La gente con éxito no siempre es resiliente
Ser adulto es ir
sin protecciones externas. La resiliencia, pero, no es un patrimonio de la
gente mayor. Me explican los padres y madres con hijos escolarizados que estas
habilidades ya se enseñan en la escuela: conciencia de un mismo, aceptación del
fracaso, conocimiento de los propios límites, empatía, automotivación. Es un
buen bagaje para aplicarlo a las relaciones humanas, para que sean más fluidas.
La gente resiliente suele ayudar los otros y acostumbra a salir de su ego sin
muchas dificultades, viviendo generosamente.
Cuando yo era
pequeña no decíamos así. Nos enseñaban a ser fuertes, buenas personas,
competentes. Y la automotivación no existía, se presuponía que te tenías que
esforzar porque te gustara aquello que hacías, y sobre todo, nos enseñaban a
ser agradecidos y a ser conscientes de nuestros privilegios. Hoy el concepto
resiliencia encapsula muchas de aquellas ideas. Los resilientes son optimistas,
que no quiere decir que vayan con un lirio en la mano. Son quienes, como
Murakami, aceptan que el dolor es inevitable, pero que el sufrimiento puede ser
prescindible. La vida es un contenedor de crisis e imprevistos, y no todo el
mundo tiene las herramientas para recomponerse.
La gente con
éxito no siempre es resiliente. De hecho, los fracasados, los loosers, sí que
lo son más. Todos tenemos cerca gente con una posición social influyente, una
vida personal ajustada pero razonablemente feliz, pero con una capacidad nula
de compasión o de ser generosos. Trabajan solo para ellos y no son capaces de
dar nada. Los resilientes saben que tienen que ser independientes, pero que las
personas no somos islas, sino penínsulas: estamos inexorablemente ligados a los
otros, especialmente en aquello que nos hace más felices y más vivos.
La resiliencia
está entrando también en el vocabulario religioso. Es habitual que la gente
agnóstica o no creyendo vea en las personas con fe una ventaja para encarar los
problemas: “Tú balsa, que tienes fe, que piensas que la vida no acaba aquí, que
voces sentido al sufrimiento.” Tener fe no te exime de nada. El sufrimiento
está igual, y la vida aquí se acaba, también. La fe no es solo una extensión de
un bonus existencial, sino que parte de una esperanza y de una promesa. Los
creyentes son resilientes, a pesar de que no usan mucho esta palabra. En el
vocabulario de las personas creyentes la casualidad no existe, se dice
providencia. La resiliencia está, pero se dice resistencia espiritual o
bastante interior.
La vida no llega
con un mapa, y la incertidumbre se ha instalado a nuestro alrededor. La
resiliencia es ordinaria, no proviene de capacidades extraordinarias; nos va
bien a todos: más autocontrol, más resistencia al fracaso y asimilación de los
límites, que no son nada más que pistas para poder mejorar.
Miriam Díez Bosch
Barcelona (España)
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