Peregrinar con Santa Eulalia
Como todo peregrinaje, el que desde hace 40 años lleva al Santuario de Santa Eulalia de Vilapiscina (Barcelona) hasta Montpellier, tiene una razón de ser: ir a las fuentes de la fe siguiendo las huellas que otros hombres y mujeres han dejado. En este caso, reencontrar Eulalia, la joven de corazón fuerte y de fe intrépida que sin rodeos proclama su fidelidad a Cristo delante de aquellos que quieren negar su existencia.
Cuando la vida y el itinerario espiritual de una persona –aún que breve en este caso, pero no por ello menos intenso- han sido tan apasionantes como los de Eulalia, misteriosamente su paso por el mundo toma vuelos universales. El eco de su existencia se extiende más allá del pueblo, ciudad o país donde ha nacido y vivido. Eulalia es amada en muchos lugares. Uno de ellos, en Montpellier, en una parroquia en el centro de la ciudad donde los Mercedarios llevaron su devoción y donde se conserva su cráneo.
Peregrinar hasta esta ciudad del sur de Francia, año tras año, tiene su origen en un viaje que Alfredo Rubio hizo a Montpellier. Allí descubrió una parroquia dedicada a la Santa. Por el gran amor que Alfredo tenia a Santa Eulalia, y coincidiendo con el momento de la reapertura del Santuario de Vilapiscina, quiso proponer a su párroco, el Abbé Guy Paul, de hacer un ‘jumelage’ las dos comunidades que tenían por advocación a Santa Eulalia. Así se iniciaba la común devoción de dos ciudades hermanadas: Barcelona y Montpellier. Es así como este año celebramos ya 40 años de una amistad con unos hermanos en la fe.
Este peregrinar, ser itinerantes, nos invita a pensar en Eulalia y, de su mano, recorrer nuestro propio itinerario espiritual, a preguntarnos hasta que punto vivimos con pasión el seguimiento de Cristo, como es de fuerte nuestra fe y que capacidad tenemos de vivir comunitariamente la vida de Dios.
Eulalia, además, nos invita a amar la diferencia con profundo respeto. Este es uno de los rasgos más hermosos de la fe que profesamos: antes de ser de aquí o de allí, ricos o pobres, sencillos o inteligentes, somos personas con capacidad de amar y esto –para quien lo desea vivir de verdad- nos une desde las raíces existenciales.
Amando a Eulalia, hemos aprendido a querer a una comunidad de fe distinta a la nuestra. Hemos descubierto nuevos amigos. Hemos palpado la universalidad de la Iglesia.
Cuando la vida y el itinerario espiritual de una persona –aún que breve en este caso, pero no por ello menos intenso- han sido tan apasionantes como los de Eulalia, misteriosamente su paso por el mundo toma vuelos universales. El eco de su existencia se extiende más allá del pueblo, ciudad o país donde ha nacido y vivido. Eulalia es amada en muchos lugares. Uno de ellos, en Montpellier, en una parroquia en el centro de la ciudad donde los Mercedarios llevaron su devoción y donde se conserva su cráneo.
Peregrinar hasta esta ciudad del sur de Francia, año tras año, tiene su origen en un viaje que Alfredo Rubio hizo a Montpellier. Allí descubrió una parroquia dedicada a la Santa. Por el gran amor que Alfredo tenia a Santa Eulalia, y coincidiendo con el momento de la reapertura del Santuario de Vilapiscina, quiso proponer a su párroco, el Abbé Guy Paul, de hacer un ‘jumelage’ las dos comunidades que tenían por advocación a Santa Eulalia. Así se iniciaba la común devoción de dos ciudades hermanadas: Barcelona y Montpellier. Es así como este año celebramos ya 40 años de una amistad con unos hermanos en la fe.
Este peregrinar, ser itinerantes, nos invita a pensar en Eulalia y, de su mano, recorrer nuestro propio itinerario espiritual, a preguntarnos hasta que punto vivimos con pasión el seguimiento de Cristo, como es de fuerte nuestra fe y que capacidad tenemos de vivir comunitariamente la vida de Dios.
Eulalia, además, nos invita a amar la diferencia con profundo respeto. Este es uno de los rasgos más hermosos de la fe que profesamos: antes de ser de aquí o de allí, ricos o pobres, sencillos o inteligentes, somos personas con capacidad de amar y esto –para quien lo desea vivir de verdad- nos une desde las raíces existenciales.
Amando a Eulalia, hemos aprendido a querer a una comunidad de fe distinta a la nuestra. Hemos descubierto nuevos amigos. Hemos palpado la universalidad de la Iglesia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario