12 de diciembre de 2009

¿Qué celebra un cristiano en la Navidad?


Comencemos por decir que en el calendario de la Iglesia, Navidad es una fiesta –la solemnidad del día 25 de diciembre– y un tiempo –las semanas que van desde el día de Navidad hasta la fiesta del bautismo del Señor–: un día y las subsiguientes semanas para profundizar en el misterio de la Encarnación.

Frecuentemente relacionamos el término ‘misterio’ con algo confuso, no plenamente conocido; si bien en los escritos del Nuevo Testamento misterio tiene mucho que ver con actividades de orden cognoscitivo (conocer el misterio, Mc 4, 11; revelar el misterio, Ef 3, 9) en los escritos de san Pablo el término tiene que ver directamente con el acontecimiento Cristo: la revelación de Dios y la reconciliación de los hombres, el acontecimiento revelado por Dios a través de Cristo (Ef 1, 9-10). En el campo de la teología y de la catequesis el término hace referencia al actuar de Dios a favor del hombre, a las intervenciones de Dios en la historia para salvar al hombre. Desde esta perspectiva tenemos que el misterio de la Encarnación inauguró una nueva manera de acercarse Dios a los hombres para salvarlos.

En nuestros días, cuando asistimos a un relativo bienestar, y si la ciencia y la técnica nos han acostumbrado a seguir la secuencia causa-efecto, al presentar la obra de Dios como ‘salvar al hombre’, sigue una pregunta: ¿de qué me salva Dios? Dios te salva de ‘ti mismo’, de permanecer encerrado en ti, de considerarte el centro y el fin de todo: «¿De qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?» (Lc 9 25).

Por el misterio de la Encarnación el Hijo de Dios asume una existencia humana. ¡Una existencia como la nuestra!, el Hijo de Dios se incorpora a nuestra historia en un tiempo y en una cultura concretas. Por el misterio de la Encarnación el Hijo de Dios se somete a las limitaciones y contingencias de nuestra existencia, existe como todos los seres humanos llegamos a existir y con ello asume la condición de doliente de modo que puede com-padecerse de todo hombre y de toda mujer.

A decir del concilio Vaticano II, en el Verbo encarnado Dios revela al hombre su vocación y su identidad más universales (Cf. Gaudium et spes, 22) porque Dios se une a todo ser humano de manera que a partir del misterio de Jesucristo nada legítimamente humano es ajeno a Dios; toda realidad de cada hombres es susceptible de ser asumida por Dios. ¡La encarnación sí que nos hace hermanos en la común existencia!

En la liturgia cristiana la celebración es una invitación para ponernos delante del misterio y gozar de él contemplándolo; ahora bien, al misterio se accede por la fe toda vez que el misterio es acontecimiento en el diálogo de salvación Dios / hombre. Para celebrar es preciso antes, que quien celebre sea un creyente, porque es desde esta actitud creyente que el hombre puede detectar la presencia y cercanía de Dios en el misterio.

En la celebración de los días de Navidad el creyente se sitúa, en palabras de san Agustín, ante «el admirable intercambio que nos salva», pues por el misterio de la Encarnación el Hijo de Dios se hace hijo de hombre a fin de que los hijos de hombre lleguemos a ser hijos de Dios en plenitud (Cf. Sermón 128). Ningún ser humano, ni ninguna realidad humana, puede quedar al margen de la salvación que Dios realiza en Jesucristo.

La cultura de nuestros días nos impulsa a llevar una vida fragmentada, las personas en nuestros días se ven abocadas a desarrollar su historia en lugares-compartimento en los que desempeñan un rol o función, en tal situación la persona necesita de un centro integrador, de un eje que le de continuidad como proyecto humano histórico más que como protagonista de anécdotas. Por el misterio de la Encarnación y por todo lo que implica esta ‘solidaridad’ del Hijo de Dios con todo lo humano, bien puede ser el proyecto cristiano que nos revela el Verbo encarnado el centro de nuestra existencia fragmentada.

Tadeo Albarracín
Colombia

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