La Alegría como síntoma de la Esperanza
La Alegría vendría a ser como la hermana humilde de la Felicidad. Esta
frase lleva unos días rondándome por la cabeza. La oí en una tertulia
radiofónica que apenas seguía… Ciertamente la Felicidad parece un constructo
humano bastante complejo; en cambio la Alegría, más allá de pretender
definirla, se hace fácilmente comprensible. Es una emoción básica que en
seguida reconocemos en nosotros y en los otros.
Coincidiremos en que es una emoción positiva, poderosa y luminosa. Sí, la
Alegría puede iluminar el presente y ser un bálsamo que permite relacionarnos
de forma gozosa con los demás y con el entorno.
Me atrevo a sugeriros que hay una característica de esta Alegría, quizás
menos intuitiva y algo más sutil, y que se trata de su relación o vinculación
con la Esperanza. Y en este sentido la capacidad de sentir emociones de Alegría
acaba siendo un indicador o un criterio de realidad de sobre cómo miramos o
percibimos el mundo que nos rodea.
Si somos capaces de tener una mirada esperanzada de las cosas, de las
personas, de la sociedad, …. más allá de las limitaciones, de los fracasos, y
de las injusticias, nos será posible experimentar la Alegría incluso en contextos
de sufrimiento o vulnerabilidad. Y se hace más patente a la inversa: cuando no
hay Esperanza, cuando todo se ve negro y no se percibe solución o salida, es
prácticamente imposible experimentar emociones de Alegría.
Lo expreso con un ejemplo. Llevo años compartiendo camino con personas que
son atendidas en centros de acogida debido a situaciones vitales de extrema
exclusión social. En la etapa inicial de la acogida, cuando se llega de haber
estado viviendo en la calle o de circunstancias de soledad y abandono,
difícilmente se ven manifestaciones de Alegría. Sólo en la medida que la
persona se va reconciliando con ella misma, con los demás, con su historia,
algunas de ellas recuperan la capacidad de sentir y transmitir Alegría. Es más,
a veces cuando hemos vivido situaciones de intensa Alegría con alguna de estas
personas que acompañamos, son un claro síntoma de que han reconectado con la
Esperanza, con una nueva mirada hacia sus propias posibilidades.
Acabo esta reflexión con una interpelación que me hago a mi mismo (en todo
caso os invito a hacer lo propio si os place): ¿qué me pasa cuando en mi día a
día no hay Alegría?, ¿de qué sirve el esfuerzo y el compromiso si no hay
Alegría? ¿es real esta Esperanza si no cabe la Alegría?
Mijail Acosta Martínez
Barcelona (España)
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