12 de abril de 2012

Pliego nº 39


Rosa Deulofeu*

Al empezar el día, la lectura del evangelio. Siempre con una sonrisa y con algún comentario sobre las palabras del buen Dios. Un desayuno compartido, sencillo, con las cuatro cosas que la economía solidaria que voluntariamente vivíamos nos permitía probar, pero con la alegría de saber que teníamos algo para comer. Iniciar el día compartiendo lo que hacíamos a lo largo de la jornada era uno de los rasgos que nos unía a lo largo del día. Al fin y al cabo, teje lazos y fortalece vínculos, porque permite pensar en lo que el otro lleva en el corazón y en la cabeza, y saberse muy unido en muchos momentos del día, cuando se piensa en quienes viven bajo un mismo techo.

Su jornada laboral la vivía siempre desde el servicio, ya sea para atender a tantos y tantos jóvenes que se acercaban, como para compartir el tiempo con quien quería desahogarse de todo aquello que desasosegaba su corazón. La atención a los más desvalidos casi cada día tenía un lugar en su corazón o su oído, escuchando las angustias de un joven en situación desesperada, las inquietudes de aquel que se descubría de repente sin norte, las incertidumbres de quienes les abrumaba el sin sentido, los ahogos de quién tenía que tomar decisiones valientes y emprendedoras, y compartirlas con alguien con criterio sosegaba su sufrimiento.

Ella era así. Rezumaba aquel olor de quien en medio de la tormenta sabe que puede arraigarse, dónde encontrar amparo, cobijo y serenidad. Ella era así, consuelo y apoyo para tantos otros que a la vez eran el motivo de su vivir, para poder desvivirse por ellos, para poderse entregar, agachándose y lavarles los pies, secándoles las lágrimas o intercambiándoles su peculiar e identitaria sonrisa que sólo la fe puede hacer tan transparente y patente.

Ella era así para que los demás fuéramos así. Era el sentido de vivir para algunos, era el raudal de alegría cada mañana para otros. Era toda transparencia, sin querer esconder sus debilidades y temores, sabiendo que Dios trabaja con la debilidad humana y la enaltece. Era instrumento a su servicio; conocedora de los propios límites y trabajaba con esfuerzo la humildad y pobreza de su ser, se anclaba en Él para devenir co-creadora con Él y ser toda una con el Creador.

Amable, por el hecho de hacerse fácilmente estimable. Humilde, por el hecho de reconocerse limitada y habiendo también fallado a los amigos. Transparente, por el hecho de no querer parecer lo que no era, no querer engatusar con falsas ilusiones ni hacerse poseedora de la verdad. Realista, en cuanto que no negaba las dudas, las inseguridades e inquietudes que su corazón también vivía. Creadora de confianzas, trabadora de puentes entre los enemistados o contrariados. Sufridora, por los que se sabían divididos entre ellos. Con voluntad de traer la paz y el entendimiento allí donde no lo había, en medio de la iglesia o entre los amigos más distantes.

Este fue el testigo y testamento de una mujer referente por tantos otros. Esta era la amiga que no se distanciaba incluso cuando pensábamos diferente y vibrábamos por diferentes proyectos de vida. Esta fue la mujer cuidadora de tantos y tantas, el secreto de la cual fue saberse cuidada por Dios entrañablemente. Esta era Rosa, con fragancia de flor, nacida en pleno abril. Con deleite de Dios y de los otros, con afán para vivir su plenitud como mujer creyente desde la coherencia.

Rosa de abril, cuidadora nata, mujer de cruz y de resurrección, sabedora que ésta está más allá del éxito y del fracaso.

Marta Burguet i Arfelis
Barcelona (España)

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* Rosa Deulofeu i González, nace en Barcelona el 29 de abril de 1959. Vive su adolescencia vinculada al centro parroquial de San Justo y Pastor, y la parroquia de San Jaime. En 1981 entra a formar parte del grupo Claraeulalias, donde vivirá la fe durante 13 años de su vida. Durante estos años cursará los estudios de Biblia y Teología y desde la Asociación cultural Ámbito María Corral, se introducirá en los medios de comunicación, elaborando un amplio número de guiones radiofónicos y artículos de prensa donde se traslucen los valores humanos y espirituales que vivía. En aquellos años inicia su dedicación al trabajo con los jóvenes desde la educación en el tiempo libre en el Movimiento de Centros de Esplai Cristianos, movimiento que presidirá. A partir de ahí inicia sus trece años de trabajo en la Delegación de Juventud del Arzobispado de Barcelona, creando la Escuela de Plegaria de Jóvenes en la catedral de esa ciudad, trabajando interdiocesanamente en el Directorio de Pastoral de jóvenes y las preparaciones de los encuentros del Espíritu. Participa como Madre Conciliar en el Concilio Provincial Tarraconense y activamente en las Jornadas Mundiales de la Juventud de Santiago de Compostela, París, Roma y Toronto. Coordina el encuentro de Taizé celebrado en Barcelona en el año 2000 y destina sus últimos esfuerzos a la preparación del encuentro del Papa con los jóvenes en Madrid. Por aquellas fechas se le declara una enfermedad terminal que interrumpe su activa vida de servicio. En sus meses de enfermedad no deja de mostrar su esperanza, siendo acompañada de los suyos y de las muchas muestras de apoyo de tantos y tantos jóvenes a los que había sostenido en la fe. El 5 de enero de 2004 los Magos le traen el regalo del abrazo eterno con Dios Padre.

Atisbos




Imagen con un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.