12 de octubre de 2011

Pliego nº 33..............................'2ª Etapa'


Liberar a los niños

Liberar a los niños no es cuestión de ambientes lejanos, sino que tiene sentido en nuestro mundo occidental donde hay situaciones de violencia, erotismo generalizado, ausencia, etc. que no respetan su libertad en crecimiento.

En distintos momentos de la historia ha habido pedagogos que han señalado la necesidad de liberar a los niños, como por ejemplo Alexander Neill, quién cree en la bondad natural del niño y en que su desarrollo moral ocurrirá necesaria y naturalmente, bastando con no ponerle obstáculos. En la escuela de Summerhill que fundó, el principio de libertad se traduce en orientaciones prácticas de auto-organización, auto-aprendizaje y auto-determinación de valores morales.

Sin embargo, Summerhill tiene normas que resultan de una decisión conjunta de alumnos y profesores en la Reunión o Asamblea en la cual a cada voz corresponde un voto. También hay un horario de las actividades comunes aunque no sea obligatorio comparecer. La escuela de Summerhill ofrece un principio de orden y un referente adulto, aunque no impositivos, por lo que se diferencia de otras escuelas libertarias alemanas.

Suele relacionarse esta perspectiva con la creencia de Rousseau en la bondad natural del hombre. Sin embargo, Rousseau distingue entre libertad y capricho y considera que padres y maestros no deben permitir que los caprichos dominen por no corresponder al desarrollo natural.

Liberar a los niños se puede entender en relación con dos frases de Jesús: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8,32) y “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis” (Lucas. 18, 16). Traducimos la primera en acciones concretas como estimular la curiosidad científica; denunciar miedos infundados; reconocer la riqueza de su mundo interior (los sentimientos y emociones, tanto positivos como negativos), distinguirlos y nombrarlos; reconocer cualidades propias y ajenas; distinguir entre aspiraciones, deseos y caprichos; reconocer lo que de aspiración a ser puede ocultarse en los deseos para poder estimularlo y dominar caprichos creados por el ambiente o la sensibilidad desajustada.

La frase “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis” supone que los niños se acercan a El de modo natural… Liberar a los niños es, en este marco, dejar que se acerquen a Dios, a la espiritualidad, pero también no ponerles dificultades para las relaciones humanas vitalizantes, que les permitan crecer en confianza, en amor, en generosidad, en abertura al mundo, en auto-superación. Es también crear las condiciones para escuchar a Dios, a los otros, a uno mismo (educar para el silencio) y para aprender a decidir de modo autónomo (darle lo que necesita para mantenerse en la existencia; proporcionarle las condiciones que le permitan crecer; respetar su identidad y su vocación).

María Concepción Azevedo
Barcelona (España)

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