“Orar cantando, para atisbar la belleza de Dios”
Atisbar en la esencia del ser humano, supone la compleja pero apasionante tarea de adentrarse en todo aquello que le configura y potencia como tal. Adentrarse en los recovecos de la persona, es adentrarse en el ejercicio constante del ser que crece, que madura, que piensa, que se moviliza, que se nutre, que descubre, que crea, que se emociona, que cuestiona, que elige, que labora, que descansa, que contempla, que se enamora, que celebra, que cree... que... que... que...
Y como no, por lo que aquí nos interesa reflexionar, el ser humano, además, es el ser que busca “comunicar”, es decir, extraer de sí mismo y hacer llegar a los otros lo que es y siente, lo que anhela y pretende, lo que le hace sufrir o lo que le entusiasma y potencia, lo que es o busca ser, lo que cree y espera... y proponerlo, darlo a conocer, ofrecerlo, verterlo en la conciencia y en la capacidad de acogida o rechazo de cuantos le rodean.
“Comunicarse”, por mucho que favorezca y alegre a quien toma la iniciativa, será siempre una acción inacabada si no hay “otro” que corresponda y reaccione ante lo comunicado. Y es que la comunicación es además interacción, diálogo que se potencia, vínculos que se crean, lenguaje que explica y enriquece y silencio que inicialmente acoge, luego digiere, pero al final reacciona proponiendo lo propio.
Es desde esta indispensable condición de la persona, es decir, la de ser un “communicant hominem”, un “ser humano que se comunica”, desde la cual resulta también saludable visualizar y comprender a la “persona creyente”, es decir, a la que intenta comunicar a los demás lo que vive y cree de Dios, pero además y sobre todo, a la que intenta (o al menos debería) permanecer en comunicación, en conversación, en diálogo constante de amor y confianza con el Dios en el que dice creer. Esa comunicación, a la que llamamos “Oración”, es la maravillosa experiencia que, como si fuera poco, nos hermana con los creyentes de todas las religiones y con todos los hombres y mujeres que sin formar parte de ninguna estructura religiosa concreta, intentan con honestidad y buena voluntad, adentrarse en el conocimiento de la vida, del misterio y de la fuerza de Dios. Orar, es transitar por el puente misterioso y privilegiado de comunicación que se tiende entre lo humano y lo divino; puente por el que caminamos para ir al encuentro del Ser Supremo y puente que Dios también transita para salirnos al encuentro y amarnos. Decía la santa de Ávila, Teresa de Jesús, en su “Libro de la Vida”, concretamente en el capítulo 8, que: orar es “hablar de amor, con quien sabemos, nos ama”. Vivir de esa forma la experiencia de la oración, nos abre al descubrimiento del verdadero rostro de Dios: en vez de juez implacable, Dios es “Padre y Madre” que sólo quiere la vida y la felicidad de sus hijos e hijas; en vez de discurso que acusa, Dios es “Palabra de Vida” que se hace carne para compartir desde dentro nuestra realidad humana y plenificarla; en vez de “fealdad que asusta y confunde”, Dios es “Belleza que serena y devuelve claridad”...
Detengámonos en esa última consideración: “Dios es -puede ser- Belleza que serena y devuelve claridad”. Los cristianos orientales dicen algo precioso: “uno de los nombres de Dios, es Belleza”... Asumir esa afirmación nos puede hacer mucho bien, especialmente a los cristianos que pretendemos con humildad, vivir una experiencia de Dios un tanto más humana, más liberadora, más del Evangelio, más festiva. Muchos y mucho nos han insistido desde los púlpitos, desde las catequesis, desde las aulas de teología, desde los documentos oficiales, desde siempre y con diversas voces y métodos, que Dios es “Poder”, “Sabiduría”, “Conocimiento”, “Omnipotencia”, “Soberano”, “Temible”, “Infinito”, “Altísimo”... Está bien. Hay riquezas en todo lo que hemos recibido y aprendido en el camino de la fe. Eso no lo podemos ni debemos menospreciar. Pero, hay dimensiones de Dios que, especialmente los cristianos, tendríamos que aprender a rescatar y a vivir más y mejor.
“Dios es Belleza”... ¿cuántas veces nos han dicho que “Dios es Belleza”?... ¿Cuántas veces nos han invitado a plantearnos, como proponía la gran filósofa Simone Weil, que: "En todoaquello que suscita en nosotros el sentimiento puro y auténtico de lo bello, está realmente la presencia de Dios”?...
En una ocasión, alguien a quien quiero mucho y que más que un “hombre que cree en Dios”, se considera a sí mismo un “hombre que busca verdad y sentido”, me dijo algo que me sacudió con fuerza brutal. Más o menos me dijo esto: “cuando estoy en una iglesia, cualquiera que sea y veo y oigo las cosas que allí se dicen y se hacen, no siempre tengo la impresión de lograr conectar con algo que me acerque a una verdadera experiencia de eso que llaman Dios... pero cuando en esas mismas iglesias, escucho una Cantata de Bach o canto un bello himno con la comunidad reunida, algo misterioso e inexplicable acontece en lo más profundo de mi ser y la emoción que experimento, me hace llegar incluso a las lágrimas... supongo que es una forma de intuir a Dios...” Luego de escucharle, pasé muchísimo tiempo planteándome y replanteándome sus palabras y descubriendo la seria llamada de atención que ellas me suponían a mí, como cristiano que pretendo estar convencido y comprometido con la causa del Evangelio... Para aquel amigo, la belleza de la plegaria hecha canto, se había convertido en una ventana que se abría y le mostraba lo que él tanto buscaba e intentaba comprender. Algo de Dios se develaba en lo profundo de su ser, cuando de manera bella, la comunidad cantaba y proclamaba su fe en Dios. Él le canta a Dios... y Dios misteriosamente corresponde...
Siendo aún muy niño y debido a que un día mis padres me regalaron una guitarra y me invitaron a perder el miedo a “decir cantando” aquello que yo sentía, tuve una certeza: comunicar de manera bella, es un seguro camino para llegar no sólo a los sentidos, sino también a la razón y al corazón del otro. Más tarde, todo esto lo intenté colocar en el eje de mi experiencia de fe y fue entonces cuando empecé a experimentar y a comprender que “orar cantando”, es decir, “hablar bellamente de Amor, con quien yo sé, me ama” se convertía en una forma privilegiada de atisbar la belleza de Dios y además, de manera misteriosa, empezar a escuchar la profunda y preciosa canción que Dios quería seguir entonando en mi vida.
Cantar, puede ser una forma bella de decir lo que se siente, de narrar lo acontecido, de hacer memoria y transmitir lo recibido de nuestros ancestros, de declarar el amor que sentimos por el otro, de poner de manifiesto nuestros principios o convicciones, de exorcizar el dolor que nos ahoga o incrementar el gozo que nos habita... Entonar una canción desde el amor, puede llegar a ser el camino ideal para llegar al otro: al hermano, al amigo o a Dios...
Un canto hecho plegaria, una plegaria hecha canto, no es como algunos piensan y otros pretenden, un adorno que le brinda cierto toque estético a la celebración, o un elemento que adorna o decora al “resto valedero”. Cuando intentamos “comunicarnos” de manera bella, ya sea por medio del canto, o del color, o del movimiento, o de la imagen, o de la forma, o de la palabra, es decir, por medio de cualquier lenguaje artístico y esto además lo realizamos en el contexto de la oración personal o comunitaria, podemos llegar a establecer un poderoso puente a través del cual circularán con mayor soltura nuestros mejores impulsos humanos rumbo al Misterio. Y en correspondencia, en respuesta dentro de este bello diálogo de amor, lo Trascendente se nos hará más diáfano y hermosamente experimentable.
Si tal como decía Hermann Hesse, “arte significa, dentro de cada cosa mostrar a Dios”, posiblemente valdrá la pena que los que nos sentimos o pretendemos buscadores de Dios, e intentamos rastrearlo transitando los caminos de la verdad, del conocimiento, nos atrevamos también a recuperar y a transitar sin temor y con mayor entusiasmo, los caminos de la belleza. Y en una de tantas, al “orar cantando”, al “cantarle nuestro Amor a quien sabemos nos ama”, tendremos que cerrar los ojos empapados por la emoción y ¡os lo aseguro!, sentiremos un beso sagrado estamparse en nuestra frente y en nuestro interior... y al abrirlos, no habrá nadie... sólo la certeza de lo bellamente experimentado.
Rafa Zamora
Suiza
Suiza