La alegría como fruto del Espíritu Santo
Os traigo dos noticias: La primera es que el ser humano tiene un gran potencial. La segunda, es que está programado para sobrevivir, no para ser feliz. Este es el gran reto.
En los últimos años
ha aumentado el interés por las emociones positivas, aunque aún existen muchas
menos investigaciones para estas que para las negativas. Quizás, a lo largo de
la historia, no solo el arte sino la mayoría de disciplinas se han ocupado e
interesado más por la muerte, por lo negativo, por lo oscuro, que por la vida.
Nuestro propio
organismo posee seis emociones básicas, según consenso de expertos, reconocidas
por cualquier ser humano, independientemente de su cultura: miedo, ira,
tristeza, sorpresa, asco y alegría. A simple vista se puede observar que,
aunque todas sean funcionales y, por tanto, necesarias, la balanza se decanta
hacia las emociones que nos hacen sentir mal (4 frente a 1)
Hablando de
emociones, la alegría y la tristeza se colocan en el mismo eje, en el eje del
logro. Si se consigue llegar a la meta propuesta, sentimos alegría; si
perdemos, sentimos tristeza.
Esta alegría es la
emoción más deseada. Proviene del latín alicero o alecris, que significa vivo y
animado. A todos nos encanta estar alegres, nos sentimos vivos, con energía, valientes,
con ganas de hacer cosas bellas. Además, como toda emoción, tiene una función:
nos predispone a la acción, a relacionarnos, a compartir y tomar la iniciativa.
Nos impulsa a acometer proyectos. Somos más creativos.
El Espíritu Santo
toma esta base humana – muy bien hecha, por cierto- y se vale de ella
para que no solo sintamos alegría, entusiasmo, ganas de trabajar por el Reino
de Dios. Nos lleva a más, a ser fuente de alegría, a hacer nuestro alrededor
más fecundo.
Os propongo un
ejercicio muy sencillo: Cerremos los ojos y
empecemos a sonreír. Forzar nuestra sonrisa todo lo que podamos. Respiremos
profundo y pensemos en la alegría.
Comprobamos que
pensar en alegría, produce alegría, y se contagia. Y el hablar de temas alegres
activa en nuestro cerebro los mismos mecanismos que si estuviéramos sintiendo
esa emoción. ¡Qué bueno que el Espíritu Santo nos regale el don del bien-hablar
porque así somos motores de alegría!
En nuestra cultura
occidental, donde la alegría se ha considerado durante muchos siglos algo
pecaminoso e incompatible con la santidad, nos encontramos a personajes
liberadores, como santa Teresa, que nos recuerda: líbrenos, Dios, de un santo
triste, porque un santo triste es un triste santo. El camino para ser santos,
de la mano del Espíritu Santo, pasa por la alegría.
La alegría es un
misterio, porque hay personas que, a pesar de tener motivos para estar tristes,
son alegres y naturalmente alegres. Es un don del Espíritu Santo. Tienen todas
las razones naturales para no estar alegres y, a pesar de todo, sienten una
profunda alegría. Toda adversidad la encuentran como posibilidad para avanzar,
motivo de aprendizaje.
La alegría del
Espíritu Santo es la espera firme, la esperanza cierta de que lo anunciado
llegará. Alegría es amar y ser amado, sentir pasión en aquello que mueve tu
vida, promover la fiesta, saber que tienes amigos a los que volver, no tener
miedo a pedir perdón, atreverse a saltar al vacío.
Y con impulso
renovado, seguir la cadena y ser fuente.
Sara
Canca Repiso
Cádiz
1 comentario:
Mi buena muchacha. Qué bonito escribe
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