La infancia:
punta de lanza hacia un futuro más humano
«Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él»
Mc 10, 13-16
Mc 10, 13-16

Juan Miguel González Feria, director del Colegio Mayor El Salvador, de Salamanca, España, en su ponencia titulada “Líneas de futuro de la sociedad”* y enmarcada dentro de las XIII Jornadas Interdisciplinares que llevaba como título: “Barcelona, puerta europea de América”, organizadas por el Ámbito de Investigación y Difusión María Corral durante los días 1, 2 y 3 de diciembre de 1992, manifestaba que «La sociedad es la misma siempre. Su finalidad también: vivir en paz y alegría, y desarrollar así, integralmente, a todos sus componentes». Y para ayudar a lograrlo mejor, González-Feria menciona unas líneas, «un trabajo crucial y de tantas dimensiones» que involucra, como no, a toda la sociedad. Esas líneas que menciona en su ponencia González-Feria, versan sobre aspectos del ser humano y de la sociedad; teniendo por ser humanas, un alcance universal, aunque, claro está, inculturándose en cada lugar.

Lo planteado por González-Feria en aquel año de 1992, se anticipaba al acuerdo que años más tarde, concretamente en el año 2000, en Nueva York, en el marco de las Naciones Unidas, llegarían a firmar 189 estados del orbe y que darían a conocer como Declaración del Milenio y que se propusieron conseguir para el año 2015.
En la Declaración del Milenio se recogen ocho objetivos referentes a la erradicación de la pobreza y el hambre; la educación primaria universal; la igualdad entre los géneros y la autonomía de la mujer; reducir la mortalidad infantil; mejorar la salud materna, combatir el VIH/SIDA, el paludismo y otras enfermedades; garantizar el sustento del medio ambiente y fomentar una asociación mundial para el desarrollo.
Vemos pues, cómo muchos puntos de los que planteaba González-Feria, como líneas de futuro de la sociedad, coincide con los Objetivos del Milenio.
El gran reto: la infancia
Aunque a veces las cifras nos suenan a frías y sin entrañas, es necesario partir de ellas para ubicarnos en el centro del problema.
Así por ejemplo, a día de hoy, 1.200 millones de personas subsisten con un dólar al día, otros 925 millones pasan hambre, 114 millones de niños en edad escolar no acuden a la escuela, de ellos, 63 millones son niñas. Al año, pierden la vida 11 millones de menores de cinco años, la mayoría por enfermedades tratables; en cuanto a las madres, medio millón perece cada año durante el parto o maternidad. El sida no para de extenderse matando cada año a tres millones de personas, mientras que otros 2.400 millones no tienen acceso a agua potable.
Uno de cada tres niños en el mundo en desarrollo -o un total de más de 500 millones de niños- carece de toda forma de acceso a instalaciones sanitarias, y uno de cada cinco no dispone de acceso al agua potable.
Más de 140 millones de niños y niñas en los países en desarrollo -de los cuales el 13% tiene entre 7 y 18 años de edad- no han asistido nunca a la escuela. Ese es el caso del 32% de las niñas y el 27% de los niños en el África subsahariana, y del 33% de la población infantil rural en el Oriente Medio y África Septentrional.

Aunque los Objetivos del Milenio abarcan a toda la humanidad, se refieren principalmente a la infancia. ¿Por qué? Porque los niños son más vulnerables en la medida en que la población en general carece de elementos esenciales como alimentos, agua, saneamiento y atención de la salud. También son los primeros que mueren cuando sus necesidades básicas no son satisfechas.
La siguiente pregunta es, ¿por qué la infancia tiene derechos? Todos los niños y niñas nacen con derecho a la supervivencia, a la alimentación y nutrición, a la salud y la vivienda, a la educación y a la participación, la igualdad y la protección. Se trata de derechos consagrados, entre otros, en la Convención sobre los Derechos del Niño el tratado internacional de derechos humanos de 1989.
Debido a que las labores de lucha contra la pobreza comienzan con la infancia, ayudar a que los niños y niñas desarrollen su pleno potencial también constituye una inversión en el progreso de toda la humanidad. Esto se debe a que, en esos años iniciales y fundamentales, la asistencia que se le puede prestar a la infancia logra los mejores resultados con respecto al desarrollo físico, intelectual y emocional de los niños y niñas. Y, cuando se invierte en la infancia, se conquistan más velozmente los objetivos del desarrollo, ya que los niños y niñas constituyen un importante porcentaje de los pobres del mundo.
Un salto cualitativo
Ya en tiempos de Jesús, tanto mujeres como niños eran los excluidos de la sociedad. Dejad que los niños vengan a mí, solía decir. Más de dos mil años después, parece como si no hubiésemos avanzado nada al respecto: mujeres y niñ@s siguen siendo excluidos de la sociedad, maltratados, vulnerados sus derechos, violentados. Dejad que los niños venga a mí, suena a un grito en el desierto. Grito que encuentra eco en las líneas del futuro de la sociedad, eco en los Objetivos del Milenio, pero ojalá y sobre todo, ojalá que encontrara recepción en cada uno de nuestros corazones y que cada uno de nosotros contribuyamos, con nuestro grano de arena, para hacer del mundo un lugar hermoso para cada uno de los niños que habitan nuestro planeta.
Hay que aprender el arte de acoger el Reino de Dios. Quien es como un niño —como los antiguos “pobres de Yahvé”— percibe fácilmente que todo es don, todo es una gracia. Y, para “recibir” el favor de Dios, escuchar y contemplar con “silencio receptivo”. Según san Ignacio de Antioquía, «vale más callar y ser, que hablar y no ser (...). Aquel que posee la palabra de Jesús puede también, de verdad, escuchar el silencio de Jesús».
*”Barcelona, Puerta Europea de América”. Belisario Betancur y otros. Editorial Edimurtra. Barcelona. 1993.
Mauricio Chinchilla
Barichara (Colombia)