12 de julio de 2022

Pliego n° 162


Cuando Cae el velo

Disfrutamos la obra de teatro y cae el telón. Hay silencio en la sala, estamos en penumbra, no reconocemos a quien está a nuestro lado; impacientes esperamos que enciendan la luz para ver claro. En ocasiones nos levantamos y aplaudimos con entusiasmo. La obra cumplió nuestras expectativas; en algunos momentos, silencio profundo pues tocó fibras internas que nos producen desazón, inquietud, decepción y quizá angustia, tristeza. Enmudecemos, no deseamos siquiera mirar a los ojos a nuestro acompañante, soledad inmensa; de pronto, un hilito imperceptible cae por nuestra mejilla. ¡Estamos tan conmovidos!

La vida es como una obra de teatro, en la que percibimos como protagonistas diversas emociones que, a flor de piel, como torbellino, pasamos de una a otra a otra, a lo largo de nuestra vida. A veces sabemos a ciencia cierta qué sentimos y otras veces, es tan complejo asignar palabras a aquello que experimentamos en el pozo profundo de nuestro ser.

Igual que en la obra de teatro, nuestra vida tiene un inicio y un final.  Así como empezó en un momento único e irrepetible, ― ¿Somos conscientes que podríamos no haber existido nunca? ―; dejaremos de ser a cualquier edad, en cualquier momento y circunstancia, que siempre desconoceremos y que, por más que nos esforcemos en prever, no podremos controlar como desearíamos. Otros atenderán nuestros asuntos. ¿Tendremos tiempo y espacio para agradecer y despedirnos con ternura de los seres amados?

Es lo que hemos revivido una y otra vez por la pandemia global primero y, ahora, con una nueva guerra imprevista arrebatando tempranamente vidas sin distinción de género y edad. Muertes que siempre sorprenden y nos hacen rememorar todas las pérdidas humanas cercanas a nuestro corazón y, tener compasión por todas aquellas que conociéndolas o no, van falleciendo en diversos lugares del mundo entero. Algunas con rostro, nombre e historia, otras, fríos cálculos matemáticos que se actualizan día a día y que quizá, anuncian nuestra propia muerte haciéndonos revalorar la vida y la muerte en sus reales dimensiones.

Una vida descubre su verdadera esencia cuando cae el velo, cuando podemos reconocer, ver y escuchar en el rostro ya sin vida, una voz, en un lenguaje diferente lo que fue su trayectoria de vida; nos habla nítidamente de lo compartido, su obra intransferible, única y en solitario, su sello. Cada persona imprime su propia marca, su estilo de vida, sus convicciones y descreimientos, sus valores innegociables.  De la inmanencia y la trascendencia de todo cuanto existió en ella, que configuró su ser y su hacer en este mundo sensible, su búsqueda de coherencia, de sentido de la vida, de sus luchas internas y externas, del mundo amplio de relaciones, frustraciones, éxitos y fracasos.

Es una realidad, las frustraciones afectivas que experimentamos por no poder hacer el tránsito del duelo como nuestra cultura nos ha transmitido, cuando lo inevitable golpea la puerta, por eso, hemos de recurrir a todas las herramientas emocionales internas construidas por años, para pasar los ratos amargos de las despedidas inesperadas o esperadas, sumadas al dolor inmenso de la separación. Los niños y los adolescentes son los grandes damnificados a los que debemos abrazar y proporcionar todos los apoyos físicos, emocionales, espirituales y afectivos para superar exitosamente las pérdidas y las frustraciones a los que se ven abocados cotidianamente, para seguir existiendo con gozo, a pesar de las múltiples pérdidas progresivas de diversa índole que tendrán que enfrentar en el transcurso del peregrinar existencial, evitando el estrés psicosocial, hoy día frecuente.



Si en el devenir de la vida el hecho de vivir en sociedad, nos hace colocar a medida que crecemos una serie de máscaras que nos permiten ocultar aquellos defectos que creemos tener, o para encajar en los diversos roles sociales que vamos desempeñando o como mecanismo de defensa ante el peligro ― por mencionar sólo unas cuántas circunstancias que nos llevan a ello―; cuando cae el velo, aparece la verdad más verdadera de nosotros mismos y como nunca antes somos observados. La plenitud del misterio de la vida y de la muerte se hace evidente, del recibir y del dar en su continuo movimiento.

Tienes una extraña sensación entre ausencia-presencia, porque todo te habla de la persona que se marchó inexorablemente para siempre. ¿De qué fuimos testigos? ¿Le cambiarias el nombre? ¿Cuál sería su epitafio? ¿Cuáles sus virtudes a resaltar? ¿Cuánto bien realizó? ¿Qué eco de ella hay en ti? ¿Qué faltó por decir? ¿Hay algo de culpas, resentimientos, malos entendidos, situaciones para sanar el alma?

El aliento de vida, el máximo don que hayamos podido recibir. ¡Qué maravilla existir… aunque tengamos que morir! Sin embargo, cuando se ha donado toda la vida repartiendo amor, acogida, guía, consuelo, protección, alegría, fortaleza, compañía, trabajo, cariño, cobijo, descanso, paz, apoyo… no nos sentimos solos, creemos y sentimos que esta persona nos fue dada como rayo de luz que iluminó y enriqueció nuestra vida, que prendió la hoguera dentro de nuestro corazón para ser también fuente de luz y por tanto y tanto recibido, podamos hacer fiesta cuando caiga el velo y se apague su luz. Ha sido nuestro espejo, su eco ha sido luz para reafirmar o reencausar nuestra propia vida.

Los dones y carismas recibidos que a todos los seres humanos nos adornan, dan su fruto cuando se viven en una convivencia grata y feliz, porque se han puesto al servicio de la vida de familia, de comunidad, resaltando los valores éticos y sociales de la fraternidad existencial.   

En la eternidad, paz y alegría y vida para siempre.

 

Gloria Inés Rodríguez Gaitán
Bogotá, Colombia.

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Camino llevando mi muerte a cuestas[1]

 

Camino llevando mi muerte a cuestas

Camino saludando y sonriendo

mientras la oculto

como a un cubo de basura

que no fuera elegante que se viera.

 

Camino con mi muerte a cuestas

que me cansa, me dobla y me detiene.

Un día me sentaré en el borde de la acera,

me deslizaré junto a una farola encendida

que en la mirada turbia me parecerá una estrella.

 

La gente creerá que estoy borracho

ya al filo del anochecer.

Y pasará de prisa, de largo.

Y Tú, sorteando los coches, sobre el lluvioso asfalto,

vendrás a buscarme ¡Oh, mi buen amigo!

¡Mi Cristo esperado!

Para llevarme, mientras conversamos, a Tu Luz, a Tu Calle,

¡Al fin! ¡A Tu Casa!

 

(Y en la madrugada, la gente

creerá - ¡qué tonta! -

que me quedé dormido

bajo la lluvia mansa).

                         A Juan Miguel.

                                                Alfredo Rubio de Castarlenas



[1] https://bibliotecadigital.universitasalbertiana.org/wp-content/uploads/2022/03/Camino-llevando-mi-muerte-a-cuestas.pdf


En Clave de ´Ser´- Escuela para la vida

 

 

En Clave de Ser, un montaje radial, elaborado por el equipo del Espacio Dolores Bigourdan, para ayudar a la meditación y la reflexión.