Somaly Mam
Quizás no todo el mundo conozca a Somaly Mam, gran luchadora camboyana de los derechos de las mujeres que han sido víctimas de esclavitud sexual. En 1997 creó, junto con su marido, la ONG Acción por las mujeres en situación precaria (AFESIP) que trabaja en Camboya, Tailandia, Vietnam y Laos.
Es uno de los pocos grupos que trabajan en Asia por reintegrar socialmente a estas víctimas (mayoritariamente mujeres y niñas). Su labor no es fácil en los contextos de pobreza, desigualdades de género y violencia estructural que se dan en esas sociedades. Tampoco lo es porque atenta directamente contra el enorme beneficio lucrativo que reporta a individuos, sociedades y gobiernos el tráfico de personas de este sexo para la trata. No por ser un sector oculto y más o menos clandestino deja de ser importante para todos ya que se desarrolla en distintos niveles y contextos que atentan gravemente no sólo contra los derechos humanos de millones de mujeres sino contra su salud y su supervivencia física.
Estudios realizados por la AFESIP, la APRAMP (Asociación para la Prevención y Reinserción de la Mujer Prostituida) y el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, subrayan que la prostitución y la trata mueven entre 5 y 7 billones de dólares anuales afectando a 4 millones de víctimas. Este beneficio y el hecho de que se da en ámbitos locales y transnacionales, lo asemeja al negocio de las armas y las drogas.
El tema es complejo pues intervienen en él factores como las migraciones de personas (generalmente en situación de inmigración ilegal), la feminización de la pobreza, el consumismo generalizado, el machismo de la sociedad que fomenta que haya personas en situación de postitución (generalmente mujeres), las organizaciones que se lucran de la misma así como quienes consumen prostitución (generalmente hombres).
La globalización ha agravado la feminización de la pobreza en los países pobres, lo que facilita el tráfico de mujeres y niñas a países ricos al verse la prostitución –desgraciada y lamentablemente- como una forma de supervivencia y desarrollo. No es mera coincidencia que países como Camboya, Tailandia, Vietnam y Laos, que han optado por conseguir parte de su crecimiento económico fomentando la industria turística del sexo directa o indirectamente, sean pobres y poco industrializados. Hace décadas que, no sólo estos países de Asia sino otros, fueron alentados por organizaciones internacionales a desarrollar su turismo tolerando este salvaje tipo de explotación y esclavitud que sufren mujeres, normalmente jóvenes sin educación y de baja cualificación laboral.
Somaly Mam, ella misma nacida en una familia pobre y vendida por su abuelo como esclava y prostituta, es un claro ejemplo de superación, resistencia ante la crueldad y fortaleza transformadas en compromiso. Es el que todos, individuos y sociedad, deberiamos tener para liberar a tantas mujeres de la pobreza, el analfabetismo, la incultura y el autoritarismo patriarcal que se afirma a base de denigrar a la mitad de la sociedad. Sin esta acción comprometida se hace dificil desplegar maneras y recursos para la atención, protección y recuperación de estas víctimas y actuar coordinadamente desde los ámbitos jurídicos, sanitarios, sociales, educativos y policiales.
Conocer a mujeres como Somaly nos hace concienciarnos sobre este tipo de explotación cruel que se fomenta con orgullo y sin responsabilidades en ciertos ámbitos sociales masculinos. De hecho, si no hubiera esta demanda masculina no estaría tan extendida este tipo de oferta que alimenta el círculo de esclavitud sexual y tráfico de personas con este fin. La utilización del sexo como reclamo publicitario y gancho comercial lo banaliza hasta el extremo de convertirlo en un producto más de compra-venta.
En ésto juegan tambien papeles importantes la educación familiar y el ambiente social a la hora de atribuir roles de dominio y fuerza a los hombres. Cuando éstos no se cumplen en la realidad, se corre el peligro de buscarlos en otros ámbitos sin tener que enfrentarse a la propia inseguridad o a las dificultades cotidianas de entablar o mantener una relación humana. Educar en el poder, en el desdén por la vida, en el tener la razón, en el controlar, en el ganar y en el sometimiento induce a ver a las personas del otro género como un escenario idóneo donde proyectar ese bagaje aprendido. Cortar la transmisión educativa de estas actitudes ayudaría a que muchos varones se liberaran de ataduras y estereotipos sociales patriarcales que están en el subconsciente colectivo de muchas culturas pero que son poco humanizantes.
Sensibilizar a los hombres de su responsabilidad facilitaría también que afrontaran los conceptos que han formado de su propio rol y de las verdaderas consecuencias de ellos. En muchos casos, ellos son víctimas de ideas y roles equivocados que les impiden ver que de lo que se trata no es de separar a las personas en géneros y roles sino de saber qué significa ser persona.
Liberar a las mujeres de ser objetos sexuales de compra-venta y otros procesos de deshumanización también pasa por ir viviendo unas relaciones económicas menos materialistas, menos instrumentalizadoras y mercantilistas. En definitiva, otras relaciones humanas que no nos hagan vender de por vida nuestra libertad y realización personal con estereotipos femeninos y masculinos falsos e irreales que brindan lo que no somos ni podemos llegar a ser en realidad.
Ángeles González
(Asia)
Es uno de los pocos grupos que trabajan en Asia por reintegrar socialmente a estas víctimas (mayoritariamente mujeres y niñas). Su labor no es fácil en los contextos de pobreza, desigualdades de género y violencia estructural que se dan en esas sociedades. Tampoco lo es porque atenta directamente contra el enorme beneficio lucrativo que reporta a individuos, sociedades y gobiernos el tráfico de personas de este sexo para la trata. No por ser un sector oculto y más o menos clandestino deja de ser importante para todos ya que se desarrolla en distintos niveles y contextos que atentan gravemente no sólo contra los derechos humanos de millones de mujeres sino contra su salud y su supervivencia física.
Estudios realizados por la AFESIP, la APRAMP (Asociación para la Prevención y Reinserción de la Mujer Prostituida) y el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, subrayan que la prostitución y la trata mueven entre 5 y 7 billones de dólares anuales afectando a 4 millones de víctimas. Este beneficio y el hecho de que se da en ámbitos locales y transnacionales, lo asemeja al negocio de las armas y las drogas.
El tema es complejo pues intervienen en él factores como las migraciones de personas (generalmente en situación de inmigración ilegal), la feminización de la pobreza, el consumismo generalizado, el machismo de la sociedad que fomenta que haya personas en situación de postitución (generalmente mujeres), las organizaciones que se lucran de la misma así como quienes consumen prostitución (generalmente hombres).
La globalización ha agravado la feminización de la pobreza en los países pobres, lo que facilita el tráfico de mujeres y niñas a países ricos al verse la prostitución –desgraciada y lamentablemente- como una forma de supervivencia y desarrollo. No es mera coincidencia que países como Camboya, Tailandia, Vietnam y Laos, que han optado por conseguir parte de su crecimiento económico fomentando la industria turística del sexo directa o indirectamente, sean pobres y poco industrializados. Hace décadas que, no sólo estos países de Asia sino otros, fueron alentados por organizaciones internacionales a desarrollar su turismo tolerando este salvaje tipo de explotación y esclavitud que sufren mujeres, normalmente jóvenes sin educación y de baja cualificación laboral.
Somaly Mam, ella misma nacida en una familia pobre y vendida por su abuelo como esclava y prostituta, es un claro ejemplo de superación, resistencia ante la crueldad y fortaleza transformadas en compromiso. Es el que todos, individuos y sociedad, deberiamos tener para liberar a tantas mujeres de la pobreza, el analfabetismo, la incultura y el autoritarismo patriarcal que se afirma a base de denigrar a la mitad de la sociedad. Sin esta acción comprometida se hace dificil desplegar maneras y recursos para la atención, protección y recuperación de estas víctimas y actuar coordinadamente desde los ámbitos jurídicos, sanitarios, sociales, educativos y policiales.
Conocer a mujeres como Somaly nos hace concienciarnos sobre este tipo de explotación cruel que se fomenta con orgullo y sin responsabilidades en ciertos ámbitos sociales masculinos. De hecho, si no hubiera esta demanda masculina no estaría tan extendida este tipo de oferta que alimenta el círculo de esclavitud sexual y tráfico de personas con este fin. La utilización del sexo como reclamo publicitario y gancho comercial lo banaliza hasta el extremo de convertirlo en un producto más de compra-venta.
En ésto juegan tambien papeles importantes la educación familiar y el ambiente social a la hora de atribuir roles de dominio y fuerza a los hombres. Cuando éstos no se cumplen en la realidad, se corre el peligro de buscarlos en otros ámbitos sin tener que enfrentarse a la propia inseguridad o a las dificultades cotidianas de entablar o mantener una relación humana. Educar en el poder, en el desdén por la vida, en el tener la razón, en el controlar, en el ganar y en el sometimiento induce a ver a las personas del otro género como un escenario idóneo donde proyectar ese bagaje aprendido. Cortar la transmisión educativa de estas actitudes ayudaría a que muchos varones se liberaran de ataduras y estereotipos sociales patriarcales que están en el subconsciente colectivo de muchas culturas pero que son poco humanizantes.
Sensibilizar a los hombres de su responsabilidad facilitaría también que afrontaran los conceptos que han formado de su propio rol y de las verdaderas consecuencias de ellos. En muchos casos, ellos son víctimas de ideas y roles equivocados que les impiden ver que de lo que se trata no es de separar a las personas en géneros y roles sino de saber qué significa ser persona.
Liberar a las mujeres de ser objetos sexuales de compra-venta y otros procesos de deshumanización también pasa por ir viviendo unas relaciones económicas menos materialistas, menos instrumentalizadoras y mercantilistas. En definitiva, otras relaciones humanas que no nos hagan vender de por vida nuestra libertad y realización personal con estereotipos femeninos y masculinos falsos e irreales que brindan lo que no somos ni podemos llegar a ser en realidad.
Ángeles González
(Asia)
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