¿Qué es lo que hace que un regalo sea un regalo?
Aún tenemos el regusto de las fiestas navideñas. De las fiestas litúrgicas, la misa del Gallo, la Epifanía; de las celebraciones familiares y con amigos en la que nos reencontramos, aunque sea una vez al año… intercambiamos regalos… o simplemente los ofrecemos.
¿Pero qué es lo que hace que un regalo sea, precisamente eso, un regalo?
Así a voz de pronto sin pensar mucho quizá diríamos que la gratuidad. Para que algo sea realmente un regalo tiene que ser gratuito, los regalos no se compran. Podemos comprar algo y envolverlo con un papel colorido y vistoso, incluso lo podemos poner a los pies del árbol de Navidad como en las películas, para no sentirnos tan solos pero en el fondo de nuestro corazón sabemos que aquello no es un regalo.
Si el regalo es gratuito tampoco pueden buscar una recompensa, porque entonces dejan de ser gratuitos para convertirse en una especie de trueque; en un intercambio de favores… ni pueden ser por conveniencia porque entonces lo que estamos comprando es al “otro”.
Los regalos que recibimos no parten de nuestra iniciativa, sino de la de otro, de aquel o aquella que decide obsequiarnos gratuitamente.
El regalo presupone, por lo tanto, la alteridad. Supone una salida de sí mismo hacia el otro. Una salida desinteresada y gratuita. Regalar significa descentrarse de uno mismo, para centrarse en el otro. La gratuidad presupone, o dicho de otra forma, va de la mano del amor. Esta es precisamente la lógica del amor, dar gratuitamente y «la lógica de lo gratuito es el amor. En el amor alcanza lo gratuito su pleno sentido. Dar, sin esperar nada, eso es amor». [1]
Aún y así, me continuo cuestionando ¿para que algo sea un regalo, es suficiente que sea gratuito y por amor?
El dominico Martín Gelabert nos dirá que no. Para que algo sea un regalo falta aún otro elemento no menos importante que el dador y lo dado: el receptor, pues «sin él tampoco puede haber amor ni donación gratuita». [2]
El regalo, el don, se convierte en regalo cuando es aceptado gratuitamente por el receptor. Por eso afirma este teólogo que « la gratuidad del don implica el contradón del reconocimiento, de la aceptación». [3]
No hay don sin la gratuidad del dador, pero tampoco lo hay sin la gratuidad del receptor.
Y si para dar es necesario el amor gratuito, no es menos necesario para el contradón.
Necesitamos una buena dosis de humildad para descentrarnos de nosotros mismos y centrarnos en el otro, pero esa misma humildad es necesaria para aceptar gozosa y gratuitamente lo que se nos ofrece y convertirlo en don.
Estas navidades recibí regalos y di otros, pero hace cerca de 50 años recibí el regalo de mi existencia que no pedí, precisamente porque no existía. Me fue dada gratuitamente por Dios y por mis padres, ahora me toca a mí ¡convertir esta existencia en don! Acogerla gratuitamente y por amor para hacer de ella realmente un don.
[1] Martín Gelabert. La
Gracia: Gratis et amore. Salamanca: Editorial San Esteban, 2002, p. 11.
[2] Gelabert. La Gracia, p. 13.
[3] Gelabert. La Gracia, p. 15.
Gemma Manau
Matosinhos (Portugal)
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