12 de febrero de 2018

Pliego nº 109


La Espiritualidad de la fragilidad I


La etimología de fragilidad nos lleva al vocablo latino fragilĭtas. La noción alude a la característica de aquello que es frágil: es decir, que resulta débil o que puede romperse, quebrarse, arruinarse o destruirse con facilidad. Lo opuesto a un material frágil es uno dúctil. 

 Los seres humanos al nacer somos muy frágiles y necesitados, son tantos y obvios los cuidados que serían innumerables. Sin embargo, y a medida que pasa el tiempo, el esfuerzo por demostrarnos que NO somos seres necesitados de nada ni nadie. Nos vamos olvidando, nos empoderamos y engolosinamos de nuestros “súper poderes”, y por estos poderes de autosuficiencia, de creernos que nos lo hemos dado todo solos, o que todo lo sabemos, lo que precisamente nos cuesta son las relaciones sanas y fraternas e incluso a veces nos cuesta la vida. Este antojadizo olvido, bajo las diferentes presiones sociales, nos va apartando de nuestra esencia y de nuestra naturaleza. 

Nos aparta, de la posibilidad de integrar la debilidad, la necesidad de otro, de asumir nuestra fragilidad de cada día. Mucho esfuerzo por esconderla, tanto que parece que una vez que se logra asomar, sentimos que ésta nos desbordará y romperá en mil pedazos. Que miedo le tenemos, pero la paradoja de la vida nos demuestra que justamente la sabiduría está en aceptarla y asumirla, así nos haremos fuertes con nuestra fragilidad ya asumida integrada.

 “El Señor me dijo: Mi bondad es todo lo que necesitas”.

 “Le he rogado ya tres veces al Señor que me quite esa dolencia. Pero el Señor me dijo: «Mi bondad es todo lo que necesitas, porque cuando eres débil, mi poder se hace más fuerte [a] en ti». Por eso me alegra presumir de mi debilidad, así el poder de Cristo vivirá en mí…..porque cuando me siento débil, es cuando en realidad soy fuerte. (2 corintios 12. 8-10) 

 Entonces, ¿en nuestra fe encontramos luces?, Pero aquí hoy tampoco nadie quiere sentirse frágil, débil, vulnerable, enfermo, etc. Nadie quiere sentirse necesitado. Sin embargo aquí Pablo, seguramente junto a Timoteo, nos cuenta su experiencia personal de enfrentarse al límite. Tres veces ha pedido a Dios que le quite esa dolencia dice; al parecer necesitó también de tiempo para aceptarlo. Pablo, al quedarse ciego, sintió la vulnerabilidad, que lo hizo replantearse todo su poderío de soldado romano, y supo en carne propia, aquello de estar necesitado. Descubrió a través de esa experiencia algo fundamental para la vida, que no somos autosuficientes, nos marca un camino de aceptación, y quizás los primeros signos de una posible espiritualidad de la fragilidad, si me permiten una libre interpretación. 

Allí donde el dolor físico o psíquico… aquel que se manifiesta con mayor agudeza, casi en agonía y con el alma o el cuerpo rota o derrotada por la autosuficiencia, por ejemplo, el simple hombre, cae vencido por el límite y en el mejor de los casos se abandona a la fe, para dar espacio a la experiencia de Dios. 

Una vez experimentado ese límite extremo, esa solitud aterradora; Pablo nos dice que cuando me siento débil, soy fuerte. Cristo mismo lo vivió antes de morir en cruz, cuando dijo: “Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz”, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc, 2, 42). Palabras de tantas humanidad, llenas de fragilidad, pero también de apertura al trascendente, a nuestro Padre, quien nos responde: mi bondad es todo lo que necesitas. “.

..Porque cuando me siento débil, es cuando en realidad soy fuerte” 

Experimentar –me siento débil- y aceptar –en realidad soy fuerte– son dos pasos que no siempre se dan juntos. Por lo general el aceptar, implica un proceso que conlleva tiempo para incorporar lo que nos ha ocurrido, para comprender y asimilar. Cualquiera que sea la circunstancia que nos ha llevado al límite; sea un accidente, un duelo, un despido, etc., imposible cuantificarlo o calificarlo, son experiencias personales única e irrepetibles, si nos “humildeamos” lo suficiente, veremos que estas experiencias que nos hacen tocar fondo, y que aunque intentemos evitárnoslas o evitárselas a otros, es solo aceptándolas que se transforman. Nos transforman. No hay resurrección sin pasar por la cruz, personal, comunitaria, etc. 

 La ultimidad de la que hablaba Alfredo Rubio, aquí nos orienta a saber que mi dolor, mi sufrimiento, mi sentirme el último de la fila –me siento débil– al pasarla y levantar la mirada, al salir de mí mismo y ver quién está más abajo que yo, sin duda veré a Cristo –con quien me siento fuerte– acrisolado por el dolor pero fuete. Entonces. la fragilidad se presenta ante nosotros como una maravillosa experiencia de fe; de ultimidad, y en el ámbito más laico, también es una excelente herramienta para el bien social. 

 Sin fragilidad no podríamos ser empáticos al dolor ajeno, a la angustia del otro. El desafío ahora es remirar la fragilidad como un don, como parte de mí ser, de mi esencia, por lo tanto, la fragilidad me lleva a sintonizar con todo lo existente, que como yo compartimos todo, hasta las debilidades, los fracasos, los dolores. 

Claudia Tzanis Eissler 
Periodista y frágil ser humano 
Santiago de Chile 

 

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