12 de enero de 2022

Pliego nº 156

Muerte, enigma y misterio 

Según el filósofo Josep Maria Esquirol, hay diferencia entre enigma y misterio, aunque en el lenguaje común utilicemos los dos términos indistintamente o a un mismo nivel. El enigma es susceptible de ser resuelto racionalmente. El misterio, aquello que nos sobrepasa y no puede ni debe resolverse con la razón puesto que en él vivimos, nos movemos y somos, como se afirma en un prefacio eucarístico. 

Desde este prisma, la muerte es algo natural y, a pesar de que puede llegar a ser muy dolorosa, no es ningún enigma puesto que forma parte de la condición humana: desde nuestro engendramiento todos somos candidatos a la muerte. Como es también natural llorar la muerte de un ser querido. En una ocasión, le comunicamos a Dolores Bigourdan el fallecimiento de un amigo que ella acompañó a su proceso formativo. La anciana se quedó en silencio, se entristeció y de sus ojos -que habían perdido ya en buena parte la visión- cayeron dos lágrimas. En vano alguien intentaba que rezase y se animase: en aquel momento comenzaba un duelo y había que respetarlo. Y nadie duda de que Dolores Bigourdan fue una gran creyente en Dios y en la vida perdurable, pero ello no fue óbice para qué aquella noticia, la pérdida de un ser querido, le doliese en el alma. Resulta chocante que haya personas creyentes que el día del entierro de un ser querido sonrían alegando que tienen fe y que saben que esa persona ya ha resucitado y ya está en el cielo. Aunque así fuere, y es bueno desearlo, toda muerte cercana produce un duelo, llorar es humano y el duelo es para ser elaborado y vivido. Esas personas tal vez sean incapaces de ser conscientes que lo están pasando, pero este está allí y, si no ser trabaja apropiadamente, acaba pasando factura. 


El más allá de la muerte sí que es un misterio, algo que no es para ser comprendido, si no para ser intuido, contemplado o alabado. En este sentido, cuanto más se acepte la muerte, más en condiciones se está de creer en la vida del mundo futuro, la última afirmación de nuestro credo. Hay personas a quienes repele la idea de eternidad, porque como sostiene Joseph Ratzinger -hoy papa emérito- piensan, equivocadamente, que la eternidad es la misma vida que hoy tenemos, pero sin fin. El más allá, la eternidad es la plenitud del Amor, algo que nos sobrecoge y que sobrepasa nuestra imaginación y nuestras previsiones. Hoy tenemos atisbos de lo que algún día será en plenitud. Cuando nos amamos, cuando nos abrazamos, de algún modo estamos experimentando el abrazo con nuestro Padre del cielo. David Palacios, padre de familia y agente pastoral en un tanatorio, reivindica la importancia del abrazo. Difunde esta vivencia con una cruz que presenta en relieve el abrazo del padre al hijo pródigo de la parábola y la siguiente inscripción, traducida del alemán: “Impregna Tu, Dios toda mi esencia, llena Tu todo mi ser, que todos puedan leer en mi todo tu amor.” Hacia este encuentro estelar caminamos. 

Jaume Aymar Ragolta
Historiador y teólogo 

 

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