12 de noviembre de 2018

Pliego nº 118


El amor creativo-salvador de Dios


Andrés Torres Queiruga tiene una formulación muy interesante, la creatio ex amore. Siempre hemos oído hablar de la creación del mundo ex nihilo, de la nada. Dios crea, y creando trae a la existencia aquello que antes no existía. Pero este teólogo propone que Dios crea, no de la nada, sino a partir de su amor. Entonces, el amor aparece como la “materia”, la misma esencia de la criatura. Así afirma que el amor ocupa el lugar del barro del relato del Génesis.

Lo que mueve a Dios a crear es su amor, no se trata de una necesidad ni muchos menos de una carencia, sino de un amor desbordante, fecundo, gratuito. Hay un teólogo francés, François Euvé que inclusive ha utilizado la metáfora del juego para hablar de la creación . En la Biblia encontramos una referencia de ese “juego divino” en el libro de los Proverbios, donde podemos leer como la sabiduría creadora de Dios, «estaba allí, como arquitecto, y era yo todos los días su delicia, jugando en su presencia en todo tiempo, jugando por el orbe de su tierra, y mis delicias están con los hijos de los hombres» (Prov 8, 30-31).

Con esta metáfora desea aportar una visión de la relación entre Dios y la creación, no desde la dominación, sino marcada por la gratuidad y bajo el signo de un gozo compartido. Dios desea que participemos y gocemos de su dinámica amorosa. Dios nos crea y nos sostiene por amor y desea alcanzar una amistad con nosotros. Para ello, para acercarse lo más posible de la creación, Dios se hace a medida humana, se encarna. El mismo amor que le mueve a crear, le mueve a encarnarse.




Ahora bien, por otro lado, la creación precisamente por ser creación, no puede más que ser limitada, si no lo fuese sería Dios. Y fruto del límite es que haya sufrimiento y muerte, que es nuestra finitud; pero también fruto de esta limitación hay pecado y mal en el mundo, hay un sufrimiento provocado por la libertad humana. Un dolor, que Alfredo Rubio, tacha de estúpido porque se podría evitar. Este dolor evitable, afirma otro teólogo, sólo puede ser combatido por otro sufrimiento aceptado y soportado voluntariamente, por solidaridad con los que sufren las causas del pecado. En definitiva, el sufrimiento provocado por el mal, sólo se puede contrarrestar por un sufrimiento por amor. Este es el amor de Cristo, el amor que vive y se desvive por los otros. Jesús no vivió para sí mismo, sino vivió para los otros, y nos revela así una de las dimensiones fundamentales y constitutivas del ser humano, y el camino de salvación, la capacidad de descentramiento, de colocarse en último lugar. Pero, podemos preguntarnos, ¿cuál es la fuente del amor de Cristo?, él mismo nos lo dice, «como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros» (Jn 15, 9). 

Ese mismo amor que nos crea y que se encarna es el que nos ama hasta el extremo, que nos ama si cabe, más que a sí mismo, que nos coloca siempre en primer lugar para que podamos desarrollar plenamente nuestra humanidad, y alcanzar así la amistad con Dios.

Gemma Manau 
Portugal

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