Es relativamente frecuente vivir jornadas protagonizadas por la prisa, por la angustia que provoca hacer las cosas por el impulso de la eficacia y de competir con otros. Eficacia que exige diligencia, velocidad, resultados inmediatos. Es preciso llegar, conseguir, alcanzar…, parecemos inmersos en una larga carrera en la que hay que forzar mucho la marcha para llegar al final y llegar el primero.
Por suerte, el día tiene noche y a menudo la vivimos acompañados de un cierto cansancio. El cansancio propio de una jornada activa y movida, pero también el cansancio de una cierta intuición que hace que nos cuestionemos el sentido de aquello que hacemos. El día se apaga y crece en oscuridad, el silencio se va haciendo presente, parece que todo vaya callando: ahora habla el silencio.
Desde el silencio vuelvo a escuchar aquello que he hecho y como lo he hecho. Parece como si el resultado de las cosas se empequeñeciera y aumentara, en cambio, el sentido más profundo de las mismas. Y, entonces, me pregunto: ¿he amado?, ¿he escuchado?, ¿he contemplado?... ¿he vivido o sólo he hecho?, ¿el propio activismo se convierte en el sentido de mi vida?.. Y vuelve el silencio y es preciso darse cuenta que esto no es una carrera a perder o a ganar, esto es una llamada amorosa que me dice que vivir es la realidad más débil y a la vez más grande para descubrir el don del amor. En este preciso momento parece como si uno se rindiera: la humildad en la oscuridad. La humildad que me permite constatar la verdad de las cosas y aceptarlas tal como son; la humildad que me permite recordar y constatar que la vida goza de un sentido mucho más grande que el que uno siente y recibe en la inmediatez de las cosas; la humildad que me dice cuál es la verdadera razón por la cual hago lo que hago; la humildad que me hace encontrar a Dios y me hace sentir que Dios sólo es amor.
La humildad en la oscuridad se convierte en oración cuando escucha la voz de Dios. Vuelve el silencio, pero este silencio ya no es un silencio angustiado, abatido o encolerizado, este silencio ya es un gesto de amor.
El día ya acaba y se convierte en verdadero silencio. ¡Dios mío! ¡Gracias!
Rosa Deulofeu
(Barcelona, 1959 - 2004)
Por suerte, el día tiene noche y a menudo la vivimos acompañados de un cierto cansancio. El cansancio propio de una jornada activa y movida, pero también el cansancio de una cierta intuición que hace que nos cuestionemos el sentido de aquello que hacemos. El día se apaga y crece en oscuridad, el silencio se va haciendo presente, parece que todo vaya callando: ahora habla el silencio.
Desde el silencio vuelvo a escuchar aquello que he hecho y como lo he hecho. Parece como si el resultado de las cosas se empequeñeciera y aumentara, en cambio, el sentido más profundo de las mismas. Y, entonces, me pregunto: ¿he amado?, ¿he escuchado?, ¿he contemplado?... ¿he vivido o sólo he hecho?, ¿el propio activismo se convierte en el sentido de mi vida?.. Y vuelve el silencio y es preciso darse cuenta que esto no es una carrera a perder o a ganar, esto es una llamada amorosa que me dice que vivir es la realidad más débil y a la vez más grande para descubrir el don del amor. En este preciso momento parece como si uno se rindiera: la humildad en la oscuridad. La humildad que me permite constatar la verdad de las cosas y aceptarlas tal como son; la humildad que me permite recordar y constatar que la vida goza de un sentido mucho más grande que el que uno siente y recibe en la inmediatez de las cosas; la humildad que me dice cuál es la verdadera razón por la cual hago lo que hago; la humildad que me hace encontrar a Dios y me hace sentir que Dios sólo es amor.
La humildad en la oscuridad se convierte en oración cuando escucha la voz de Dios. Vuelve el silencio, pero este silencio ya no es un silencio angustiado, abatido o encolerizado, este silencio ya es un gesto de amor.
El día ya acaba y se convierte en verdadero silencio. ¡Dios mío! ¡Gracias!
Rosa Deulofeu
(Barcelona, 1959 - 2004)
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