12 de julio de 2018

Pliego nº 114

Natura, nurtura y sobrenatura

El término personalidad procede del latín persona. En la antigüedad, se llamaba así a la máscara que los actores utilizaban para hacer teatro, y cada una representaba un tipo de carácter. Así, dependiendo de la que llevara puesta el actor, el público se podía imaginar el papel que iba a interpretar. Hoy día, nos entendemos de forma parecida a través de los emoticonos.

Esos tipos de máscaras tenían una función adaptativa de la conducta, ya que según la idea que tuvieran de una persona, así adaptarían su comportamiento al relacionarse con ella. “Parece que no la conoces”, suelen decirnos cuando nos decepcionamos frente a la actitud de alguien, implorándonos que la próxima vez seamos más avispados a la hora de entendernos.



Ese valor adaptativo viene acompañado de su aspecto impropio, al calificar personalidades buenas o malas de una manera descontextualizada. Porque, ¿qué es mejor, ser introvertido o extrovertido? ¿No dependerá, además, del ambiente en el que se desenvuelva? Las características de un extrovertido serán interesantes para alguien que trabaje como comercial, mientras que se buscará la personalidad introvertida para un puesto en el que se requiera un alto grado de concentración, como controlador aéreo. Así, no existen personalidades mejores ni peores, sino distintas en su forma y utilidad según las circunstancias.

Pareciera que actuáramos como psicólogos de la personalidad: observamos a las personas, hacemos generalizaciones que convertimos en teorías que expliquen su comportamiento y predecimos cómo actuará en una situación concreta. Sí, a veces somos deterministas y etiquetamos a las personas restringiendo su libertad de actuación, sin dejarnos sorprender por ellas.

En este sentido, el don nos revela que sobre esta base, combinación entre natura y nurtura, de lo genético y adquirido, llega el misterio de Dios, lo sobre-natura.

Toda la plaza de lo natural humano, incluido lo artificial hecho por ellos, es sala de estar de Dios, donde somos llamados a crear puentes, sinergias entre el bien humano y divino, volviéndose los dos una sola realidad. Esto sobrenatural que viene por Cristo, es el cauce, el vínculo, el pasadero por el que Dios irrumpe en la historia.

Cuanto más unidos estamos a Cristo, más podemos hacer que lo natural sea bueno. Nuestras amistades, relaciones o encuentros serán más plenos si nos fiamos de lo sobrenatural. Muchas veces pedimos al Padre que nos sustituya en lo natural y no prestamos atención a lo sobrenatural. Así, le pedimos que nos vaya bien en la vida, que encontremos pareja, un buen trabajo, que acabe con el hambre en el mundo… y nos cruzamos de brazos sin usar todas las herramientas que Dios nos da, virtudes trabajadas o dones regalados.

Para que haya bautismo, tiene que haber un individuo que entra en una comunidad, que decide vivir en unas claves compartidas con ese grupo, y desea cambiar de vida. ¿Qué es lo sobrenatural, aquello que la persona no puede lograr de ninguna manera con sus propias fuerzas? La venida del Espíritu Santo sobre ella; no es magia, sino que el Espíritu viene porque lo ha prometido, porque quiere: es un don sobrenatural, el don de la vida que va más allá de la muerte, que solo lo puede dar Dios. Asimismo, cuando una persona reconoce sus errores y quiere modificarse y caminar hacia delante, encontramos que tiene una historia personal turbulenta y no puede borrar sus pecados ya que forma parte del pasado, pero la renovación de la persona, de su corazón, solo la puede hacer Dios. En la Eucaristía, ponemos el pan, el vino, la comunidad y el corazón abierto, y pedimos al Espíritu Santo que convierta este pan y este vino en su cuerpo y sangre. Lo natural es el soporte de lo sobrenatural, que lo eleva y lo potencia, porque los dones no sustituyen nuestra naturaleza, sino que la enaltecen, atenúan, la hacen brillar y la impulsan.

Sara Canca
Cádiz (España)


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