Morir
un acto consciente, personal y comunitario
Cuando una persona muere nos da la
oportunidad de morir también con ella a todo aquello que no nos deja amar con
libertad.
Cada persona cercana que inicia el
tránsito de dejar este mundo, se convierte en maestra para cuántos la rodean.
De ahí la importancia de ser conscientes de este tránsito, no cuando llega el
momento final, sino a lo largo de toda nuestra vida, para que en esos últimos
instantes la sinfonía suene afinada. Así podemos dejar este mundo en paz y
dejar paz en el corazón de nuestros seres queridos, que nos habrán acompañado
hasta el umbral de esta existencia.
Morir no es solo un acto personal
sino que también es un acto comunitario y así lo he podido comprobar ante la
muerte de personas queridas.
La muerte es comunitaria, cierto y para que pueda ser consciente precisa también de una 'Escucha' conjunta de todo el grupo humano que participa de ese tránsito. Todo el círculo del que forma parte la persona que nota que ha llegado la hora de partir, debe estar dispuesto y preparado a acompañar el proceso, sin oponer resistencias, o trabajándolas cuando estas surjan. Difícil tarea porque nuestra sociedad valora la salud como bien primordial y lucha por alejar la muerte tanto como sea posible, penalizando cualquier actitud que ponga en duda todo esto. Nuestra sociedad valora en extremo la vida personal y es una gran aportación de occidente, pero carente de una visión trascendente y comunitaria, desplaza el morir a las zonas ocultas de las residencias y los hospitales, evitando al máximo tocar una realidad que, mirada de frente, hace más bello el paso del Ser por la vida humana.
Hace tiempo que siento que igual que el vivir despiertos nos lleva a tomar decisiones de forma consciente, desde la Escucha personal y conjunta, lo mismo debería ocurrir en el momento de dejar esta tierra, disponiéndonos para ello y, atravesando en todo caso, las capas que impidieran todavía dar el paso, para finalmente dejar el cuerpo de forma agradecida y consciente.
A pesar de las dificultad de nuestra sociedad para dar espacio a otra forma de comprender la muerte, se abren numerosas brechas en nuestro mundo y hay aportaciones bellísimas, gracias a los testimonios que nos llegan a través de biografías, libros, películas. Dejo aquí como referencia dos de las películas que vimos junto a mi madre, los días previos a su muerte y que nos ayudaron a todos a preparar el momento:
- “Llena
de Gracia” (2015), una película dirigida por Andrew Hyatt, que de forma muy
contemplativa, relata el momento de la partida de María, madre de Jesús, de
este mundo, también de forma consciente y comunitaria.
- “El
Fin es mi principio” (2010), un film dirigido por Jo Baier, basado en el libro
de Tiziano Terzani, que narra las conversaciones de un padre con su hijo que,
en los últimos días de su vida terrena. Tiziano Terzani, toma la decisión de
dejarse morir sin intervención médica y acompañado por su familia, que va
aceptando la manera escogida por su padre para partir, acaba dejando este mundo
de forma totalmente consciente y compartida con la pequeña comunidad de su
familia.
Que la muerte sea un hecho
comunitario, no es una cuestión menor. Es precisamente la comunidad la que
autentifica el movimiento que se da en el interior de la persona y esa misma
comunidad, la que está llamada a recorrer el camino con ella, acompañándola y
dejándose atravesar, al mismo tiempo por el radical despojo del morir.
Mi hermano y yo juntos, hemos
podido acompañar, primero a nuestro padre y dos años después a nuestra madre en
el proceso del morir, de una forma muy cercana. Haber compartido, en ambos
casos, los meses y días previos a la partida de nuestros padres, nos hizo aún
más conscientes de la fuerza que da creer que el Amor tiene la última palabra,
trabajar para que así sea en nuestros propios corazones y no dejar resquicio
para que se cuele la mentira que más daña al ser humano, la duda sobre su
capacidad de amar y ser amado, tal cual somos, sin disfraces, sin condiciones.
Papá se fue lleno de Luz,
agradeciendo cada uno de los instantes vividos, a pesar del intenso dolor
físico, diciéndonos que "Somos Luz" y que él seguiría aquí, en nuestros corazones, siendo Luz. Era
pura ternura y su rostro dibujó una sonrisa cuando expiró. No fue improvisado,
un largo camino de dejar ir lo superfluo y de centrarse en lo profundo, le
había ido puliendo desde años atrás, hasta comprender que solo el Amor era
importante y dejar que cada una de sus palabras, miradas y gestos,
transparentaran esa verdad.
El proceso de mamá fue más
intenso. Ella fue consciente de cada paso, hasta el último segundo. Aquella
noche le dijo a mi hermano: "Luís, no te vayas, es ahora el momento",
e inclinándose se apoyó en nosotros y dejó este mundo entre nuestros brazos.
Tuvimos la sensación de devolver a la Luz a la mujer que nos había dado a Luz
No fue un proceso fácil. Ambos
habíamos atravesado nuestro propio dolor, comprendiendo el de nuestra madre,
acogiendo y amando todo su ser, sin juicio ni resquicio, pudimos detectar en
estos últimos meses, los miedos que aún asomaban quitando la paz y frenando el
proceso de entrega hacia la Luz y pudimos contemplar y agradecer cada opción
que ella hacía de confianza en el amor y cada entrega a la Luz que somos y nos
Es. Al final quedó vacía de todo, entregada a la Luz que veía cada vez que
perdía la consciencia y a la que anhelaba llegar. Fue un proceso profundo, no
exento de dificultades, maduro, consciente y muy liberador.
Cada uno de nosotros es potencialmente Luz, Amor, Vida, Libertad. Solo es necesario dejarse acrisolar, dejar que el pequeño grano de arena pierda su forma original y recorra un camino solitario en el fondo del mar y oculto a cualquier mirada, sentir como se resquebraja la piel, como se parte el corazón, como se quema el saber. Y, en el umbral de la muerte, donde se deja de ser lo que se creía, nace una finísima perla nacarada que nos recuerda lo que estamos llamados a ser.
No hay mérito alguno; sencillamente
ha sido así. Nada se ha conseguido, todo se ha recibido. Y, quizás, el único
logro sea darse cuenta de tanta Belleza, celebrarla, agradecerla y permitir que
la vida siga jugando su juego infinito de Luz; descubrirse parte de Ella,
gozando, soltándose cada vez que aparezca el temor, fluyendo en el Mar de Amor
que baña los límites de esta humanidad, a veces tan perdida y herida.
Nada muere, todo se transforma. Somos pura energía que unida a la Energía Universal, deja de ser un pequeño mundo olvidado para pasar a ser parte de Algo mucho mayor.
Maria Rosa Trenchs Dausà
Barcelona