Interculturidad ¿monólogo o diálogo?
Si queremos hablar de intercultura o
interculturalidad, debemos fijarnos en los componentes léxicos de esta palabra.
Tiene un prefijo “inter”, que significa “entre” o “en medio”. Por tanto,
estamos entendiendo que no se trata de poner una cultura al lado de la otra
sino que hay una cierta vecindad, una
convivencia. Cuando varias personas o grupos conviven lo normal es que haya
diálogo. Curiosamente, esta otra palabra también está formada con otro prefijo:
“dia”, que significa “a través de”. A través del diálogo, que no solamente
implica el lenguaje verbal sino el no verbal también, podemos tender puentes
que medien entre personas que son culturalmente diferentes.
Asunto que parece difícil a primera vista,
no lo es tanto si este diálogo lo entendemos no sólo como un responder sino
también como un preguntar (para saber), como un escuchar (lo que los demás
tienen que decirnos) y como una acogida donde haya solidaridad compasiva. Al
fin y al cabo, todos somos seres humanos iguales en lo más básico y elemental:
la existencia.
Esto lo básico que nos une a todos los
seres humanos sea cual sea nuestra raza, lengua, cultura o religión. La tenemos
y compartimos con todos, incluso con los animales y las plantas.
Es una pena que muchas veces sea un valor
olvidado o poco apreciado como importante. Al contrario, se vive una
consciencia excesiva de las diferencias para compararse, competir, estar más
orgullosos, etc. Se nos educa en una identidad demasiado cerrada, simplista y
llena de prejuicios. A veces, por intereses y necesidades diversas, las
colectividades, los pueblos, la sociedad, en general, quita importancia a esta
identidad común. No la valora. Pone como primero, las diferencias y las hace
incluso más grandes de lo que en realidad son. Lo peor es cuando se hace que
las diferencias sean excluyentes y opuestas. No se trata de homogeneizar las
diferencias sino de buscar la unidad de la pluralidad.
Pero es cierto que muchas veces no damos
importancia a esta hermandad básica para no tener obligaciones ni
responsabilidades morales con los demás porque la buena fraternidad impulsa a
compartir la vida, la cultura y los bienes.
Para preguntar, conocer, acercarse y tender
puentes, tiene que haber, como mínimo no sólo una cierta empatía sino un cierto
impulso de curiosidad, un querer entender el por qué el otro tiene ciertas
costumbres, cree en ciertas creencias, come ciertas comidas o vive donde vive.
Si vamos más allá del mundo propio, es cierto que encontraremos otros mundos
que, nos gusten más o menos, como mínimo nos cuestionarán lo propio. Ésto a
mucha gente no le apetece porque le va bien vivir en lo conocido, en lo que
tiene, maneja o controla. Quizá tenga miedo de salir de su zona de confort y de
sus inercias. O simplemente no dedica tiempo a pensar de forma reflexiva, a
poner en perspectiva esa realidad simplista y en blanco y negro que se fomenta
a través de mensajes, memes y noticias en las redes sociales. Más que nunca,
hoy día hay que dedicar tiempo para poner en perspectiva todo los impactos que
nos llegan a una velocidad vertiginosa pues si no, fácilmente reproduciremos
esa percepción exagerada y tremendista de la realidad que reflejan. Requiere
esfuerzo para no caer en las neurosis colectivas de turno o no usar un tono
bélico: amigos-enemigos, los buenos- los malos, lo tuyo-lo mío.....
Se tiene que poder dialogar con los otros
pero tambien con uno mismo. Mi experiencia me dice que si uno descubre y
convive pacíficamente con “el otro” que también tiene dentro de sí, es
increiblemente enriquecedor convivir con otros, sean de la cultura que sean. Si
uno vive esta alteridad constitutiva de uno mismo, está entrenado, por lo
menos, a dialogar cuestionándose muchos elementos: desde su identidad cultural
hasta su temporalidad biográfica, desde su “ser” hasta su “estar” y “hacer”
cotidiano, desde el por qué existe hasta el verdadero sentido de su vida.
Este preguntarse y responderse es clave
para entender la interculturalidad y el tipo de diálogo que requiere. Lo intrasubjetivo está intrínsecamente relacionado con lo intersubjetivo y lo
intercultural. No se pueden separar o desligar.
Excluyendo el pseudodiálogo, la palabra
“diálogo” la entiendo en su sentido más amplio y no como comúnmente se
entiende, ya que debe incluir, aparte del verbal, otros tipos de lenguajes.
Incluso, paradójicamente, el del silencio .
En todo tipo de convivencia, sea
intercultural o no, podrá haber un diálogo enriquecedor o vacio, cacofónico o
inspirador no sólo en la medida en que nos comuniquemos con nosotros mismos
sino en cómo lo hagamos. El lenguaje interior que usamos también es importante
para comunicarnos porque el ser humano se piensa en el lenguaje. Cambia mucho
la percepción si nos hablamos desde el amor y el respeto o nos hablamos desde
la no aceptación , desde clichés o con un lenguaje dicotómico de blanco y negro
que no admite matices. Cambia también si nos relacionamos desde “lo extraño”
que también tenemos en nosotros mismos o desde “lo familiar”.
Esta relación con “el otro” que también
somos facilita en gran medida nuestra convivencia con los otros que son de
otras culturas. También la facilita que nos fijemos más en lo mucho que tenemos
en común que en lo que nos separa, que es muchísimo menor y más relativo.
Cómo percibimos lo ajeno es indicativo de
cómo percibimos lo propio y viceversa. Lo culturalmente ajeno es como nuestro
espejo.
Por tanto, creo que una de las bases más
importantes de la relación intercultural está en esta alteridad interior, que
es un proceso vivencial de continuo diálogo reflexivo con la realidad de uno
mismo.
El verdadero diálogo es un proceso que
implica esfuerzo y valentía pues hay que vencer la tentación de relacionarse
con los demás a través de ideologías, clichés, miedos, prejuicios y expectativas.
Admitir que nuestra visión cultural es siempre limitada y contingente requiere
mucha humildad colectiva. También implica vencer la tentación de oir en vez de
escuchar.
Una escucha atenta implica acoger
creativamente lo escuchado y en esta acogida, abrirse a los demás.
Desde esta apertura es posible el encuentro
con otros y (de nosotros mismos) en otros. Y sabemos que los encuentros pueden
constituir acontecimientos trascendentales.
Creo que educar y reeducar nuestra
sensibilidad para facilitar este proceso es tarea urgente de todos,
especialmente en estos tiempos de mucha información pero de poca reflexión.
Lo importante no es la palabra
interculturalidad sino todo lo que ella compromete, que no es poco, pero que
representa mucho.
Angeles Isidoro
No hay comentarios:
Publicar un comentario