Ser para los demás jóvenes
Recientemente saltaba una noticia en la que, según datos del Banco de España, el 36% de los jóvenes menores de 30 años no recibió ninguna percepción económica en 2020. El aumento en casi 6 puntos del porcentaje de jóvenes que no ingresan nada, deja entrever que la crisis sanitaria merma aún más si cabe las expectativas laborales de la llamada “generación mejor formada”.
En varias ocasiones, a los jóvenes se les reduce a estar sin rumbo, apáticos y por ser, entre otros, potenciales consumidores digitales. Paradójicamente además se les culpa, como si los adultos existieran en otro planeta cuando ¿acaso no vivimos en la misma sociedad? Respiramos el mismo aire y nadie está libre de “contagiarse de covid”. Y es que el narcisismo digital, por ejemplo, puede influir tanto a jóvenes como a adultos, como bien apunta el Papa Francisco.
Vivimos en un mundo en el que resuenan más las malas noticias que las buenas. Indudablemente, no se deben ocultar los horrores que forman parte de la realidad, pero también sería bueno presentar la visión esperanzadora de la sociedad, ya que existe de hecho y está muy presente en la cotidianidad.
Las personas que más me conocen saben que no soy muy afín de las generalizaciones. En mi humilde opinión, aunque no pretendan ser prescriptivas, pueden llevar a reducciones. Suelo optar por aterrizar, “poner cara”, pensar en personas concretas de ese grupo, pues salva.
De joven fueron muchas noches las que pasé sentada en un banco de la plaza mina, en Cádiz, haciendo botellón. Desde fuera, pudiera parecer que eran risas vacías y descontrol; pero muchos de nosotros, en amistad profunda, dialogábamos y compartíamos sueños, arreglábamos el mundo apostando por nuevas formas de convivencia social, de respeto al otro, de sostenibilidad ambiental, de una manera creativa y comprometida.
Recuerdo el desastre del Prestige. En 2002, una marea de jóvenes de toda España fuimos a limpiar el negro de las costas de gallegas. Lo sufrimos como si fuera algo nuestro, porque realmente así era. El mundo nos necesitaba y no dudamos ni un segundo en tener una sola voluntad y ser agentes de cambio. La energía nos acompañaba y el trabajo se contagiaba. Algunos habían escuchado charlas en su universidad sobre los programas de voluntariado; otros habían hecho de la universidad de la vida su propia cátedra. Emocionaba tanta sensibilidad, entrega, generosidad y con-pasión, dejando de mirarse el ombligo para atender al origen de todo, con implicación y alegría, como invita el Papa Francisco: “hace falta crear más espacios donde resuene la voz de los jóvenes”. Porque fueron jóvenes como María o San Francisco los que siguieron a Cristo con fervor y autenticidad, remando mar adentro, mojándose y empapándose del Espíritu Santo. Jesús de Nazaret sigue siendo atractivo para los jóvenes. Dios es un Dios joven, lleno de vitalidad e intrepidez. Por ello, hemos de crear, una nueva Iglesia, más flexible, atrayente y colmada de belleza como el Evangelio.
El joven le toma las medidas a la vida, ya que recién comienza a convivir con la sociedad y a conformar su visión de la misma. Y necesita tiempo, en medio de un mundo tan ajetreado y exigente, para definirse y sentirse aceptado. Necesita que la sociedad tenga esperanza en él, que lo motive; quiere saberse útil y valioso, por sus padres, por los adultos, por los que van perdiendo la esperanza. Es liberador darse cuenta de lo valioso de la vida y de que el mundo le reserva un sinfín de posibilidades.
A veces hago el ejercicio de tumbarme en el campo y contemplar las estrellas. La creación, toda ella, habla de belleza e inmensidad. Y en medio de todo lo creado, estoy yo y podría no haber existido. Desde esta posición, todo cobra sentido. Y es ese el sentido que dejaré en herencia a las generaciones venideras. Salgamos al mundo a decirles que la vida, por pura gratuidad, les espera desde ya. No procrastinar para el futuro, porque lo que existe es el ahora y en el presente ya son parte fundamental.
Así, liberando de prejuicios y ataduras, será como podamos posibilitar una sociedad sana emocionalmente, que se sorprenda en cada puesta de sol y que no pase de puntillas por la vida. Todo lo contrario, que se sumerja y se deje calar por el asombro de existir.
Virginia Diánez
Cádiz