12 de octubre de 2009

Pliego nº 9...............................'2ª Etapa'


Andar en la humildad es andar en la verdad

Ya hemos cerrado la puerta. Ya permanecemos solos en la habitación. Ya hemos cerrado los ojos. Ya nos hemos envuelto de silencio, de aquella quietud que permite penetrar bien adentro. Ya hemos visto y catado la existencia.

Es entonces cuando nos damos cuenta de que nada nos falta para haber sido alguna cosa en lugar de nada. Somos, existimos. Y no hay grados ni niveles. No podemos decir que existimos a medias, a pedacitos, a migajas. No podemos decir que unos existen más que otros... no hay niveles. La existencia nos iguala a todos, nos mide a todos con una misma medida. Nada nos diferencia en esto. O existimos, o no existimos.

Percibimos entonces que lo tenemos todo al existir. ¡Qué humildad! ¡Humildad de saber que somos, que existimos, y podríamos perfectamente no haber llegado nunca a existir! ¡Cuánta humildad saber que no teníamos porque haber sido nunca y... al mismo tiempo, sin haberlo pedido, sin haber pedido a nadie que queríamos existir... nos encontramos existiendo! Qué humildad saber que nuestra existencia no depende de nosotros. ¡Es mera carambola cósmica. ¡Nos ha tocado la lotería sin haber jugado ningún número!

Y al mismo tiempo, ¡qué humildad saber que esta vida un día se acaba! Que tan sólo los que nunca han llegado a existir son los que nunca mueren.

Que humildad tocar con los pies en el suelo y darnos cuenta de que somos limitados o no somos. Unos límites por origen, como cuando comienza el día y quizás la hora de levantarnos nos viene marcada por el trabajo, por lo que tenemos que hacer... casi impuesta por otras cosas. No decidimos nosotros comenzar nuestra existencia.

Y también unos límites por el final, como cuando finalizamos la jornada... sabiendo que muchas cosas no las dejamos acabadas ni resueltas pero... es como ir aprendiendo a morir poco a poco. ¡Saber que vamos a dormir sin tenerlo todo resuelto y... el mundo sigue rodando como si tal cosa!

¡Qué humildad percibir que no somos necesarios! Que las cosas funcionan -y además funcionan bien- aunque uno se quede todo el día en la cama. Habrá quien sentirá su imprescindibilidad, sabiendo que si no va al trabajo parece que se hunde el mundo, que si no prepara el desayuno a sus hijos parece que no van a comer… pero la enfermedad nos prepara para esa humildad. Estar enfermos es la primera lección de humildad. Al enfermar constatamos que todo sigue sin nosotros, posiblemente no sigue de igual modo, pero en todo caso todo sigue: en el trabajo se las arreglan, en casa cambian funciones y se asumen responsabilidades, y cuánto más días pasan menos consultas recibimos sobre qué haríamos en tal o cual caso.

En definitiva, la enfermedad nos prepara para bien-morir, y estar enfermos nos sanea en humildad. Al fin y al cabo, caminando con los pies en la tierra no podemos ni humillarnos ni enaltecernos. La santa de Ávila supo mucho de humildad porque vivió cercana siempre a la enfermedad. “Andar en la humildad es andar en la verdad” –decía esta Santa de la alegría, como también se la conoce. Y es que humildad y alegría se unen.

Marta Burguet Arfelis
España

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