12 de marzo de 2009

Adulto nuevo, nuevo Adán


A menudo soñamos cómo deberían ser las diferentes etapas evolutivas de la persona humana: infancia, ancianidad...; incluso grupos sociales que puntualmente nos preocupan y ocupan. Sin embargo, quizá una de las etapas que pasan más desapercibidas es la adultez. Nos acercamos hoy a esta adultez tratando de diseñar un nuevo adulto próximo a ese nuevo Adán. En definitiva, al mismo Jesús.

Como San Pablo buscamos este personaje de un adulto firme y equilibrado en el llamado hombre nuevo. En Jesús encontramos representado, no sólo un modelo de vida que quisiéramos para nosotros, que también, sino a su vez unos ejemplos de valores, de creencias, de sentimientos. A menudo hemos identificado el personaje de Jesús con una mezcla de Dios y hombre, de divinidad y humanidad, que nos lo hace menos imitable en tanto que divino.

Pisando con los pies en el suelo, podemos hallar en él muchos rasgos bien humanos que nos lo hacen un modelo real y posible. Expresiones como su llanto y su risa, su estima y su enojo… nos hacen a Jesús más próximo. Si por las actitudes y conductas estos referentes posibles nos parecen válidos, también lo serán por creíbles en función de la proximidad de sentimientos y emociones que nos transmiten. Las lágrimas por su amigo Lázaro, la perplejidad y oscuridad en Getsemaní, el sentimiento de abandono, el dolor ante la traición del amigo, la necesidad de descanso al otro lado del río cuando la multitud le busca con ansia... son actitudes, pero también sentimientos, que nos acercan a una adultez más real y posible.

Así, algunos optamos por este referente, un modelo de adultez posible, entregada y real, con capacidad de decisión propia, y en unión y comunión con el Padre. Pero una unidad que preserva la identidad, que no empequeñece sino que acrecienta, que no resta autonomía ni responsabilidad ante lo que hacemos y lo que nos hacemos los unos a los otros, ante las decisiones que tomamos, porque... a pesar de la voluntad de seguir un estilo, el estilo de Jesús, las actitudes de vida son nuestras, desde la voluntad y el deseo. No fuera que, bajo el pretexto de seguir una guía, excusáramos en ella toda conducta restando responsabilidad nuestra.

¡Qué gran posibilidad la de ser adultos con un referente que no nos resta ni un pedazo de responsabilidad, ni un pedazo de autonomía, ni una pizca de unidad y comunión preservando la identidad! Porque, al fin y al cabo, identidad adulta y unidad son compatibles.

Marta Burguet Arfelis
España

Estas poéticas palabras de Alfredo Rubio nos invitan a soñar en ese nuevo adulto que hace mención Marta Burguet en su artículo “Adulto Nuevo, Nuevo Adán":


El adulto posible que soñamos,
no ha matado, soberbio, el niño que era.
No ha quedado, tampoco, entretenido
en hilos infantiles que le frenan.

El adulto armonioso que soñamos,
en su esplendor, ni olvida ni desprecia
al viejo que será en adelante.
Ahora ya con ternura lo alimenta.

El adulto riente que soñamos,
no marcha en soledad por la existencia,
Da la mano a su infancia y su vejez;
¡fecundo al intercambio de experiencias!

El adulto integrado que soñamos,
es a la vez la suma y diferencia
de ese niño y anciano bien crecidos,
nada rivales que a servirse juegan.

El adulto gozoso que soñamos,
contempla adelante y hacia fuera
y ama al mundo, a la gente y a las flores,
al amigo, al buen Dios y a las estrellas.

El adulto irisado que soñamos
saca siempre de sí sorpresas nuevas.
Convierte infatigable en realidades
su sonora cascada de potencias.

El adulto perfecto que soñamos
Nos parece lejano cual estrella.
Pero es cierto también que cada uno
de nosotros un día ser quisiera.

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