12 de mayo de 2020

Pliego nº 136


La alegría como fruto del Espíritu Santo  


Os traigo dos noticias: La primera es que el ser humano tiene un gran potencial. La segunda, es que está programado para sobrevivir, no para ser feliz. Este es el gran reto.

En los últimos años ha aumentado el interés por las emociones positivas, aunque aún existen muchas menos investigaciones para estas que para las negativas. Quizás, a lo largo de la historia, no solo el arte sino la mayoría de disciplinas se han ocupado e interesado más por la muerte, por lo negativo, por lo oscuro, que por la vida.

Nuestro propio organismo posee seis emociones básicas, según consenso de expertos, reconocidas por cualquier ser humano, independientemente de su cultura: miedo, ira, tristeza, sorpresa, asco y alegría. A simple vista se puede observar que, aunque todas sean funcionales y, por tanto, necesarias, la balanza se decanta hacia las emociones que nos hacen sentir mal (4 frente a 1)

Hablando de emociones, la alegría y la tristeza se colocan en el mismo eje, en el eje del logro. Si se consigue llegar a la meta propuesta, sentimos alegría; si perdemos, sentimos tristeza.


Esta alegría es la emoción más deseada. Proviene del latín alicero o alecris, que significa vivo y animado. A todos nos encanta estar alegres, nos sentimos vivos, con energía, valientes, con ganas de hacer cosas bellas. Además, como toda emoción, tiene una función: nos predispone a la acción, a relacionarnos, a compartir y tomar la iniciativa. Nos impulsa a acometer proyectos. Somos más creativos.

El Espíritu Santo toma esta base humana – muy bien hecha, por cierto- y se vale de ella para que no solo sintamos alegría, entusiasmo, ganas de trabajar por el Reino de Dios. Nos lleva a más, a ser fuente de alegría, a hacer nuestro alrededor más fecundo.

Os propongo un ejercicio muy sencillo: Cerremos los ojos y empecemos a sonreír. Forzar nuestra sonrisa todo lo que podamos. Respiremos profundo y pensemos en la alegría.

Comprobamos que pensar en alegría, produce alegría, y se contagia. Y el hablar de temas alegres activa en nuestro cerebro los mismos mecanismos que si estuviéramos sintiendo esa emoción. ¡Qué bueno que el Espíritu Santo nos regale el don del bien-hablar porque así somos motores de alegría!

En nuestra cultura occidental, donde la alegría se ha considerado durante muchos siglos algo pecaminoso e incompatible con la santidad, nos encontramos a personajes liberadores, como santa Teresa, que nos recuerda: líbrenos, Dios, de un santo triste, porque un santo triste es un triste santo. El camino para ser santos, de la mano del Espíritu Santo, pasa por la alegría.

La alegría es un misterio, porque hay personas que, a pesar de tener motivos para estar tristes, son alegres y naturalmente alegres. Es un don del Espíritu Santo. Tienen todas las razones naturales para no estar alegres y, a pesar de todo, sienten una profunda alegría. Toda adversidad la encuentran como posibilidad para avanzar, motivo de aprendizaje.

La alegría del Espíritu Santo es la espera firme, la esperanza cierta de que lo anunciado llegará. Alegría es amar y ser amado, sentir pasión en aquello que mueve tu vida, promover la fiesta, saber que tienes amigos a los que volver, no tener miedo a pedir perdón, atreverse a saltar al vacío.

Y con impulso renovado, seguir la cadena y ser fuente.


Sara Canca Repiso

Cádiz



1 comentario:

nelson dijo...

Mi buena muchacha. Qué bonito escribe