12 de noviembre de 2019

Pliego nº 130


¿Qué lenguaje para hablar de Dios?, simbología de la trascendencia 


 El estallido social ocurrido en estos días en Chile ha puesto en evidencia la sumatoria de dolores que se arrastraban por años, situaciones que en el día a día cada uno enfrentaba desde el silencio y la soledad obligados y que al rebalsar el vaso han generado un verdadero tsunami. La destrucción ha sido inconmensurable, como lo es cuando la violencia estalla y no se mide. Chile no es un hecho aislado y nuestra generación se enfrenta a la contradicción entre el nuevo paradigma que anhelamos y la necesidad de “regresar” a la “normalidad”. Un país de tradición religiosa, cristiana y católica, que desde hace aproximadamente una decena de años ha vivido el crecimiento de una diáspora de los templos, paralela a la transparencia mediática de abusos espantosos de parte de clérigos. Dolor e impunidad, respecto de toda estructura, no solamente de la eclesial. En paralelo las personas buscan a Dios y lo hacen de distintas maneras, algunas muy personales y directas, otras más comunitarias y quizá con la menor cantidad de mediaciones posibles también. 



En lo simbólico los dispositivos móviles han facilitado el ahorro de palabras por emojis y nuevos lenguajes abreviados, también para rezar, ¡cuántas cadenas de oración se organizan por whatsapp!, así como se convocan todos los movimientos sociales. El crecimiento de los tatoos como simbología de la exposición del propio individuo, de que somos solos y todo lo que tengo lo llevo puesto. 

O no hablar o hablar de Dios”... decía Teresa de Ávila y de paso nos dejaba invitados a hacer silencio para estar con Él, un silencio y soledad llenos de resonancias, liberadores. Un silencio que es, de hecho, el Gran Lenguaje, algunos dicen, que Dios y el silencio son la misma cosa. Un Dios que es íntimo y es comunitario, por eso nos servimos y ayudamos de los gestos, de los lenguajes, de las señas, de los dibujos, figuras, adornos, imágenes. En el interactuar cotidiano, buscamos la representación muchas personas tienen altares en sus casas, oficinas, en los vehículos colgando escapularios y estampillas de santos, en las calles incluso en forma de 'animitas' o memoriales donde personas han fallecido, expresiones de religiones distintas y de creencias transversales que se erigen en espacios distintos y sacramentales. Simbología que vincula lo íntimo y lo urbano, lo cotidiano, pero que no sabemos cómo interpretar o no nos lo permitimos. Estamos en la inmediatez y en la invasión de la información y nos quedamos con titulares que pueden incluso ser falsos. El jesuita Javier Mellonni lo describe así: “no estamos en una época de cambios, sino en un cambio de época. Nos encontramos frente un cambio radical en el que se incluyen todos los otros cambios que se están produciendo. Pero no sé si se tiene esta mirada global, la fragmentación todavía puede desesperar y angustiar más”

 Así lo simbólico también hay que entenderlo en esta transición donde buscamos formas de acercarnos a ese innombrable que todo lo abarca fuente y origen de todo nombre y pensamiento.

Elisabet Juanola Soria 
Santiago de Chile


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