12 de febrero de 2012

Pliego nº 37


Santa Eulalia, mujer de caridad intrépida

Escuchando las noticias y leyendo los periódicos con frecuencia me pregunto cómo es posible que el mundo esté tan sordo. Hay dos terceras partes de la humanidad clamando por situaciones de penuria, de injusticia flagrante y parece la otra parte no oiga nada. Por otra parte, todos hablamos y hablamos, decimos que nos preocupa esta problemática, que estamos buscando soluciones, pero nunca terminamos de encontrarlas, y cuando se encuentra alguna, siempre hay algún país que se resiste a aplicarla. Quizás es que lo que hacemos es gastar palabra porque es más barato que gastar recursos. ¿Será que esta sordera nos interesa y por eso no queremos curarla? Dice el refrán que no hay peor sordo que el que no quiere oír.

Por otro lado cada día se escuchan en tertulias radiofónicas o televisivas e incluso en conversaciones entre amigos, cantidad de palabras vanas y que no llevan a nada. Cuántas conversaciones vacías, para pasar el tiempo, hablando de cosas superfluas y sin sentido. En esta vida no todos estamos llamados a ser buenos oradores, ni a tener conocimientos de todos los temas, pero sí a poder decir algo interesante, que resuene en nuestro corazón y en el de los demás. En definitiva estamos invitados a “hablar bien”, es decir a tener una palabra buena y verdadera con la que alegrar nuestra vida y la de los demás.

El domingo 12 de febrero celebramos la fiesta de Santa Eulalia, a quien tengo especial devoción desde hace muchos años. Etimológicamente Eulalia, significa la que habla bien, la “bien hablada”. Seguramente no hablaba de manera exquisita ni diciendo florituras, pero sí que decía lo que quería decir con claridad y rotundidad. Y sin duda hablaba con frecuencia de Dios, que siempre es una manera buena y nueva de hablar, de comunicar una palabra novedosa y esperanzada a las personas que nos rodean y conforman nuestra vida.

Sta. Eulalia cuando encontró el momento oportuno supo visitar al emperador romano Diocleciano, y haciendo honor a su nombre, "hablar bien", le Habló con amor y con gran libertad de espíritu, aunque sabía que sus palabras le reportarían el martirio. Hablar ante aquellos que no quieren escuchar y solamente buscan imponer su criterio no es nada sencillo y requiere de gran fortaleza. Saber decir en cada momento lo que corresponde es una gran virtud.

Nosotros ante el mundo y los distintos eventos que en él acontecen, igual que Santa Eulalia de Barcelona, tenemos que saber hablar diciendo en cada situación la palabra más oportuna. Esa oportunidad nos la dará nuestra capacidad de estar unidos a Dios y de llenarnos de Espíritu santo. Ya nos dijo Jesús: “No os preocupéis de cómo defenderos, o qué tenéis que decir, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquella hora que es lo que hay que decir” (Lc 12,8) Su presencia unas veces nos dejará ver toda la bondad que hay en las personas y en la realidad que nos rodea y otras nos llevará a señalar aquellas cosas que obstaculizan la vida y que nos impiden desarrollarnos como personas, como hijos e hijas de Dios.

Pero para poder superar la sordera de nuestro mundo, tendremos que hacer lo que hizo santa Eulalia y tantas otras mujeres, atreverse a tocar la realidad, a conocerla y amarla, para después, llevados del Espíritu Santo, expresarla en voz alta, sin aspavientos, con humildad, pero con la autoridad que da el encarnarse en la realidad. Con frecuencia nos alejamos de la realidad con largos discursos que hacen que la gente se pierda en medio de tanta palabrería. Hay que tener la fortaleza de tocar el dolor, aunque ello nos haga sufrir, de palpar la injusticia, aunque nos deje un fuerte malestar y sobre todo, de no permanecer nunca indiferentes y estar dispuestos a convertirnos en cada momento para llegar a ser una llamarada de caridad que encienda el corazón de la gente.

Hay que tocar la realidad con delicadeza y ternura. Muchas veces los poderosos, cuando quieren tocar la realidad la pisan, la aplastan. Imponen sus condiciones con un grito de prepotencia con el que pretenden ahogar los gritos de los que sufren. Gritar para no oír, porque sus palabras ocupan tanto lugar que no caben otras reflexiones, es tan cierta y segura su razón que les impide escuchar cualquier otra palabra que alguien pueda proclamar o expresar.

Y ante estas imposiciones no existe una palabra con mayor claridad y fuerza que la de la propia vida. La vida muestra a Dios escondido en el trasfondo de las cosas y de los acontecimientos. Es el testimonio de la vida el que da credibilidad a la palabra que anunciamos. Es la palabra encarnada la que se proclama con el propósito de ayudar a los hombres a que vivan y sean más felices.

Santa Eulalia porque estaba bañada de Dios y con la intrepidez que le dio caridad, tuvo el gesto de valentía de enfrentarse al emperador, con la esperanza de que su ejemplo le abriese los oídos del emperador, que se ablandase el duro corazón y fuese capaz de escuchar la revelación que provenía del testimonio de aquella joven. Diocleciano permaneció sordo, pero el testimonio de Santa Eulalia llegó hasta nuestros días y su vida, “bien hablar” sigue resonando en el espacio y el tiempo, siendo para la gente de hoy una palabra fecunda que nos llama a ser valientes e intrépidos contra los males del mundo.

No podemos dejar perder ninguna palabra, ni siquiera la de nuestros enemigos. Eso querrá decir que nuestra caridad se extiende más allá de aquellas personas que nos aceptan o comprenden, llegando al mismo corazón de la humanidad.

Jordi Cussó
Barcelona (España)

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