Orar
Rogando (B.L) |
Para mí no es lo mismo rezar que orar. Diría que rezar es recitar de memoria frases u oraciones aprendidas con anterioridad. En cambio, orar es llamar y responder; es llamar a Dios y es responder a sus invitaciones. Orar es un diálogo de amor. Orar es una disposición interior que busca el encuentro en la intimidad con Dios. Para ello no hace falta construir frases, ni poner en marcha la memoria. Sobran las palabras, basta únicamente la voluntad.
En este sentido podemos afirmar que la oración es dialogar con Dios, hablar con Él con la misma naturalidad y sencillez con la que hablamos con un amigo de absoluta confianza. La oración es un diálogo profundo con Dios, y como en todo diálogo, se hace imprescindible la escucha y la actitud abierta y receptiva hacia Aquel en quien confiamos y de quien lo esperamos todo.
Si la oración es comunicación con Dios debemos ser conscientes que, más esencial que lo que nosotros digamos es lo que Dios nos puede trasmitir. Toda comunicación es válida en tanto en cuanto favorece el encuentro, de esta forma la mejor finalidad de la oración será procurar el encuentro íntimo y personal con Dios.
"Si tienes un amigo recorre con frecuencia el camino hacia su casa, de lo contrario corres el peligro de que crezca la maleza y no encuentres el camino". Pienso que este proverbio oriental nos ayuda a ver la importancia de la oración.
La amistad-amor es un regalo, es el mejor regalo que nos podemos hacer los seres humanos. Y por tanto es gratuidad total y absoluta: nadie nos puede exigir amistad-amor ni nosotros se la podemos exigir a nadie.
La amistad-amor, una vez que se tiene, requiere ser cultivada, cuidada y atendida. Esta se alimenta con la presencia del amado. Es necesario encontrar tiempo para estar con él. No es suficiente verlo y hablarle entre el barullo de la gente. Hay que reservar un espacio para la intimidad, para estar a solas, para compartir la existencia con quien quieres. Cuando esto no se hace o se abandona, al principio se echa en falta, después la amistad-amor va enfriándose poco a poco y al final la distancia y la lejanía provocan que estas personas acaben viéndose como extraños y desconocidos. La presencia del otro ya no dice nada, desapareció el afecto, murió el amor. Pensemos que en nuestra relación con Dios nos puede pasar exactamente lo mismo.
¿Cuándo orar?
Se debe orar siempre, en toda ocasión. Podríamos incluso afirmar, que la vida es toda ella oración, si en verdad, es una vida vivida para Dios y en relación a Él. Pero también podemos caer en el error de pensar que como toda acción, vivida desde la fe, es oración, no es necesario dedicar momentos para perderlos "a solas con el Señor".
Para un padre de familia no basta con que todo cuanto realiza lo haga por su mujer y sus hijos, es también básico que dedique tiempo a estar con su mujer y con sus hijos. Del mismo modo no basta con que nosotros lo hagamos todo por Dios, también es elemental el que dediquemos tiempo a estar con Él.
Por ello cada día debemos reservar un espacio para la oración, para la intimidad con Dios, para el sosiego espiritual. Pero este espacio no surge sino está previsto, preparado y programado en nuestra agenda diaria. Fijemos para cada día nuestra cita con Dios, y no faltemos a ella.
¿Dónde?
Lo más sencillo sería decir: "en cualquier sitio". Cualquier lugar es bueno para encontrarse con Dios, para la oración. Esto es cierto; podemos orar en el trabajo, en la fábrica, en el taller, en la universidad. Podemos encontrarnos con Dios en la calle, en el cine, en la fiesta...
Pero también es verdad que no todos los lugares favorecen de la misma manera este encuentro. La oración se nos puede hacer menos difícil si procuramos un ambiente adecuado. Un lugar apropiado sería aquel que facilite la soledad, el silencio; un sitio donde no haya apenas elementos que desvíen la atención. La oración y la contemplación pueden verse favorecidas cuando nos encontramos en un paraje natural: junto a un río, en una montaña alta, frente al mar, o cuando nos encontramos en una habitación desnuda de adornos, o frente a la luz tenue de una vela.
Anna Bundó Mas
Barichara (Colombia)
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