Vivir en Caridad: amándonos como Dios nos ama
“Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15, 12). Este es el mandato nuevo, el de la caridad. Pero podríamos preguntarnos: ¿se puede mandar amar? Si el amor por definición es fruto de la libertad responsable, parece que no se puede mandar amar. Benedicto XVI se enfrenta y resuelve esta cuestión en su Encíclica “Deus caritas est” (n.16): “el amor no se puede mandar; a fin de cuentas es un sentimiento que puede tenerse o no, pero que no puede ser creado por la voluntad” pero añade un poco más adelante: “Él nos ha amado primero y sigue amándonos primero; por eso, nosotros podemos corresponder también con el amor. Dios no nos impone un sentimiento que no podamos suscitar en nosotros mismos. Él nos ama y nos hace ver y experimentar su amor, y de este «antes» de Dios puede nacer también en nosotros el amor como respuesta.” (n. 17). Es decir al mandarnos amar, nos está pidiendo que pongamos en acto aquello de que somos capaces porque Él ha tomado antes la iniciativa de amarnos. Otra posible interpretación complementaria la ofrecía el sacerdote Alfredo Rubio: es la palabra “mandato”. No es mandar en el sentido de ordenar, sino mandar como enviar: Jesús nos envía a amar.
Por otra parte “amar con amor de Dios” parecería una pretensión insostenible para los seres humanos limitados, volubles, contingentes. ¿Quién puede amar con el amor con que Dios nos ha amado? En teología el sentido analógico es fundamental, cuando afirmamos por ejemplo “Dios es bueno” y “Juan es bueno” ¿lo decimos exactamente en el mismo sentido? No, porque la bondad en Dios es infinitamente mayor que la de Juan. ¿Lo decimos, pues en sentido totalmente, diverso? Tampoco, la bondad en Dios y la bondad en Juan tienen algo en común. Lo decimos en sentido analógico: en cierto modo es igual, en cierto modo es distinto.Sin embargo, más allá de disquisiciones teológicas, los seres humanos sí que podemos amar con un amor desinteresado, generoso, abnegado, un amor que es un reflejo del amor de Dios. Y ello es posible hoy porque ha sido posible en todas las épocas y circunstancias. Tenemos un ejemplo preclaro en tantos santos y santas. Escribe el Papa al finalizar esta encíclica: “al confrontarse « cara a cara » con ese Dios que es Amor (...) se explican las grandes estructuras de acogida, hospitalidad y asistencia surgidas junto a los monasterios. Se explican también las innumerables iniciativas de promoción humana y de formación cristiana destinadas especialmente a los más pobres de las que se han hecho cargo las Órdenes monásticas y Mendicantes primero, y después los diversos Institutos religiosos masculinos y femeninos a lo largo de toda la historia de la Iglesia.
Vivir en caridad pues ha sido y es posible y ha sido y es necesario.
Jaume Aymar Ragolta
Barcelona (España)
“Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15, 12). Este es el mandato nuevo, el de la caridad. Pero podríamos preguntarnos: ¿se puede mandar amar? Si el amor por definición es fruto de la libertad responsable, parece que no se puede mandar amar. Benedicto XVI se enfrenta y resuelve esta cuestión en su Encíclica “Deus caritas est” (n.16): “el amor no se puede mandar; a fin de cuentas es un sentimiento que puede tenerse o no, pero que no puede ser creado por la voluntad” pero añade un poco más adelante: “Él nos ha amado primero y sigue amándonos primero; por eso, nosotros podemos corresponder también con el amor. Dios no nos impone un sentimiento que no podamos suscitar en nosotros mismos. Él nos ama y nos hace ver y experimentar su amor, y de este «antes» de Dios puede nacer también en nosotros el amor como respuesta.” (n. 17). Es decir al mandarnos amar, nos está pidiendo que pongamos en acto aquello de que somos capaces porque Él ha tomado antes la iniciativa de amarnos. Otra posible interpretación complementaria la ofrecía el sacerdote Alfredo Rubio: es la palabra “mandato”. No es mandar en el sentido de ordenar, sino mandar como enviar: Jesús nos envía a amar.
Por otra parte “amar con amor de Dios” parecería una pretensión insostenible para los seres humanos limitados, volubles, contingentes. ¿Quién puede amar con el amor con que Dios nos ha amado? En teología el sentido analógico es fundamental, cuando afirmamos por ejemplo “Dios es bueno” y “Juan es bueno” ¿lo decimos exactamente en el mismo sentido? No, porque la bondad en Dios es infinitamente mayor que la de Juan. ¿Lo decimos, pues en sentido totalmente, diverso? Tampoco, la bondad en Dios y la bondad en Juan tienen algo en común. Lo decimos en sentido analógico: en cierto modo es igual, en cierto modo es distinto.Sin embargo, más allá de disquisiciones teológicas, los seres humanos sí que podemos amar con un amor desinteresado, generoso, abnegado, un amor que es un reflejo del amor de Dios. Y ello es posible hoy porque ha sido posible en todas las épocas y circunstancias. Tenemos un ejemplo preclaro en tantos santos y santas. Escribe el Papa al finalizar esta encíclica: “al confrontarse « cara a cara » con ese Dios que es Amor (...) se explican las grandes estructuras de acogida, hospitalidad y asistencia surgidas junto a los monasterios. Se explican también las innumerables iniciativas de promoción humana y de formación cristiana destinadas especialmente a los más pobres de las que se han hecho cargo las Órdenes monásticas y Mendicantes primero, y después los diversos Institutos religiosos masculinos y femeninos a lo largo de toda la historia de la Iglesia.
Vivir en caridad pues ha sido y es posible y ha sido y es necesario.
Jaume Aymar Ragolta
Barcelona (España)
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