se publicó primero en Nuestra Señora de la Claraesperanza.
12 de diciembre de 2023
Pliego n° 179
Atisbo
En Clave de 'Ser' - Amar y Servir
12 de noviembre de 2023
Pliego n° 178
La gente con éxito no siempre es resiliente
Ser adulto es ir
sin protecciones externas. La resiliencia, pero, no es un patrimonio de la
gente mayor. Me explican los padres y madres con hijos escolarizados que estas
habilidades ya se enseñan en la escuela: conciencia de un mismo, aceptación del
fracaso, conocimiento de los propios límites, empatía, automotivación. Es un
buen bagaje para aplicarlo a las relaciones humanas, para que sean más fluidas.
La gente resiliente suele ayudar los otros y acostumbra a salir de su ego sin
muchas dificultades, viviendo generosamente.
Cuando yo era
pequeña no decíamos así. Nos enseñaban a ser fuertes, buenas personas,
competentes. Y la automotivación no existía, se presuponía que te tenías que
esforzar porque te gustara aquello que hacías, y sobre todo, nos enseñaban a
ser agradecidos y a ser conscientes de nuestros privilegios. Hoy el concepto
resiliencia encapsula muchas de aquellas ideas. Los resilientes son optimistas,
que no quiere decir que vayan con un lirio en la mano. Son quienes, como
Murakami, aceptan que el dolor es inevitable, pero que el sufrimiento puede ser
prescindible. La vida es un contenedor de crisis e imprevistos, y no todo el
mundo tiene las herramientas para recomponerse.
La gente con
éxito no siempre es resiliente. De hecho, los fracasados, los loosers, sí que
lo son más. Todos tenemos cerca gente con una posición social influyente, una
vida personal ajustada pero razonablemente feliz, pero con una capacidad nula
de compasión o de ser generosos. Trabajan solo para ellos y no son capaces de
dar nada. Los resilientes saben que tienen que ser independientes, pero que las
personas no somos islas, sino penínsulas: estamos inexorablemente ligados a los
otros, especialmente en aquello que nos hace más felices y más vivos.
La resiliencia
está entrando también en el vocabulario religioso. Es habitual que la gente
agnóstica o no creyendo vea en las personas con fe una ventaja para encarar los
problemas: “Tú balsa, que tienes fe, que piensas que la vida no acaba aquí, que
voces sentido al sufrimiento.” Tener fe no te exime de nada. El sufrimiento
está igual, y la vida aquí se acaba, también. La fe no es solo una extensión de
un bonus existencial, sino que parte de una esperanza y de una promesa. Los
creyentes son resilientes, a pesar de que no usan mucho esta palabra. En el
vocabulario de las personas creyentes la casualidad no existe, se dice
providencia. La resiliencia está, pero se dice resistencia espiritual o
bastante interior.
La vida no llega
con un mapa, y la incertidumbre se ha instalado a nuestro alrededor. La
resiliencia es ordinaria, no proviene de capacidades extraordinarias; nos va
bien a todos: más autocontrol, más resistencia al fracaso y asimilación de los
límites, que no son nada más que pistas para poder mejorar.
Miriam Díez Bosch
Barcelona (España)
Atisbo
Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.
En Clave de 'Ser - Como hermanos
12 de octubre de 2023
Pliego nº 177
LA PIEL DEL ALMA
Fueron muchas horas a lo largo de cuatro años en los que nos encontramos cada semana… La noticia de la enfermedad llegó por sorpresa, como siempre suele ocurrir. La ELA era desconocida para él y, la primera pulsión no fue otra que buscar información… La segunda fue buscar ayuda… Y así nos encontramos…
“El tiempo” se convirtió en el mayor tesoro. Un tesoro que se iría gastando irremediablemente le sacase o no partido… y decidió sacárselo…
Fue en esas sesiones semanales en las que se fue perfilando el camino, en las que se fue gestando la aventura, en las que el aventurero se vistió de héroe con un traje rígido, incómodo, exigente y desagradecido…
El traje paralizaba poco a poco sus músculos, pero indicaba nítidamente por dónde transitaba la aventura…
Cada músculo que fallaba permitía resaltar aquellos que aún no fallaban para aprovecharlos al máximo… La enfermedad permitía agudizar el “sentido de la existencia”, uno mayor que los cinco a los que estamos acostumbrados para relacionarnos con la vida…
Cada pérdida podía convertirse en una despedida agradecida de un gran amigo que siempre estuvo ahí sin pedir nada a cambio… El cuerpo dejó de ser un enemigo que lo enfermaba, sino un amigo que se gastaba por él…
Y el héroe prosiguió su aventura atesorando instantes, disfrutando cada decisión, celebrando cada despedida…
La cuesta aumentó su inclinación y la pendiente se hizo más dura… Las manos dejaron de prestar sus servicios y la humildad fue su próxima conquista… No, no es fácil dejarse ayudar… La heroicidad, tal y como se conocía, no parecía que tuviese otra función que la de ayudar a los demás… Nunca imaginó que había una profunda y apasionante trastienda detrás de ese escaparate…
Y se adentró en ella, y venció en la batalla más compleja y más discreta: la batalla frente al ego… Esa hazaña no aparecería en ningún libro de historia, no sería portada de ningún informativo, sólo en el interior de su faro se encendería una apasionante luz… Una luz que sería vista por aquellos que navegaran en la oscuridad, por aquellos que se adentraran en los mares de la existencia y surcaran los océanos, pero pasaría desapercibido para los que simplemente viven en la orilla o fondean cerca del espigón de la vida…
Pues el héroe, con capa de hierro y traje de plomo, continuó su marcha, cambiando los zapatos por ruedas cuando las piernas se despidieron exhaustas y generosas…
Fue otro abrazo agradecido de profunda amistad… Y tiempo y yo fuimos testigos…
La lengua ya flaqueaba, pero se esforzaba en ayudar a cristalizar los pensamientos en palabras… Las frases fueron más cortas, en tamaño y en distancia, ya que el aliento fallaba, y sólo alcanzaban unos pocos centímetros de distancia… Hasta que se hizo inaudible y la lengua y la garganta se despidieron entre lágrimas de felicidad por los tiempos compartidos…
Tragar ya no fue posible y la boca y la garganta se convirtieron en simples testigos inmóviles de un héroe que atravesaba nuevos y desconocidos senderos…
Y la vida continuaba abarcando cada vez menos espacio exterior y más profundidad interior…
Las palabras eran dictadas al ritmo lento y tedioso del deletreo de los párpados… Las ideas debían ser comprimidas en una o dos palabras, pero antes, los pensamientos debían ser seleccionados para pasar el filtro de lo importante, de lo que merecía ser comunicado…
Y él héroe continúo ataviado con los pesados ropajes ya petrificados y atesorando su último y apasionante tesoro: él mismo…
Seguía manteniendo el músculo más rebelde y creativo, más apasionante y complejo, el compañero más fiel o el enemigo más temible: el pensamiento…
Cada instante era tedioso o fugaz… El tiempo era enemigo, compañero o un simple invitado… Y la lucha continuó…
Y aún continúa… La batalla más apasionante se está viviendo ahora mismo al otro lado de la piel… La piel del alma… Y esa batalla pasa desapercibida para el mundo, excepto para aquellos que abren los ojos del alma…
Cada sesión cambió al testigo de todas esas batallas… La consulta que cada semana era una oportunidad de ayudar y acompañar a un enfermo, se convirtió en una maravillosa lección de vida, en un privilegio exquisito, en un espacio en el que cada instante era infinito y en el que la existencia podía ser abrazada…
Y las sesiones cambiaron la ubicación, de la silla de la consulta al sillón, del sillón a la silla de ruedas; de la silla de ruedas al sillón de la casa, y del sillón de la casa a la cama… Pero la ubicación existencial no cambió nunca: siempre fue de corazón a corazón, suspendidos en el tiempo sin importar el espacio…
Después de todo ello, cuando miro a sus ojos puedo descubrir con alegría que el héroe sigue allí, que la batalla continúa y que esa batalla no es sólo de él, también lucha por mí, ¡por todos!…
El héroe sigue siendo héroe, y al final, descubro con entusiasmo que, en realidad, siempre estuvo ayudando a los demás, siempre lucho por todos, dibujando el mapa del tesoro, los pasos por lo que surcar la aventura más maravillosa, alimentando la esperanza, la fe y el amor…
Mira sus ojos conmigo, atraviésalos con tu mirada y escucha lo que te dicen, porque si lo haces, descubrirás que no sólo hablan, sino que proclaman… Así que adéntrate conmigo y con mi imaginación y escucha el eco que resuena en el interior de su alma:
Pero no puedo decírtelo porque la ELA ya no me deja hablar…”.
Amigo de Corzo
Atisbo
Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.
En Clave de 'Ser' - Contemplar
En Clave de Ser, un montaje radial, elaborado por el equipo del Espacio Dolores Bigourdan, para ayudar a la meditación y la reflexión.
12 de septiembre de 2023
Pliego nº 176
CRES
No sé si es cierto que la casualidad no existe, como afirmaba Edith Stein, nuestra santa judía. Sí afirmo que mi vida cambió en aquella tarde placida de septiembre, estando en el Hospital de guardia, cuando mi “busca” sonó y me dirigió a la habitación 302, sin saber el motivo. En el pasillo vi a una anciana que caminaba ágil y preocupada, según me pareció. Al verme llegar, me abordó: “¿Es usted el capellán? Verá, quisiera comentarle algo…” Me explicó que dentro de la habitación estaban su hijo y la esposa, ella muy grave.
Lali -así se presentó la mujer- quiso advertirme de que fue suya la sugerencia de que viniera el capellán a administrar la Unción a la enferma, llamada Mari Carmen. Ella y Crescencio no pusieron objeciones. Quizá consintieron más por Lali que por ellos mismos, quise deducir, ya que Lali era muy creyente y ellos no tanto, pero “muy buenas personas”, aseguró la madre.
Entramos en la habitación. Sólo susurré un breve saludo, acercándome en silencio hasta la cama. Él tenía cogida la mano de su esposa con mucha dulzura. Tenían sus miradas entrelazadas. Sus sonrisas permanecieron cuando me miraron los dos. Quedé sobrecogido, ruborizado, sintiendo que invadía un lugar sagrado. Se dieron cuenta (más tarde lo supe) y “facilitaron mi labor”. Mari Carmen, muy bajito, apenas podía hablar. Fueron unos minutos muy intensos… Al finalizar el rito, nos despedimos con las mismas sonrisas.
En el pasillo le di las gracias
a Lali; luego, en la capilla, se las di a Dios… La emoción que tenía no me
dejaba.
En mi siguiente guardia, la primera visita la hice al matrimonio de la habitación 302. Estaban solos. El personal sanitario había tenido la deferencia de dejarlos estar íntimamente despidiéndose. ¡Qué gran bien pueden hacer los pequeños detalles! La dolorosa novedad era que Mari Carmen ya sólo se comunicaba con su mirada. Su voz fue silenciada por una metástasis desbocada en su cerebro… Si antes podían tener dudas sobre el desenlace, habían desaparecido. La llama de la lámpara iba apagándose.
Al atardecer me avisan de que Mari Carmen había fallecido envuelta de amor. Rezamos para que el Amor, con mayúscula, asumiera todo protagonismo.
Escribo estas líneas el día de Santa Clara. Así ella hablaba a su alma antes de morir: “Vete segura y en paz, alma mía, pues tendrás buena escolta”. Mari Carmen marchó en paz, con 34 años, el día en que se celebraban los Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael.
Cres también tenía paz… Me pidió que concelebrara en el funeral con un primo suyo, cura, y que dijese yo la homilía. En la eucaristía me quedó impresa la imagen de Cres vestido con el traje de su boda, junto al féretro de Mari Carmen.
Me despedí de todos al finalizar. Tenía el equipaje en mi coche, ya que ese día debía ingresar para una revisión en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo.
Poco tiempo después, Lali me llamó pidiendo: “No dejes a Cres”. Y no lo dejé. Le invité a un cursillo de cristiandad. Ahí descubrió las puertas abiertas de la Iglesia, por las que entró, manteniéndose dentro con la fuerza del Espíritu Santo. Desde ese momento fuimos amigos los dos con Jesús resucitado.
Un buen realista existencia
Crescencio tuvo un cáncer a los 18 años en una pierna, del que se curó con tratamiento de quimioterapia. Siguió su vida en la normalidad de una empresa familiar. Le iba bien. Conoció a Mari Carmen y se casaron. Fueron muy felices durante siete años, hasta que ella falleció.
Y como vivió, así murió. Dando una palabra y un abrazo a todos sus compañeros de camino…
“No sé si podré estar para cuando regreses de Guinea”. Sí estuvo. Me esperó. Y ese mismo día de reencuentro y despedida, también de septiembre, marchó definitivamente… Tenía 48 años.
Le enterraron con Mari Carmen. En la lápida estaba escrito este epitafio: “Cuando Dios nos llame, volveremos a estar junto a ti”.
Cres vivió después intensamente el cariño a su familia consanguínea, ampliándolo a muchos otros a quienes amó con toda el alma. Era un auténtico privilegio compartir la vida con él. Un día me llamó para vernos. “Me han diagnosticado un cáncer”, me dijo con una mirada serena.
Recordé las miradas sintónicas de Mari Carmen y él en aquella habitación del hospital. Yo tuve la misma sensación que cuando les ví a los dos la primera vez: me estremecí. “Voy a luchar hasta el último momento”. Y así lo hizo. Viviendo y valorando cada día con hondura, con belleza…
Continuó trabajando en la empresa. Terminó sus estudios teológicos: qué alegría cuando recibió su diploma, elegantemente vestido, con su beca puesta, con su cabeza afeitada. Cres estuvo, incluso, abierto al ministerio ordenado.
Su alegría, su aplomo, su saber estar, no dejaba indiferente a nadie. Transmitía paz a su alrededor, sin prisas.
Cres, espero que tú también estés presente en la hora de mi muerte.
¡Gracias por tu vida, amigo!
Julio Lozano (España)