las puertas a la Vida. Ir de la oscuridad de la pérdida a la apertura y a la alegría infinita.
Cori de Dalmau
Mataró
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