Encarnación y Misericordia
Misericordia o amor desde las entrañas, amor desde lo hondo del corazón, bondadoso, en caridad, que se compadece y se conduele.
Para el hebreo implica fidelidad y conlleva bondad desde la conciencia y la libertad, para los semitas, este sentimiento tiene su asiento en el seno materno, es el cariño o la ternura que sin pérdida de tiempo se traduce en actos.
Este amor misericordioso es un derramamiento de vida y perdón, de sanación, una dádiva que abre la posibilidad a toda persona para que haga vida en su vida un sí mariano, y como María, posibilite la encarnación del amor de Dios en su realidad, en su cotidianidad. Posiblemente se haga con pequeños gestos: miradas, sonrisas, escuchas… quizá cosas más grandes, compartir hogar, posibilitar unas horas de trabajo, acompañar las tardes de un anciano…
Sea como sea, la misericordia, sitúa en una atalaya que impulsa a estar prontos a llevar a las entrañas las necesidades del que camina o convive con nosotros. Las manos sentirán motivación para trabajar con más diligencia, porque parte de su esfuerzo será alivio para los que pasan momentos de dificultades y estrecheces. Los pies caminaran con más celeridad, serán impulsados por el deseo de llevar consuelo al más necesitado. Los ojos encontraran un mirar con amplitud, buscando ser un rayito de luz para quienes atraviesan momentos de oscuridad y desorientación.
Movidos por amor misericordioso se salta por encima de juicios precipitados y desencarnados, y, como buenos samaritanos, el quehacer tendrá su preferencia en aliviar el sufrimiento, buscando posada para atender, ungir, integrar al prójimo, sabiendo que se lleva en las entrañas su realidad, al menos por un rato.
Dar vida a las obras de misericordia, es posibilitar que Dios siga cada día incorporando su amor, derramando su bendición y llevando la creación a su plenitud. Es una labor, que pudiera superar la aspiración personal, pero no por ello, queda justificado el abandono del trabajo, que a cada quien corresponde, en respuesta a los talentos recibidos, unos talentos que se han de invertir con justicia y caridad para que dejen su rentabilidad en nuestro mundo.
Múltiples son las formas de ir haciendo realidad este proyecto: acompañar al enfermo, vestir al desnudo, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, visitar al preso, enseñar al que no sabe, sufrir con paciencia los defectos del prójimo... Podríamos sumar otras que nos van saliendo al paso en cada jornada trabajada por amor.
De entre estas, cabe subrayar para encarnar la misericordia, un vivir como humildes y silenciosos sumideros del mal, ser canal o conducto que acoge el mal recibido y no lo devuelve, no lo airea, no lo guarda, simplemente lo hace desaparecer, porque perdona y ama.
Mª Carmen Fernández
Cádiz (España)
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