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“La prudencia regula los actos de humildad. La prudencia no permite que se omita un acto útil porque pone a uno en evidencia; oponerse a aquello que disminuiría el valor moral y atajaría al bien en su expansión.
La prudencia posee el sentido de lo bello y de lo justo. Rechaza lo que es moralmente feo.
La prudencia quiere a la humildad franca y serena. La mantiene valerosa y confiada; la hace desinteresada y ágil, abandonada a la acción de Dios.
La prudencia demanda que uno no abdique de sus derechos, pero sin exagerarlos en su rigor.
Retener la humildad en su ejercicio no es disminuirla en si misma.
La prudencia determina la clase de humildad que conviene.”
“Cada visitante, trae en sí un mensaje que debemos atender para ir aprendiendo a saber escuchar e ir sabiendo interpretar aquello que nos vienen a dar = decir.
Simpatizar con las ideas de los otros, en la medida de lo posible.
No hablar mal de los ausentes, estos no pueden defenderse. Quien nos escucha se pondría en guardia contra nosotros, pensando que haremos lo mismo cuando ellos no estén con nosotros.”